28 octubre, 2017

República por encima de todo

Soy republicano. Sin ambigüedades. Y no es simplemente por una cuestión estética o por un desdibujado odio a nadie. El odio nunca ha construido nada, si no es para destruir después. No necesitamos más fosas en la caverna. No odio a los borbones, como no odio al clero ni odio a los poderosos adinerados. Pero, sin odiarles, no quiero que me gobiernen. Quiero una república. Quiero un estado libre en el que poder bucear o nadar sin que nadie tenga más privilegios que yo. Ni yo más que ningún otro. Y quiero bucear y nadar en la república con todas las consecuencias. La caverna dejará de ser tan cavernaria cuando la república sea la que regule nuestra vida política. Porque ser republicano es aceptar las reglas del juego republicanas. No hay república sin reglas. Como no hay juego sin reglas. Como no hay amores sin obligaciones. Debemos entregarnos a la república y a sus reglas. Sin remisiones. Nada de sólo la puntita. Los valores republicanos por encima de cualquier otro valor. ¿Y cuáles son esos valores? Esencialmente tres.

Primer valor. La obligación irrenunciable a aceptar cualquier otra opinión que no sea la mía. El respeto. La obligación inexcusable de defender el derecho ajeno a decir y desear. Sabiendo que puede desear o decir lo que yo no deseo ni digo. Es decir, el principio irrenunciable de la libertad. Ese es el origen del poder de la república. Resumiendo: la desalienación. Resumiendo: la libertad y su secuela más fundamental: el respeto. Nunca las ordas homogéneas. Nunca la sumisión a una idea. Nunca bajar la cabeza ante otra opinión, otro sentir u otro deseo. Nunca la renuncia al derecho individual de disentir.

Segundo valor. La aceptación inexcusable de la disensión conlleva también la necesidad inexcusable de la convivencia pacífica en la diferencia. La diferencia y la pluralidad como enriquecimiento. La república sólo será república en la conviviencia pacífica en la diferencia. Para construir. Siempre para construir y progresar. Siempre en paz. Sintetizando: concordia en la diferencia y en la pluralidad.

Tercer valor. Renuncia a los mitos. Renuncia al dogma. Renuncia a la construcción desde las restricciones inventadas desde la historia. O desde la religión. O desde la ideología. O desde la creencia de cualquier índole. La creencia en nuestra infallibilidad es un dogma necio. Una estupidez. El gran error. Porque todos podemos estar equivocados. Porque todos nos equivocamos. Aceptar la equivocación como una realidad es aceptar que los mitos y los dogmas nunca nos podrán gobernar. Quien quiera construir relatos para convencernos de un sentido unívoco del país, nos está manipulando como esclavo de sus deseos. Y de sus miserias. Porque somos imperfectos: viva la imperfección.

Falibilidad, concordia y libertad. Construir una república desde la aceptación de nuestro error, desde la concordia y la pluralidad, desde el respeto estricto a la libertad del otro. Y no hay más.

26 octubre, 2017

Lo inverosímil que da miedo

Sí, lo sé. Yo también estoy muy cansado. Hasta el gorro. Me agotan. Porque, a estas alturas, ya sabemos que no es tanto el llegar lo que quieren. Quieren remover. Siempre en movimiento. No es llegar, sino que se mueva. El viaje, y con él la ilusión, existe en el movimiento y nunca en alcanzar el destino final. Si se llega, se acabó. Así que estamos estirando y estirando. Hasta que cruja y reviente. Y al reventar, nos va a quedar una mierda de caverna. Todo por recoger. Los pobres sin mejorar. La educación como unos zorros. La sanidad en manos de unos pocos -que, por cierto, esos pocos seguro que son gordos y fuman gruesos puros; es como una ironía, la salud en manos de gordos fumadores. Me voy de tema, vuelvo. Que digo que ya veréis cuando tengamos que recoger la caverna. Nos va a salir toda la pelusa de debajo de los muebles. Esa que la pelusa nunca se ve, pero engorda y engorda sin remisión escondiéndose por los rincones y bajo los muebles o detrás del butacón o entre las rendijas y las grietas. Educación, sanidad, dependencia, pobreza,... Demasiada pelusa.

Pero, a pesar de estar hasta los albaricoques de todo esto, sí que hay cosas interesantes. Para discutir un ratito -ayudados, claro, de unas patatas fritas y una cerveza. Es muy interesante ver cómo asumimos con absoluta normalidad situaciones posibles que nos hubieran puesto los pelos de punta en cualquier otro momento. Oigo que todo esto puede acabar en rebelión popular. Tomando lugares estratégicos. Haciendo de escudos humanos. Oponiendo nuestras almas y -cuidado- nuestros esbeltos cuerpos para defendernos de piolines y de otros seres animados. ¿De verdad? ¿Nos lo creemos? En otro momento he escuchado que igual pasamos años o decenios empobrecidos. Pero que podemos resistirlo por el destino patrio. La patria siempre por delante del bienestar de sus individuos. Todo por la patria, que dicho sin tricornio parece menos obsceno. ¿También de verdad? Otra. Que aunque los europeos no nos quieran, pues que ellos se lo pierden. Que sin ellos también hay vida y que fuera de la Unión Europea igual la vida es más divertida. No, ¿verdad? En otro lugar he escuchado que si las empresas se van, pues que ya volverán. Y que si se quieren ir, pues que ellos se lo pierden. Que nosotros valemos mucho y que tendremos cola para recibir a bancos y empresas extranjeras. ¡Vamos, vamos! O que podremos cobrar bonos patrios. O que se puede militarizar hasta la moreneta. O que los funcionarios, todos, se van a poner de culo -¡por Dios, qué imagen! O que Mariano va a presidir la Generalitat -que seguro que puede porque si no hace nada en Madrid, aquí también puede vivir sin hacer nada. O que se nos van a enfrentar piolines y mossos, como si fuera un match en la cumbre. Pero, ¿de verdad no vamos a despertar nunca de esta sinrazón? ¿De verdad creemos alguna de estas estupideces? Cuidado porque, al despertar de la fiebre, muchos cuentan cosas inverosímiles que superan los límites de la caverna conocida. Terra ignota.

25 octubre, 2017

Inevitables renuncias

Inevitable: imposible de evitar. Que no se puede eludir, excusar, apartar. En eso se ha convertido la política con el asunto catalán: en la gestión de lo inevitable. O lo que es lo mismo: la antigestión. O lo que es lo mismo: la antipolítica. Porque lo inevitable no requiere ni permite gestión alguna. Y me quedo con los ojos como platos. Con cara de idiota. Porque me acaban de dinamitar mi esperanza: la política. El terreno en el que se construye lo posible. El terreno del cambio y del progreso. Pero no. Ellos que no. Dale que dale. Me están negando la política y me la quieren convertir en la gestión de lo inevitable. Puigdemont y todos sus seguidores y vitoreadores, junto con Rajoy y todos sus seguidores y vitoreadores. Nos venden que hemos llegado hasta aquí porque ellos no han podido hacer más que lo inevitable, pero no lo posible. Que sólo son capaces de hacer aquello que no han podido eludir, excusar o apartar. Decepcionante. Y muy triste.

Los clásicos tenían claro que la política, el discurso sobre el bien común, el arte de gobernar polis, era el juego de lo posible. Si queremos un proyecto común, deberíamos creer en la política. Porque aquello que es posible debe ser compartido y construido entre todos. Pero cuando la construcción del bien común se hace imposible y sólo contemplamos lo inevitable como única opción, entonces estamos renunciando trágicamente a la política. Y a esas quieren convencernos que hemos llegado. Porque todos los argumentos que escucho para explicar cada uno de los pasos que dan, se sustenta en lo inevitable. Y, qué quieren que les diga, o son unos inútiles como políticos o nos quieren engañar como a idiotas.

Puigdemont declarará la DUI porque es inevitable para él. Porque Rajoy y Madrid no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Rajoy aplicará el artículo 155 de la Constitución porque es inevitable para él. Porque Puigdemont y Catalunya no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Estos son sus argumentarios. Iguales. Mezquinos. Absurdos. Dos personajes que encarnan la renuncia a la política, que renuncian a la palabra, que se esconden detrás de una inevitabilidad sólo apta para crédulos. Muy crédulos. Muy adeptos. Sólo apta para todos aquellos que renuncian al espíritu crítico y a la construcción del bien común. Pero nunca apta para nosotros, para los que aún creemos. Porque los que confiamos en la política y en la palabra no nos podemos dejar convencer tan fácilmente. Con esos argumentos. Con esas renuncias. La mezquindad política no nos puede gobernar. Porque si permitimos que la mezquindad política nos siga gobernando, estaremos renunciando a la construcción del bien común y del futuro. Renunciando al progreso. Y cada día nos venderán una renuncia más. Y cada día nos harán agachar la cabeza ante lo inevitable. Y cada día estaremos más vendidos entre sus manos mezquinas. Y no.

22 octubre, 2017

Mentiras y silencios

Nada. Nada nuevo. Queramos o no, es así. Todo como siempre ha sido. El mismo de la Ley Mordaza, el mismo que nos claveteó otra vez en el siglo XX con una ley de educación, el mismo que ha utilizado la corrupción como si fuera un mecanismo más del estado de derecho, el mismo que recortó y recortó para beneficio de unos pocos y dolor de los más débiles, ese mismo vuelve a sentenciar. Ése, el mismo, ahora se erige en garante de la democracia con la única intención de hacer desaparecer a un gobierno y amordazar a todo un parlamento. ¿Y nosotros qué? Pues nosotros seguimos enfurruñados. Y entonces una pataleta. Un lloriqueo pusilánime, como mucho. Eso sí, todo revestido de color y mucha algarabía. Como para pasar la tarde y tomar un poco el aire. Y a cenar y a dormir que mañana tengo una reunión. O, como si de una ofrenda extraordinaria se tratase, gritar en el Camp Nou un poquito -siempre y cuando no interrumpamos un gol de Messi- esperando así cambiar el mundo. O cambiar Catalunya, al menos, ya no España. ¡Para qué, si son irreformables! Pero nosotros sí. Nosotros aún tenemos solución y futuro. Pero perdóname un momentín, que se acerca el minuto 17:14 y tengo que gritar para cambiar el mundo.

Tristeza. Tristeza y mucho desánimo. Y ya no es sólo por las consecuencias de las políticas de Rajoy. Tristeza, sobre todo, porque estamos ante el borde de un abismo. Un abismo que todos hemos ayudado a acercar. Todos. Los que sabían perfectamente adónde íbamos, pero pusieron el engaño al servicio de un sentimiento patrio. Los que no sabían, aunque intuían, pero callaron cobardemente sin ser capaces de nadar contracorriente. Y los que no sabían ni intuían, pobres, porque se dejaron arrastrar. Ahí estamos todos y que cada uno aguante su vela. El abismo: décadas agachando la cabeza, sin ver ni una esperanza en el puñetero horizonte. Porque los vencedores no nos van a dejar levantar la cabeza. Y cuidado, porque los vencedores son PP y Ciudadanos, sobre todo, y a partir de hora tienen camino expedito para seguir gobernando. Han engordado tánto que pueden subsistir sin probar bocado el resto de la travesía.

Y los catalanes hemos hecho el trabajo sucio. Sí, sí, nosotros, los catalanes. Durante mucho tiempo nos hemos dejado arrastrar por mentiras. Muchas mentiras. Y deberíamos reconocer, quizás, que nunca estuvimos dispuestos a entregar la vida por esas mentiras. Deberíamos admitir que estábamos dispuestos a gritar, exigir, reclamar, argumentar, reír, mostrar,..., pero dar la vida, no. Hasta es posible que ni tan siquiera estuviéramos dispuestos a entregar el sueldo de un mes por esas mentiras. También es cierto que nadie nos las explicaba. O quizás nunca estuvimos dispuestos a escucharlas así, a bocajarro.

Nunca nos contaron que Europa no nos querría. Aún hoy he visto colear alguna secuela de esa mentira en ese infierno que es Twitter. Seremos Europa, decían. Y Europa va y nos hace una pedorreta de mucho cuidado. Una pedorreta que se ha oído hasta en Tumbuctú. Ni Alemania ni Francia ni Italia ni Reino Unido ni... ni sus bancos. Que no, que no nos quieren meándonos en una de las esquinas de Europa. Así que los europeos nos han dado una palmadita en la espalda y nos han dirigido a Mariano Rajoy para que nos devuelva al redil. Pero nos vendieron que sí. Y es que no. Nos vendieron que éramos los más europeos de entre los campeones europeos. Que a toda Europa se les iba a hacer el culo gaseosa cuando dijéramos, "ahí vamos, Europa". Pero no. El culo no se les ha hecho gaseosa. Y así estamos ahora, con vértigos.

Nunca nos contaron que no habría bancos dispuestos a darnos un euro. Ni un duro. Ni un franco ni un dólar. Que no hay dinero. Nunca nos dijeron que empezaríamos empobrecidos y que no habría créditos para poner unos malditos visillos en las ventanas. ¡Con lo bien que nos hubiera quedado! Nunca nos dijeron que funcionarios o jubilados podrían sufrir durante meses o años los sinsabores de no tener un euro en el bolsillo. Bonos patrios. ¡Nos querían pagar con bonos patrios! Eso es lo que habían pensado, cuidado. ¡Pero qué mierda de bocadillo se hace uno con un bono patrio! Claro que ellos no deben comer muchos bocadillos y no entienden.

Nunca nos dijeron que las empresas huirían de Catalunya como de la peste. Es más, nos dijeron lo contrario. A sabiendas de la cobardía de las empresas y del poco patrioterismo del dinero. "Jamás se irán", decían los gurús con americanas multicolores. Pero los gurús mentían o son unos ineptos. Porque ahora sabemos que durante décadas Catalunya podría sufrir la pobreza de no tener puestos de trabajo. ¡Décadas! Quizás, los que tenemos una cierta edad, podríamos estar dispuestos a sacrificar lo que nos queda de vida por un gozo patriótico. Quizás, no digo que no. Incluso podríamos aceptar la pobreza del resto de nuestras vidas sabiendo que hay una élite, la nuestra, que seguirá engordando -y hasta es posible que gobernando. Pero también es posible que no estemos dispuestos a hipotecar el futuro de nuestros hijos. Quizás no queremos ver cómo nuestros hijos deben irse de la patria para poder tener un proyecto de vida despatriada. ¿Alguien pensó en dejarnos elegir? ¿Alguien creyó que pudiéramos estar interesados en saber la verdad?

Nunca nos contaron que el estado tiene piolines suficientes como para dejar Catalunya como un erial. ¿De verdad creímos que en algún momento los piolines vendrían a pasearse por la playa de Sitges? ¿Quizás creímos que los piolines vendrían, pero saldrían asustados ante...? ¿Ante qué? ¿Qué queríais, que los mossos se partieran la cara por nosotros mientras les mirábamos por la ventana? ¿O pensabais verlo por la tele en un especial mossos vs piolines? No nos lo contaron, pero parecemos idiotas si creíamos que necesitábamos que nos lo contaran.

Nunca nos contaron que la democracia no era lo que suponíamos. Nunca nos contaron que la democracia, para ellos, consistía en hacer leyes a medida. A medida de la oligarquía patria. Como tampoco nos dijeron que podían pasarse la democracia por el forro y también a medida. No nos contaron que la democracia era no mirar a las minorías. Que la mitad más uno puede olvidarse perfectamente de la mitad menos uno. Que se puede construir un país maravilloso precindiendo de la mitad menos uno del país, ¡ahí te quedas! Y hablando de minorías, me hizo mucha gracia ver como Coscubiela les ponía contra las cuerdas, pero que, para ellos, perdía rápidamente la razón si el PP le aplaudía. ¿Qué tipo de argumento es éste? Pues déjenme decirles que hubiera estado bien conocer antes este argumento para poder cortarles las manos a los del PP y evitar así que aplaudieran al pobre Coscu. ¿Qué tipo de democracia es ésta? ¿De verdad podemos amordazar o reírnos en la cara de la mitad menos uno del país?

Nunca nos contaron que las decisiones importantes de mi país las tomarían los representantes electos, pero también los no electos. Una democracia donde las decisiones más trascendentales las toma el presi, el vicepresi y unos pocos amiguetes que nunca nadie les ha elegido para representarnos. Nadie. Así, como si nada, ANC y Omnium decidían con el presi y el vicepresi dónde teníamos que estar, qué teníamos que decir, hasta qué hora se debía decir y a qué hora se debería dejar de estar. O decidían si se presentaba un DUI o media DUI o la puntita de la DUI o... ¿Lo decidían los cargos elegidos democráticamente? Pues no. O, por lo menos, no sólo ellos. Y el presi y el vicepresi poniendo todos los medios para que nadie dudara. Prensa, televisión, radio y demás entes no especificables por escrito y en público. ¿Alguien preguntó? ¿Alguien nos dejó elegir a esos representantes que no nos representan? ¿De verdad se puede manejar la voluntad de tantos y tantos catalanes por unos cuantos arrogados en el papel de libertadores?

Triste, muy triste. Porque todas las mentiras nos han arrojado a los lobos. Y los lobos aúllan desde Madrid. Y a mí no me sirve con llorar y rebozarme en el victimismo. Yo no quiero llorar, yo quiero tener ilusión. Y prosperidad y futuro, para mí y para mis hijos. Y quiero creer que la justicia, el progreso y la igualdad son los retos por los que vamos a luchar en el futuro. Y sin sentir el aliento de los lobos en mi cara.

20 octubre, 2017

Epístolas para consumo propio

Diálogo de sordos. Diálogo de ciegos, también. Cierto es que no se escuchan, pero tampoco ven. O ven aquello que les conviene ver. Pero incapaces de mirar lo que hay más allá de sus palacetes y salones. Diálogo no hay. Pero nada de nada. Ni en las altas esferas ni tampoco ya en las barras de los bares. Ahora ya es imposible. Nada de nada. Se nos está acabando el terreno de la palabra y, con él, se nos ha acabado el terreno de la razón. Y del diálogo. Diálogo y razón tienen en la palabra a su único y fundamental soporte. Más allá, el silencio. La sinrazón.

Insisto, no hay diálogo. Y menos aún por carta. No hay diálogo epistolar. Sí, cierto, se han intercambiado cartas, pero para nada. Porque ni se han leído ni han querido nunca leerse. Y no se han leído para no tener que entenderse. Las cartas han sido sólo para consumo propio. Cartas para elevar el propio espíritu. Cartas para que el ánimo de los míos no decaiga. Cartas para mantener viva la sordera. Cartas para no intercambiar nada. Puigdemont ha escrito sus cartas para los propios. Para que no decaiga el espíritu etéreo y para que no crean que todo ha sido para nada. Rajoy ha contestado, en carta, para los propios. Cartas para elevar el ánimo de los propios desde el cemento y para que no crean que el cemento se desmorona.

En las cartas hemos leído interpelaciones y paráfrasis. O algo parecido. Porque creo que las paráfrasis dejaban de ser paráfrasis desvaneciéndose en los renglones. Paráfrasis que no han explicado nada, para desvanecer sentidos en soflamas. Paráfrasis que más bien enredan para tejer las propias ropas. E interpelaciones que no han interpelado. Interpelaciones que nada quieren interpelar. Interpelaciones que tejen redes tupidas de las que nadie puede escapar. Paráfrasis e interpelaciones perdidas. Humo. Mucho humo. Humo tóxico. Y continuamos pasando pantallas. Pero continuamos pasando pantallas sin acabar ninguna de ellas. Vivimos una época de consumo compulsivo. Debemos consumir sin ni tan siquiera acabar con el bocado anterior. Consumir ante todo como si, así, avanzáramos hacia algún sitio. Pero no avanzamos. Como pollo sin cabeza. Creer que avanzamos para no avanzar. Quizás, para no tener que avanzar. Y nos hemos alimentado de pantallas que nunca hemos acabado de consumir. Así hasta atragantarnos. ¿Alguien se acuerda ya de las muchas preguntas que se han quedado en el tintero? Sin respuestas. Sin diálogo. Preguntas estériles, resecas. ¿Qué pasó con el derecho a decidir? ¿Qué pasó con el derecho de autodeterminación? ¿Ya hemos aclarado qué és eso de la república social? ¿Qué legitimidad tiene la Llei de Transitorietat? ¿De qué manera vamos a respetar a las minorías? ¿Hasta qué punto la mitad más uno pude decidir el destino de la mitad menos uno? ¿Siempre? ¿No siempre? ¿Hasta cuándo? ¿Qué tipo de relación queremos los catalanes con el estado español? ¿Qué pasará con al economía catalana? ¿Cómo queremos el referendum? ¿Es válido el 1-O? ¿Hasta qué punto queremos que el 1-O sea el inicio de una república verdaderamente democrática? ¿Queremos una DUI? ¿Queremos ser Europa? ¿Cómo aceptará Europa una DUI? ¿Es el artículo 155 de la Constitución aplicable ahora en Catalunya? ¿Tenemos a dos catalanes prisioneros políticos? ¿Qué es un prisionero político? ¿Sedición? ¿Hasta dónde puede el poder judicial solucionar el problema catalán? ¿Pueden dos grupos civiles decidir el futuro de un pueblo? ¿Está el Govern en manos de sociedades civiles? Y preguntas y preguntas que nunca han llegado a tener respuestas. Preguntas que se están perdiendo en pantallas anteriores. Engullidas sin haber resuelto nada. Preguntas que debieran haber sido la esencia del diálogo. Y de la democracia. Y que no se han respondido. Y que no hay diálogo. Y que se nos desvanece la democracia. O vaya usted a saber.

15 octubre, 2017

Legalistas y legitimistas.

Entre el Ser -etéreo, difuso, prometedor, inconsistente, fabuloso, fabulante, imaginario, indefinible y, en ocasiones, pérfido- y el Cemento -consistente, pétreo, definido, opaco, firme y, casi siempre, anclado en el presente y el pasado. En esas estamos. Entre el Ser y el Cemento -se me permitirá escribir Cemento con mayúsculas al dar nombre propio a una situació. Lo etéreo e indefininble, contra la consistente y perfectamente definido. Ésa es la escena política desde Catalunya.

Esa situación se ha centrado en diversas ocasiones en la dicotomía legal-legítimo. Como si fuera una dicotomía excluyente. Pero, ¿por qué? Pues porque algunos lo quieren dicotomizar todo hasta llevarlo al maniqueísmo. Ese terreno tan cómodo para recoger voluntades. Y para necios que buscan necios. Cuanto más claro está el "enemigo", más claro está quiénes somos "nosotros". Ellos nos hacen existir. Es la estrategia. De unos y de otros. Traducción: más adeptos (adictos), más votos. La rentabilidad, como siempre. Pero la dicotomía legal-legítimo no siempre es excluyente. Hay muchos terrenos en común, como no podría ser de otra manera. Sólo lo legal es ilegítimo cuando las voluntades, todas, están sometidas. Y aquí podríamos discutir y mucho sobre el grado de sometimiento y la cantidad de voluntades. Es igual, sigamos. El Govern ha querido llevar la discusión a lo legítimo. Terreno supra-real y, por supuesto, mucho más elevado que el terreno de lo legal: el Ser. Mientras que el Gobierno se ha empecinado en el terreno de lo legal. Terreno super-real y, por supuesto, el que debe normalizar nuestra vida cotidiana: el Cemento. Yo, por supuesto también -y por degeneración personal-, prefiero la discusión sobre legitimidades. Yo, por supuesto otra vez -y por pura ignorancia-, prefiero esquivar la discusión sobre legalidades. Y esto no quiere decir que esté a favor de un Govern o del otro Gobierno, sino que, sencillamente, creo que discutir eternamente sobre legitimidades es una necesidad -además, déjenme el derecho de estar contra los dos. Sigo. Decía que discutir sobre legitimidades es un necesidad humana. Pues como perseguir eternamente la libertad. Como luchar eternamente contra la desigualdad. Hay luchas que son y serán eternas. ¡Qué le vamos a hacer! Los humanos somos imperfectos. Todos. Como individuos y como pueblos -la perfección es aburrida y nada seductora, mejor así.

Pero discutir sobre legitimidades no nos da la legitimidad de la discusión o de los temas en los que centramos nuestra discusión de legitimidades -buf, no se cómo me ha quedado esto. El caso es que todo es muy discutible. Pongo ejemplos: derecho a decidir; derecho de autodeterminación; derecho a ser pueblo; derecho a la soberanía; derecho a construir un futuro propio; derecho a darnos besos en la boca... Todo muy etéreo -los besos en la boca, mientras no hay lengua carnal por medio, también son etéreos. Etéreo y haciendo trampas, que es lo peor. Se han dado por buenos muchos derechos. Sin discusión alguno de por medio. Sin análisis del Ser.

Los legalistas critican y analizan encerrados en sus leyes. Y no dan por bueno ni uno de esos derechos. ¿Por qué? Porque los otros son el "enemigo". Es como si el Cemento les hubiera anclado los pies y discutir sobre legitimidades les produjera vértigo. Sin más. Como un prejuicio más, vamos.

Los legitimistas dan por bueno todo derecho esté o no reconocido en el derecho legal. ¿Por qué? Porque los otros son el "enemigo". Es como si los que defienden la discusión sobre el Ser, sólo quisieran considerar etéreo lo que a ellos les va bien que sea etéreo. Es como si quisieran dar por no etéreo todo lo que no interesa que sea etéreo. Sin más. Como un prejuicio más, vamos.

Creo que las discusiones son torticeras, entre legalistas y legitimistas, porque no hay sinceridad ni voluntad. Porque hay muchos intereses cementeros disfrazados con velos etéreos. Y, ahora voy por lo mío, la filosofía debería entrar aquí a dar coscorrones a diestro y siniestro -coscorrones, no porrazos, por favor. La filosofía, al menos, debería exigir que no nos engañen, ni unos ni otros.

12 octubre, 2017

La derecha es derecha, siempre y donde sea.

Hay cosas que no entiendo. Muchas, perdón. Hay muchas cosas que se me aparecen como incógnitas. Y en política, también. Ya sé que dos y dos no son cuatro cuando hablamos del ser humano. Del comportamiento del ser humano. Y menos aún cuando hablamos del comportamiento colectivo. O de la respuesta política al comportamiento colectivo. O de la respuesta colectiva al comportamiento político. Es igual, el caso es que hay cosas que no entiendo. Una: ¿cómo es que la derecha, siendo derecha en todas partes, no es percibida como derecha en todas partes? Concreto un poco más: ¿cómo es que la derecha catalana no es percibida igual que la derecha española? ¿Hay una derecha con cuernos y rabo (perdón) y otra angelical? No. Yo creo que no.

Cierto es que tenemos una derecha española aferrada al terruño. Saca banderas y enarbola astas con símbolos por doquier. Se apropia de colores y enseñas. Utiliza el sentimiento patrio para preservar sus dominios. Manipula utilizando los sentimientos para anclar en la patria la desigualdad y el mantenimiento de sus propios intereses. ¿Alguien lo duda? Siendo así, ¿alguien puede dudar que esta misma jugada se realiza en Catalunya y por su propia derecha? Puede haber diferencias de estilo, pero secularmente no han tenido otro interés que el propio: proteccionismo de estructuras de poder, defensa de las desigualdades de clase, menosprecio de lo diferente,... Total, que escupir a lo diferente es el deporte favorito de esa derecha que mima, sobre todo, a su bolsillo.

Las políticas económicas. Poco que decir. Si Rajoy se esforzó por meternos en la mollera que recortar era un deporte necesario para seguir viviendo, Mas y seguidores fueron los primeros en vendernos la moto, los primeros en convencernos de que el futuro pasaba por vaciar de dinero los derechos sociales. Unos nos dijeron que es que Alemania. Los otros afirmaron que es que España. Pero el resultado es el mismo: empresas incrementando sus beneficios a costa de que los más pobres sufran, aún, un poco más.

¡Uy! Calla, que es que la utilización de la fuerza distingue a unos de otros. Es que los españoles son muy dados a dar porrazos, pero los catalanes son más sutiles. Falso. No juguemos a esconder verdades. Sólo diré un nombre: Felip Puig. Sólo me acordaré de un hecho: desalojo de plaza Catalunya cuando los ilusionantes 15M nos enseñaron un atisbo de luz. La utilización de la fuerza (ahora no hablo de Mossos o de Guardia Civil, sino de sus mandos) es una característica propia y muy característica de la derecha. Como pasa cada vez que hay una reunión del FMI, por ejemplo, en un país extranjero. ¿De verdad vamos a creernos que la derecha española es más incivilizada que la catalana? ¿Nos acordamos cuando Mas tuvo que allegarse al Parlament en helicóptero por su política de recortes y de falta absoluta de diálogo? ¿Es que no repartieron mandobles a diestro y sieniestro? ¡Vamos, hombre!

¿Y la manipulación informativa? TVE se está distinguiendo por una manipulación descarada de la información. Escondiendo hechos. Mirando hacia otro lado. O, directamente, tergiversando la realidad. Los comentaristas que nos embuten en el plasma son más casposos que las chorreras y más reaccionarios que el aceite de ricino. Mucho asco. Tanto asco que los propios profesionales de TVE se han rebelado en más de una ocasión. ¿Y qué pasa con TV3? Pues que también miran hacia otro lado (el contrario). Que nos nos enseñan todo o solo nos muestran la puntita. Que los planos no son inocentes y salen más o menos banderas en función del color. Que los comentaristas son tan plurales como un desfile militar. Que se regalan programas infumables a adeptos (o adictos) al régimen para que hagan su proselitismo barato. Que los profesionales de TV3, a través de su comité de empresa, han denunciado la falta de pluralidad y el exceso de manipulación. ¡Joder, vaya tropa a un lado y a otro!

Total: Pasatiempo imposible: encuéntrense las siete diferencias.