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29 noviembre, 2017

Jóvenes malas personas

Mala persona. ¿Qué decir de las malas personas? Todo malo. Por supuesto. Pero, ya que estamos, vamos a empezar mal y a propósito. No nos vamos a preguntar qué significa mala persona. Aunque todos tengamos en mente qué es una mala persona. ¿Será lo mismo para todos? Pues no lo sé ni tampoco es importante es este momento. Estoy con otra cosa. ¿Y entonces a qué viene lo de mala persona? Pues porque estoy con aquello de decir de un niño o de un joven que es mala persona. Me explico. Sea lo que sea una mala persona, voy a intentar explicar por qué no hay ningún niño o adolescente que sea mala persona. Insisto: ni uno solo. Dicho de otra manera: quiero mostrar que cuando nos tomamos la libertad de decir de un niño o adolescente que es una mala persona, en realidad estamos diciendo algo imposible y apuntamos en la dirección equivocada. A lo drástico.

Parece ser que el término persona, por lo que dicen algunos sabios, proviene de la palabra griega prósopon -en griego antiguo πρόσωπον, creo. El caso es que no sé griego antiguo. Ni antiguo ni moderno. Lo siento. Estas son dos más de mis muchas ignorancias. Es que soy más de ciencias. Y de excusas baratas. Aunque, eso sí, algo he leído al respecto. Prósopon significaba máscara. Y se refería a las máscaras que llevaban los actores en el teatro griego. Esas tan guapas que se ven antiguas y que te venden en las tiendas para turistas de Plaka. Sí, hombre, esas en que una sonríe socarrona y la otra arrastra una tristeza desesperada. La comedia y la tragedia, simbolizaban. El caso es que esas máscaras de teatro se llamaban prósopon -o πρόσωπον escrito en griego antiguo, ése que no sé. Parece ser también, que las máscaras las llevaban los actores para adquirir la personalidad que representaban. Y además servían para amplificar el sonido de la voz. Vamos, que las máscaras eran atrezzo por un lado y megáfono por otro. Es lo que tenía ser griego hace dos mil quinientos años. El caso es que llegaron los romanos y por arte de evolución lingüística apareció el término latino personare, el antecedente de persona. ¿Y todo esto para qué? Pues para caer en la cuenta. Para caer en la cuenta de que con la palabra persona señalamos a los seres humanos que adquieren una condición. Una máscara. La máscara que les permite reconocerse y reconocerlos como seres sociales, es decir, como seres capaces de comunicarse con una lengua, de adquirir costumbres, normas, usos, conocimientos y otras leches que nos identifican como pertenecientes e integrados en una sociedad. Por tanto, como conclusión de lo anterior: una mala persona siempre será un inadaptado socialmente, un ser humano que no ha adquirido la máscara social que le corresponde y que, por lo tanto, no ha interiorizado ni asumido todos esos valores, normas, conocimientos y demás, propios del entorno social al que pertenece.

Cuando decimos de un chico o chica que es una mala persona, estaremos diciendo que es un inadaptado. O un reticente a asumir y hacer propias las normas, valores, conocimientos y blablá. Un joven mala persona, sería un ser mal construido o existente al margen o erróneamente en la sociedad. ¿Es eso posible? No. Un niño o niña, un adolescente nunca es del todo una persona. Aún. Es decir, todo joven está en proceso de ser persona. Un niño o niña o adolescente, está en el camino de construirse como ser social pleno, su máscara social se está moldeando. ¿Y entonces, de dónde salen esos chicos o chicas que no parecen reconocerse como sociales? Pues esos chicos o chicas, esos que están en periodo de construcción, están siendo mal construidos. Ni más ni menos. El proceso de socialización se produce sólo cuando existen agentes de socialización capaces de transmitir las normas, valores, conocimientos y blablá. Y un niño o niña o adolescente no es más que una esponja que desea llegar a ser. En todo chico o chica existe siempre el deseo de llegar a ser plenamente y para eso adquieren valores, normas, conocimientos y blablá. Siempre. Pero cuando los agentes de socialización fallan, el resultado es que empujamos a un ser humano a ser un inadaptado y, seguramente, un desgraciado. Esos agentes son el problema. Vamos a los agentes, pues. Fácil. El agente más decisivo: la familia. Y la educación y los medios de comunicación y los amigos y los clubes de deporte y... Somos los culpables y no ellos.

Vayamos al grano y no nos engañemos más: detrás de un joven inadaptado, hay una familia despreocupada o, en menor medida, una educación poco eficaz o unos medios de comunicación perniciosos o un entorno de amistades viciado. Eso, detrás. Porque delante de un joven inadaptado siempre se muestra un futuro problemático o, incluso, desgraciado.

Post escriptum: Ya, ya sé que faltan muchas cosas por decir. Todo es mucho más complejo. Pero dejo para otra oportunidad sumergirme en la responsabilidad de instituciones y políticos.

27 noviembre, 2017

Día del maestro, pero sólo uno.

Día del maestro. ¡Tachán! Hoy. Sólo hoy. Mañana ya si eso... A otra cosa, mariposa. ¡Qué viejuno suena eso, por Diós! ¡Mariposa! Las mariposas siempre quedan viejunas o pánfilas en un texto. Pero estamos con el día del maestro. Volvamos. Pues sí, San José de Calasanz pone el santo para celebrar el día de los profesionales de la educación. ¡Ya ves tú, un santo! Podrían haber puesto a una cupletista o a un monosabio como referente. Hoy tengo el día viejuno, pero muy viejuno. Vuelvo otra vez. El día del maestro. Un día, ni más ni menos. Los otros 364 ya los tenemos ocupados con celebraciones y recuerdos varios. Y no me quejo, conste. Aunque me escuece. Porque que la sociedad entienda que debe haber un día del maestro es prueba clara de que los maestros y profesores son especies jodidas. Muy jodidas. Que yo sepa, no hay un día del consejero de ENDESA. Ni un día internacional por los agraciados de la lotería. Ni tampoco un día del pijo. Del pijo... me refiero a la pijería inútil e insultante que lo tiene todo hecho. No me refería al pijo ése... no, más abajo,.... Bueno, se me entiende. Que igual también hay un día del pijo ése de más abajo. A saber.

Los maestros y profesores. Una especie de difícil vida. De complicada existencia. Unos mártires, según testimonios varios que se pueden escuchar por la calle y en muchos corros de entendidos. Y lo confirmo. Sí, confirmo que son unos mártires. Siempre criticados por todos. Y no siempre es fácil su trabajo. Más bien se hace difícil lidiar con las trampas que se encuentran en el día a día. Pero, cuidado, que no estoy hablando de los chicos y chicas. No se me vengan a lo fácil. Ya, ya sé que muchos estarán pensando en que la juventud es muy mala. Malotes todos los jóvenes. Maleducados. Insensibles. Y muchas otras tonterías que se utilizan como matracas en los mismos corros de entendidos. Pues no. No estoy de acuerdo. En una ocasión dije en público que aún no me había encontrado nunca con un chico o chica que pudiera decir que es mala persona. Lo dije y debo ser esclavo de mis palabras. Aunque esta vez no. No tengo que ser esclavo y me reafirmo. ¡Joder, para una vez que lo acierto! Vuelvo a decir: no hay un solo chico o chica que sea mala persona o que quiera hacer el mal o que disfrute haciendo daño. Ni uno. Pero..., siempre hay un pero. Pero, digo, sí que hay muchos adultos inconscientes e irresponsables. Muchos. Y también malas personas. Y a veces incosncientes, irresponsables y malas personas. A ellos hay que apuntar. Porque son precisamente esas malas personas, irresponsables o inconscientes, las que dejan a sus hijos abandonados delante de la tele. O son esas malas personas las que se olvidan de que no hay nada más importante en sus vidas que esos niños. O son esas malas personas las que ofrecen su peor versión para hacer sufrir a los más débiles. Son esos adultos a los que habría que suspender y castigar y reeducar con clases de refuerzo. No a los chicos y chicas. Ellos sólo necesitan a alguien que les ayude a crecer. Los niños y los jóvenes sólo desean ejemplos a seguir que les ofrezcan atención, seguridad y alegría por vivir. Ni más ni menos eso es lo que necesitan. Y no es mucho pedir. Pero un momento que no hemos acabado aún. Porque son también esas malas personas las que no legislan para tener una educación que convierta a los niños en seres con oportunidades. Se olvidan de hacer leyes eficaces que ayuden a crecer en libertad y en igualdad de condiciones. Son los mismos que regatean un euro en recursos a la educación. Son los mismos irresponsables que confían en que los maestros y profesores sabrán pasarlas canutas para compensar lo que ellos niegan o no hacen. La educación necesita recursos y una sociedad comprometida. Y no comprometida con los maestros, sino con sus jóvenes y con su porvenir.

Hoy es el día del maestro. Aunque, después, tendremos 364 días en que los adultos confiaremos en los maestros olvidándonos de ellos y dejando que la educación sea la primera criba para que los menos favorecidos comiencen a sufrir ya desde bien pequeñitos. ¡Benditos maestros! ¡Benditos chicos y chicas! ¡Malditos adultos!

18 junio, 2017

Sobre pedagogía e innovación

Hoy en día es muy fácil hablar de pedagogía. Bueno, en realidad es muy fácil hablar de cualquier cosa. La información fluye y nos inunda hasta hacernos creer que somos entendidos en cualquier cosa. Yo mismo creo que soy capaz de hablar de cualquier tema, siendo un completo ignorante. Y lo digo porque lo soy. Aunque también es cierto que no creo que lo sea mucho más que muchos otros. Al lío. Hemos venido a hablar de pedagogía.

¿Qué es esto de la nueva pedagogía? Bien, he de decir que muchas personas hablan de la nueva pedagogía sin tener un criterio formado. Han oído cosas y en muchas ocasiones confusas. En más de una ocasión, el concepto "nueva pedagogía" se agota en el llamado "trabajo por proyectos". Como si esta metodología didáctica ensombreciera cualquier otra investigación pedagógica. Y no. El "trabajo por proyectos" no es más que una metodología didàctica. Una más. Cierto que, en muchos casos, a esta metodología didáctica se le pone la etiqueta de innovadora. Pero creo que eso es ir muy allá. Sí es cierto que se enfrenta a metodologías decimonónicas que subsisten en la actualidad. ¡Uy, aquí ya me he colado y estoy manipulando! Perdón, al calificarla de decimonónica ya la estoy presentando como antigua o desfasada. Pero no era mi intención. De hecho, el "trabajo por proyectos" es también muy antiguo. Los que hayan leído algo de pedagogía sabrán que planteamientos así no son de hace cuatro días. La interdisciplinariedad, dar la primacía al alumno y no al currículum, poner el acento en los apredizajes competenciales y no en los contenidos, el trabajo cooperativo,..., son características que muchos docentes han desarrollado y muchos otros han cantado sus bondades en múltiples ensayos. Nada nuevo bajo el sol. Aunque sí es cierto que tanto los detractores como sus defensores han puesto el ojo en el "trabajo por proyectos" como si este fuera el eje de la verdad pedagógica. Y ahí es donde creo que hemos perdido el norte.

La nueva pedagogía sí entiende que el centro de la tarea docente (y me refiero tanto a la enseñanza primaria, la secundaria o la universitaria) es, por supuesto, el alumno. Supongo que nadie discutirá esto. Es una perogrullada. Pero una cosa es aceptarlo discursivamente y otra cosa es llevarlo a la realidad del aula. Por eso debemos ser muy contundentes en el enunciado de este principio fundamental: cualquier planteamiento pedagógico ha de pasar necesariamente por tener como único protagonista al alumno. Pero, siendo así, eso también es compatible con metodologías de aula muy diversas. No voy a discutir sobre currículum ni sobre contenidos. Esto lo dejamos para otro momento. Centremos la discusión en el principio pedagógico que hemos enunciado y en las metodologías de aula que se adecúan a este principio. Empiezo por decir que no creo que haya ningún método tan óptimo que ensombrezca a cualquier otro. De hecho no hay datos científicos que demuestren que haya un método que ofrezca mejores y comprobables resutados que el resto. Al final, todas estas discusiones acaban por fundamentarse en creencias e intuiciones. Pocas racionales, por cierto. Y es que nos faltan estudios serios, análisis profundos, comparativas. Estamos dando palos de ciego en pedagogía. Por tanto, déjenme aceptar la divesidad pedagógica de salida y dejemos a un lado el dogmatismo.

Sí creo, sin embargo, que hay variables a tener en cuenta a la hora de aplicar métodos diferentes en el aula. La edad es una de esas variables. ¿Debemos aplicar el mismo método didáctico en un aula con niños de 6 o 9 años que en otra con estudiantes de 16 o de bachillerato o universitarios? No. Y creo que la respuesta no debe incluir remilgos. Médicos o ingenieros deberán hacer uso de su memoria y aprender del magisterio de los más expertos. Otra variable: el ámbito de conocimiento. ¿Es aplicable el mismo método en el descubrimiento social o del medio que el método que aplicaríamos a la lectura o las matemáticas? Estos últimos son aprendizajes propedéuticos o instrumentales. Y los métodos aplicables en el aula deben variar. Y no vale con darle la vuelta al calcetín para creer que llevamos calcetines nuevos. Cuántas veces me he encontrado con docentes muy modernos que implantan métodos innovadores de cara a la galería, pero que de puertas para adentro siguen insertando aprendizajes memorísticos, poniendo pruebas y controles (para no llamarles exámenes) o haciendo un vergonzoso paréntesis en sus programaciones por proyectos para introducir "píldoras" que no son más que rancias sesiones revestidas de necesarias. Otra variable: la diversidad en el aula. Cuando los límites de la diversidad en el aula son muy amplios, los métodos deben centrarse en el reparto desigual de recursos para compensar esas desigualdades. En este caso, la metodología sólo es una herramienta en una caja junto a muchas otras al servicio de la diversidad en el aula. Y una metodología por proyectos puede ser muy interesante, pero no siempre tiene que ser la más adecuada, a no ser que queramos unificar en una media demasiado mediocre. Además, no olvidemos que el principal recurso para trabajar la diversidad en el aula es, sin duda, la ratio baja. Justo la que no depende del docente.

Educar es manipular. Moldear, dirigir. No hay más. Podemos no asumirlo, pero si educamos evitando cualquier intervención en los intereses de los chicos, ya estaremos manipulando en un sentido y les haremos creer que quizás siempre sea así. Y podrán creer que no hay nada más allá de sus intereses. Hasta que descubran la gravedad o que deben respetar a los demás porque ellos no son el centro de la creación. Si entendemos la educación como una manipulación y, además, entendemos que el centro de esa manipulación son personas que dependen de nuestra acción, entenderemos al fin la importancia de nuestras decisiones y la trascendencia de nuestra acción sobre ellos. Y no es necesario ser innovador para entenderlo y llevarlo a la práctica. Conozco a docentes que imparten sus clases magistrales con tanta pasión e ilusión que son capaces de enamorar a sus alumnos. Seguro que muchos de nosotros recordamos a algún profesor que nos encandilaba, que nos hacía soñar, que nos hizo crecer. No creo que un estudiante de bachillerato o universitario no pueda disfrutar con alguno de esos profesores "más clásicos". Como tampoco creo que no se pueda completar el currículum de bachillerato con otras metodologías. Por ejemplo esas más centradas en los intereses de los chicos y mucho menos, a priori, en los contenidos. Es por todo esto que no creo que metodologías antagónicas, en principio, no puedan ser perfectamente válidas o incluso compatibles. Porque, siendo el alumno el centro de toda acción docente y nuestro fin último como docentes, creo que el camino para llegar a motivar a nuestros alumnos se puede realizar por diversas vías. Y ahí está el sercreto: en motivar a nuestros alumnos, despertarles la necesidad de saber y entender por qué. Es por eso que la actitud del docente respecto a sus alumnos es el quid de la cuestión. Y ya vendrán después las respuestas híbridas, diversas, alternativas y complementarias, porque las respuestas metodológicas deben estar al servicio de la acción y la relación que se establece entre el docente y sus alumnos. ¿Con qué contamos pues, los docentes? Pues con nuestra profesionalidad y nuestras ganas de aprender (formación); con el deseo de llegar realmente al corazón del alumno (motivación); con nuestra certidumbre de que nuestros alumnos deberán ser competentes, pero que toda competencia se construye sobre contenidos que le dan sentido (currículum). No hay mucho más, en ausencia de un compromiso más firme por parte de las administraciones. Somos, los docentes, los pilares de la innovación y la pedagogía. Y debe ser así porque para eso nos pagan. Pero, sobre todo, debe ser así porque para eso hemos decidido dedicamos a esta profesión.

06 febrero, 2017

Educación y amor por educar

Vivimos en un mundo cavernario que cambia constantemente. Pero ahora la caverna está aún más revolucionada, como si el motor se hubiera acelerado sin gobierno y sin posibilidad de pararlo. Quizás por eso surgen tantas incomprensiones, por aquí y por allá, y demasiadas malas interpretaciones, por unos y otros. Y la educación está en uno de esos focos de la revolución. Porque la educación está cambiando. Porque los educadores quieren cambiar un sistema que ya no nos sirve.

Acabo de escuchar un programa emitido el pasado 18 de enero. El programa, El matí de Catalunya Ràdio, para más señas, está presentado y dirigido por Mònica Terribas. En este caso, invitó a la filósofa Marina Garcés para hablar de educación. ¡Una filósofa! ¡Fantástico! Pensé. ¡Ingenuo que es uno! Una mujer y filósofa debería ser garantía de originalidad. Esperaba encontrarme con un punto de vista fresco, con una ventolera que osara airear y levantar la hojarasca acumulada en los rincones de la maldita caverna. Creí. Pero no. Nada de eso. Mis prejuicios se desmoronaron rápidamente. Todo acabó en un lamento romántico con el que se pretendía ensalzar la "erótica de la enseñanza", esa relación tan especial que se establece, según la señora Garcés, entre el alumno que desea saber y el profesor que ofrece el fruto tan ansiado. Muy romántico todo. Muy de cuento, vamos.

Escuché atentamente el programa. Pero lo primero que me llamó la atención es la excesiva rapidez con que filósofa y locutora se lanzaron por un tobogán en el que demostraron mucho interés y muy poca información. Se ampararon en textos que medio retorcieron para que encajaran en sus esquemas. Y demostraron conocimiento de sus autores, no lo niego, pero demostraron desconocer en qué consiste enseñar. Porque se enquistaron en algunas obviedades para criticar con excesiva facilidad todos los cambios que se están llevando a cabo en educación. Sin conocimiento alguno de lo que pasa en un aula. Algunas de esas obviedades que llevaron hasta límites inadecuados: "en el sistema educativo prima la no presencialidad y la formación técnica", "hoy en día la docencia no es tan importante como la investigación", "el discurso educativo se ha vuelto más tecnocrático"..., llegando incluso a ridiculizar las nuevas propuestas educativas y denominando "instructores de resultados" a los profesores. Así, como si tal cosa. Y, además, esas afirmaciones revestidas de expertas, claro.

Citaron por supuesto a Platón; uno de sus diálogos, el Fedro; y a Sócrates y a Massimo Recalcati. E, insisto, nadie puede dudar del conocimiento que estas señoras tienen de estos autores, pero sí dudo, y mucho, que entiendan qué significa la actividad docente. Y, por lo tanto, dudo de que sepan aplicar el conocimiento de esos autores a la actividad diaria de educar. Se empeñaron en recuperar a aquel profesor idealizado que atrae por su sabiduría, esa figura tan peliculera del héroe sobre la tarima de una clase que obnubila con la palabra. Aunque, me perdonarán, no fueron capaces de reparar en que esos son unos pocos, muy pocos, que llegan a enamorar a unos pocos, muy pocos. Cuando pasa, si pasa. Lástima, pensé. Pero es que cuando alguien adquiere un estatus cree que todos deben hacer el mismo camino para alcanzarlo. Ellas confundieron el gusto por el conocimieto, con el gusto por "su" conocimiento. Confundieron el anhelo de saber, con el anhelo de "su" saber. Y no. Ellas pueden ser ejemplo, sin duda, pero como lo pueden ser otros muchos diferentes. (En este momento es cuando ellas y cualquier otro que quiera criticarme pueden pensar, "este tipo seguro que no encandila ni sabe en qué consiste ser un docente de verdad", y posiblemente tengan razón. Pero yo, a lo mío).

Y entonces nombraron a Sócrates. Y ahí es cuando me tocaron esa fibra sensible. ¡Ay, mi adorado Sócrates! Dijeron que Sócrates era un ejemplo, pero, ¿un ejemplo de qué? Él que precisamente no instruía, que dialogaba, que era capaz de pasar horas y horas abriendo el corazón de sus discípulos para llegar a lo más hondo. Él que proclamaba que la sabiduría estaba en el interior de cada uno y que se empeñaba en afirmar que enseñar era imposible. Sócrates, el mismo que quería acompañar a sus discípulos hacia el conocimiento y que renunciaba a ser un simple dispensador de conocimiento. Sócrates, el que renunciaba a ser instructor, un recitador, y que clamaba contra los sabios alzados en tarimas.

Que no, señoras, que la enseñanza tradicional obliga al alumno a ser un objeto, un objeto pasivo, un elemento escuchante de una pretendida sabiduría almacenada en el alma del sabio. Y, precisamente, la nueva pedagogía, esa sobre la que otros muchos compañeros trabajan empecinadamente para llevar a sus aulas, nos obliga a hacer un cambio importante, revolucionario: el sujeto de conocimiento, el protagonista, es el alumno, no el sabio profesor. No quieran encerrarnos a los profesores en torres de marfil o en formol. No somos ejemplo de nada. Pero es que tampoco debemos serlo. Hay profesores que simplemente quieren acompañar a sus alumnos en su propio recorrido, empujando con su conocimiento, pero nunca arrastrando. Dejen que sirvamos de acompañantes ilustres para que ellos puedan ir muy lejos sin repetir los mismos errores que cometimos nosotros. Dejen que les enseñemos a amar la sabiduría y el camino que les debe conducir hacia ella. Y, sobre todo, no les obliguemos a recibir pasivamente sabiduría. Yo no quiero aleccionar, yo no quiero que mis alumnos pisoteen el mismo camino que hice yo en su momento. La hierba fresca acompaña mejor al caminante.

A ver, no se me arremolinen con reproches todavía. El profesor sigue siendo el elemento insustituible en la educación, de eso no les quepa duda. Pero no somos ni queremos ser un elemento alejado y superior. Elemento, empoltronado, al que ustedes pretenden reducirnos. Es el profesor el que debe saber poner en cuestión, el que debe insertar la duda y el desconcierto, el que debe susurrar las herramientas que el alumno debe adquirir para avanzar hacia terrenos insospechados. Es el profesor el que insufla aire fresco, el que incita a la búsqueda, el que anima a no quedarse escuchando. Pero esa educación tan diferente que ustedes añoran es una educación construída en la memoria retorcida de algún ejemplo. La educación que deseamos y debemos proclamar es muy diferente a ésa que desde antiguo expulsaba a las mayorías para encerrar en torno a un círculo de oro a una élite escogida.

29 enero, 2017

Adolescentes y maleducados

En la caverna ya es tradicional el linchamiento al adolescente. Dialéctico, claro. De cuando en cuando y de forma recurrente, volvemos a practicar uno de los deportes con más seguidores: acoso y derribo a los adolescentes. Además, lo hacemos como si los adolescentes fueran la expresión de algo ajeno a todo cuanto somos en la caverna. Quiero decir que les analizamos y estigmatizamos como si hubieran aparecido por ahí, en algún rincón descuidado y por generación espontánea, sin que ni siquiera nadie les hubiera echado de comer. Para nada pensamos que son el espejo en el que se manifiestan nuestras vergüenzas. ¡Cómo va a ser eso así! ¡Cómo van a ser como nosotros! Decimos que los jóvenes son muy machistas, pero a nadie se le ocurre decir que son machistas porque los hemos educado entre machistas. Que los jóvenes son ególatras e irrespetusosos, pero ni por casualidad piensa nadie que sea porque algún ególatra irrespetuoso andaba por ahí mostrándole el camino. Los adultos nunca tenemos la culpa. Parece como si los adultos no educásemos ni tuviésemos ninguna influencia sobre ellos. Son ellos, los jóvenes, los que deciden ser maleducados, machistas, vagos, irrespetuosos, provocativos, indolentes, violentos, insolidarios, racistas y, por supuesto, la negrura de un futuro apocalíptico. ¡Con lo perfectos que somos los adultos!

Pero eso no es lo que yo he visto ni es lo que veo. Será porque no veo bien. Afortunadamente, la gran mayoría de nuestros jóvenes son sanos, felices y rezuman esperanza. Aunque también es cierto que siempre están esos pocos que sirven de excusa a mentes cortas y obtusas. Esos pocos, sin embargo, no son lo que han decidido ser, son sólo víctimas. O más bien héroes. Adolescentes que cargan con unas mochilas difíciles de soportar y, aún así, salen adelante. Algunos han recibido la dureza de las injusticias sobre su lomo, como si fueran bestias que hubiera que enderezar. He visto y veo a jóvenes con una autoestima pateada desde la más tierna infancia. Jóvenes que se han aprendido el mantra de "tú no sirves para nada". Adolescentes inseguros porque siempre encuentran una voz que les dice que todo está mal. Y empujados a escapar por cualquier alcantarilla. Veo a adolescentes dispuestos a defenderse porque les han machacado desde que tuvieron conciencia, endurecidos a base de golpes o de menosprecios. También los hay que no entienden el mundo en el que viven porque nadie ha tenido a bien explicarles que ellos pueden cambiar las cosas, que ellos tienen voz e iniciativa. También los hay engreídos, por supuesto, ensoberbecidos porque les han dejado hacer sin que nadie le mostrase los límites del respeto. O porque les han hecho creer que el mundo debe rendirse a sus pies. O porque se han olvidado de ellos ante el televisor. Jóvenes deprimidos porque no ven esperanza. Adolescentes deprimidos ante una realidad poderosa e injusta. ¡Puede haber algo más cruel! Esos son jóvenes traspasados por una realidad que les ha acunado en la necesidad contínua. Jóvenes que, más tarde o temprano, se lanzan al alcohol o la marihuana en busca de un lugar que nunca conocieron o que, al menos, esté mucho más lejos que el maldito hogar. Los he visto con mis propios ojos. Jóvenes condenados, sin esperanza, pero siempre inocentes. Les puedo asegurar que hay pocas cosas más dolorosas que ver cómo un chico de doce o catorce años ya está condenado a no ser más que carne de cañón.

Pero los adultos seguimos pensando que son ellos. Les vemos y se nos escapa aquel adjetivo de "maleducados". Y quizás sí les vaya bien ese adjetivo porque, al fin y al cabo, son las víctimas de adultos indolentes, machistas, insolidarios, violentos, vagos, racistas y, por supuesto, los culpables de haberles condenado a un futuro que nunca merecieron.

25 enero, 2017

O educación o miseria cavernaria

Se discute en Catalunya, en esta parte de la caverna en la que nací y vivo, sobre las reclamaciones que sindicatos hacen de las condiciones laborales de los profesores. Se discuten muchas más cosas y algunas relacionadas con la mejora de la educación, ya lo sabemos, pero yo quiero centrarme en ésta. Veamos pues a quién beneficiaría una mejora en las condiciones laborales de profesores y maestros. Primera pregunta: ¿A qué condiciones laborales nos referimos? Creo que el asunto se concreta en la disminución de las horas de clase. Los sindicatos reclaman la rebaja de dos horas, las mismas que se aumentaron con la excusa de la crisis, y el govern ofrece la rebaja de una. Pero vamos a ponernos más drásticos. Supongamos que se reclamara una disminución de las dos horas de clase y además un aumento de las remuneraciones. Si fuera así, centremos de nuevo la pregunta: ¿A quién beneficiaría una disminución de las horas de clase y un aumento de los sueldos de profesores y maestros?

Al llegar aquí, muchos dirán: a profesores y maestros. Pero yo voy a decir que no. Voy a afirmar rotundamente que el aumento de salarios y la disminución de horas de clase beneficiaría al sistema educativo, a la calidad de la educación y, como consecuencia, a la sociedad. Me refiero a esta sociedad. A la nuestra, para más señas. Sí, sí, la que depende de nosotros. Pero, ¿por qué beneficiaría a nuestra sociedad? A ver si me explico con claridad. Empecemos por pensar qué tipo de profesores querríamos para nuestros hijos. Yo, sin dudarlo, diría que querría a profesionales comprometidos, bien preparados, actualizados, innovadores, dispuestos a formarse, que sepan y quieran evaluarse para mejorar,... ¿Alguien en desacuerdo? Supongo que no. ¿Y cómo se consigue esto? Pues yo conozco el secreto: con horas de dedicación y con sueldos que atraigan a los mejor preparados.

Cada hora de clase implica horas de preparación, de programación, de diseñar actividades, además de correcciones, seguimiento de trabajos, alumnos, autoevaluación y revisión de la tarea docente. El trabajo de un profesor no se agota en la hora de clase. Esa hora de clase es el resultado de otras horas de preparación -anteriores- y de revisión -posteriores. Por eso, yo quiero a profesores que puedan estar informados de las últimas novedades editoriales, que conozcan la cartelera de cine y teatro, que asistan a conferencias y experiencias universitarias, que puedan aumentar la formación en su especialidad, que compartan experiencias con otros docentes, que se formen en innovación, que experimenten, que puedan visitar museos, que revisen su actividad y que se evalúen. Quiero profesores que puedan investigar con años sabáticos pagados por la administración para que aporten mejoras al sistema. Quiero profesores que viajen y conozcan otros sistemas educativos. Quiero profesores que puedan transmitir entusiasmo e innovación, que sean capaces de despertar el interés por la investigación, el arte y la acción positiva en la sociedad. ¿Es posible que alguien no esté de acuerdo? No, no me puedo crerer que haya alguien disconforme. Aunque debo reconocer que también es posible que la estupidez gobierne el pensamiento de muchas personas -la realidad política, nacional o internacional, os lo confirmará. Pero sigamos. Ahora viene otra pregunta: ¿Cómo se consigue ese tipo de profesores? Pues ni más ni menos que con horas de dedicación que deberían estar reconocidas en su horario laboral. ¿Por qué? Porque son profesionales y sólo así se les puede exigir profesionalidad. La calidad de la enseñanza no se alcanza con más horas de clases. ¡Qué estupidez! La calidad de la educación se alcanza con el compromiso de la sociedad al reconocer la tarea docente y con el compromiso de los docentes para realizar bien sus responsabilidades. Y si no queremos dar más horas a los docentes para que aumente la calidad de la educación, al menos admitamos que es porque nos importa mucho más el dinero que la calidad.

Y en cuanto a la retribución, lo mismo. No hay un solo profesor que quiera hacerse rico con su profesión. Sería otro idiota. Pero si queremos a los mejores para que trabajen con el material hipersensible de nuestros jóvenes -nuestros hijos y nuestro futuro-, deberíamos retribuirles como se merecen. Ésta, la tarea de educar, ha de ser reconocida como fundamental, altamente especializada y de una alta dedicación y exigencia. Y ya está. Suficiente. ¿Es que no debería ser así? Por lo tanto, esta profesión no se puede pagar con sueldos bajos, si es que no queremos que los mejores huyan y nos dejen un solar yermo y abandonado. Y si por desgracia fuera así, si por desgracia abandonáramos la educación a su suerte, olvidémonos entonces del futuro que soñamos y dispongámonos a vivir eternamente en las sombras de la caverna.

23 enero, 2017

Sócrates y la pedagogía del siglo XXI

Comencemos. Primer principio: el deseo de conocer sólo aparece cuando somos conscientes de nuestra ignorancia. Segundo principio: nadie desea ser un ignorante ni ser reconocido como tal.

Estos principios socráticos se olvidan demasiado fácilmente en la caverna. Olvido secular, diría yo. O quizás no. Quizás nunca los hemos tenido suficientemente claros y jamás existió tal olvido. Pero es igual, ésta tampoco es una cuestión tan crucial. ¿Por qué? Pues porque quizás el verdadero problema secular y cavernario en educación aparece cuando intentamos definir en qué consiste aprender. Aquí sí que aceptaremos que hay un problema o, al menos, una clara disparidad de criterios. Porque muy a menudo hemos fundamentado el acto educativo en la repetición y en la adquisición de una serie de ténicas de repetición. Sin más, sin juzgarlo. ¿Está bien o mal? No juzguemos de momento. Porque lo importante es que, aceptando la repetición como método de aprendizaje, es cuando a mí me surgen otras preguntas que deben estar en el centro del debate: Nadie quiere ser un ignorante, cierto, ¿pero quién nos asegura que saldremos de la ignorancia, si sólo nos enseñan a repetir? Posible respuesta: cada profesor es una prueba viva de que repitiendo saldremos de la ignorancia. Pero, por favor, no. Esa no es una buena respuesta. ¿Es necesario que me entretenga a decir por qué? Igual sí.


Primer motivo. El éxito de un caso no demuestra la validez de una estupidez. Porque detrás de cada éxito en el sistema educativo, ¿cuántos fracasos hemos dejado por el camino? Un solo fracaso sí demuestra la invalidez del método. A Popper y el falsacionismo me remito.

Segundo motivo. Es cierto que los profesores somos expertos repetidores. Y también es cierto que, en general, nos creemos modelo de aprendizaje. ¿Por qué? Pues porque hemos pasado todas las pruebas desde que íbamos a la escuela utilizando la memoria. Durante toda nuestra vida de estudiantes, pasando por la universidad o, incluso, por las oposiciones, hemos utilizado la memoria como herramienta esencial. Sabemos repetir muy bien. Pero, ¿así aseguramos un aprendizaje en cualquier caso? Yo creo que no. Rotundamente, no. El aprendizaje es otra cosa. Me explico. Aprender ortografía, o una lista de reyes, o de hechos y fechas, o prender de memoria los métodos de resolución matemática, por si mismos, no tienen ningún sentido. ¿Cómo es eso? Pues no tienen sentido por el mismo motivo por el que nadie aprendería a batir huevos, si no fuese para hacerse una tortilla. Ni nadie aprenderá a coser, si no es para hacerse una falda o ponerse un botón en la camisa. Es decir, solo la conciencia de nuestra ignorancia ante un enigma que debemos resolver o una necesidad que debemos solventar es la que nos impulsa a encontrar soluciones. Extrapolemos esto. Sólo entenderemos qué es la libertad, ejerciendo la libertad. Y sólo entenderemos la responsabilidad, si tenemos la oportunidad de ser responsables. ¿Qué tal? ¿Estamos de acuerdo? Pues esto precisamente no se sustenta en la memoria. El aprendizaje es adquirir un comportamiento o un conocimiento que puede ser utilizado en nuestra vida ante un reto o una necesidad. Ahí lo dejo.

Y a esto es a lo que llamamos "aprendizaje significativo". Aprender es utilizar la memoria, también. Aunque la memoria no sea más que una de las capacidades que intervienen en el aprendizaje. Pero no la única. Ni tan solo la más básica. Y mucho menos, la que deba sustentar nuestra actividad como docentes. El fracaso educativo, proponiendo a la memoria como capacidad esencial, es el fracaso en repetir como cotorras.Y nuestro fracaso como docentes.

Una última cosa y para cerrar el círculo del artículo. Esto que ahora llamamos "aprendizaje significativo", desde mi punto de vista, no es más que una variante del principio socrático según el cual primero tenemos que saber que vivimos en la caverna para, después, ser conscientes de que no queremos vivir en ella. Por tanto: enseñemos la caverna, mostremos dónde nos hemos encerrado y propongámonos pensar en el afuera. Y así, quizás, otros nos enseñarán los caminos insospechados que nos ayudarán a crecer.

04 diciembre, 2016

De la soberbia de los adultos

En la caverna somos mucho de criticar lo incomprendido. Cuando algo no se entiende o no encaja con lo que creemos ciegamente, lo condenamos con alegría y autoridad, lo desterramos al terreno de lo erróneo, sin más. Nos cuesta muchísimo ponernos en el lugar del otro, empatizar, entender qué es aquello que ha configurado un pensamiento diferente. Y sí, ya lo sé, es mucho más cómodo y económico tachar de la lista lo que no entendemos. Porque quien esté dispuesto a entender lo aparentemente ininteligible, siempre tiene que desperezarse para hacer un esfuerzo extra. Muy cansado. Y si, además, el que habla es un jovenzuelo, resulta muy fácil mirarle por encima del hombro y clavarle rápidamente el cartelito de estúpido o de iluso o de inexperto. Plis plas, listo.

En el programa de Salvados del 20 de noviembre, jóvenes de 15 años explicaban cuáles eran sus deseos para el futuro. Y muchos se sorprendieron al escucharles. Incluso alguno se escandalizó. ¿Por qué? Pues porque sus ilusiones pasaban por poder conseguir en el futuro algo tan sencillo como un "trabajo estable" y una "familia estable". Y los escandalizados se atrevieron a calificar a estos chicos de conformistas, de pasivos, de corderitos que renunciaban a metas superiores. Y otras sandeces dignas de lo más soberbios de la clase. ¿Cómo es que estos chicos no sueñan con alcanzar la Luna? ¿Cómo es que sus metas no apuntan a lo más alto? ¿Cómo es que se han olvidado de las reivindicaciones sociales, el progreso o la revolución? Y con sus preguntas, esos ensoberbecidos se definen y proclaman su incapcidad para entenderles. Porque, insisto, les ponemos el cartelito de simplones y estúpidos y nos quedamos tan panchos, sin haber comprendido nada.

¿De dónde surge el deseo? ¿Cómo se configura el horizonte de nuestras metas? Creo que vale la pena pararse un momentín en buscar alguna respuesta para entender a esos jóvenes. (Aconsejo pensar en el amor y, de rebote, tener una buena excusa para releer El Banquete, de Platón). Deseamos lo que no poseemos. Y al desear, reconocemos lo que nos falta, lo que necesitamos para sentirnos completos. El deseo siempre refleja las ausencias y las necesidades de nuestro presente, a la vez que impulsa la acción en el futuro para conseguir el objeto del deseo. ¿Qué desean esos chicos? Pues, como todo el mundo, aquello que les falta: la estabilidad laboral que no ven a su alrededor y la estabilidad emocional que tampoco parece fácil de conseguir. Estos chicos son los hijos de la crisis. Chicos de 15 años que han vivido a la sombra de la fétida crisis. La misma crisis que ha sumido a sus familias en una situación de inestabilidad laboral constante, que les ha empujado hasta las lindes de la pobreza o que incluso, en algunos casos, les ha hundido en el terreno de la falta de las necesidades más básicas. Esa inestabilidad laboral y económica se ha traducido también en inestabilidad emocional. Por supuesto, lo emocional requiere de un equilibrio externo. Y ese equilibrio se ha roto. La crisis ha destrozado familias, ha deshecho lazos, ha levantado muros insuperables. La vida de esos chicos se ha configurado desde la inestabilidad que han sufrido sus familias. Por eso, ansían estabilidad. Sí, ya sé que para muchos seguirá siendo incomprensible, pero para ellos ésa es la meta ansiada porque, sencillamente, no poseen algo tan trivial y básico como trabajo y familia. ¿Conservadores? Nada más estúpido que creer que son conservadores. Precisamente el horizonte de esos chicos pasa por  conservar bien poco de lo que poseen ahora y poder superar la inestabilidad constante en la que viven hoy en día.

Pero pensar e intentar entender requiere un esfuerzo que desde la comodidad de algunos salones parece tarea sobrehumana.

17 abril, 2016

Maldito WhatsApp

En catalán hay una expresión que me gusta y que expone muy gráficamente cuando pasa eso tan común de perder el norte, ese momento en el que nos dejamos arrastrar por el entusiasmo que provoca nuestra soberbia bien inflamada. La expresión en cuestión es "ens hem begut l'enteniment". Traducirla por "nos hemos bebido el entendimiento" no es adecuado, pero encontrarle sentido en "nos hemos emborrachado de nosotros mismos" sí parece más acertado. Pues bien, en la caverna "ens hem begut l'enteniment". Bueno, en realidad lo hacemos cada dos por tres. Nos ensoberbecemos tan a menudo que el día que explotemos vamos a dejarlo todo perdidito de efluvios varios. Eso sí, todos procedentes de nuestro orondo yo. El yoismo, esa enfermedad corrosiva que se nos ha agarrado al alma como una garrapata. Pero es que en la caverna viven y se reproducen con facilidad parásitos como ése.

Este entusiasmo de nosotros mismos nos lleva a hacer las mil y unas gilipolleces... perdón, quería decir insensateces. Nos enborrachamos tanto de nosotros mismos que llegamos a creer que somos la leche en patinete. Y, claro, se nos desbocan las ideas. Las más peregrinas o las más imbéciles. Y sin que seamos capaces de controlar el caudal. Al final todo se nos queda la caverna hecha unos zorros. Voy con la última gilipollez... perdón, quería decir insensatez, que se nos ha ocurrido. En este caso proviene del ámbito de la educación. He leído en un diario digital catalán, el Diari Ara, un artículo sobre la utilización del WhatsApp en la educación. Por lo que he leído, parece ser que a un iluminado se le ha ocurrido hacer grupos de WhatsApp con las mamás y los papás de sus alumnos. Claro, el problema aparece en el momento en que a los papás y las mamás se les ocurre comunicarse por WhatsApp para criticar a los profesores, o para aclararse entre ellos por las tareas que deben hacer sus hijos, o para discutir el disfraz de carnaval, o para poner verde a la dirección o a la cocinera del comedor escolar o al conserge o a quien sea. El caso es hablar y dar lecciones de cómo debería funcionar el mundo, aprovechando para ello los intermedios de Gran Hermano Vip y mientras dejan escapar una ventosidad en el sofá. Así calentito es más fácil pontificar. Y el maestro o profesor en cuestión ha pensado, pues me meto en el grupo y ordeno el tráfico de genialidades e impertinencias. Y, al leerlo, ha sido cuando yo me he llevado las manos al casco y he pensado, ¿es que no filtramos, insensato? ¿Ahora los maestros y profesores deberán también ordenar el tránsito verborreico de papás y mamás? ¿No es suficiente con hacer su horario presencial, el no presencial y el espiritual, que además deberán hacer de conductores de ocurrencias paternales y maternales, día y noche? Y, sin calcular el alcance ni los peligros de la ocurrencia, seguro que el maestro o profesor en cuestión estará muy orgulloso de su iniciativa. Pero la ha cagado.

Y es que no es solo eso. Es que, con el maldito WhatsApp, los papás y las mamás tienen un arma de destrucción masiva. Me pregunto, ¿tienen sus hijos la oportunidad de saltarse las normas y de no hacer aquel ejercicio de matemáticas que les repatea las tripas? ¿Podrán decidir por sí mismos qué deben o qué no deben hacer y aprenderán que sus actos tienen consecuencias? ¿Crecerán sus hijos y llegarán a ser capaces de limpiarse los mocos por sí mismos sin que su papá les mande una foto al WhatsApp del color exacto de las flemas? ¿Aprenderán las mamás y papás que cualquier ocurrencia no puede airearse sin filtro previo, que todo tiene un tempo y que la privacidad es un pilar de la libertad? ¡Maldito WhatsApp! Aunque no. La culpa no la tiene WhatsApp, la culpa es de la incapacidad para filtrar y decidir qué es importante y qué no. Nos hemos venido arriba y esto se nos va de las manos.

18 enero, 2016

Patria y educación en Catalunya

¿Patria? Más patria. La caverna es la patria. Y en la caverna se olía un tiempo nuevo. La revolución asomaba por la esquina. Así, la puntita. Luminosa y prometedora. ¡Ay, qué será de la revolución! El futuro era nuestro. La caverna dejará de ser la caverna. La república catalana. Se dijo. Pero...y ya empezamos con los peros. Pero, insisto, para el nuevo tiempo, una consellera vieja. Perdón, más que vieja, rancia. Crecida desde el cieno. En nuestro cieno. El de siempre. Ella, del Opus. Construida en el Opus y al calor de toda serie de instituciones eclesiásticas. De aquellas que separan a niños y niñas, porque no todos son iguales. ¡Válgame el cielo! De aquellas que separan a ricos y pobres, porque no todos son iguales. L'ordre, jove, l'ordre! Una consellera que fue redactora de la LEC. Una ley muy parecida a LOMCE, pero en catalán. La revolución asomaba por la esquina. ¡Ay, qué será de la revolución! Una consellera que seguro que analiza gráficos, que entiende de planes de viabilidad, que sabe qué es la rentabilidad. Una consellera que sabe cómo y con quien se debe gastar el dinero. Pero es que la consellera no es diferente de un president muy beato. Dels de tota la vida. Un president que igual rememoraría el carlismo o la Lliga catalana o las gestas de Pere el del punyalet. Todo muy aristocrático y de mucho orden. Pero, donde hay patria no hay lugar para los individuos. On s'ha vist això! En la caverna pueden cambiar muchas cosas, pero los dueños del cieno quieren seguir dominando el cálido limo del fondo de la caverna. Así que: ¿Patria? ¿Qué patria? La revolución asomaba por la esquina. ¡Ay, qué será de la revolución!