27 junio, 2016

A tomar por culo con el lucernario

Por Diós, te vas unos días y se te pone la caverna hecha unos zorros. Todo manga por hombro. ¡Qué barbaridad! Me da en la nariz que por aquí se nos ha desbocado algún indeseable y nos lo ha destrozado todo. Hasta se nos han deshecho los bordados de las cortinas y las cenefas más altas de los capiteles, todo lo que nos hacía creer que teníamos un rinconcito muy mono en la caverna. Recuerdo que, hace unos meses, aún teníamos la ilusión de abrir un lucernario apuntando hacia el firmamento. Bien grande, allá, muy arriba. En el centro del techo de la caverna. Y nos pusimos a ello. Habíamos soñado con un gran lucernario que dejara entrar la luz del sol y, por qué no, también el aire fresquito del bosque. Pero nada. ¡El lucernario a tomar por culo! De repente, se nos ha venido abajo el techo para llenarlo todo de cascoques polvorientos y dejando al descubierto una roca muy dura de arañar. ¡Joder, con qué facilidad se nos deshacen los sueños! Parece mentira, un chasquido de dedos y se te queda cara de idiota cuando, al despertar, en lugar del unicornio, te ves al lado un viejo burro sarnoso. Pero así es la caverna. Y aquí nos tiene atrapados.

Y cuando en la caverna todo se nos llena de mierda y cascotes, también se escuchan ruidos de navajas y algunos comienzan a salivar en la promesa de darle un buen bocado a los heridos. Hay que comerse al incauto. Pero es que hay nalgas muy jugosas. Bueno, en realidad hay de todo. Hay nalgas jugosas y culos revenidos, seamos sinceros. No se me vayan a creer que aquí todos somos adonises y venuses. Además, también los hay de estilo plañideras. Estos lloran y lloran, pase lo que pase. Me ponen de los nervios. No los soporto. Buá, buá y buá. De ahí no los sacas. En lugar de ponerse a apartar cascotes y quitar mierda de en medio, se me ponen a llorar como niños timoratos. Y comienzan con sus mantras. ¿Qué hemos hecho? ¿En qué nos hemos equivocado? ¡Esto es el fin! Que no, que no, mojigatos. Que la caverna siempre ha sido la caverna y no la vais a cambiar en dos días. ¿Qué esperabas, tontín? ¡Deja de gimotear, caraculo, y ponte a limpiar cascotes! ¡Que hay que dejarlo todo listo para volver a trabajar en el lucernario! ¡Poco espíritu, Dios! En su defensa he de decir que igual que se ponen a llorar, también se me entusiasman y en seguida se creen que van a agujerear el techo de la caverna hasta llegar a tocar el mismísimo cielo. Son así.

Los otros, los peligrosos, los carnívoros, esos ya son otra cosa. Están muy atentos a las jugosas nalgas que han quedado al descubierto con el trajín. El que ayer era tu enemigo acérrimo, hoy es un dulce corderito que, de repente, te empieza a rondar. Hola, te dicen, y se te van acercando con las manos dispuestas a acariciarte la cintura. Melosos, se te arriman como ondulándose, esperando hasta que están bien pegaditos y pueden clavarte las uñas en el culo. Zas, se oye de repente una palmetada, y después el desgarro. Y la nalga ya te la han jodido de un zarpazo. Por eso tengo que ir con cuidado. Se me han herido varios en la caverna. Y los pobres están desconcertados y con el culo al aire. Ya están las hienas salivando alrededor, las oigo acercarse. Esto será el festin de los culitos tiernos. Las hienas comienzan con los cantos de sirenas: que qué bien tu y yo juntos, al fin; que qué pena que no nos hayamos visto antes, con lo bien que nos llevamos; que qué mal anteayer, cuando aún no nos entendíamos; que qué vamos a hacer el uno sin el otro,... Y las manos ya empiezan a rondar las nalgas. Afilando uñas. Alguno de los carnívoros hasta ha amagado con alguna reverencia para allegar así la boca a las jugosas carnes. Son capaces de cualquier cosa con tal de morder el inocente jamón. Se me acumula la faena.

Por cierto, cuánto culo, ¿no?