19 noviembre, 2017

Sobre la tolerancia y los intolerantes

Aprendí qué significa la tolerancia cuando trabajé de mecánico. Yo era muy joven entonces. Un pimpollo buscando su lugar en la vida. Y lo cierto es que no tuve buenos maestros. Quizás por eso la mecánica nunca me llegó a gustar. Pero, eso sí, aprendí cosas que aún recuerdo. Por ejemplo, y sin que mis maestros lo supiesen, aprendí qué es la tolerancia. Recuerdo que una mañana uno de aquellos tipos más experimentados me dijo, "a ver, chaval, no hay ninguna pieza que sea perfecta; si crees que cuando vas a montar una máquina todo es perfecto y encaja a la perfección, es que eres muy ingenuo; pero, aunque no haya piezas perfectas, sí que hay piezas que valen y piezas que no valen; las que valen, son las que no exceden la tolerancia permitida; las que no valen, son las que se pasan y son demasiado imperfectas, osea, son las que se pasan la tolerancia por el forro". ¡Chinpún! Lección fundamental. Si él saberlo, me ofreció un conocimiento esencial del que no fui consciente hasta algunos años después.

Como digo, con el tiempo aprendí qué querían decir aquellas palabras y sus consecuencias. Primero, no hay ninguna pieza perfecta. Y esto es el fundamento de toda convivencia. La esencia. Cuando una persona o un grupo de personas se creen más perfectas que el resto, no sólo se equivocan, también son un peligro grave para la convivencia. Y esto pasa muy comúnmente. Hay demasiados creyentes en su propia perfección. Son esos soberbios que se han emborrachado al creer en sí mismos de forma desmedida, sin dar opción a que otras verdades puedan ser también aceptadas. Y, para esos perfectos, los demás no somos más que escoria inculta, o fascistas, o ciudadanos de segunda clase, o desheredados, o no integrados, o pusilánimes que hay que dirigir, o mil y una categorías que sólo muestran menosprecio hacia el resto de la humanidad. Esos perfectos sólo destilan arrogancia. Arrogancia dañina, de esa que suena a ladrido y el aliento atufa a náusea.

Segundo: si nadie es perfecto, estaría bien que fuéramos conscientes de nuestras imperfecciones. Porque sólo así podremos mejorar, pulir o paliar las muchas imperfecciones que nos hacen humanos. A todos. Y porque sólo así, comprendiendo mis imperfecciones, igual puedo llegar a comprender y aceptar el derecho de los demás a tener sus propias imperfecciones. Mejor dicho, puedo y debo aceptar, de la misma manera que pueden y deben aceptarme a mí. Por ejemplo, yo no soy "anti-nada". La verdad es que no puedo serlo, mi naturaleza escéptica no me lo permite. Pero, a pesar de no ser "anti-nada", también puedo no ser de lo que me dé la gana. Y eso es algo que no todo el mundo entiende. Podemos no estar de acuerdo con alguien o con alguna idea o con alguna propuesta, y sin embargo eso no nos convierte de forma inmediata en "anti". ¿Por qué? Porque toleramos y queremos ser tolerados. Últimamente he tenido que oír demasiadas veces cómo me llamaban "anti" por el simple hecho de no ser un seguidor. Y creo que se equivocan cuando reducen la realidad a su visión maniquea: o conmigo o contra mí, o buenos o malos, o blancos o negros, o de aquí o de allí. Pues no: ni negro ni blanco, ni bueno ni malo, ni de aquí ni de allí. Tengo todo el derecho a no sentirme ni implicarme con guerras que ni me van ni me vienen. ¿Por qué? Pues porque, sencillamente, todos somos imperfectos y yo prefiero quedarme con mis propias imperfecciones. Me las conozco, me las domino y no me impiden convivir con nadie. Así que no quiero las vuestras, vamos.

Tercero. La tolerancia nos obliga a aceptar como válido a todo aquel que está dentro de lo aceptable. ¿Y qué es lo aceptable? Pues lo aceptable es, ni más ni menos, que seamos aceptados. Dicho de otra manera: todo aquel que con su conducta o sus palabras se muestre intolerante con el disidente estará demostrando una actitud inaceptable. Todos tenemos cabida en la sociedad, siempre y cuando aceptemos la cabida de cualquier otra opción. Eso es la tolerancia: aceptar la diversidad de imperfecciones, tan imperfectas como las mías. Tenemos opiniones dispares, de todos los colores. Quizás alguna más cercana a la medida ideal, no digo que no. Quizás todas imperfectas. Pero todas válidas porque estar dentro de los márgenes de la tolerancia implica aceptar para ser aceptado. A partir de ahí, la máquina funcionará. Eso me dijeron mis maestros mecánicos. "No te preocupes, chaval, que si todo está dentro de la tolerancia, la máquina funcionará". Y tenían razón. La tolerancia es la que permite que nos movamos muy cerca de la perfección sin que seamos perfectos.

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