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09 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (1)

He aprovechado el puente. No sé si lo he aprovechado bien, pero tengo la sensación de haberlo hecho. Me he ido de viaje a Catalunya. Bueno, de hecho vivo en Catalunya. Es más, soy y he nacido en Catalunya y he vivido toda mi vida en Catalunya. Pero, aún así, me he ido de viaje a Catalunya. En pocos días he recorrido algo de la Catalunya interior, la de los valles y las llanuras. Y también he estado en el cinturón. He estado en diversas poblaciones del extrarradio barcelonés, ese "cinturón rojo" tan odiado por algunos. Y he pisado la gran urbe. He visitado una Barcelona algo desangelada y un poco triste estos días. Nota mental: me da en la nariz que la tristeza barcelonesa no es por las navidades o por el frío, pero no me voy a arriesgar a hacer interpretaciones. En todo caso, he visitado Catalunya y me he encontrado con las Catalunyes. Y no es que sean diversas o un pelín diferentes estas Catalunyes. No, no es eso. Es que son muy diferentes, mundos distantes y no sé si hasta irreconciliables.

¿Y qué he visto? Primero: no soy sociólogo. Tampoco deseo serlo y no creo que mi intuición o mi observación sirvan para tener una opinión más certera de Catalunya. Descartémoslo de plano. Aviso ya de entrada. Yo, como mucho, soy intuicionista -como dentista, pero sin anestesia y sin sentar a nadie con la boca abierta. Reconozco que me declaro intuicionista por falta de conocimiento y título. ¡Qué le vamos a hacer! Pero conste, eso sí, que he ido yo con mi intuición a cuestas por Catalunya con la intención de mirar para entender mejor qué es eso del "pueblo catalán". En algún momento he pensado, "toda una vida en Catalunya y aún no has entendido qué es eso del pueblo catalán, ¡so idiota!". Así que me he puesto a mirar con detenimiento por aquí y por allá. El resultado ha sido: ni puñetera idea, me he vuelto a perder como un chivo en un garaje. Debe ser que soy muy cortito. Y así me he quedado un buen rato, hasta que hoy he tenido una -otra- intuición. De repente y sin venir a cuento. Me había puesto yo a triturar y tamizar el acompañamiento de una carne para tener una salsa bien sucosa en la que poner a bucear convenientemente un pan que quita el sentido. Y ha sido allí, en el fondo, donde he visto al pueblo. El catalán y cualquier otro, conste. Me he dado cuenta de que cuando trituras y tamizas la salsa, te queda un emplasto -rico, rico, por supuesto- donde pimientos, cebollas y verduras varias, con sus especias y aderezos, quedan fuera de toda identificación visual. Es la desindentificación absoluta. La anulación de la identidad en el emplasto. Y se forma algo así como un engrudo esencial. Y digo engrudo porque allí queda todo pegado y confundido sin posibilidad de deshacerse del emplasto. El pimiento deja de ser pimiento, el puerro deja de ser puerro, la zanahoria desaparecida y el aceite o el vino o las almendras o las setas o... El caso es que mi salsa no era tan compleja, pero al final ha quedado tan bien empastada como cualquier pueblo que se precie. Total, he pensado, que hablar del pueblo catalán o del español o del paquistaní es tanto como cosificar un grupo de personas diversas, diferentes y con identidad e ideología propia, hasta conseguir un engrudo desideologizado, sin identidad individual que sobreviva, y que asume un sello, una marca. Ya está, ya soy català o español o paquistaní. Y además con sus conductas y normas bien interiorizadas. Y más: con una estructura mental compartida que conduce cualquier mirada y toda opinión; una estructura que emborrona o desdibuja todo lo que queda fuera de ese marco conceptual y de valores; una estructura monolítica que retuerce la realidad hasta adaptarla a su ideal. Al individuo sólo le queda la posibilidad de fundirse para formar parte del pueblo catalán, español o paquistaní y eso implica abandonar la posibilidad de discrepar, de criticar abiertamente a todo vecino que te rodea y que comparte contigo la gracia de pertenecer al pueblo más maravilloso del mundo. Porque ser pueblo es pensar y sentir como tu vecino, en comunión trascendental, además de sentirte maravilloso, parte del pueblo más pueblo que haya sobre la faz de la tierra y más allá. Pero, para tragedia mía -y conste que no quiero arrastrar a nadie a esta sensación-, pertenecer al pueblo es quemar con ácido toda posibilidad de crear y diverger. De ser individuo. Con una identidad propia. Y ya, ya sé que formar parte del rebaño nos permite realizarnos como seres humanos en sociedad y farem pinya y blablá, pero pregunto: ¿no es esta también una manera de dejar de ser libres? Igual sí, o no. Ahora me vendrá cualquiera con la paloma de Kant y ya la habremos fastidiado. Pero es igual, me arriesgo. Me arriesgo con una afirmación: el discurso edificado sobre el pueblo no es más que un intento de cosificación del engrudo como si estuviera formado por un todo homogéneo, desprovisto de individualidades diversas y divergentes, y poder utilizar así el engrudo como sujeto de predicados útiles y amasados en la más interesada de las intenciones: mantener el status quo nacional -que no deja de ser un status quo de poder.

27 noviembre, 2017

Día del maestro, pero sólo uno.

Día del maestro. ¡Tachán! Hoy. Sólo hoy. Mañana ya si eso... A otra cosa, mariposa. ¡Qué viejuno suena eso, por Diós! ¡Mariposa! Las mariposas siempre quedan viejunas o pánfilas en un texto. Pero estamos con el día del maestro. Volvamos. Pues sí, San José de Calasanz pone el santo para celebrar el día de los profesionales de la educación. ¡Ya ves tú, un santo! Podrían haber puesto a una cupletista o a un monosabio como referente. Hoy tengo el día viejuno, pero muy viejuno. Vuelvo otra vez. El día del maestro. Un día, ni más ni menos. Los otros 364 ya los tenemos ocupados con celebraciones y recuerdos varios. Y no me quejo, conste. Aunque me escuece. Porque que la sociedad entienda que debe haber un día del maestro es prueba clara de que los maestros y profesores son especies jodidas. Muy jodidas. Que yo sepa, no hay un día del consejero de ENDESA. Ni un día internacional por los agraciados de la lotería. Ni tampoco un día del pijo. Del pijo... me refiero a la pijería inútil e insultante que lo tiene todo hecho. No me refería al pijo ése... no, más abajo,.... Bueno, se me entiende. Que igual también hay un día del pijo ése de más abajo. A saber.

Los maestros y profesores. Una especie de difícil vida. De complicada existencia. Unos mártires, según testimonios varios que se pueden escuchar por la calle y en muchos corros de entendidos. Y lo confirmo. Sí, confirmo que son unos mártires. Siempre criticados por todos. Y no siempre es fácil su trabajo. Más bien se hace difícil lidiar con las trampas que se encuentran en el día a día. Pero, cuidado, que no estoy hablando de los chicos y chicas. No se me vengan a lo fácil. Ya, ya sé que muchos estarán pensando en que la juventud es muy mala. Malotes todos los jóvenes. Maleducados. Insensibles. Y muchas otras tonterías que se utilizan como matracas en los mismos corros de entendidos. Pues no. No estoy de acuerdo. En una ocasión dije en público que aún no me había encontrado nunca con un chico o chica que pudiera decir que es mala persona. Lo dije y debo ser esclavo de mis palabras. Aunque esta vez no. No tengo que ser esclavo y me reafirmo. ¡Joder, para una vez que lo acierto! Vuelvo a decir: no hay un solo chico o chica que sea mala persona o que quiera hacer el mal o que disfrute haciendo daño. Ni uno. Pero..., siempre hay un pero. Pero, digo, sí que hay muchos adultos inconscientes e irresponsables. Muchos. Y también malas personas. Y a veces incosncientes, irresponsables y malas personas. A ellos hay que apuntar. Porque son precisamente esas malas personas, irresponsables o inconscientes, las que dejan a sus hijos abandonados delante de la tele. O son esas malas personas las que se olvidan de que no hay nada más importante en sus vidas que esos niños. O son esas malas personas las que ofrecen su peor versión para hacer sufrir a los más débiles. Son esos adultos a los que habría que suspender y castigar y reeducar con clases de refuerzo. No a los chicos y chicas. Ellos sólo necesitan a alguien que les ayude a crecer. Los niños y los jóvenes sólo desean ejemplos a seguir que les ofrezcan atención, seguridad y alegría por vivir. Ni más ni menos eso es lo que necesitan. Y no es mucho pedir. Pero un momento que no hemos acabado aún. Porque son también esas malas personas las que no legislan para tener una educación que convierta a los niños en seres con oportunidades. Se olvidan de hacer leyes eficaces que ayuden a crecer en libertad y en igualdad de condiciones. Son los mismos que regatean un euro en recursos a la educación. Son los mismos irresponsables que confían en que los maestros y profesores sabrán pasarlas canutas para compensar lo que ellos niegan o no hacen. La educación necesita recursos y una sociedad comprometida. Y no comprometida con los maestros, sino con sus jóvenes y con su porvenir.

Hoy es el día del maestro. Aunque, después, tendremos 364 días en que los adultos confiaremos en los maestros olvidándonos de ellos y dejando que la educación sea la primera criba para que los menos favorecidos comiencen a sufrir ya desde bien pequeñitos. ¡Benditos maestros! ¡Benditos chicos y chicas! ¡Malditos adultos!

26 septiembre, 2016

La paradójica Barcelona


Lo cierto es que me gusta. Me gusta que en mi ciudad se haga el silencio para que bufones, escritores y otros discrepantes, hablen libremente. Por cierto, esta es mi ciudad porque en ella nací y en ella me he hecho como persona. En la caverna no es fácil conseguir ciudades así. Hay mucho para mejorar en mi ciudad, sí, pero en ella cualquiera tiene un espacio para decir abiertamente lo que desea ser. O lo que desea que sea el mundo. O lo que desea que sea su país. Y ahí está el problema. Porque desear que el mundo sea así o asá no parece importarle a nadie, pero por desear que tu país sea como tú quieres hay ordas dispuestas a ahogarse en sus deseos. Barcelona es paradójica. Siempre lo ha sido. No soy historiador ni pretendo serlo, pero intuyo que desde muy antiguo se ha dado en Barcelona la paradoja de acoger modelos indeferentes o ininteligibles entre sí. Como si de vidas paralelas se tratase, vidas condenadas a encontrarse sólo de vez en cuando por casualidad. Ahora no me extenderé en ello, pero igual vuelvo otro día. Una de esas circunstancias que convierten a Barcelona en una paradoja me la he topado hoy al leer en el diario de Girona un artículo de opinión del señor Quim Curbet y que también publica en su blog.

Que en la caverna catalana ha habido una aceptable conviviencia entre comunidades diferentes, es más que evidente a estas alturas de la historia. Evidentes son las dos cosas: la aceptable convivencia y las diferencias entre comunidades. Lo cierto es que la mayor parte de los catalanes ha optado por defender su lengua, sus tradiciones y cultura. Y bien que han hecho. La mayor parte de los no catalanes han optado por querer ser catalanes. Y supongo que también han hecho bien, aunque a los catalanes de pro no parece agradarles suficientemente. En principio, éste no era problema. Pero a veces, cuando levantas la tirita, resulta que la herida supura. Nadie odia a nadie, pero digamos que no nos amamos tanto como pensábamos ni éramos tan tolerantes como decíamos. Leyendo el artículo del señor Curbet, he descubierto perspectivas insólitas que se me aparecen paradojicas. Dice Curbet que "Barcelona viu reclosa en si mateixa". Y, al leerlo, mis cejas se han estirado mucho hacia arriba. Una Barcelona recluida en sí misma... Hay que ser muy osado para afirmarlo y argumentarlo, he pensado. Y lo que añade a continuación aclara en algo el porqué "rodejada per una anella de poblacions construïdes pel franquisme que són com una mena de mur, un mur econòmic, cultural i lingüístic que la separa dramàticament del país que pretén representar". El pretendido cosmopolitismo de Barcelona, para Curbet, no es más que una reclusión. La paradoja para Curbet es que Barcelona es la capital de un país que no puede representar. Aunque yo la interpretaría diferente: Barcelona mira hacia el futuro, pero es la capital de un país que mira hacia atrás. Barcelona vive y se alimenta de los anillos de poblaciones que culturalmente no són Girona, Berga o Manresa, de ciudades que no representa el esencialismo de lo catalán. Pero Curbet añade que esas ciudades están construidas con personas que no son de aquí y que nunca han querido ser de aquí, personas que ensucian y humillan el esencialismo catalán. Falso. Falso e insultante. Además, distraídamente, Curbet relaciona la llegada de esa población con el franquismo. Lo dice como el que no quiere la cosa, aunque de manera que a mí se me antoja ruín e insultante

Pues, señor Curbet, en algo sí creo que tiene razón. Barcelona no vive de cara al interior, de cara a esa Catalunya paralizada en su propia mitología. Y esa es la paradoja. Capital de un país que no respira el mismo aire. Porque Barcelona vive de cara al mundo, a la transformación social, al progreso y la pluralidad. Secularmente, Barcelona ha sido y es mestiza y charnega, una Barcelona que además está orgullosa de no rodearse de un muro que le sirva para anclarse en el pasado. Barcelona se ha hecho a base de añadir diferencias, unas diferencias aportadas por los pobres que han llegado para hacerla más rica. Ese muro cultural y económico es de origen franquista, cierto, pero con un matiz importante que será bueno añadir: tiene su origen en la desgracia de los pobres venidos de otras partes para llenar los bolsillos de los catalanes de pro.

04 julio, 2016

La mierda de Inda en la caverna

En la caverna tenemos a un tipo que bien podría ser el paradigma del maleducado popular. Popular por conocido. Para puntualizar mejor, hablo del maleducado popular y dañino. Pero del dañino que bien podría servir de bufón, si no fuera porque nada hay más monótono y aburrido que él. Se dice periodista. Se lo dice a sí mismo, claro. Pero es, sobre todo, una persona que utiliza su posición de voceras para distribuir mierda malintecionadamente. No seré yo quien defienda a nadie, sean independentistas, comunistas, podemitas, socialistas o cualquier otra clase o grupo. Las defensas que cada cual se las ventile. Vamos, que cada cual salve su culo. Pero la mierda que distribuye Inda por los platós y su tabloide, es mierda envenenada. Insisto en que no me mueve la defensa. A mí me mueve -me subleva, mejor dicho- la mala educación, me mueva la argumentación falaz, me mueve la mentira disfrazada de libertad de prensa y la mentira creada para ganar dinero. O, incluso peor, me mueve la mentira voceada para herir en lo personal. Todo vale para vender. Todo vale para desprestigiar. Todo vale para hacer daño a sus pretendidos enemigos. Pretendidos porque no lo son, sino que él se los crea. Y no se anda con rodeos cuando su mierda se convierte en un ataque personal sin más motivo que el odio o la animadversión. ¿Es posible que sea periodista? ¿Es posible que invente una y otra vez noticias falsas, rumores afilados en la inquina o apestosas insinuaciones? Pues parece que sí. Y sí, parece también que se le considera periodista porque está en posesión de un título. Y alguien me podrá decir que si este señor sigue siendo periodista es porque hay gente que lee su mierda. Ya, me lo imagino. Me imagino que me lo dirán. Pero no me imagino que nadie crea que eso pueda ser un argumento. En el país del Gran Hermano 15 o 16 o..., en el país en que Belén Esteban vende más libros que García Montero, en el país en que Paquirrín es más conocido que Piketty, ¿alguien puede creer que tener muchos lectores valida a este señor como periodista serio y riguroso?  ¡Vamos, hombre!

19 abril, 2016

Resultados 26J (o sobre los gurús de la bancada)

Escucho a Rajoy, a Pablo y a Pedro, también a Rivera. Incluso a Garzón. Y a todos les oigo explicar qué han votado los españoles y por qué lo han votado así. Nadie como ellos para entendernos, para explicarnos qué hemos hecho, por si aún no lo sabíamos. Esos no son políticos, son gurús. ¡Qué digo gurús, profetas es lo que son! Los especialistas en la hermenéutica del voto y de la voluntad democrática del pueblo. Me dejan babeando. Con la boca abierta y con cara de idiota. Porque nosotros no nos entendemos, pero ellos sí. Comienzan con aquello de, "...los españoles, lo que han querido votar es...", o con aquello otro de "...el mensaje que nos han enviado los españoles es...". Y a mí que me da por reír. Soy un desagradecido, lo sé, y espero se me perdone. Pero más allá de mi irrespetuosidad y mi escepticismo, lo que no entiendo es porque no coinciden ellos en explicar ese sentido que nosotros no entendemos. Si ellos lo entienden, ¿por qué carajo el sentido es diferente para cada uno de ellos? Joder, quieren hacernos creer que nos entienden, pero resulta que cada uno entiende lo que le sale del albaricoque. Pero quizás ése es otro enigma que solo ellos deben comprender y nuestras pobres entendederas no alcanzan.

Con mentes tan preclaras como las suyas y entendiendo tan bien el sentido de nuestro voto, hay una cuestión fundamental que tampoco comprendo. ¿Cómo es posible que después de cuatro meses y entendiendo tan bien entendido el "mensaje del pueblo español" no hayan encontrado aún la manera de plasmarlo en un gobierno? Porque entender, nos han entendido, según ellos. Porque las soluciones, les pertenecen. Pero la incapacidad para encontrar gobierno, a eso tampoco les llegan a ellos las entendederas. Suerte que después de seis meses los votos van a cambiar radicalmente. ¡Hombre, seguro! Los que votamos para arriba, ahora votaremos para abajo. Y los que votaron soleado, ahora votarán nublado. Menos mal que después de seis meses vamos a darle la vuelta a los votos y aquí ni Dios vuelve a votar a los mismos. ¿A que sí? Venga, todos a cambiar el voto. Que aquí no repita nadie. Pero hagámoslo de manera organizada, con orden, por favor. Así que ya les avanzo yo los resultados del 26J. Voy:

- PSOE, 123 (les toca votarles a los que antes habían votado PP)
- Podemos, 90 (a estos les tienen que votar los antiguos votantes del PSOE)
- Ciudadanos, 69 (los exvotantes de Podemos pasan a ser votantes de estos)
- IU, 40 (los votantes de Ciudadanos se situen aquí, por favor)
- PP, 2 (los izquierdosos pasarán a ser votantes de PP)

Y así podemos ir rotando el voto y los cruces. Para cachondeo, también el nuestro. Así que ordenémonos para que se remuevan. Y así, una vez ordenados de nuevo, igual ya serán capaces de formar un gobierno. Ah, por cierto, admito que el reordenamiento a mí ya me va bien con tal de ver a los mangantes en otro lugar. Gracias.

18 abril, 2016

El empecinamiento del yo

Me canso, me canso mucho. Me resulta terriblemente cansino soportar el yoísmo. ¿Qué es el yoísmo? Pues esperen un poco, igual al final de la entrada me he explicado. Primero quiero explicar por qué me canso. Me canso de escuchar cómo se defienden las mismas mentiras una y otra vez. Y me canso porque nos lo creemos todo. Peor aún, nos creemos incluso a nosotros mismos. Para mí que en la caverna nos haría falta una formación autocrítica, una formación que nos enseñara a no creernos nada de nosotros mismos, a desconfiar de lo que creemos ser. Mi admirado personaje doctor House diría que todo el mundo miente, pero yo me atrevo a añadir que todo el mundo miente incluso a sí mismo. Todos, sin exclusión, somos unos mentirosos redomados. Tendrían que habernos preparado desde la más tierna infancia, desde ese momento en el que las meninges todavía son esponjosas y se dejan acariciar por lo que escuchan y aún no acaban de comprender, tendrían que habernos preparado para desconfiarnos. Pero no. Nos dejan crecer ensoberbecidos, creyeéndonos el centro de la Creación. Y, claro, después ya se nos hace callo en el cerebro y no dejamos pasar nada que no cuadre con lo que creemos ser. Esa soberbia la escucho en política, es muy común -en Pedro, en Pablo y en Judas, da igual-, pero también en la calle, en cualquier rincón de nuestro día a día. Escucho como defendemos lo indefendible, mientras nos defendamos a nosotros mismos. Porque solo así ponemos a salvo lo que queremos creer. Obcecados en lo que proyectamos. ¡Como si fuéramos ejemplo de algo! Ahogados en la defensa de lo nuestro, ahí estamos. Como si así tuviéramos alguna disculpa. El yoísmo. Ayer escribía algo sobre ello y hoy no me lo he podido quitar de la cabeza.

El yoísmo construye relatos para dibujar el personaje que creemos ser, pero también la nación -nuestra esencialidad en la manada- o la religión -la salvación ante la nada- o los ideales políticos -la que ha de salvar al pueblo. El yoísmo construye esos relatos y dibuja una identidad, una aspiración, una mitología que hace asimilable la mentira. Pero todo es ficción. Pura ficción. No somos el pueblo elegido, nunca lo fuimos. Como tampoco fuimos dueños de ninguna patria. No existen. Y mucho menos somos dueños de imponer ideas o ideales en nombre de principios inasibles o de promesas efímeras. Solo podemos ser dueños de nuestro presente y de nuestros deseos, aunque con muchas sospechas de que nunca lo somos del todo. Escucho a políticos hablar en nombre de todos, de representar la voluntad de pueblos enteros. Y veo masas enteras dejándose embaucar por políticos de medio pelo. Veo religiones pelear en nombre de verdades inasibles y veo morir a seres ahogados en mentiras que nunca comprendieron. Y se me puede preguntar, ¿qué es lo certero? Y respondo: pues lo certero es ser autocrítico, sospechar siempre de nosotros mismos más que de los otros. Lo certero es creer que los demás pueden tener razones que no somos capaces de comprender o de sentir. Lo certero es sospechar que me he engañado para poder dormir tranquilo, pero que alguna vez -o muchas veces- quise ser otro que no soy. Salir del yo, escapar del cascarón de la soberbia que nos envuelve y nos protege, esa es la tarea que tenemos pendiente. Resumiendo: deberíamos dejar de mirar al mundo desde nuestro propio ombligo.

Y llegados hasta aquí, podemos preguntarnos, ¿y por qué tenemos miedo a no tener la razón? ¿Por qué tenemos miedo a vivir equivocadamente? ¿De dónde surge ese miedo? ¿Vivir en lo acertado nos hace más felices? ¿Creernos acertados nos asegura haber acertado? Si nos miráramos con ánimo de vernos, nos daríamos cuenta de que nos equivocamos cada dos por tres. Siempre. La realidad nos demuestra que vamos de equivocación en equivocación en la vida, como si fuéramos dando traspiés por un camino plagado de trampas. No queremos admitirlo, pero ya tenemos los morros amoratados y las rodillas desolladas de tanto traspiés, aunque continuemos explicándonos cualquier milonga que apacigüe el espíritu. Nunca lo admitiremos. Siempre, al mirar atrás, describiremos la trayectoria del pasado como si no hubiera habido otra alternativa, como si no hubiera habido otro camino en la razón que acabase mansamente en nuestros pies. Y siempre, al describir el camino, explicaremos los hitos como si hubieran sido buscados y peleados, como si la fortuna nos nos hubiera abofeteado una y otra vez con lo insospechado. Queremos convertirnos en los héroes certeros de nuestra propia vida, de nuestra propia narración. Y nos mentimos. Nos mentimos despiadadamente. Porque en el fondo, sabemos que nunca quisimos ser lo que somos. Todos. No se me esconda nadie. Rebusquemos en los sueños olvidados y encontremos lo que nunca hemos llegado a ser. Pero a eso, a haber deseado ser otro sin haberlo conseguido, a eso le llamamos fracaso. Y el fracaso está mal visto en la caverna. Fracaso se escribe con el lodo más maloliente de la caverna. Pero, otra vez nos equivocamos. Porque en fracasar y levantarnos consiste nuestra esencia. Como si fracasar y levantarse no fuera tarea de titanes. Fracasar es la condición natural del ser humano. Como también lo es la de seguir adelante en busca del siguiente fracaso. Pero, mientras tanto, el mundo sigue moviéndose de mentira en mentira. Como si nuestra finitud y nuestras mentiras no existieran. Como si existiera un destino trascendental en nuestra identidad. ¡Hay que ser un verdadero campeón de la soberbia para creer tamaña burrada!

Aunque, eso sí me gustaría dejar claro, igual que digo que fracasar es nuestro sino, también afirmo que somos muy grandes. Fracasados, sí, insisto, pero muy grandes. Somos unos seres maravillosos. Aunque solo lo seamos cuando nos desnudamos para mirarnos tal cual en el espejo, sin envoltorios. Somos muy grandes cuando comprendemos la verdadera finitud de nuestra existencia y aún así seguimos buscamos la trascendencia o la inmotalidad sabiendo que, sin posibilidad alguna, fracasaremos en el intento. Eso sí es ser grande.

17 abril, 2016

Maldito WhatsApp

En catalán hay una expresión que me gusta y que expone muy gráficamente cuando pasa eso tan común de perder el norte, ese momento en el que nos dejamos arrastrar por el entusiasmo que provoca nuestra soberbia bien inflamada. La expresión en cuestión es "ens hem begut l'enteniment". Traducirla por "nos hemos bebido el entendimiento" no es adecuado, pero encontrarle sentido en "nos hemos emborrachado de nosotros mismos" sí parece más acertado. Pues bien, en la caverna "ens hem begut l'enteniment". Bueno, en realidad lo hacemos cada dos por tres. Nos ensoberbecemos tan a menudo que el día que explotemos vamos a dejarlo todo perdidito de efluvios varios. Eso sí, todos procedentes de nuestro orondo yo. El yoismo, esa enfermedad corrosiva que se nos ha agarrado al alma como una garrapata. Pero es que en la caverna viven y se reproducen con facilidad parásitos como ése.

Este entusiasmo de nosotros mismos nos lleva a hacer las mil y unas gilipolleces... perdón, quería decir insensateces. Nos enborrachamos tanto de nosotros mismos que llegamos a creer que somos la leche en patinete. Y, claro, se nos desbocan las ideas. Las más peregrinas o las más imbéciles. Y sin que seamos capaces de controlar el caudal. Al final todo se nos queda la caverna hecha unos zorros. Voy con la última gilipollez... perdón, quería decir insensatez, que se nos ha ocurrido. En este caso proviene del ámbito de la educación. He leído en un diario digital catalán, el Diari Ara, un artículo sobre la utilización del WhatsApp en la educación. Por lo que he leído, parece ser que a un iluminado se le ha ocurrido hacer grupos de WhatsApp con las mamás y los papás de sus alumnos. Claro, el problema aparece en el momento en que a los papás y las mamás se les ocurre comunicarse por WhatsApp para criticar a los profesores, o para aclararse entre ellos por las tareas que deben hacer sus hijos, o para discutir el disfraz de carnaval, o para poner verde a la dirección o a la cocinera del comedor escolar o al conserge o a quien sea. El caso es hablar y dar lecciones de cómo debería funcionar el mundo, aprovechando para ello los intermedios de Gran Hermano Vip y mientras dejan escapar una ventosidad en el sofá. Así calentito es más fácil pontificar. Y el maestro o profesor en cuestión ha pensado, pues me meto en el grupo y ordeno el tráfico de genialidades e impertinencias. Y, al leerlo, ha sido cuando yo me he llevado las manos al casco y he pensado, ¿es que no filtramos, insensato? ¿Ahora los maestros y profesores deberán también ordenar el tránsito verborreico de papás y mamás? ¿No es suficiente con hacer su horario presencial, el no presencial y el espiritual, que además deberán hacer de conductores de ocurrencias paternales y maternales, día y noche? Y, sin calcular el alcance ni los peligros de la ocurrencia, seguro que el maestro o profesor en cuestión estará muy orgulloso de su iniciativa. Pero la ha cagado.

Y es que no es solo eso. Es que, con el maldito WhatsApp, los papás y las mamás tienen un arma de destrucción masiva. Me pregunto, ¿tienen sus hijos la oportunidad de saltarse las normas y de no hacer aquel ejercicio de matemáticas que les repatea las tripas? ¿Podrán decidir por sí mismos qué deben o qué no deben hacer y aprenderán que sus actos tienen consecuencias? ¿Crecerán sus hijos y llegarán a ser capaces de limpiarse los mocos por sí mismos sin que su papá les mande una foto al WhatsApp del color exacto de las flemas? ¿Aprenderán las mamás y papás que cualquier ocurrencia no puede airearse sin filtro previo, que todo tiene un tempo y que la privacidad es un pilar de la libertad? ¡Maldito WhatsApp! Aunque no. La culpa no la tiene WhatsApp, la culpa es de la incapacidad para filtrar y decidir qué es importante y qué no. Nos hemos venido arriba y esto se nos va de las manos.

25 enero, 2016

Españoles muy españoles

Estoy hasta el mismísimo níspero de los españoles-muy-españoles. Esos que van escupiendo banderas rojigualdas a la cara de los descreídos como yo. Pero es que no soporto que me den lecciones sin yo pedirlas. No soporto que nadie me diga qué debo sentir ni cómo lo debo sentir. ¡Hasta el níspero! Espero me perdonen que no diga cojones. En fin, sigo. Oigo cada dos por tres a algunos esencialistas que nos quieren decir cómo debemos sentir la patria. Pero voy a decirlo otra vez para que no quepa duda alguna: los "españoles-muy-españoles" me la traen al pairo. No me despiertan más que repulsión. Arcadas. ¡Puag! Aunque, aclaro, ¿me repugnan porque sean muy españoles? Que no. Que ya he dicho que me la traen al pairo. Ellos puedan ser lo que quieran, me la sopla. Su españolidad-muy-española se lo pueden comer con patatas. Pero no soporto que me digan cómo debo ser yo. Porque, al hacerlo, me desprecian abiertamente. Porque, al hacerlo, demuestran su incapacidad para entender que haya otras maneras. Porque, al hacerlo, quieren relegarme a ser un ciudadano de segunda. Porque yo merezco tanto respeto como ellos y, por supuesto, mucho más que cualquier entelequia patriotera. Estos personajillos que se envuelven en la bandera y el patrioterismo, no son más que indigentes intelectuales, pero venidos a más. Decía mi padre que lo peor de un idiota no es que fuera idiota, lo peor, decía, es que crea que no es idiota. O como digo yo, no hay peor idiota que un idiota con iniciativa. O como decía Sócrates, solo el ignorante hace el mal porque, sencillamente, es un ignorante. Así que, un poquito de más cultura para esos españoles-muy-españoles.

P.S.: Substitúyase españoles por catalanes y el escrito es igualmente válido. Si se conocen otras necedades o nacionalidades o esencialidades, apreciaría que se comprobara su corrección. Yo creo que funciona. Si no es así, agradecería se me comunicase por los conductos habituales. Una cosa más, las bromas sobre los conductos, sean o no habituales, ya me las sé todas.

11 enero, 2016

En pelotas

¿Qué sería de la caverna sin pelotas? ¡Por Dios! Las pelotas son uno de los pilares de la caverna moderna. En nuestro afán por hacernos modernos, hemos conseguido cambiar los pendones de guerra y las corazas y lanzas, por pelotas que enervan las almas y sosiegan los ánimos. El circo ahora se representa en campos de fútbol. Ahora la épica ya no se escribe con sangre y muerte en la arena. La épica postmoderna se escribe con once tíos vestidos en cazoncillos. Todo es muy motivador. Todo es ilusionante. Humillante para los otros. Cuanto más humillante para los otros, más satisfacción para los nuestros. ¡Qué gozo para el alma cuando los otros bajan la cabeza al ver a uno de los nuestros alcanzar la gloria! ¡Qué belleza verlos correr, sudar, vomitar, vociferar, dar patadas a los otros! ¡Y meterla! ¡Dios, qué placer verla entrar! Cuando alguno de los nuestros la mete, todos la hemos metido. El éxtasis. Gritamos como osos, nos abrazamos, perdemos todo control. El furor más primario de la manada se deshace de todo grillete y explota. Aunque también es cierto que no todo el mundo lo entiende. Decía Pepe Rubianes que ver un partido de fútbol y decir "hemos ganado" tendría que ser como ver una película porno y decir "hemos follado". ¡Ay, Pepe, que no entendías el furor cavernario! Los cavernarios somos mucho más primarios que todo eso. Machacar al contrario es como oler la sangre del enemigo. Y la sangre del enemigo se saborea mejor en manada. El placer del sexo es solo individual. Nada que ver con la manada.

Como digo, nos encantan ver a los tíos en calzones corretear por el verde césped detrás de una pelota. En las televisiones cavernarias ofrecemos noticias, primicias, cotilleos, discutimos sobre las sonrisas, las miradas, los estornudos y los bufidos. Cuando es Ronaldo, TeleMadrid se explaya y conduce al orgásmico clímax a los foribundos seguidores. Cuando es Messi, TV3 se explaya y conduce al orgásmico clímax a los foribundos seguidores. ¿Diferencias? Ninguna. La manada dirigida por las pantallas. Y ya sabemos que las pantallas del fondo son el secreto de la caverna. Ver, comentar, repetir, discutir, humillar -otra vez-, repetir, vociferar, repetir, vociferar, humillar, repetir, humillar,... Y así. Se dicen periodistas. Pero no son más que delirantes conductores de los rugidos de la manada. Allí y aquí. Aquí y allí. No hay diferencias. Más allá de los colores. Siempre es lo mismo. Vociferar y humillar.

En la caverna, nos ponen más once tíos en calzoncillos dando patadas a una pelota que saber que en Madaya mueren, día a día, seres humanos presos del hambre y la guerra. ¡Viva la caverna!

10 enero, 2016

El ajo catalán

Creo que fue Victoria Beckham la que en algún momento dijo que España olía a ajo. Así, como despectivo y agreste lo dijo. Como es ella. Incapaz. Aunque quizás tenga razón. Es que el ajo se huele en los demás solo cuando antes no has comido ajo. En la caverna todos comemos ajos. Y, claro, no nos escandalizamos. Andamos con las narices metidas en los gaznates de los "otros" por si les olemos el ajo, pero no. Desde Cádiz a La Junquera. Es así. Los etnicistas quieren ver diferencias. En cuanto a los ajos. Diferencias sociales, ideológicas, culturales, históricas,... Las mil y una. La polla en vinagre, que diría un muy admirado mío. Y, por cierto, que el vinagre también debe apestar. Pero volvamos al ajo. En la caverna huele tanto a ajo en La Junquera o en Manresa como en Úbeda o Puerto Hurraco. ¿Ejemplos? Igual se enerva Rajoy diciendo que el sentido común es él, como se enerva Mas afirmando que él es el Bien. Porque de encarnaciones metafísicas también somos mucho en la caverna. Igual recorta uno como otro e igual representan uno y otro a los que tienen la sartén por el mango. También igual uno y otro se enredan en las banderas nacionales para soliviantarse y amordazar las almas de los cavernarios. Igual se comen con patatas a los antisistema como a los reformistas y rojos. También los dos son mucho de digitalizar. Y levantan sus dedos para señalar a quienes han de manejar los hornos. Igual. Uno y otro. Y si no es así, qué me digan cómo es posible que el ajo igual dé sabor al allioli como al gazpacho. Porque, sinceramente, un gazpachito y después unas costelletes amb allioli son un regalo para el paladar cavernario.

05 enero, 2016

Carmena y Reinas Magas

En la caverna los Reyes Magos no son reyes ni magos. Eso sí, tienen que ser hombres. Baltasar puede no ser negro. Se pinta y sanseacabó el problema. Porque si los ojos fueran escrupulosos, igual Baltasar debería ser un negro. O, se me ocurre, si Baltasar no es negro, igual Melchor podría ser un negro pintado de blanco. ¿No es lo mismo? Pues no, no es lo mismo. Ya sé que parece increíble. Pero, en la caverna, no es lo mismo un negro pintado de blanco que un blanco pintado de negro.

Algo parecido pasa con los pajes. Los pajes pueden no ser pajes. Pueden ser pajas. Una mujer con mallas, en la caverna, siempre es bienvenida. Y si es con escote, mejor. Un hombre en mallas no es tan agradecido. Pero una mujer con las ropas bien apretadas, unas plumas y un escote, hace de paje fenomenalmente. Claro, todo esto visto con ojos de macho. Con ojos de muy macho.

¡Una mujer! ¡Un negro! Igual lo que no gusta no es eso exactamente. Igual lo que no gusta es que las mujeres representen el papel de rey y, además, mago. Como tampoco gusta que un negro represente a un rey blanco. El caso es que en la caverna se lleva muy mal que se disfrace una mujer con las barbas de Melchor o que un negro haga de blanco. Y además todos eso lo defendemos apelando a la tradición, o al buen gusto, o a la fidelidad a no se sabe bien qué principio. Otra cosa no, pero aquí abajo se nos da muy bien disfrazar nuestras miserias con argumentos muy afilados. Tan afilados como miserables.

A la alcaldesa Carmena se le ocurrió disfrazar a mujeres de Reyes Magos. Y la lió. Los perros ladraron. De la misma manera, Carmena eliminó el privilegio de los vástagos de los más poderosos a tener un asiento cercano a sus majestades. Y cedió ese privilegio a los minusválidos. Y la lió. Pero los perros no ladraron en este caso. No sé si porque no está bien visto. El caso es que si Carmena hubiera vuelto a poner señoras pajes con mallas y escotes, nadie hubiera protestado.

04 enero, 2016

Aprendiendo a odiar

Por supuesto, en la caverna nos educan. Desde pequeñitos. Observamos en los demás y aprendemos. Copiamos los comportamientos. Calcamos las actitudes. Asumimos las miserias que nuestros cavernarios antepasados nos han legado. Es así como aprendemos a odiar. Con gusto y entusiasmo. Mamando la bilis. Agria y punzante. ¿Qué odiamos? Pues todo lo diferente. Lo que no somos siempre es odiable. Porque si odiamos, somos. Porque odiando sabemos quiénes somos. Porque no queremos ser ellos. Porque no son de los nuestros. Y nosotros y lo nuestro, una vez definido, es primacía. Odiamos también a los débiles. Porque no son fuertes. O más bien porque queremos ser fuertes a su costa. O quizás porque no queremos ser ellos ni queremos que ellos sean. Homofobia. Aporofobia. Xenofobia. Machismo. Son los extremos. Aunque entre los velos de lo consentido se esconden otros odios. Más tenues. Deslizantes. De esos que enorgullecen. Inflaman el espíritu. Colorean y dan sentido de pertenencia. Eres parte de la caverna y cantaremos juntos las grandezas de nuestros odios y miserias.

Por lo tanto, cuando odiamos, nos construimos. Nos educamos, quería decir. Somos por oposición. Por negación. Revueltos de espalda. Somos en la diferencia. Y en el odio. Lo más nítido es el odio. Cuanto más odiamos, más claramente nos definimos. Porque nadie quiere no ser. Por eso necesitamos ser diferentes y muy grandes. Y es así como el limo de la caverna se va alimentando. Poco a poco. Secularmente. Con el disfraz de la cultura. Propia. Identitaria. Con el odio. El cieno no apareció en la caverna, el cieno fue creciendo denso al ritmo de la historia. El odio y nuestras miserias han hecho crecer el cieno hasta alcanzarnos el pescuezo. Ahí, justo ahí donde solo es posible respirar. Ya nadie recuerda cómo era la caverna sin limo. Quizás porque siempre ha estado anegada. Con el odio. Con lo que somos. Con lo que nos hemos construido. Con el mismo odio que traspasamos a nuestros pequeños cavernarios. Porque les educamos. En el mismo odio en el que todos nos ahogaremos alguna vez.

17 diciembre, 2015

Tetas, músculos y GH16

En la caverna se está muy cómodo, la verdad. Todos miramos hacia la pared del fondo de la caverna para ver el espectáculo. Tumbados en el sofá y comiendo patatas fritas, así, obscenamente. Nos agenciamos una birrita, un cigarrito y a disfrutar. ¡Qué cuerpazos y qué caras tan bonitas! ¡Qué figurines! ¡Unas joyas!, que diría mi madre. Se nos cae la baba cuando vemos esos chicos altos, con tatoos. Morenazos y ojos claros, casi siempre. Músculos hasta en las pestañas. Eso siempre. ¡Un primor! ¿Y ellas? En la caverna se ven unas tetas y unas piernas de escándalo. ¡Una jartá de piernas y tetas! También con tatoos monísimos. Creo. ¡Y un pelaso de escádalo! A veces, hasta tienes la impresión de que detrás de esas tetas o bajo esos músculos puede haber una persona. ¿Qué cosas, no? Pero a mí me parece muy complicado meter todo en el mismo sitio.

Tenemos espectáculos de esos a todas horas. Al mediodía, a la tarde, a la noche, repetidos, tripitidos, edición especial,... ¡Se está tan bien en la caverna! Sí, ya lo sé. En realidad, en la caverna apesta todo a perro muerto. Y con un lodo negro que te cubre hasta las rodillas. Mierda por todas partes. Pero es igual, nos ponemos todos a mirar hacia el fondo de la caverna y se nos pasan los males. Un par de tetas y un torso testosteronado a presión, y todos tan felices. A veces me pregunto qué pensarían esas figuras de la Monadología o de la Divina Comedia o de las repercusiones epistemológicas del De Revolutionibus o del principio de incertidumbre o de Lynn Margulis o de Piketty. Pero, ¿para qué? ¡Qué cosas tengo! ¿Para qué se nos iban a liar con tamañas cosas? En la caverna lo más buscado en Google este año ha sido GH16. Eso dice mucho de la salud de la caverna. En la caverna todos somos felices, a pesar del lodo y la mierda, a pesar del hambre y la muerte. Todo bien, mientras siga habiendo tetas y culitos musculados en la pared del fondo, claro.