02 enero, 2019

Solidarios y mucho solidarios

Ser solidarios es ya una etiqueta indispensable. Todo el mundo es solidario. ¡Viva la solidaridad! Igual que cualquiera es defensor de la libertad o de la democracia o de... ¡vaya usted a saber qué!, de la misma manera todo el mundo es solidario. El problema es cuando el cuñado en cuestión tiene que responder a la pregunta, ¿pero tú qué coño entiendes por libertad o por democracia o por solidaridad? Es entonces cuando el cuñado te comienza a decir, "que yo no soy racista, pero los gitanos o los moros o los negros...", "que yo soy demócrata, pero los ignorantes o los que no son de aquí...", "que yo defiendo la libertad, pero las feminazis o los maricones...". Total, que el cuñado siempre será cuñado. Es su condición. Y hay que dejarle hablar para que ejerza su "derecho a pensar como quiera", aunque sea incapaz de escuchar y, mucho menos, de dialogar.

Pero yo había comenzado a hablar de solidaridad. Hoy todos somos solidarios. Pero que mucho. Ahora bien, es muy común hoy en día una solidaridad de bienqueda. ¿A qué me refiero? Pues me refiero a todos esos que no tienen ni puñetera idea de qué significa ser pobre, por ejemplo, pero son muy solidarios. Nunca han tenido la sensibilidad de saber cómo viven o cómo sufren sus propios pobres. Esos que viven unas calles más allá en su propia ciudad o que van buscando algún resto por contenedores o que hacen colas inútiles en los servicios sociales. ¡Y lo que molestan esas colas de gentuzas pobres en el local de la esquina! No tienen ni puñetera idea de lo que significa ser pobre, sin recursos, de lo que significa vivir con frío o con hambre, sin poder atender como debieran a sus propios hijos, con el ay continuo en la garganta por no saber si les echarán de sus casas o de si llegarán a final de mes. Pero si los propios pobres son unos desconocidos, los pobres ajenos son una escoria todavía peor. Los cuñados se permiten criticarles por ser ineptos o unos vagos o unos incultos.  Como son ajenos y lejanos, no son como nosotros y, por lo tanto, son gilipollas. Porque uno nunca se califica de gilipollas a sí mismo, claro. Los pobres propios son ignorados, pero los ajenos además son menospreciados sin pudor alguno. Aunque, eso sí, somos solidarios porque hacemos colectas, porque hacemos jornadas solidarias, porque abrimos el bolsillo lo justo como para sacar unas moneditas y sentirnos colmados con nuestra generosa y desprendida vida. Señoras y señores entregados a la causa de la limosna para que otras señores y señores gestionen nuestro altruismo solidario. Una mierda, vamos. La misma mierda de siempre. La limosna como ejercicio de limpieza espiritual, aunque no haya lejía para limpiar tamaño insulto.