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20 mayo, 2018

República o monarquía

Soy catalán. No soy independentista. Soy republicano. Y ya me estoy metiendo en camisa de once varas. Aclaración: una camisa de once varas es una camisa muy ancha, pero parece ser que la expresión de marras se refiere a meter a un chiquillo por la manga de una camisa de once varas, con lo que la cosa se complica y el dicho adquiere sentido.  En fin, al lío, que definirse como catalán, republicano y no independentista, tal y como está la situación, ya es meterse en una manga muy estrecha. Las contradicciones las llevamos todos como mejor podemos y las solventamos según nos permite nuestro entendimiento. En síntesis: estoy convencido de que la solidaridad entre pueblos ha de ser un principio fundamental, no creo en las disnatías para definir al jefe de un estado que nos ha de gobernar, las naciones son un remora del pasado que debemos superar, el republicanismo representa un corpus de valores más que una forma de gobierno, la diversidad enriquece, los reyes representan los privilegios de una sociedad estamental medieval, como también la clase social y la riqueza son fórmulas para mantener a un grupo de privilegiados en el poder, la pluralidad es fundamental en la construcción de sociedades progresistas, las tradiciones nunca deben definir el progreso del futuro, las personas están por encima de las patrias,... y ya está bien, de momento.

Dicho todo eso a modo de introducción, sí que escucho demasiados argumentos pueriles. Aclaración: argumentos de niños, generalmente malcriados, que creen que las pataletas y la argumentación pasional debe pasar por encima de la reflexión política racional. ¿Cuáles son estos argumentos pueriles? Pues creer que defender una república, per se, ya es suficiente para defender los valores republicanos. Y no. Reduccionismo pueril. Creo que ya lo he dicho. Desde Catalunya se han glorificado estados como Dinamarca o Suecia, estados que son monarquías y no parace que vayan a tomar, a corto o medio plazo, el camino de la república. Estas monarquías, tan extemporáneas como la española, no están en duda en sus paises. Y si miramos hacia la república italiana o la francesa, vemos como las políticas insolidarias y de "entorpecimiento democrático" están en auge y amenazan con imponerse en cada elección. Por lo tanto, el republicanismo independentista debería explicar qué tipo de republicanismo propone o no desgastar una palabras que debería llevar incluídos los valores que, al menos algunos, le suponemos.

A modo de contrargumentación, recordemos que Rull y Turull avalaron ante un tribunal la inocencia y la valía de Oriol Pujol. Recordemos como entusiastas de Junts per Catalunya rinden homenaje a Jordi Pujol. Recordemos que las políticas de la derecha que hoy aboga por la república en Catalunya han sido políticas tan o más reaccionarias que las políticas de la derecha española. Recordemos que los que hoy se proclaman republicanos y han gobernado en Catalunya han subido tasas universitarias, dejado de la mano de Diós a pobres e inmigrantes, que en absoluto han desarrollado políticas paritarias, que se han olvidado sistemáticamente de las periferias, que han proclamado la pureza de la raza,... No. De ninguna manera deseo esa república. De ninguna manera son esos los valores del republicanismo. No los han representado nunca y nunca los van a defender. No soy monárquico, pero eso no implica que cualquier república pueda representar una mejora. De hecho, en más de una conversación muchos catalanes pensamos que la república es para algunos un mal menor, a falta de un rey que les pudiera encajar en la manga de su camisa de once varas. Discutamos sobre república y de los valores que deberían fundamentarla y déjense de disfrazar su nacional-catolicismo detrás de una bandera que no les corresponde.

22 abril, 2018

Vivan los apestados

La disidencia no está de moda. Y ojalá tan sólo fuera eso: quedar al margen de las modas. Pocos disidentes quedan. Pocos y cada vez más escondidos. Sin embargo, en los tiempos de los gulags, los disidentes eran héroes vitoreados, la pureza de la libertad de pensamiento, la encarnación del contrapoder. Hoy, sólo son apestados. Apestados porque nadie los quiere a su lado. Apestados porque las patrias los expulsan. Apestados porque son locos que no entienden que los tiempos han cambiado. El gulag ha vencido sin necesidad de malalimentar a sus condenados. ¿Puede haber una victoria más clamorosa? Y el  disidente arrastra los pies en silencio, con el miedo a ser decapitado por pensar al margen de la manada.

Veo en los nacionalismos cómo los disidentes son apartados. (Aclaro: el nacionalismo es hoy esa fuerza que vehicula el odio y la necesidad de imponerse por encima de la diferencia, menospreciando cualquier visión de la realidad que no sea la del color de su bandera, es decir, pura necedad). Digo que veo como el pensamiento disidente es enterrado en vida. Veo que en sus televisiones no sólo son silenciados, sino que también son estigmatizados, insultados y ridiculizados. La patria no perdona jamás. Las patrias nunca han sido madres, las patrias sólo han sido madrastras: acogen al silencioso, al corderito que espera ser alimentado o degollado. Y la traición siempre es condenada al son de los vitores de sus enloquecidos patriotas. Esos, los patriotas, son capaces de darlo todo, absolutamente todo, por la patria. La sumisión total, propia e impropia, además de la persecución de lo ajeno y diferente. Y da igual que la patria sea tricornoidal o que sea cuatribarrada. Los disidentes no pueden alzar la voz. Ni tan solo pueden susurrar los atropellos. El disidente catalán no puede mencionar las vergüenzas autoritarias: 6 y 7 de septiembre, por ejemplo; Llei de Transitorietat, otro ejemplo; sumisión vergonzosa a un líder narcisista, otro más; ausencia total de autocrítica, otro. El catalán disidente, el amante de la república, no puede susurrar esos tics que avergonzarían a cualquier defensor de las libertades y de la democracia, es decir, los tics que avergonzarían a cualquier republicano. ¿Y el español? El español disidente no puede susurrar ante los mandobles de la espada justiciera que reparten los rancios y autoritarios defensores de los valores patrios. Venganza y crueldad contra los que osaron levantar la voz. El disidente español ve atónito como se persiguen y condenan a todos los que se atreven a discutir el poder: persecución de raperos y titiriteros irreverentes, un ejemplo; condena del que reparte exabruptos contra la religión, otro ejemplo; encarcelación del que enfrenta su nacionalismo contra el nacionalismo de estado, otro más; o persecución de camisetas amarillas, símbolos varios, en una deriva enloquecida y ridícula.

Los disidentes deben callar. Los que no nos identificamos ni con unos ni con otros, estamos amordazados y avergonzados ante la realidad. Y, a pesar de todo, sabemos que sólo los disidentes seremos capaces de ofrecer alguna salida a la sinrazón. Porque, más tarde o temprano, será un disidente el que nos diga que no podemos seguir así. Aunque, mientras tanto, los disidentes debamos callar. No, perdón, me he equivocado: los disidentes no es que debamos callar, los disidentes vivimos amordazados con aquellas banderas que engalanan actos vergonzosos y que ni tan siquiera nos dejan respirar. Vivan los apestados. O al menos, por favor, sobrevivan a esta sinrazón.

11 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (y 3)

Pero yo había venido aquí a hablar de las tres cataluñas. Y me he enredado en tres entregas. En la primera se me fueron los dislates en hablar del emplasto de la patria -para curiosos, aquí el enlace. En la segunda las briosas yeguas del pensamiento me llevaron a Cerbero y de cómo cuida que nadie escape del infierno patriota -para muy curiosos, aquí el enlace. Total, que ahora sí toca hacer un poco de geografía social. Y recuerdo que todo partió de un puente. Un puente festivo, digo. ¡Por Dios, lo que produce el ocio! Pues sí, me fui de puente. Y me fui de puente a Catalunya. Al país en el que nací y vivo. Cosas extrañas, las mías. El caso es que me fui. Con la fortuna de, sin premeditación, encontrarme con las tres cataluñas. Así que puedo decir que no es que yo haya ido a buscarlas. Ya, ya sé que uno ve lo que la mente es capaz de entender y ordenar. Mi estructura mental, condicionada o manipulada o deformada o retorcida o... como sea que es, digo que me he encontrado con lo que mi estructura mental me ha permitido entender. Asumo mis miserias.

Mi viaje. La primera etapa comenzó en la Catalunya rural. Una Catalunya tradicional, rancia, conservadora, conformada con una clase media acomodada, propietaria, arraigada en el pasado, en un pasado convenientemente moldeado en una historia victimista, llena de agravios y encontronazos. Felipe V es el recurrente odiado y toda historia local encuentra su nexo histórico en ese personaje. Los castillos, las casas señoriales, las plazas, las iglesias, los prohombres, las leyendas. Hasta los bolardos. Todo está referenciado desde el enfrentamiento contra España y el horrible rey. Es esa Catalunya que deja ondear la bandera española en sus ayuntamientos por "imperativo legal" y lo publica en una placa en su fachada consistorial. Una Catalunya, hoy, engalanada con lazos amarillos en las farolas y que mira al resto del mundo sin envidiar nada porque todo está entre sus muros. ¿Qué hay más allá de la Catalunya rural? El vacío. La oscuridad. Ni tan siquiera la capital es vista de forma atractiva. La verdad y la esencia se resguardan en las paredes de piedra y en las leyendas del pasado. Y en los bolardos.

La segunda Catalunya rodea la gran urbe. El cinturón rojo. Hace unas décadas, socialistas y comunistas tenían aquí su maná de votos y éste era el edén desde el que proyectaban una marea de cambio. Ésta quizás sea también la Catalunya tarragonina o de Lleida, más acostumbradas a recibir aire fresco. Esta segunda Catalunya está conformada por la clase trabajadora, algunos han alcanzado la clase media y por eso, de cuando en cuando, miran hacia la Catalunya rural o hacia la urbe para encontrar algún referente. Poca cosa. La segunda Catalunya está construida con y desde los inmigrantes viejos, otros nuevos, muchos descendientes de los primeros inmigrados. Una Catalunya que igual escucha regeton como a Manolo Escobar o a Camarón. Poco, muy poco escucha de Els amics de les arts y cada vez menos de Llach. Esta es una Catalunya ecléctica, pero desconfiada. Variopinta, pero que mira con recelo hacia las cataluñas extrañas: la interior, que aprieta por detrás, y la capital, que aprieta por delante. En su mayor parte aquí encontraremos a trabajadores, cualificados o no, personas que nada han recibido de nadie y para quienes los gobernantes nunca han sido del todo suyos. Hay más traicionados y recelosos que entusiastas. Pero en este caso ya no es Felipe V. El poder, para ellos, nunca ha venido a visitarles y mucho menos nunca han venido a echarles una mano los que cortan el bacalao. Todo lo contrario. Cuando se han acercado ha sido, generalmente, para sacar un provecho de ellos. Hoy será Arrimadas, como antes fue Montilla o Maragall, pero esta es una Catalunya que nunca es de nadie y que nunca confiará en el poder ni en quienes lo representan.

La tercera. La Catalunya urbana y cosmopolita. Quizás, sólo Barcelona. Una amalgama de sensibilidades y de fobias. Por eso, también quizás, mucho más abierta y diversa. Una Catalunya que mira hacia afuera, pero que carga con una mochila pesada: no sabe dar respuesta a las otras dos cataluñas. Aquí las clases medias se confunden a propósito con las clases trabajadoras o con las más poderosas. El abogado de Puigdemont puede tomarse un cortado al lado de una limpiadora de oficinas peruana o junto al presidente de Abertis. También ecléctica, como la Catalunya obrera, pero mucho más pragmática y, por tanto, comprometida en lo justo. Quiere volar Barcelona. Quiere ser grande entre las grandes. Mira hacia Europa y prefiere hablar inglés, aunque sin confesarlo. Pero la Catalunya rural aprieta y la Catalunya obrera no se fía. Y Barcelona no puede volar como ella quisiera. Ideológicamente variopinta, capaz de cambios y transgresora, aunque lo justo. La presencia de una potente burguesía y mucho de clase media acomodada, hace posible convocar la revolución un miércoles por la tarde, pero desde un grupo de whatsapp y mai en cap de setmana, que hem quedat. Y siempre que no salga muy caro. Esa ansia de ser más y mejor condena a Barcelona a hacer una pedagogía constante de lo imposible. Imposible porque nadie la escucha. Imposible porque tampoco sabe hacia dónde mirar.

Y Cerbero cuida de que los muertos no salgan de sus dominios. Por eso, y sólo por eso, las tres cataluñas parecen irreconciliables y condenadas a convivir en el Averno. Igual, si Hércules pasase por aquí...

10 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (2)

Lo cierto es que me he liado. Quería hablar de las tres cataluñas y al final, no sé por qué, me he liado con tres entradas diferentes. Y todavía no he hablado de las tres cataluñas. Ahora, ya puestos, lo dejaré para la tercera entrega. Lo ciero es que en mi viaje a Catalunya, el que ya mencioné en la entrada anterior -ver por si hay curiosidad la entrada anterior-, me di cuenta de la estructura tricéfala que posee Catalunya. Algo así como el perro Cerbero -Cerbero, el perro de tres cabezas que en la mitología griega guardaba las puertas del infierno. El caso es que la estructura tricéfala tiene que ver con el orden social, económico y geográfico actual. Tres clases, tres mundos, tres narraciones para tres cataluñas que perviven en un equilibrio, a veces, imposible y que se traslada a todos los ámbitos cotidianos. Y a la política, también.

Nos estamos jugando el presente y el futuro de las tres cataluñas. No. No exactamente. Nos jugamos el presente y el futuro siempre, pero ahora nos interesa proclamarlo. Porque ya me gustaría que nos jugáramos de verdad el futuro de Catalunya. O, mejor, el futuro de la república. Pero no, en realidad las tres cataluñas no buscan cambiar nada, sólo ser hegemónicas. Cada una de las cataluñas pugna por imponer su narración. Están triturando y tamizando el pensamiento para, al final, conseguir anular cualquier interpretación ajena a sus miserias. Esto tiene un nombre: crear patria. Ese es su objetivo: crear la patria a imagen y semejanza de sus propias miserias. A modo de recuerdo, agregaré ahora que crear la patria era el objetivo del nacionalismo decimonónico. Construir el andamiaje que ofreciera la identidad común para que todo la estructura social quedara intacta ante el peligro de los revolucionarios. En El Gatopardo -novela de Lampedusa y película de Visconti, muy recomendables ambas- se muestra magistralmente esta perspectiva tan romántico-burguesa: es necesario que todo cambie para que todo siga igual. Ése es el objetivo. Las clases medias acomodadas, los tradicionalistas y conservadores, buscan esa patria cuatribarrada, colmada de agravios y conformada con un pueblo distinguido y altivo. Las clases más altas y mucha de la clase baja prefieren el inmovilismo y una pretendida fraternidad con la España más esencial. Y, por último, los desarraigados -ideológicamente hablando- que sólo desean deshacerse de ambas patrias para crear otra muy diferente. Pero estos últimos son incapaces de ofrecer un modelo atractivo a ninguna de las dos patrias anteriores y son incapaces de imponer una narración creíble a los ojos de los más esencialistas. Total, que tenemos tres cataluñas prisioneras de sus propias miserias. En la tercera entrega me entretendré en describir su geografía, la etología y la sociología de las tres -no existe posología para estos males o al menos no sabemos de ningún remedio farmacológico.

Cerbero, o Can Cerbero, tiene una misión muy precisa: guardar las puertas del Hades. Del infierno, vamos. Pero su misión no es tanto la de vigilar que nadie pueda entrar, sino vigilar para que nadie pueda salir. Veltesta, Tretesta y Drittesta, las tres cabezas, vigilan sin cesar para que nadie escape de sus dominios infernales. El caso es que salir de cada una de las cataluñas es muy complicado. Yo diría que salir de cada una de las tres cataluñas es, hoy por hoy, imposible. Los catalanes vivimos prisioneros en alguna de ellas. Cerbero se encarga de que nadie escape.

09 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (1)

He aprovechado el puente. No sé si lo he aprovechado bien, pero tengo la sensación de haberlo hecho. Me he ido de viaje a Catalunya. Bueno, de hecho vivo en Catalunya. Es más, soy y he nacido en Catalunya y he vivido toda mi vida en Catalunya. Pero, aún así, me he ido de viaje a Catalunya. En pocos días he recorrido algo de la Catalunya interior, la de los valles y las llanuras. Y también he estado en el cinturón. He estado en diversas poblaciones del extrarradio barcelonés, ese "cinturón rojo" tan odiado por algunos. Y he pisado la gran urbe. He visitado una Barcelona algo desangelada y un poco triste estos días. Nota mental: me da en la nariz que la tristeza barcelonesa no es por las navidades o por el frío, pero no me voy a arriesgar a hacer interpretaciones. En todo caso, he visitado Catalunya y me he encontrado con las Catalunyes. Y no es que sean diversas o un pelín diferentes estas Catalunyes. No, no es eso. Es que son muy diferentes, mundos distantes y no sé si hasta irreconciliables.

¿Y qué he visto? Primero: no soy sociólogo. Tampoco deseo serlo y no creo que mi intuición o mi observación sirvan para tener una opinión más certera de Catalunya. Descartémoslo de plano. Aviso ya de entrada. Yo, como mucho, soy intuicionista -como dentista, pero sin anestesia y sin sentar a nadie con la boca abierta. Reconozco que me declaro intuicionista por falta de conocimiento y título. ¡Qué le vamos a hacer! Pero conste, eso sí, que he ido yo con mi intuición a cuestas por Catalunya con la intención de mirar para entender mejor qué es eso del "pueblo catalán". En algún momento he pensado, "toda una vida en Catalunya y aún no has entendido qué es eso del pueblo catalán, ¡so idiota!". Así que me he puesto a mirar con detenimiento por aquí y por allá. El resultado ha sido: ni puñetera idea, me he vuelto a perder como un chivo en un garaje. Debe ser que soy muy cortito. Y así me he quedado un buen rato, hasta que hoy he tenido una -otra- intuición. De repente y sin venir a cuento. Me había puesto yo a triturar y tamizar el acompañamiento de una carne para tener una salsa bien sucosa en la que poner a bucear convenientemente un pan que quita el sentido. Y ha sido allí, en el fondo, donde he visto al pueblo. El catalán y cualquier otro, conste. Me he dado cuenta de que cuando trituras y tamizas la salsa, te queda un emplasto -rico, rico, por supuesto- donde pimientos, cebollas y verduras varias, con sus especias y aderezos, quedan fuera de toda identificación visual. Es la desindentificación absoluta. La anulación de la identidad en el emplasto. Y se forma algo así como un engrudo esencial. Y digo engrudo porque allí queda todo pegado y confundido sin posibilidad de deshacerse del emplasto. El pimiento deja de ser pimiento, el puerro deja de ser puerro, la zanahoria desaparecida y el aceite o el vino o las almendras o las setas o... El caso es que mi salsa no era tan compleja, pero al final ha quedado tan bien empastada como cualquier pueblo que se precie. Total, he pensado, que hablar del pueblo catalán o del español o del paquistaní es tanto como cosificar un grupo de personas diversas, diferentes y con identidad e ideología propia, hasta conseguir un engrudo desideologizado, sin identidad individual que sobreviva, y que asume un sello, una marca. Ya está, ya soy català o español o paquistaní. Y además con sus conductas y normas bien interiorizadas. Y más: con una estructura mental compartida que conduce cualquier mirada y toda opinión; una estructura que emborrona o desdibuja todo lo que queda fuera de ese marco conceptual y de valores; una estructura monolítica que retuerce la realidad hasta adaptarla a su ideal. Al individuo sólo le queda la posibilidad de fundirse para formar parte del pueblo catalán, español o paquistaní y eso implica abandonar la posibilidad de discrepar, de criticar abiertamente a todo vecino que te rodea y que comparte contigo la gracia de pertenecer al pueblo más maravilloso del mundo. Porque ser pueblo es pensar y sentir como tu vecino, en comunión trascendental, además de sentirte maravilloso, parte del pueblo más pueblo que haya sobre la faz de la tierra y más allá. Pero, para tragedia mía -y conste que no quiero arrastrar a nadie a esta sensación-, pertenecer al pueblo es quemar con ácido toda posibilidad de crear y diverger. De ser individuo. Con una identidad propia. Y ya, ya sé que formar parte del rebaño nos permite realizarnos como seres humanos en sociedad y farem pinya y blablá, pero pregunto: ¿no es esta también una manera de dejar de ser libres? Igual sí, o no. Ahora me vendrá cualquiera con la paloma de Kant y ya la habremos fastidiado. Pero es igual, me arriesgo. Me arriesgo con una afirmación: el discurso edificado sobre el pueblo no es más que un intento de cosificación del engrudo como si estuviera formado por un todo homogéneo, desprovisto de individualidades diversas y divergentes, y poder utilizar así el engrudo como sujeto de predicados útiles y amasados en la más interesada de las intenciones: mantener el status quo nacional -que no deja de ser un status quo de poder.

26 noviembre, 2017

Ni independentista ni monárquico

Pues sí, parece imposible, pero sí. Y además creo que somos muchos más de lo que cuentan los que cuentan. ¿Se puede no ser monárquico y no ser, al mismo tiempo, independentista? Pues claro. Y para entenderlo no es necesario más que dejar de tener prejuicios. Entiendo que esto no es fácil porque implica dejar de reducir la realidad a una visión pueril de buenos y malos, de blancos y negros, de indios y cowboys. Lo siento, seré faltón, pero ese reduccionismo naif monárquico-independentista no interpreta la realidad, sino que la manipula. Y se llama maniqueísmo. Ese maniqueísmo va muy bien a los que no quieren más que entenderse a sí mismo: los míos y el resto, es decir, todo se reduce a amigos y enemigos. Pero quizás en algún momento deberemos madurar y aceptar que la realidad es mucho más plural y rica, mucho más compleja. Y, aceptando la complejidad de la realidad humana, deberíamos considerar que una de las posibilidades ante la situación catalana sea no ser monárquico ni independentista. Y no se trata de ser equidistante o intermedio, sino de tener una opinión propia y diferente del reduccionismo imperante.

Así que expongo en qué consiste todo esto, con todos mis respetos a los monárquicos-borbón y a los independentistas-nación. Porque, igual que sus propuestas son válidas, también la mía tiene razones para ser sin que sea reacción a nada. Que yo no sea monárquico ni independentista no quiere decir que sea anti nada. No soy anti-monárquico, como tampoco soy anti-independentista. Que ellos sean, pero que me reconozcan mi derecho a no serlo. Y, ¿por qué? Pue porque soy republicano y, por tanto, no puedo ser monárquico. Y precisamente porque soy republicano no puedo ser tampoco nacionalista. Esta última parte creo que es la que menos se entiende. ¿Cómo puedes ser republicano y no ser independentista? Esta es la pregunta que me persigue en más de una discusión entre amigos. Me explico: no soy independentista porque el independentismo acoge la república como sobrevenida, es decir, el independentismo no tiene como objetivo la república, sino que el horizonte es el territorio. Y admito que para el independentismo la república será y es deseada, pero siempre después del territorio, siempre supeditada a la reivindicación de la nación. Y no soy nacionalista. Nunca lo he sido. El himno español nunca me arrancó un lololó. Como tampoco nunca me ha puesto la piel de gallina els segadors. ¿Eso es difícil de entender? Pues parece que sí. Y sobre todo desde partidos como ERC o la CUP. Ellos no se definen como nacionalistas, pero para ellos la reivindicación territorial y étnica es el principio que se antepone a cualquier otra reivindicación.

Los partidos independentistas catalanes parten todos de un planteamiento nacional. La liberación del territorio de "las garras españolas" es su principal propuesta. Este objetivo, respetable y absolutamente legítimo, parte de consideraciones étnicas apoyadas en la lengua y en una pretendida historia que se construye en función del objetivo nacional. Y digo "pretendida" porque es una construcción ideológica. Nada, ya sé que es una discusión perdida y un nacionalista jamás aceptará esta opinión. Pero es que contra los argumentos nacionales poco se puede hacer. ¿Por qué? Pues porque parten de la víscera, del sentimiento. Nunca parten de la propuesta y el análisis del futuro. Sí, también se me criticará por esto. El futuro nacional siempre se enraiza en una historia supuesta y, en muchas ocasiones, retorcida. Para el independentismo, el futuro no es más que la proyección de una construcción nacional, edificada en presupuestos del pasado y en la creencia firme de que hay suficientes elementos étnicos como para sentirse diferente. Y es ese planteamiento el que no puedo aceptar. La república, tal como yo la entiendo, nunca puede ser étnica ni de afirmación de esencialidades. La república ha de ser construida desde la pluralidad, la diferencia, el respeto a lo ajeno y en la renuncia a blindar formas de ser y entender la convivencia humana. Una república anclada en la reivindicación nacional sólo será una república instrumental y nunca una finalidad para la convivencia.

¿Y qué pasa con la monarquía? No perdamos el tiempo. El medievo ya pasó.

25 noviembre, 2017

Tres patas para un país cojo

Tenemos un país, pero tenemos un país cojo. Primero, antes de seguir, debería decir que en la caverna tenemos varios países. En un solo estado tenemos más de un país. Bueno, en realidad no está claro qué es eso de país o países. Como tampoco está claro qué es eso de nación. Porque los catalanes lo parecen tener claro, pero los valencianos, sobre el mismo país, no mucho. Y ya no te digo lo que debe tener en la mente un extremeño o un andaluz. El caso es que es sacar la palabra nación y aparecen ofendidos por todas las esquinas de la caverna. Un sin Diós. Pero si nos centramos en el caso catalán, tenemos un país cojo. Ahora, digo, en estos momentos. A día de hoy, se nos ha quedado cojo el país y se nos ha venido abajo. Porque han querido construir un país sobre tres patas y las tres no han podido aguantar el peso del país. O por lo menos se nos viene abajo el proyecto de país que han querido construir.

Las tres patas: la proyección internacional; las estruturas de estado; el consumo interno. Se ha trabajado durante los últimos años en estas tres patas. Duro. O no tan duro y, a lo mejor, ni siquiera se ha trabajado bien. Lo cierto es que las tres patas no han sido todo lo consistentes que se esperaba. Y se nos ha venido abajo todo. La venta internacional del producto ha sido un fiasco de mucho cuidado. A pesar de las ayudas recibidas por las decisiones de Rajoy. La mejor aportación del presidente del gobierno español al procesismo fue el 1 de octubre. Venga porrazos a diestro y siniestro hasta llegar a convertirse en la mejor aportación española al procesismo. Pero ni así. Después, ni un puñetero país u organización oficial de cierto peso ha querido mojarse. Nadie. El silencio absoluto. Romeva, un inútil. Si lo valoramos por los resultados obtenidos, claro. Precisamente para eso, para la proyección internacional, se justificó el fichaje por parte del procesismo de un tipo que provenía de la izquierda. Su "dilatada trayectoria como diputado europeo", por sus contactos o porque cualquiera servía para eso, si hablaba más de un idioma. El caso es que sobre las espaldas de Romeva recayó la tarea de conseguir adhesiones internacionales. Recoger el aliento transpirenaico. Conseguir entusiasmos del más allá. Pero nada. Romeva no consiguió nada. Un fiasco de consideración. Como tampoco resultó bien la jugada de intentar atraer el voto de izquierdas fichando a un tipo que no lo conocían ni en su casa. Total: la primera pata, coja. El país se nos tambalea.

La segunda pata, las estructuras de estado, se prometían efectivas y robustas. Así se nos había vendido desde las últimas elecciones autonómicas-plebiscitarias-de-tu-vida. Durante meses nos habíamos creído el mantra de "estamos trabajando seriamente en las estructuras de estado" y el "estará todo a punto". El objetivo era robustecer y organizar la organización del nuevo estado: polícía, economía, empresa, impuestos, censo, organización del territorio,... Un fiasco. Nada de nada. Durante meses organizaron una ley de transitoriedad que hubiera debido ruborizar a cualquier demócrata. Una ley que fue un brindis a la creeencia ciega en que los dioses todo lo perdonarían. Para el procesismo, la causa lo justificaba todo. Incluso justificaron las sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre. Bochornosas y un atentado al respeto a las minorías parlamentarias y al parlamentarismo. De las demás estructuras, fiasco tras fiasco. Nada de nada. Ni las empresas respondieron. Ni la hacienda estaba preparada. Ni el censo. Todo se jugó pues a una carta: en la fe de que el universo sería justo con el pueblo elegido y que, de alguna manera, todo confluiría en el Destino. Pero en el momento oportuno, con el culo al aire. De ahí el bochorno de ver marcharse a más de 2000 empresas y que el único plan preparado fue el que constaba en unas anotaciones manuscritas en una hoja abandonada: la posibilidad de pagar a funcionarios o pensionistas con bonos patrios. Todo un planazo. Sólo la fe y el entusiasmo del catalanismo libró a sus líderes de que los corrieran a gorrazos. Segunda pata: el país hundido.

Y queda el consumo interno. Ahí sí que el govern lo ha dado todo. Los medios de comunicación afines estuvieron bien engrasados. Las entidades civiles de corte peronista pusieron los restos. Y funcionaron bien como brazo del poder. Y también funcionaron muy bien empujando a partidos, govern y parlament. El relato peronista ha funcionado y funciona. Animados por la CUP y todos sus mecanismos bien coordinados. Els carrers seran sempre nostres fue el grito de guerra que igual espantaba a unos como animaba a otros. Aunque ni unos ni otros se lo acabaran de creer. Las calles, al final, bajo una u otra bandera, son siempre de los mismos: de los que tienen los medios de producción y dominan los verdaderos mecanismos del estado: el poder de don dinero. Pero debemos poner en valor el esfuerzo. Mucho esfuerzo de muchas personas creyentes y entusiastas. Porque, al fin y al cabo, ahí sí que triunfaron. El proceso que preparó el consumo interno supo relatar y con el relato supo convocar y animar y casi paralizar un país. Y todo gracias a que supo inventar un relato que desde hace años ha ido creciendo. Incluso ha ido reinventándose y reinterpretándose ad hoc para apuntar siempre hacia la misma meta. Es éste el éxito más potente del procesismo. Y, la verdad, creo que debiera estudiarse como tal por especialistas. Incluso debería tenerse como modelo de movilización y de construcción de un pensamiento colectivo bien articulado. Pero con una pata sola las banquetas se hunden. Se caen las sillas. Se desmoronan mesas y mesitas. Se tambalean señores y otras especies. Se derrumban edificios y puentes. Con solo una pata no hay construcción que aguante. Y la construcción del país no aguantó.

20 noviembre, 2017

Un artículo nauseabundo sobre el cinturón rojo

A estas alturas, todo el mundo ya ha leído el infame artículo de Jordi Galves en el diario digital ElNacional.cat. El artículo en cuestión lleva por título Cornellà no es como Catalunya. Y, como ya he dicho, es infame. Yo diría que nauseabundo. Por lo tanto, ya lo he estigmatizado. Y sí, lo hago con ganas.  Con muchas ganas. Menos mal que ya ha habido respuestas muy acertadas de diversas personas. No podía ser de otra manera. Enlazo dos: una y dos. En ambos casos son personas dolidas. Personas heridas por el desprecio con el que hemos sido abofeteados una buena parte de catalanes.

Para los que aún no lo hayan leído, diré que el artículo contiene perlas. Perlas diversas y de considerado tamaño. Vuelvo a recomendar su lectura para que, sobre todo, se entienda qué es el odio y la xenofobia. El artículo es una obra cumbre del género xenófobo catalán. El señor Jordi Galves se refiere a Cornellà como una tierra "colonizada", "nacionalista" y "españolista". Una ciudad repleta de españolitos que "reivindican su ignorancia" y "atacan la inmersión lingüística". Ignorantes, sexistas, violentos, inadaptados o resentidos son algunos de los adjetivos que atribuye a esos "españolitos". En cambio, se refiere a los chicos autóctonos, los catalanoparlantes, como personas estigmatizadas, atemorizadas en una tierra enemiga, poseedores de una cultura odiada en una ciudad repleta de personas intolerantes. Bien, he resumido mucho, pero el enlace está para aclarar o para herir más claramente que mis explicaciones. El caso es que la exhibición de intolerancia y de odio que podemos encontrar puede herir sensibilidades varias. Incluidas las muy catalanas. Incluidas las esencialistas-pero-humanistas.

Si no estoy muy equivocado, Cornellà es muy parecida a otras ciudades del llamado cinturón rojo barcelonés. En otros tiempos, un cinturón muy reivindicativo. Hoy repleto de escépticos y nada proclives a dejarse arrastrar por la moda nacionalista que impera en Catalunya. Y eso es lo que le duele al señor Galves. Pero todas estas ciudades que bordean Barcelona se distinguen por otras características mucho más acertadas que las que señala el señor Galves. En este caso que nos ocupa, yo creo que merece la pena resaltar sólo dos. Y serán sólo dos para no calentarme más de lo necesario.

La primera: es en estas ciudades cuando a finales de los años setenta y principios de los ochenta los obreros reclaman -reivindican- una educación en catalán. Es, por ejemplo, en Santa Coloma de Gramenet donde comienza la llamada inmersión lingüística en catalán. Y reclamada como un derecho por los propios ciudadanos. No comenzó en Manresa ni en Girona o en Olot. No, nada de eso. Comienza en una ciudad falta de recursos, con una población emigrada desde la probreza, en buena parte analfabeta, repleta de obreros con escasa cualificación, pero que quieren que sus hijos se eduquen y tengan las mismas oportunidades que los catalanes de la Bonanova. Además, esos obreros hablaban a sus hijos con un catalán repleto de barbarismos y con acentos del sur o de Castilla o de Murcia o de Galicia, para que, hablando en catalán, se pudieran llegar a sentir catalanes de verdad. Esos obreretes incultos renunciaron a algo a lo que este señor jamás renunciaría: decidieron no hablar el idioma materno a sus hijos. ¿El señor Galves lo haría? ¿Renunciaría el señor Galves a hablar en catalán a sus hijos si tuviera que vivir en otra parte del mundo? Sinceramente, a mí me parece una renuncia muy dolorosa.

Segundo: es en estas ciudades donde los catalanes venidos de otros lugares de España se parten la cara en los setenta por la anmnistía y por el Estatut, mientras los señoritos de Pedralbes o els benestants del Eixample barcelonés juegan a ser reivindicativos en el Palau de la Música o en Bocaccio. Es en Sant Boi de Llobregat donde en el año 1976 se celebra el primer Onze de Setembre y se oye por primera vez una reivindicación que perdurará en la memoria colectiva de este país: "llibertat, amnistia i estatut d'autonomia". Es en estas ciudades donde los obreros trabajan dos jornadas cada día por sueldos miserables en fábricas del Poble Nou o del Baix Llobregat. En fábricas regentadas por una burguesía muy catalana. Esa que después iba a ejercer de oprimida en el Palau de la Música "abans de sopar en un bon restaurant". Todo esto parece olvidársele al señor Galves en su nauseabundo artículo. O es que él es más de odiar sin preguntar primero.

Pues, señor Galves, yo no sé qué Catalunya conoce usted, pero le puedo asegurar que ésta que le describo es una Catalunya auténtica, tan auténtica como cualquier otra. Esta que le describo es una Catalunya formada por auténticos catalanes que aman Catalunya y que no odian ni desean odiar a nadie. Es posible que le guste más la Catalunya de Berga o de Ripoll o de Puigcerdà. Es posible que le guste una Catalunya mejor encastrada en sus esquemas mentales. Pero hay muchos catalanes, no sé si mayoría o no, que no encajarán. Y lo siento mucho por usted, pero me alegro por Catalunya. Si esta Catalunya real no encaja en su decadente perspectiva y usted se empecina en seguir odiándola, sólo le puedo recomendar una cosa: no se muerda, no vaya a ser que se envenene.

28 octubre, 2017

República por encima de todo

Soy republicano. Sin ambigüedades. Y no es simplemente por una cuestión estética o por un desdibujado odio a nadie. El odio nunca ha construido nada, si no es para destruir después. No necesitamos más fosas en la caverna. No odio a los borbones, como no odio al clero ni odio a los poderosos adinerados. Pero, sin odiarles, no quiero que me gobiernen. Quiero una república. Quiero un estado libre en el que poder bucear o nadar sin que nadie tenga más privilegios que yo. Ni yo más que ningún otro. Y quiero bucear y nadar en la república con todas las consecuencias. La caverna dejará de ser tan cavernaria cuando la república sea la que regule nuestra vida política. Porque ser republicano es aceptar las reglas del juego republicanas. No hay república sin reglas. Como no hay juego sin reglas. Como no hay amores sin obligaciones. Debemos entregarnos a la república y a sus reglas. Sin remisiones. Nada de sólo la puntita. Los valores republicanos por encima de cualquier otro valor. ¿Y cuáles son esos valores? Esencialmente tres.

Primer valor. La obligación irrenunciable a aceptar cualquier otra opinión que no sea la mía. El respeto. La obligación inexcusable de defender el derecho ajeno a decir y desear. Sabiendo que puede desear o decir lo que yo no deseo ni digo. Es decir, el principio irrenunciable de la libertad. Ese es el origen del poder de la república. Resumiendo: la desalienación. Resumiendo: la libertad y su secuela más fundamental: el respeto. Nunca las ordas homogéneas. Nunca la sumisión a una idea. Nunca bajar la cabeza ante otra opinión, otro sentir u otro deseo. Nunca la renuncia al derecho individual de disentir.

Segundo valor. La aceptación inexcusable de la disensión conlleva también la necesidad inexcusable de la convivencia pacífica en la diferencia. La diferencia y la pluralidad como enriquecimiento. La república sólo será república en la conviviencia pacífica en la diferencia. Para construir. Siempre para construir y progresar. Siempre en paz. Sintetizando: concordia en la diferencia y en la pluralidad.

Tercer valor. Renuncia a los mitos. Renuncia al dogma. Renuncia a la construcción desde las restricciones inventadas desde la historia. O desde la religión. O desde la ideología. O desde la creencia de cualquier índole. La creencia en nuestra infallibilidad es un dogma necio. Una estupidez. El gran error. Porque todos podemos estar equivocados. Porque todos nos equivocamos. Aceptar la equivocación como una realidad es aceptar que los mitos y los dogmas nunca nos podrán gobernar. Quien quiera construir relatos para convencernos de un sentido unívoco del país, nos está manipulando como esclavo de sus deseos. Y de sus miserias. Porque somos imperfectos: viva la imperfección.

Falibilidad, concordia y libertad. Construir una república desde la aceptación de nuestro error, desde la concordia y la pluralidad, desde el respeto estricto a la libertad del otro. Y no hay más.

26 octubre, 2017

Lo inverosímil que da miedo

Sí, lo sé. Yo también estoy muy cansado. Hasta el gorro. Me agotan. Porque, a estas alturas, ya sabemos que no es tanto el llegar lo que quieren. Quieren remover. Siempre en movimiento. No es llegar, sino que se mueva. El viaje, y con él la ilusión, existe en el movimiento y nunca en alcanzar el destino final. Si se llega, se acabó. Así que estamos estirando y estirando. Hasta que cruja y reviente. Y al reventar, nos va a quedar una mierda de caverna. Todo por recoger. Los pobres sin mejorar. La educación como unos zorros. La sanidad en manos de unos pocos -que, por cierto, esos pocos seguro que son gordos y fuman gruesos puros; es como una ironía, la salud en manos de gordos fumadores. Me voy de tema, vuelvo. Que digo que ya veréis cuando tengamos que recoger la caverna. Nos va a salir toda la pelusa de debajo de los muebles. Esa que la pelusa nunca se ve, pero engorda y engorda sin remisión escondiéndose por los rincones y bajo los muebles o detrás del butacón o entre las rendijas y las grietas. Educación, sanidad, dependencia, pobreza,... Demasiada pelusa.

Pero, a pesar de estar hasta los albaricoques de todo esto, sí que hay cosas interesantes. Para discutir un ratito -ayudados, claro, de unas patatas fritas y una cerveza. Es muy interesante ver cómo asumimos con absoluta normalidad situaciones posibles que nos hubieran puesto los pelos de punta en cualquier otro momento. Oigo que todo esto puede acabar en rebelión popular. Tomando lugares estratégicos. Haciendo de escudos humanos. Oponiendo nuestras almas y -cuidado- nuestros esbeltos cuerpos para defendernos de piolines y de otros seres animados. ¿De verdad? ¿Nos lo creemos? En otro momento he escuchado que igual pasamos años o decenios empobrecidos. Pero que podemos resistirlo por el destino patrio. La patria siempre por delante del bienestar de sus individuos. Todo por la patria, que dicho sin tricornio parece menos obsceno. ¿También de verdad? Otra. Que aunque los europeos no nos quieran, pues que ellos se lo pierden. Que sin ellos también hay vida y que fuera de la Unión Europea igual la vida es más divertida. No, ¿verdad? En otro lugar he escuchado que si las empresas se van, pues que ya volverán. Y que si se quieren ir, pues que ellos se lo pierden. Que nosotros valemos mucho y que tendremos cola para recibir a bancos y empresas extranjeras. ¡Vamos, vamos! O que podremos cobrar bonos patrios. O que se puede militarizar hasta la moreneta. O que los funcionarios, todos, se van a poner de culo -¡por Dios, qué imagen! O que Mariano va a presidir la Generalitat -que seguro que puede porque si no hace nada en Madrid, aquí también puede vivir sin hacer nada. O que se nos van a enfrentar piolines y mossos, como si fuera un match en la cumbre. Pero, ¿de verdad no vamos a despertar nunca de esta sinrazón? ¿De verdad creemos alguna de estas estupideces? Cuidado porque, al despertar de la fiebre, muchos cuentan cosas inverosímiles que superan los límites de la caverna conocida. Terra ignota.

25 octubre, 2017

Inevitables renuncias

Inevitable: imposible de evitar. Que no se puede eludir, excusar, apartar. En eso se ha convertido la política con el asunto catalán: en la gestión de lo inevitable. O lo que es lo mismo: la antigestión. O lo que es lo mismo: la antipolítica. Porque lo inevitable no requiere ni permite gestión alguna. Y me quedo con los ojos como platos. Con cara de idiota. Porque me acaban de dinamitar mi esperanza: la política. El terreno en el que se construye lo posible. El terreno del cambio y del progreso. Pero no. Ellos que no. Dale que dale. Me están negando la política y me la quieren convertir en la gestión de lo inevitable. Puigdemont y todos sus seguidores y vitoreadores, junto con Rajoy y todos sus seguidores y vitoreadores. Nos venden que hemos llegado hasta aquí porque ellos no han podido hacer más que lo inevitable, pero no lo posible. Que sólo son capaces de hacer aquello que no han podido eludir, excusar o apartar. Decepcionante. Y muy triste.

Los clásicos tenían claro que la política, el discurso sobre el bien común, el arte de gobernar polis, era el juego de lo posible. Si queremos un proyecto común, deberíamos creer en la política. Porque aquello que es posible debe ser compartido y construido entre todos. Pero cuando la construcción del bien común se hace imposible y sólo contemplamos lo inevitable como única opción, entonces estamos renunciando trágicamente a la política. Y a esas quieren convencernos que hemos llegado. Porque todos los argumentos que escucho para explicar cada uno de los pasos que dan, se sustenta en lo inevitable. Y, qué quieren que les diga, o son unos inútiles como políticos o nos quieren engañar como a idiotas.

Puigdemont declarará la DUI porque es inevitable para él. Porque Rajoy y Madrid no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Rajoy aplicará el artículo 155 de la Constitución porque es inevitable para él. Porque Puigdemont y Catalunya no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Estos son sus argumentarios. Iguales. Mezquinos. Absurdos. Dos personajes que encarnan la renuncia a la política, que renuncian a la palabra, que se esconden detrás de una inevitabilidad sólo apta para crédulos. Muy crédulos. Muy adeptos. Sólo apta para todos aquellos que renuncian al espíritu crítico y a la construcción del bien común. Pero nunca apta para nosotros, para los que aún creemos. Porque los que confiamos en la política y en la palabra no nos podemos dejar convencer tan fácilmente. Con esos argumentos. Con esas renuncias. La mezquindad política no nos puede gobernar. Porque si permitimos que la mezquindad política nos siga gobernando, estaremos renunciando a la construcción del bien común y del futuro. Renunciando al progreso. Y cada día nos venderán una renuncia más. Y cada día nos harán agachar la cabeza ante lo inevitable. Y cada día estaremos más vendidos entre sus manos mezquinas. Y no.

22 octubre, 2017

Mentiras y silencios

Nada. Nada nuevo. Queramos o no, es así. Todo como siempre ha sido. El mismo de la Ley Mordaza, el mismo que nos claveteó otra vez en el siglo XX con una ley de educación, el mismo que ha utilizado la corrupción como si fuera un mecanismo más del estado de derecho, el mismo que recortó y recortó para beneficio de unos pocos y dolor de los más débiles, ese mismo vuelve a sentenciar. Ése, el mismo, ahora se erige en garante de la democracia con la única intención de hacer desaparecer a un gobierno y amordazar a todo un parlamento. ¿Y nosotros qué? Pues nosotros seguimos enfurruñados. Y entonces una pataleta. Un lloriqueo pusilánime, como mucho. Eso sí, todo revestido de color y mucha algarabía. Como para pasar la tarde y tomar un poco el aire. Y a cenar y a dormir que mañana tengo una reunión. O, como si de una ofrenda extraordinaria se tratase, gritar en el Camp Nou un poquito -siempre y cuando no interrumpamos un gol de Messi- esperando así cambiar el mundo. O cambiar Catalunya, al menos, ya no España. ¡Para qué, si son irreformables! Pero nosotros sí. Nosotros aún tenemos solución y futuro. Pero perdóname un momentín, que se acerca el minuto 17:14 y tengo que gritar para cambiar el mundo.

Tristeza. Tristeza y mucho desánimo. Y ya no es sólo por las consecuencias de las políticas de Rajoy. Tristeza, sobre todo, porque estamos ante el borde de un abismo. Un abismo que todos hemos ayudado a acercar. Todos. Los que sabían perfectamente adónde íbamos, pero pusieron el engaño al servicio de un sentimiento patrio. Los que no sabían, aunque intuían, pero callaron cobardemente sin ser capaces de nadar contracorriente. Y los que no sabían ni intuían, pobres, porque se dejaron arrastrar. Ahí estamos todos y que cada uno aguante su vela. El abismo: décadas agachando la cabeza, sin ver ni una esperanza en el puñetero horizonte. Porque los vencedores no nos van a dejar levantar la cabeza. Y cuidado, porque los vencedores son PP y Ciudadanos, sobre todo, y a partir de hora tienen camino expedito para seguir gobernando. Han engordado tánto que pueden subsistir sin probar bocado el resto de la travesía.

Y los catalanes hemos hecho el trabajo sucio. Sí, sí, nosotros, los catalanes. Durante mucho tiempo nos hemos dejado arrastrar por mentiras. Muchas mentiras. Y deberíamos reconocer, quizás, que nunca estuvimos dispuestos a entregar la vida por esas mentiras. Deberíamos admitir que estábamos dispuestos a gritar, exigir, reclamar, argumentar, reír, mostrar,..., pero dar la vida, no. Hasta es posible que ni tan siquiera estuviéramos dispuestos a entregar el sueldo de un mes por esas mentiras. También es cierto que nadie nos las explicaba. O quizás nunca estuvimos dispuestos a escucharlas así, a bocajarro.

Nunca nos contaron que Europa no nos querría. Aún hoy he visto colear alguna secuela de esa mentira en ese infierno que es Twitter. Seremos Europa, decían. Y Europa va y nos hace una pedorreta de mucho cuidado. Una pedorreta que se ha oído hasta en Tumbuctú. Ni Alemania ni Francia ni Italia ni Reino Unido ni... ni sus bancos. Que no, que no nos quieren meándonos en una de las esquinas de Europa. Así que los europeos nos han dado una palmadita en la espalda y nos han dirigido a Mariano Rajoy para que nos devuelva al redil. Pero nos vendieron que sí. Y es que no. Nos vendieron que éramos los más europeos de entre los campeones europeos. Que a toda Europa se les iba a hacer el culo gaseosa cuando dijéramos, "ahí vamos, Europa". Pero no. El culo no se les ha hecho gaseosa. Y así estamos ahora, con vértigos.

Nunca nos contaron que no habría bancos dispuestos a darnos un euro. Ni un duro. Ni un franco ni un dólar. Que no hay dinero. Nunca nos dijeron que empezaríamos empobrecidos y que no habría créditos para poner unos malditos visillos en las ventanas. ¡Con lo bien que nos hubiera quedado! Nunca nos dijeron que funcionarios o jubilados podrían sufrir durante meses o años los sinsabores de no tener un euro en el bolsillo. Bonos patrios. ¡Nos querían pagar con bonos patrios! Eso es lo que habían pensado, cuidado. ¡Pero qué mierda de bocadillo se hace uno con un bono patrio! Claro que ellos no deben comer muchos bocadillos y no entienden.

Nunca nos dijeron que las empresas huirían de Catalunya como de la peste. Es más, nos dijeron lo contrario. A sabiendas de la cobardía de las empresas y del poco patrioterismo del dinero. "Jamás se irán", decían los gurús con americanas multicolores. Pero los gurús mentían o son unos ineptos. Porque ahora sabemos que durante décadas Catalunya podría sufrir la pobreza de no tener puestos de trabajo. ¡Décadas! Quizás, los que tenemos una cierta edad, podríamos estar dispuestos a sacrificar lo que nos queda de vida por un gozo patriótico. Quizás, no digo que no. Incluso podríamos aceptar la pobreza del resto de nuestras vidas sabiendo que hay una élite, la nuestra, que seguirá engordando -y hasta es posible que gobernando. Pero también es posible que no estemos dispuestos a hipotecar el futuro de nuestros hijos. Quizás no queremos ver cómo nuestros hijos deben irse de la patria para poder tener un proyecto de vida despatriada. ¿Alguien pensó en dejarnos elegir? ¿Alguien creyó que pudiéramos estar interesados en saber la verdad?

Nunca nos contaron que el estado tiene piolines suficientes como para dejar Catalunya como un erial. ¿De verdad creímos que en algún momento los piolines vendrían a pasearse por la playa de Sitges? ¿Quizás creímos que los piolines vendrían, pero saldrían asustados ante...? ¿Ante qué? ¿Qué queríais, que los mossos se partieran la cara por nosotros mientras les mirábamos por la ventana? ¿O pensabais verlo por la tele en un especial mossos vs piolines? No nos lo contaron, pero parecemos idiotas si creíamos que necesitábamos que nos lo contaran.

Nunca nos contaron que la democracia no era lo que suponíamos. Nunca nos contaron que la democracia, para ellos, consistía en hacer leyes a medida. A medida de la oligarquía patria. Como tampoco nos dijeron que podían pasarse la democracia por el forro y también a medida. No nos contaron que la democracia era no mirar a las minorías. Que la mitad más uno puede olvidarse perfectamente de la mitad menos uno. Que se puede construir un país maravilloso precindiendo de la mitad menos uno del país, ¡ahí te quedas! Y hablando de minorías, me hizo mucha gracia ver como Coscubiela les ponía contra las cuerdas, pero que, para ellos, perdía rápidamente la razón si el PP le aplaudía. ¿Qué tipo de argumento es éste? Pues déjenme decirles que hubiera estado bien conocer antes este argumento para poder cortarles las manos a los del PP y evitar así que aplaudieran al pobre Coscu. ¿Qué tipo de democracia es ésta? ¿De verdad podemos amordazar o reírnos en la cara de la mitad menos uno del país?

Nunca nos contaron que las decisiones importantes de mi país las tomarían los representantes electos, pero también los no electos. Una democracia donde las decisiones más trascendentales las toma el presi, el vicepresi y unos pocos amiguetes que nunca nadie les ha elegido para representarnos. Nadie. Así, como si nada, ANC y Omnium decidían con el presi y el vicepresi dónde teníamos que estar, qué teníamos que decir, hasta qué hora se debía decir y a qué hora se debería dejar de estar. O decidían si se presentaba un DUI o media DUI o la puntita de la DUI o... ¿Lo decidían los cargos elegidos democráticamente? Pues no. O, por lo menos, no sólo ellos. Y el presi y el vicepresi poniendo todos los medios para que nadie dudara. Prensa, televisión, radio y demás entes no especificables por escrito y en público. ¿Alguien preguntó? ¿Alguien nos dejó elegir a esos representantes que no nos representan? ¿De verdad se puede manejar la voluntad de tantos y tantos catalanes por unos cuantos arrogados en el papel de libertadores?

Triste, muy triste. Porque todas las mentiras nos han arrojado a los lobos. Y los lobos aúllan desde Madrid. Y a mí no me sirve con llorar y rebozarme en el victimismo. Yo no quiero llorar, yo quiero tener ilusión. Y prosperidad y futuro, para mí y para mis hijos. Y quiero creer que la justicia, el progreso y la igualdad son los retos por los que vamos a luchar en el futuro. Y sin sentir el aliento de los lobos en mi cara.

20 octubre, 2017

Epístolas para consumo propio

Diálogo de sordos. Diálogo de ciegos, también. Cierto es que no se escuchan, pero tampoco ven. O ven aquello que les conviene ver. Pero incapaces de mirar lo que hay más allá de sus palacetes y salones. Diálogo no hay. Pero nada de nada. Ni en las altas esferas ni tampoco ya en las barras de los bares. Ahora ya es imposible. Nada de nada. Se nos está acabando el terreno de la palabra y, con él, se nos ha acabado el terreno de la razón. Y del diálogo. Diálogo y razón tienen en la palabra a su único y fundamental soporte. Más allá, el silencio. La sinrazón.

Insisto, no hay diálogo. Y menos aún por carta. No hay diálogo epistolar. Sí, cierto, se han intercambiado cartas, pero para nada. Porque ni se han leído ni han querido nunca leerse. Y no se han leído para no tener que entenderse. Las cartas han sido sólo para consumo propio. Cartas para elevar el propio espíritu. Cartas para que el ánimo de los míos no decaiga. Cartas para mantener viva la sordera. Cartas para no intercambiar nada. Puigdemont ha escrito sus cartas para los propios. Para que no decaiga el espíritu etéreo y para que no crean que todo ha sido para nada. Rajoy ha contestado, en carta, para los propios. Cartas para elevar el ánimo de los propios desde el cemento y para que no crean que el cemento se desmorona.

En las cartas hemos leído interpelaciones y paráfrasis. O algo parecido. Porque creo que las paráfrasis dejaban de ser paráfrasis desvaneciéndose en los renglones. Paráfrasis que no han explicado nada, para desvanecer sentidos en soflamas. Paráfrasis que más bien enredan para tejer las propias ropas. E interpelaciones que no han interpelado. Interpelaciones que nada quieren interpelar. Interpelaciones que tejen redes tupidas de las que nadie puede escapar. Paráfrasis e interpelaciones perdidas. Humo. Mucho humo. Humo tóxico. Y continuamos pasando pantallas. Pero continuamos pasando pantallas sin acabar ninguna de ellas. Vivimos una época de consumo compulsivo. Debemos consumir sin ni tan siquiera acabar con el bocado anterior. Consumir ante todo como si, así, avanzáramos hacia algún sitio. Pero no avanzamos. Como pollo sin cabeza. Creer que avanzamos para no avanzar. Quizás, para no tener que avanzar. Y nos hemos alimentado de pantallas que nunca hemos acabado de consumir. Así hasta atragantarnos. ¿Alguien se acuerda ya de las muchas preguntas que se han quedado en el tintero? Sin respuestas. Sin diálogo. Preguntas estériles, resecas. ¿Qué pasó con el derecho a decidir? ¿Qué pasó con el derecho de autodeterminación? ¿Ya hemos aclarado qué és eso de la república social? ¿Qué legitimidad tiene la Llei de Transitorietat? ¿De qué manera vamos a respetar a las minorías? ¿Hasta qué punto la mitad más uno pude decidir el destino de la mitad menos uno? ¿Siempre? ¿No siempre? ¿Hasta cuándo? ¿Qué tipo de relación queremos los catalanes con el estado español? ¿Qué pasará con al economía catalana? ¿Cómo queremos el referendum? ¿Es válido el 1-O? ¿Hasta qué punto queremos que el 1-O sea el inicio de una república verdaderamente democrática? ¿Queremos una DUI? ¿Queremos ser Europa? ¿Cómo aceptará Europa una DUI? ¿Es el artículo 155 de la Constitución aplicable ahora en Catalunya? ¿Tenemos a dos catalanes prisioneros políticos? ¿Qué es un prisionero político? ¿Sedición? ¿Hasta dónde puede el poder judicial solucionar el problema catalán? ¿Pueden dos grupos civiles decidir el futuro de un pueblo? ¿Está el Govern en manos de sociedades civiles? Y preguntas y preguntas que nunca han llegado a tener respuestas. Preguntas que se están perdiendo en pantallas anteriores. Engullidas sin haber resuelto nada. Preguntas que debieran haber sido la esencia del diálogo. Y de la democracia. Y que no se han respondido. Y que no hay diálogo. Y que se nos desvanece la democracia. O vaya usted a saber.

12 octubre, 2017

La derecha es derecha, siempre y donde sea.

Hay cosas que no entiendo. Muchas, perdón. Hay muchas cosas que se me aparecen como incógnitas. Y en política, también. Ya sé que dos y dos no son cuatro cuando hablamos del ser humano. Del comportamiento del ser humano. Y menos aún cuando hablamos del comportamiento colectivo. O de la respuesta política al comportamiento colectivo. O de la respuesta colectiva al comportamiento político. Es igual, el caso es que hay cosas que no entiendo. Una: ¿cómo es que la derecha, siendo derecha en todas partes, no es percibida como derecha en todas partes? Concreto un poco más: ¿cómo es que la derecha catalana no es percibida igual que la derecha española? ¿Hay una derecha con cuernos y rabo (perdón) y otra angelical? No. Yo creo que no.

Cierto es que tenemos una derecha española aferrada al terruño. Saca banderas y enarbola astas con símbolos por doquier. Se apropia de colores y enseñas. Utiliza el sentimiento patrio para preservar sus dominios. Manipula utilizando los sentimientos para anclar en la patria la desigualdad y el mantenimiento de sus propios intereses. ¿Alguien lo duda? Siendo así, ¿alguien puede dudar que esta misma jugada se realiza en Catalunya y por su propia derecha? Puede haber diferencias de estilo, pero secularmente no han tenido otro interés que el propio: proteccionismo de estructuras de poder, defensa de las desigualdades de clase, menosprecio de lo diferente,... Total, que escupir a lo diferente es el deporte favorito de esa derecha que mima, sobre todo, a su bolsillo.

Las políticas económicas. Poco que decir. Si Rajoy se esforzó por meternos en la mollera que recortar era un deporte necesario para seguir viviendo, Mas y seguidores fueron los primeros en vendernos la moto, los primeros en convencernos de que el futuro pasaba por vaciar de dinero los derechos sociales. Unos nos dijeron que es que Alemania. Los otros afirmaron que es que España. Pero el resultado es el mismo: empresas incrementando sus beneficios a costa de que los más pobres sufran, aún, un poco más.

¡Uy! Calla, que es que la utilización de la fuerza distingue a unos de otros. Es que los españoles son muy dados a dar porrazos, pero los catalanes son más sutiles. Falso. No juguemos a esconder verdades. Sólo diré un nombre: Felip Puig. Sólo me acordaré de un hecho: desalojo de plaza Catalunya cuando los ilusionantes 15M nos enseñaron un atisbo de luz. La utilización de la fuerza (ahora no hablo de Mossos o de Guardia Civil, sino de sus mandos) es una característica propia y muy característica de la derecha. Como pasa cada vez que hay una reunión del FMI, por ejemplo, en un país extranjero. ¿De verdad vamos a creernos que la derecha española es más incivilizada que la catalana? ¿Nos acordamos cuando Mas tuvo que allegarse al Parlament en helicóptero por su política de recortes y de falta absoluta de diálogo? ¿Es que no repartieron mandobles a diestro y sieniestro? ¡Vamos, hombre!

¿Y la manipulación informativa? TVE se está distinguiendo por una manipulación descarada de la información. Escondiendo hechos. Mirando hacia otro lado. O, directamente, tergiversando la realidad. Los comentaristas que nos embuten en el plasma son más casposos que las chorreras y más reaccionarios que el aceite de ricino. Mucho asco. Tanto asco que los propios profesionales de TVE se han rebelado en más de una ocasión. ¿Y qué pasa con TV3? Pues que también miran hacia otro lado (el contrario). Que nos nos enseñan todo o solo nos muestran la puntita. Que los planos no son inocentes y salen más o menos banderas en función del color. Que los comentaristas son tan plurales como un desfile militar. Que se regalan programas infumables a adeptos (o adictos) al régimen para que hagan su proselitismo barato. Que los profesionales de TV3, a través de su comité de empresa, han denunciado la falta de pluralidad y el exceso de manipulación. ¡Joder, vaya tropa a un lado y a otro!

Total: Pasatiempo imposible: encuéntrense las siete diferencias.

07 febrero, 2017

Mas, president

Los gestos son más importantes que las palabras. A veces. Muchas veces. Demasiadas veces. Y digo demasiadas porque la voz engolada, el alzamiento del mentón, la vista perdida en lontananza, una mano en el corazón, un par de sonrisas agradecidas, una leva caída de ojos, el sentido fruncir de la frente que aparece y desaparece, las manos cogidas y alzadas en muestra de agradecimiento, el pausado caminar, el cuerpo erguido huyendo de su propia estatura,..., son tantos y tantos los gestos del mártir que podríamos componer el tratado definitivo sobre gestualidad, a la luz del muestrario que el president Mas nos ha regalado en sus últimas intervenciones públicas. Aunque yo creo que tanto abusar del muestrario sólo pueden tener un final más que previsible: la escoliosis o la artrosis o, al menos, unas cuantas contracturas. Demasiado esfuerzo para un cuerpo demasiado humano.

Es como la multitud que, ante el pretendido patíbulo hacia el que se dirigía el President, demesuraban cualquier tipo de protesta avanzando hacia el terreno de lo folclórico y lo esperpéntico. De hecho, a mí me da que los líderes de otros partidos de izquierda que se quisieron unir al espectáculo, llegaron a pensar: "¡Por todos los clavos de Cristo!, soy como un arenque en una escudella hirviendo". Seguro, vamos. Porque la izquierda en Catalunya está un poco despistada. Muy despistada. Eso también os lo digo. Con cada paso que da rompe algo. Jarrones, macetas, platos, estatuas, ilusiones, ideas, reivindicaciones, nortes,... Todo queda hecho trizas tras el paso del fenómeno catalán. Porque algo sí tiene de fenómeno. Lo de Catalunya, digo. De hecho, estoy convencido de que el fenómeno catalán será estudiado en el futuro por la capacidad que tiene de engullir todo cuanto se mueve a su alrededor. Si tuviéramos a mano por aquí a un Dalí, ya hubiera pintado el Gran Chupador con una barretina en la testa y unos cuantos restos de buenas ideas de izquierda a los pies. Porque nada existe más allá del horizonte que dibuja el "melic català". Nada. Ni hambres, ni injusticias, ni pobrezas. Nada se ilumina en los rincones de su caverna.

Pero volvamos al President. La afectación es tan evidente que uno puede entrever el guión escrito por los emanuenses nacionales. La indecorosa puesta en escena -convidando a los de siempre, fletando autocares, incendiando los mismos corazones, apoderándose de los sentimientos y de su expresión- tiene su culmen en la majestuosidad con la que acompaña cada uno de sus gestos el molt honorable President. Este hombre ha tenido mala suerte. Este hombre hubiera tenido que vivir en otra época. Con una larga capa púrpura o dorada o roja, caminando bajo palio o cavalgando sobre un caballo o escoltado por doradas armaduras, pisoteando claveles o rosas rojas o blancas, convirtiéndose en el símbolo de un pueblo que levantaría estatuas, arcos triunfales y altas columnas que, como pollas al viento, grabarían la eternidad de sus gestos en la memoria colectiva de una nación entregada a su devoción. Pero no. El pobre se deshace en gestos y demostraciones artificiosas, en grandilocuentes exhibiciones que -lo siento mucho, President- nunca le llevarán hasta ningún trono. Por tanto, pido a los voceras que le encumbran en los medios de comunicación y a los entusiastas que le aplauden en los actos multicolores, que no sean crueles y que, cuando le dejen caer, procuren que no rompa nada más -Mas.

10 agosto, 2016

Me avergüenzo en catalán

Me avergüenzo, no lo puedo remediar. Llevo toda mi vida metido en la caverna y conozco perfectamente cómo funciona, pero me avergüenzo. Y es que, aunque lo sospeches, ver la desfachatez, el descaro, la impunidad con la que se mueven y mienten estos mentecatos, me supera. Parece ser que ayer, en can Rahola, situada en la población pijiguay de Cadaqués, Girona, se reunieron una serie de amiguetes. La histriónica y contumaz discutidora Rahola puso el escenario. Una mujer que discute igual que engulliría un podenco en una jamonería. No debe ser de paladar fino en cuanto a ideas, seguro. Eso sí, patriota a más no poder. Y no entiendo cómo no ha posado aún enseñando una teta y liderando al pueblo catalán hacia Ítaca. Pero sigamos y salgamos del cardado Rahola. Como destacado invitado, el molt honorable senyor Puigdemont, ejerciendo de cantante de club demodé. Pero aquí no acaba la cosa. El panzudo Laporta, otro histriónico engreído que gusta bañarse en Moët Chandon, se mostraba con gafas de sol oscuras dentro del salón. Lo de las gafas de sol era para dar realce o para esconder la ingesta etílica, o para ambas cosas. Y cuidadín con Laporta, que éste, con una copa de más, también es capaz de arrastrar al pueblo catalán a Ítaca o al lado oscuro junto a Darth Vader a través del hiperespacio. Es igual, está acostumbrado a hacer lo que le salga de la panza sin que nadie le lleve la contraria. Y a partir de aquí, pues un jefe de policía, algunos periodistas, algún empresario, algún político más,..., es decir, lo más excelso de esta decadente sociedad catalana que se envuelve en la cuatribarrada para prepararnos una croqueta indigesta, pero que nos tragamos como indigentes.

Me avergüenzo. Y mucho que me avergüenzo. Pero ya no tanto por estas escenas esperpénticas que, sinceramente, me la traen al pairo, sino porque si esto mismo hubiera ocurrido en Madrid, ahora los ladridos de perros se escucharían en Tumbuctú. Si se hubieran reunido el presidente del gobierno junto con otros políticos, periodistas, expresidentes de clubes de fútbol, empresarios, responsables policiales y demás personajillos en la casa madrileña de... pongamos... Ana Rosa Quintana, cualquiera de nosotros estaría escandalizado y los puristas catalanes escupirían con desprecio la afrenta. Pero, sin embargo, ellos sí pueden hacerlo con impunidad porque la victimización en la que se sumergen les da alas para exhibirse sin recato. Son la élite, lo saben ellos y nadie lo pone en duda, y tienen bula moral. Así se exhiben. Me avergüenzo y mucho. Pero sobre todo me avergüenzo porque hay dos millones de catalanes que disculpan y protegen estos comportamientos obscenos.

De todas formas, que nadie olvide que llevo tiempo avergonzado, y mucho, con los ocho millones de votantes que amparan con sus votos a un partido que ha ejercido o disimulado la corrupción política. Ellos también con desfachatez e impunidad. No sea ahora que, por morder a tirios, se me envalentonen los troyanos.

10 febrero, 2016

Contra los Pujol

Sinceramente, no suelen sacarme de quicio los ladrones. Sí, ya sé que esto no suena bien dicho así, sin guarnición. Pero es que así lo pienso. Ahora pongo la guarnición. Conste que no disculpo a los ladrones, sin más. Conste que no deseo hacer apología del robo ni tampoco lo justifico. Aunque haya situaciones en las que yo también robaría. Sí, eso sí lo reconozco. Y no, por supuesto no me refiero a situaciones en las que se abusa del poder, sino a situaciones de desesperación o de injusticia natural. Terreno pantanoso, ya lo sé. Pero es que en situaciones de desigualdad en las que se pone en riesgo la propia supervivencia o la de las que están bajo nuestra protección, creo que uno debe responder a las leyes naturales. Después ya vendrán las leyes humanas a poner orden, por supuesto. Porque la supervivencia es una ley natural a la que deben poner coto las leyes humanas. Pero no me quiero liar más en estos parajes. En otro momento. Tampoco es que quiera liarme con los otros ladrones. Los ladrones del descaro. Los robos de los miserables. Los robos de los que en la caverna nacieron para pisotear a los semejantes. Con estos ladrones, a los que desprecio profundamente, tampoco me quiero liar. Aunque insisto en la premisa de salida: no me sacan de quicio. Sí me sacan de quicio las injusticias. Que el ladrón quede impune, me enerva. Que las leyes humanas se burlen o se apliquen arbitrariamente en favor de los mangantes, me subleva de tal manera que despierta en mí a un ser violento y nada racional. Porque debemos distinguir de entre los ladrones a la clase más excelsa: los mangantes. A estos, vuelvo a ser sincero, les escupiría en la cara. Aunque no por ladrones, sino por la impunidad.

Pero, ademas de la impunidad, también me sacan de mis casillas la soberbia y el menosprecio con el que nos abofetean estos mangantes. En la caverna española hay muchísimos casos. Pero en la caverna catalana, también. Y muy paradigmáticos. El clan Pujol en su totalidad, lo son. Y en especial, don Jordi y doña Marta. No creo que nos desviemos mucho de la verdad si pensamos que los Pujol son ladrones. Tal y como suena. Pero, además, de la clase mangante. Es decir, de los que se sienten impunes y creen que el mundo debe ser desigual. Porque, en su caso, la cuna y la posición social justifican que vivan de la injusticia y de la desigualdad, con total descaro. Todo esto según ellos, claro. Y, además, se creen con la dignidad suficiente y exclusiva de menospreciar a cualquiera que se ponga en su camino. Denigrar a inmigrantes. A los que no hablan su lengua. A los que no huelen a exquisito. A los que no se rebozaron en su bandera. Menospreciar a pobres. A trabajadores. A los que rezan en otros templos. A los que desean salir del lodo. O desean simplemente sobrevivir. Marta y Jordi. Tendría que haber un delito reconocido que fuera el robo con menosprecio. Un delito penado como delito contra la humanidad. Porque ya no se trata solo de robar como mangantes, cosa grave, sino que se trata de manejarse con la altivez suficiente como creer que los demás somos escoria, material sobrante sin ningún tipo de valor.

Me reafirmo, a ellos sí les escupiría a la cara. Pero un escupitajo en toda regla. Un buen escupitajo, cargado con todas las flemas que fuera capaz de rascar de cada uno de los rincones de mi ser. Contra ellos sí me dejaría traspasar por la irracionalidad para devolverles en algo su menosprecio y altivez.

25 enero, 2016

Españoles muy españoles

Estoy hasta el mismísimo níspero de los españoles-muy-españoles. Esos que van escupiendo banderas rojigualdas a la cara de los descreídos como yo. Pero es que no soporto que me den lecciones sin yo pedirlas. No soporto que nadie me diga qué debo sentir ni cómo lo debo sentir. ¡Hasta el níspero! Espero me perdonen que no diga cojones. En fin, sigo. Oigo cada dos por tres a algunos esencialistas que nos quieren decir cómo debemos sentir la patria. Pero voy a decirlo otra vez para que no quepa duda alguna: los "españoles-muy-españoles" me la traen al pairo. No me despiertan más que repulsión. Arcadas. ¡Puag! Aunque, aclaro, ¿me repugnan porque sean muy españoles? Que no. Que ya he dicho que me la traen al pairo. Ellos puedan ser lo que quieran, me la sopla. Su españolidad-muy-española se lo pueden comer con patatas. Pero no soporto que me digan cómo debo ser yo. Porque, al hacerlo, me desprecian abiertamente. Porque, al hacerlo, demuestran su incapacidad para entender que haya otras maneras. Porque, al hacerlo, quieren relegarme a ser un ciudadano de segunda. Porque yo merezco tanto respeto como ellos y, por supuesto, mucho más que cualquier entelequia patriotera. Estos personajillos que se envuelven en la bandera y el patrioterismo, no son más que indigentes intelectuales, pero venidos a más. Decía mi padre que lo peor de un idiota no es que fuera idiota, lo peor, decía, es que crea que no es idiota. O como digo yo, no hay peor idiota que un idiota con iniciativa. O como decía Sócrates, solo el ignorante hace el mal porque, sencillamente, es un ignorante. Así que, un poquito de más cultura para esos españoles-muy-españoles.

P.S.: Substitúyase españoles por catalanes y el escrito es igualmente válido. Si se conocen otras necedades o nacionalidades o esencialidades, apreciaría que se comprobara su corrección. Yo creo que funciona. Si no es así, agradecería se me comunicase por los conductos habituales. Una cosa más, las bromas sobre los conductos, sean o no habituales, ya me las sé todas.

18 enero, 2016

Patria y educación en Catalunya

¿Patria? Más patria. La caverna es la patria. Y en la caverna se olía un tiempo nuevo. La revolución asomaba por la esquina. Así, la puntita. Luminosa y prometedora. ¡Ay, qué será de la revolución! El futuro era nuestro. La caverna dejará de ser la caverna. La república catalana. Se dijo. Pero...y ya empezamos con los peros. Pero, insisto, para el nuevo tiempo, una consellera vieja. Perdón, más que vieja, rancia. Crecida desde el cieno. En nuestro cieno. El de siempre. Ella, del Opus. Construida en el Opus y al calor de toda serie de instituciones eclesiásticas. De aquellas que separan a niños y niñas, porque no todos son iguales. ¡Válgame el cielo! De aquellas que separan a ricos y pobres, porque no todos son iguales. L'ordre, jove, l'ordre! Una consellera que fue redactora de la LEC. Una ley muy parecida a LOMCE, pero en catalán. La revolución asomaba por la esquina. ¡Ay, qué será de la revolución! Una consellera que seguro que analiza gráficos, que entiende de planes de viabilidad, que sabe qué es la rentabilidad. Una consellera que sabe cómo y con quien se debe gastar el dinero. Pero es que la consellera no es diferente de un president muy beato. Dels de tota la vida. Un president que igual rememoraría el carlismo o la Lliga catalana o las gestas de Pere el del punyalet. Todo muy aristocrático y de mucho orden. Pero, donde hay patria no hay lugar para los individuos. On s'ha vist això! En la caverna pueden cambiar muchas cosas, pero los dueños del cieno quieren seguir dominando el cálido limo del fondo de la caverna. Así que: ¿Patria? ¿Qué patria? La revolución asomaba por la esquina. ¡Ay, qué será de la revolución!

12 enero, 2016

Puigdemont esencial

En la caverna, no todo el mundo entiende. Las cosas pasan porque tienen que pasar y punto. Así es en la caverna. Pero no todo el mundo entiende. La racionalidad que no aparece en las urnas se remienda en los despachos y salones. Es así. Lleva siglos siendo así. Muchos. Las esencias se perpetúan. Los errores se solventan. Las voluntades, las democracias y otras zarandajas, se enderezan en los salones. Al final, todo cuadra con el orden exquisito que los iluminados diseñan. Ha sido, es y será. Pero no todo el mundo entiende. Le pasa a @arqueoleg. En su blog, dice unas cosas... ¡Ay! ¡Ay, ay, ay! ¡Qué cosas dice! Pues no voy y leo en su blog que el molt honorable Carles Puigdemont ha tirado del españolismo del PP para gobernar el Ajuntament de Girona. ¡Habrase visto tamaña osadía! Y es que, seguramente, el Arqueòleg no entiende. Son cosas de la política de salón. También dice que Puigdemont intentó desalojar un bloque de pisos de Salt ocupado por la PAH y que fue el Tribunal de Estrasburgo quien lo impidió. O que puso cadenas en los contenedores de un supermercado para que los pobres no pudieran rebuscar comida. ¡Qué cosas dices, Arqueòleg! Quizás no entiendes. Es que, señores, hay que poner orden y concierto en la caverna. Los del hambre no pueden comer así como así. ¡Qué cosas! Y los de la vivienda...pues que se jodan. En la caverna somos gente de orden y paz. Entiéndase, del orden sosegado y muy conservador. De la paz de las jerarquías y la limosna. Es que hay que ganarse el cielo. El cielo, aclaro, es algo así como la supercaverna. O la recontracaverna. La rehostia de la caverna. Lo digo para los que no entiendan cómo funciona esto. Como el Arqueòleg. El cielo es, por ejemplo, donde van los santos, los mártires y las beatas. Y Puigdemont es mucho de ganarse el cielo. ¿Por dónde se gana el cielo? Pues no lo sé, pero él hasta le puso lubricante cuando hubo que enviar a tres beatas al cielo. Él y un señor del PP se encargaron. Un ministro. Es que el cielo, o la supercaverna, se gana siendo un hombre de orden y paz. Ya lo he dicho y esto lo sabemos todos en la caverna. Excepto los marxistas. Los marxistas no se ganan el cielo. Los marxistas son como el Arqueòleg, que no se ganarán el cielo porque no bajan la cabeza al orden y la paz de los señores de los salones. Por eso no le gustan los marxistas a Puigdemont. Le revuelven las entrañas. Le ponen los pelos de punta. Es un decir. Es difícil ponerle los pelos de punta. No hay narices a controlar ese desaguisado. Suerte que la paz y el orden los lleva más abajo, en el corazón, junto a la cartera. Muy nacional, por cierto.