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23 enero, 2016

Hermenéutica y traición

La hermenéutica, el arte de interpretar, de descifrar. El arte de aprehender la realidad a base amontonar, seleccionar y ordenar los elementos para encontrar la verdad escondida. Me gusta. Es como jugar a descubrir. Homo ludens, no lo puedo evitar. Es que la hermenéutica me pone. Me voy a hacer unas tarjetas de visita para poder poner bajo mi nombre "hermenéutico, pero a tontas y a locas". Igual, con la ambigüedad, se me ofrece alguna loca.

Vuelvo a los hechos. El otro día escuché a un tipo cavernario que afirmaba que toda hermenéutica traiciona a la verdad. Estuve riendo un buen rato. Pero con ganas. Dos o tres que estaban a mi alrededor creyeron que me había dado un aire. O quizás alguno confirmó que me falta un hervor. El caso es que me reí. ¿Por qué? Pues porque entendí que el cavernario estaba haciendo un chiste. Pero me equivoqué. El cavernario estaba dispuesto a morir ahogado en su estupidez. Cierto que la hermenéutica interpreta, selecciona los elementos y los categoriza para encontrar un sentido escondido. Estamos de acuerdo. Busca encontrar esa verdad que se nos escapa constantemente entre los dedos. Cuando creemos que ya la tenemos bien agarrada, resulta que se nos ha escurrido por el desagüe. ¡Mecachis! A empezar otra vez. Y así una y otra vez. Pero el cavernario no entendía que la hermenéutica surge de la humildad de reconocer que las verdades acaban siempre en el desagüe. Siempre. Mi interpretación, su interpretación, son solo interpretaciones. Nunca serán verdades con las que abofetear a nadie. Y siempre acabarán huyendo por el desagüe. Pero, ¿traiciona la hermenéutica a la verdad? Pues claro que no, ¡tarugo! Para traicionar, hay que haber llegado antes y comprometerse. La verdad apresada y rendida al compromiso de fidelidad. Y solo después traicionada. ¿Cómo puedo yo traicionar lo que no poseo ni conozco? La soberbia le pudo al cavernario. Se enseñoreó de lo que nunca poseyó. La traición, si la hay, no está en la hermenéutica, sino en creer que tu verdad es la verdad. Ahí radican todos los males. Creer que la verdad es una y creerse poseedor, es lo que convertía al cavernario en estúpido.

Así, la hermenéutica construye la historia. Y la política. Y las naciones. Se amontonan los hechos, se seleccionan, se categorizan y se les encaja en un sentido. Ya, ya sé que ahora más de uno dirá, "a la mierda con la tontería ésta". Pero es que la hermenéutica solo es una herramienta. Y la ponemos al servicio de las miserias. Y el sentido crítico, muy comúnmente, también se nos escapa por el desagüe con la verdad cogida del brazo. Porque, queramos o no, son nuestras miserias las que acaban por seleccionar los hechos. Las miserias construyen sentidos, encajan las piezas para que la historia caiga rendida a nuestros pies. Son nuestras miserias las que traicionan a la verdad. No porque hayamos poseído jamás a la verdad, sino porque despreciamos cualquier otra verdad. Mi verdad, tu verdad, son verdades igual de inválidas. Pero no llores. Eso no es una tragedia. La tragedia aparece cuando queremos meter a cucharadas nuestra verdad a los demás mientras les cogemos de la nariz para que traguen. O cuando hondeamos una verdad como un pendón amenazante para despreciar incluso la vida de los otros. En nombre de las verdades miserables se han cometido las barbaridades más atroces. Y las más sibilinas. Como creer que somos deudores de un pasado interpretado por las miserias del cavernario de al lado.