26 septiembre, 2016

La paradójica Barcelona


Lo cierto es que me gusta. Me gusta que en mi ciudad se haga el silencio para que bufones, escritores y otros discrepantes, hablen libremente. Por cierto, esta es mi ciudad porque en ella nací y en ella me he hecho como persona. En la caverna no es fácil conseguir ciudades así. Hay mucho para mejorar en mi ciudad, sí, pero en ella cualquiera tiene un espacio para decir abiertamente lo que desea ser. O lo que desea que sea el mundo. O lo que desea que sea su país. Y ahí está el problema. Porque desear que el mundo sea así o asá no parece importarle a nadie, pero por desear que tu país sea como tú quieres hay ordas dispuestas a ahogarse en sus deseos. Barcelona es paradójica. Siempre lo ha sido. No soy historiador ni pretendo serlo, pero intuyo que desde muy antiguo se ha dado en Barcelona la paradoja de acoger modelos indeferentes o ininteligibles entre sí. Como si de vidas paralelas se tratase, vidas condenadas a encontrarse sólo de vez en cuando por casualidad. Ahora no me extenderé en ello, pero igual vuelvo otro día. Una de esas circunstancias que convierten a Barcelona en una paradoja me la he topado hoy al leer en el diario de Girona un artículo de opinión del señor Quim Curbet y que también publica en su blog.

Que en la caverna catalana ha habido una aceptable conviviencia entre comunidades diferentes, es más que evidente a estas alturas de la historia. Evidentes son las dos cosas: la aceptable convivencia y las diferencias entre comunidades. Lo cierto es que la mayor parte de los catalanes ha optado por defender su lengua, sus tradiciones y cultura. Y bien que han hecho. La mayor parte de los no catalanes han optado por querer ser catalanes. Y supongo que también han hecho bien, aunque a los catalanes de pro no parece agradarles suficientemente. En principio, éste no era problema. Pero a veces, cuando levantas la tirita, resulta que la herida supura. Nadie odia a nadie, pero digamos que no nos amamos tanto como pensábamos ni éramos tan tolerantes como decíamos. Leyendo el artículo del señor Curbet, he descubierto perspectivas insólitas que se me aparecen paradojicas. Dice Curbet que "Barcelona viu reclosa en si mateixa". Y, al leerlo, mis cejas se han estirado mucho hacia arriba. Una Barcelona recluida en sí misma... Hay que ser muy osado para afirmarlo y argumentarlo, he pensado. Y lo que añade a continuación aclara en algo el porqué "rodejada per una anella de poblacions construïdes pel franquisme que són com una mena de mur, un mur econòmic, cultural i lingüístic que la separa dramàticament del país que pretén representar". El pretendido cosmopolitismo de Barcelona, para Curbet, no es más que una reclusión. La paradoja para Curbet es que Barcelona es la capital de un país que no puede representar. Aunque yo la interpretaría diferente: Barcelona mira hacia el futuro, pero es la capital de un país que mira hacia atrás. Barcelona vive y se alimenta de los anillos de poblaciones que culturalmente no són Girona, Berga o Manresa, de ciudades que no representa el esencialismo de lo catalán. Pero Curbet añade que esas ciudades están construidas con personas que no son de aquí y que nunca han querido ser de aquí, personas que ensucian y humillan el esencialismo catalán. Falso. Falso e insultante. Además, distraídamente, Curbet relaciona la llegada de esa población con el franquismo. Lo dice como el que no quiere la cosa, aunque de manera que a mí se me antoja ruín e insultante

Pues, señor Curbet, en algo sí creo que tiene razón. Barcelona no vive de cara al interior, de cara a esa Catalunya paralizada en su propia mitología. Y esa es la paradoja. Capital de un país que no respira el mismo aire. Porque Barcelona vive de cara al mundo, a la transformación social, al progreso y la pluralidad. Secularmente, Barcelona ha sido y es mestiza y charnega, una Barcelona que además está orgullosa de no rodearse de un muro que le sirva para anclarse en el pasado. Barcelona se ha hecho a base de añadir diferencias, unas diferencias aportadas por los pobres que han llegado para hacerla más rica. Ese muro cultural y económico es de origen franquista, cierto, pero con un matiz importante que será bueno añadir: tiene su origen en la desgracia de los pobres venidos de otras partes para llenar los bolsillos de los catalanes de pro.