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22 abril, 2018

Vivan los apestados

La disidencia no está de moda. Y ojalá tan sólo fuera eso: quedar al margen de las modas. Pocos disidentes quedan. Pocos y cada vez más escondidos. Sin embargo, en los tiempos de los gulags, los disidentes eran héroes vitoreados, la pureza de la libertad de pensamiento, la encarnación del contrapoder. Hoy, sólo son apestados. Apestados porque nadie los quiere a su lado. Apestados porque las patrias los expulsan. Apestados porque son locos que no entienden que los tiempos han cambiado. El gulag ha vencido sin necesidad de malalimentar a sus condenados. ¿Puede haber una victoria más clamorosa? Y el  disidente arrastra los pies en silencio, con el miedo a ser decapitado por pensar al margen de la manada.

Veo en los nacionalismos cómo los disidentes son apartados. (Aclaro: el nacionalismo es hoy esa fuerza que vehicula el odio y la necesidad de imponerse por encima de la diferencia, menospreciando cualquier visión de la realidad que no sea la del color de su bandera, es decir, pura necedad). Digo que veo como el pensamiento disidente es enterrado en vida. Veo que en sus televisiones no sólo son silenciados, sino que también son estigmatizados, insultados y ridiculizados. La patria no perdona jamás. Las patrias nunca han sido madres, las patrias sólo han sido madrastras: acogen al silencioso, al corderito que espera ser alimentado o degollado. Y la traición siempre es condenada al son de los vitores de sus enloquecidos patriotas. Esos, los patriotas, son capaces de darlo todo, absolutamente todo, por la patria. La sumisión total, propia e impropia, además de la persecución de lo ajeno y diferente. Y da igual que la patria sea tricornoidal o que sea cuatribarrada. Los disidentes no pueden alzar la voz. Ni tan solo pueden susurrar los atropellos. El disidente catalán no puede mencionar las vergüenzas autoritarias: 6 y 7 de septiembre, por ejemplo; Llei de Transitorietat, otro ejemplo; sumisión vergonzosa a un líder narcisista, otro más; ausencia total de autocrítica, otro. El catalán disidente, el amante de la república, no puede susurrar esos tics que avergonzarían a cualquier defensor de las libertades y de la democracia, es decir, los tics que avergonzarían a cualquier republicano. ¿Y el español? El español disidente no puede susurrar ante los mandobles de la espada justiciera que reparten los rancios y autoritarios defensores de los valores patrios. Venganza y crueldad contra los que osaron levantar la voz. El disidente español ve atónito como se persiguen y condenan a todos los que se atreven a discutir el poder: persecución de raperos y titiriteros irreverentes, un ejemplo; condena del que reparte exabruptos contra la religión, otro ejemplo; encarcelación del que enfrenta su nacionalismo contra el nacionalismo de estado, otro más; o persecución de camisetas amarillas, símbolos varios, en una deriva enloquecida y ridícula.

Los disidentes deben callar. Los que no nos identificamos ni con unos ni con otros, estamos amordazados y avergonzados ante la realidad. Y, a pesar de todo, sabemos que sólo los disidentes seremos capaces de ofrecer alguna salida a la sinrazón. Porque, más tarde o temprano, será un disidente el que nos diga que no podemos seguir así. Aunque, mientras tanto, los disidentes debamos callar. No, perdón, me he equivocado: los disidentes no es que debamos callar, los disidentes vivimos amordazados con aquellas banderas que engalanan actos vergonzosos y que ni tan siquiera nos dejan respirar. Vivan los apestados. O al menos, por favor, sobrevivan a esta sinrazón.

21 noviembre, 2017

Guía para machitos imbéciles

En la caverna hay muchos machos. O machitos. Demasiados para mi gusto y para desgracia de muchas mujeres. La caverna está llena de necios que creen que al ser hombres -o machos, como a ellos les gusta verse- tienen derechos sobre otras personas. Derechos sobre las mujeres, sobre todo. Estos machitos están en las clases más bajas, pero también en las medias y las altas. Estas últimas son más dadas al disimulo y la apariencia. Pero el sentimiento machista es el mismo. O por lo menos despierta la misma repugnancia, aunque sea más refinado. Y quizás esos machitos necesitan que alguien les explique, que les ayuden con unos pocos consejos. Con esa intención he pensado que sería bueno crear una "Guía para machitos imbéciles". Lo de imbéciles es una licencia que me he permitido añadir. Espero que se me entienda. Al grano. Con toda mi buena voluntad, creo que igual tres consejos pueden ayudar a estos... machitos, para que al fin se reconozcan tan necios y repugnantes como les ven muchas otras personas. Sobre todo la inmensa mayoría de las mujeres. Bien, ahí va. Que os aproveche.

Primer consejo. Eso que os pica en la entrepierna es un problema vuestro. Apuntad: "mi entrepierna es mi problema". Es exclusivamente vuestro. Ése no es el problema de ninguna mujer. Si fuera el problema de alguna mujer, entonces ella podría optar por diversas soluciones. Entre esas soluciones podría encontrarse la cirugía o la castración química o filetear para carpaccio el colgajo ése de la entrepierna, por ejemplo. Pero, por suerte para vosotros, no es un problema de ninguna mujer. Por tanto, nadie puede optar por extirparos o filetearos el pingajo. Aunque, escuchad bien otra consecuencia: no siendo el problema de ninguna mujer, tampoco ninguna de ellas tiene por qué solucionaros el picor. ¿Pica la entrepierna? Pues a rascarse. Y para ello podéis utilizar cualquier cosa inanimada que os convenga. Por ejemplo, papel de lija. Y frotáis y frotáis como si no hubiera un mañana.

Segundo consejo. Nadie merece que le suelten vómitos a los pies. Apuntad: "eso que yo considero un piropo tan ocurrente no es más que una repugnante señal de alarma para los demás". Y digo esto porque cualquier mujer puede vestirse como quiera, perfumarse y peinarse como le venga en gana, sin que por ello tenga que escuchar alguna obscenidad maloliente. Y si a ti te gusta como se viste o se peina, pues mejor. Pero, que te guste a ti, de ningún modo eso te permite increparla o molestarla de ninguna manera. Piensa que lo que tú llamas un piropo, generalmente es una frase babosa que pocas veces puede encantar a nadie con dos dedos de frente. Y aviso: las mujeres suelen tener más de dos dedos de frente. No todo el mundo es como tú. Algún machito pensará, "pero es que al verlas me pica la entrepierna". Pues entonces vuelve al paso uno y procura utilizar el papel de lija más gordo o una lima para acero.

Tercer paso. El amor no es meterla. Así te lo digo para que lo entiendas clarito. Apuntad: "Amar no es meter el pingajo a cualquier precio y donde sea". El amor es otra cosa mucho más complicada. Para explicártelo necesitaría hacerte unos dibujitos y quizás algunos meses de largas disertaciones. Porque, al ser el amor una cosa tan complicada, no creo que con cuatro frases pudieras llegar a entender algo. Eso sí, puedo explicarte algunas cosas que normalmente haces y que para nada son amor. Por ejemplo, no es amor tratar a los demás como si fueras el amo de un harem. No es amor someter a alguien a tu voluntad. No es amor hacer sufrir a otra persona. No es amor pegar. No es amor menospreciar. No es amor que te tengan miedo. Nada de eso es amor, so imbécil. Supongo que en algún momento lo has intuido, pero alguien te lo tiene que escupir a la cara. Y yo sé que te gusta que te amen, pero deberás ganártelo. Nunca podrás exigirlo ni provocarlo a golpes. Y si te pica el colgajo y aún crees que eso es amor, volvamos al primer consejo y ahora ya puedes utilizar un guante de puas.

Hemos empezado con tres consejos muy básicos. Quizás otro día, si superas esta primera prueba, te pueda explicar que el sufrimiento de otra persona nunca te ofrecerá el placer de sentirte querido. Quizás otro día te explicaré que con el dolor sólo provocas en los demás odio y asco. Anda, aplícate un poquito.

19 noviembre, 2017

Sobre la tolerancia y los intolerantes

Aprendí qué significa la tolerancia cuando trabajé de mecánico. Yo era muy joven entonces. Un pimpollo buscando su lugar en la vida. Y lo cierto es que no tuve buenos maestros. Quizás por eso la mecánica nunca me llegó a gustar. Pero, eso sí, aprendí cosas que aún recuerdo. Por ejemplo, y sin que mis maestros lo supiesen, aprendí qué es la tolerancia. Recuerdo que una mañana uno de aquellos tipos más experimentados me dijo, "a ver, chaval, no hay ninguna pieza que sea perfecta; si crees que cuando vas a montar una máquina todo es perfecto y encaja a la perfección, es que eres muy ingenuo; pero, aunque no haya piezas perfectas, sí que hay piezas que valen y piezas que no valen; las que valen, son las que no exceden la tolerancia permitida; las que no valen, son las que se pasan y son demasiado imperfectas, osea, son las que se pasan la tolerancia por el forro". ¡Chinpún! Lección fundamental. Si él saberlo, me ofreció un conocimiento esencial del que no fui consciente hasta algunos años después.

Como digo, con el tiempo aprendí qué querían decir aquellas palabras y sus consecuencias. Primero, no hay ninguna pieza perfecta. Y esto es el fundamento de toda convivencia. La esencia. Cuando una persona o un grupo de personas se creen más perfectas que el resto, no sólo se equivocan, también son un peligro grave para la convivencia. Y esto pasa muy comúnmente. Hay demasiados creyentes en su propia perfección. Son esos soberbios que se han emborrachado al creer en sí mismos de forma desmedida, sin dar opción a que otras verdades puedan ser también aceptadas. Y, para esos perfectos, los demás no somos más que escoria inculta, o fascistas, o ciudadanos de segunda clase, o desheredados, o no integrados, o pusilánimes que hay que dirigir, o mil y una categorías que sólo muestran menosprecio hacia el resto de la humanidad. Esos perfectos sólo destilan arrogancia. Arrogancia dañina, de esa que suena a ladrido y el aliento atufa a náusea.

Segundo: si nadie es perfecto, estaría bien que fuéramos conscientes de nuestras imperfecciones. Porque sólo así podremos mejorar, pulir o paliar las muchas imperfecciones que nos hacen humanos. A todos. Y porque sólo así, comprendiendo mis imperfecciones, igual puedo llegar a comprender y aceptar el derecho de los demás a tener sus propias imperfecciones. Mejor dicho, puedo y debo aceptar, de la misma manera que pueden y deben aceptarme a mí. Por ejemplo, yo no soy "anti-nada". La verdad es que no puedo serlo, mi naturaleza escéptica no me lo permite. Pero, a pesar de no ser "anti-nada", también puedo no ser de lo que me dé la gana. Y eso es algo que no todo el mundo entiende. Podemos no estar de acuerdo con alguien o con alguna idea o con alguna propuesta, y sin embargo eso no nos convierte de forma inmediata en "anti". ¿Por qué? Porque toleramos y queremos ser tolerados. Últimamente he tenido que oír demasiadas veces cómo me llamaban "anti" por el simple hecho de no ser un seguidor. Y creo que se equivocan cuando reducen la realidad a su visión maniquea: o conmigo o contra mí, o buenos o malos, o blancos o negros, o de aquí o de allí. Pues no: ni negro ni blanco, ni bueno ni malo, ni de aquí ni de allí. Tengo todo el derecho a no sentirme ni implicarme con guerras que ni me van ni me vienen. ¿Por qué? Pues porque, sencillamente, todos somos imperfectos y yo prefiero quedarme con mis propias imperfecciones. Me las conozco, me las domino y no me impiden convivir con nadie. Así que no quiero las vuestras, vamos.

Tercero. La tolerancia nos obliga a aceptar como válido a todo aquel que está dentro de lo aceptable. ¿Y qué es lo aceptable? Pues lo aceptable es, ni más ni menos, que seamos aceptados. Dicho de otra manera: todo aquel que con su conducta o sus palabras se muestre intolerante con el disidente estará demostrando una actitud inaceptable. Todos tenemos cabida en la sociedad, siempre y cuando aceptemos la cabida de cualquier otra opción. Eso es la tolerancia: aceptar la diversidad de imperfecciones, tan imperfectas como las mías. Tenemos opiniones dispares, de todos los colores. Quizás alguna más cercana a la medida ideal, no digo que no. Quizás todas imperfectas. Pero todas válidas porque estar dentro de los márgenes de la tolerancia implica aceptar para ser aceptado. A partir de ahí, la máquina funcionará. Eso me dijeron mis maestros mecánicos. "No te preocupes, chaval, que si todo está dentro de la tolerancia, la máquina funcionará". Y tenían razón. La tolerancia es la que permite que nos movamos muy cerca de la perfección sin que seamos perfectos.

28 octubre, 2017

República por encima de todo

Soy republicano. Sin ambigüedades. Y no es simplemente por una cuestión estética o por un desdibujado odio a nadie. El odio nunca ha construido nada, si no es para destruir después. No necesitamos más fosas en la caverna. No odio a los borbones, como no odio al clero ni odio a los poderosos adinerados. Pero, sin odiarles, no quiero que me gobiernen. Quiero una república. Quiero un estado libre en el que poder bucear o nadar sin que nadie tenga más privilegios que yo. Ni yo más que ningún otro. Y quiero bucear y nadar en la república con todas las consecuencias. La caverna dejará de ser tan cavernaria cuando la república sea la que regule nuestra vida política. Porque ser republicano es aceptar las reglas del juego republicanas. No hay república sin reglas. Como no hay juego sin reglas. Como no hay amores sin obligaciones. Debemos entregarnos a la república y a sus reglas. Sin remisiones. Nada de sólo la puntita. Los valores republicanos por encima de cualquier otro valor. ¿Y cuáles son esos valores? Esencialmente tres.

Primer valor. La obligación irrenunciable a aceptar cualquier otra opinión que no sea la mía. El respeto. La obligación inexcusable de defender el derecho ajeno a decir y desear. Sabiendo que puede desear o decir lo que yo no deseo ni digo. Es decir, el principio irrenunciable de la libertad. Ese es el origen del poder de la república. Resumiendo: la desalienación. Resumiendo: la libertad y su secuela más fundamental: el respeto. Nunca las ordas homogéneas. Nunca la sumisión a una idea. Nunca bajar la cabeza ante otra opinión, otro sentir u otro deseo. Nunca la renuncia al derecho individual de disentir.

Segundo valor. La aceptación inexcusable de la disensión conlleva también la necesidad inexcusable de la convivencia pacífica en la diferencia. La diferencia y la pluralidad como enriquecimiento. La república sólo será república en la conviviencia pacífica en la diferencia. Para construir. Siempre para construir y progresar. Siempre en paz. Sintetizando: concordia en la diferencia y en la pluralidad.

Tercer valor. Renuncia a los mitos. Renuncia al dogma. Renuncia a la construcción desde las restricciones inventadas desde la historia. O desde la religión. O desde la ideología. O desde la creencia de cualquier índole. La creencia en nuestra infallibilidad es un dogma necio. Una estupidez. El gran error. Porque todos podemos estar equivocados. Porque todos nos equivocamos. Aceptar la equivocación como una realidad es aceptar que los mitos y los dogmas nunca nos podrán gobernar. Quien quiera construir relatos para convencernos de un sentido unívoco del país, nos está manipulando como esclavo de sus deseos. Y de sus miserias. Porque somos imperfectos: viva la imperfección.

Falibilidad, concordia y libertad. Construir una república desde la aceptación de nuestro error, desde la concordia y la pluralidad, desde el respeto estricto a la libertad del otro. Y no hay más.

30 septiembre, 2017

Defendámonos

No sé por dónde empezar. Porque empezar sí que quiero. Es que el silencio al que me había condenado hasta poder pasar esta fiebre, me ahoga. Y me ahoga porque se tambalean cimientos. Tranquilos, no son cimientos patrios los que se tambalean, son cimientos mucho más importantes, de esos que te hacen sentir un poco mejor con el mundo. Son cimientos mucho más profundos, humanos, de esos que te apuntalan la existencia. En fin, menos circunloquios y a empezar.

Me invitaron. Admito que sólo soy un convidado y no tengo más derechos que los que me quieran conceder los anfitriones. Pero, aunque sólo invitado, nunca he sido un convidado de piedra. Nunca. En ningún sitio. Y por eso, a veces, me he tenido que ir de alguna fiesta. El caso es que me invitaron a participar. Un grupo de personas. Abierto, plural, sincero, rico y humano. Humano en el sentido de humanista: la razón, el progreso, la crítica y el diálogo antes que la pasión desordenada, el fanatismo y la sinrazón dogmática. Y tambien por eso me cautivaron. Por eso me impliqué hasta donde pude. ¿Qué dónde? Pues en una organización local de ICV -sí, esos que ahora son Catalunya en Comú, los equidistantes, traidores y otras lindezas con las que son conocidos en estos podridos momentos; unos proscritos, vamos. No milito por cobardía, quizás. Pero me los quiero por todo lo que representan de compromiso y pluralidad -y mucha afinidad personal, que aún no me atrevo a decir cariño, con algunas personas. El caso es que todo lo que me atraía, ahora me lo están intentando desmoronar.

¡Cómo me gustan las conversaciones inteligentes con personas que discrepan de mi opinión! ¡Cómo busco el punto de vista diferente con el que confrontar mis miserias! ¡Hay que ver cómo se crece cuando enfrente tienes a alguien que te obliga a repensar tus propias seguridades! Todo eso, para mí, es una manera de crecer y hacerme rico. Pero rico de verdad, no hablo de dinero. Y ellos, entre otros, me lo han ofrecido generosamente. No estar de acuerdo es una oportunidad para mirar desde mucho más alto. No estar de acuerdo y dialogar es la única manera de progresar. Pero, señores, me lo están intentando desmontar. Están intentando destruir un lugar de libertad, pluralidad y razón. Los que quieren romper se están esmerando con sus martillos pilones en espacios en los que domina la libertad y el respeto a la diferencia. Y, por si no queda claro, no estoy hablando de geografía ni de banderas ni banderines -ahora no estoy para perder el tiempo con estas zarandajas-, no son esos los territorios en litigio. Me refiero a los espacios de progreso: intangibles y ricos, creados con el lenguaje y el diálogo, donde se crece a base de ideas, de propuestas y refutaciones. Esos otros, los del pensamiento único, los de "o conmigo o sin mí", no son más que enanos que, por no saber crecer, no quieren dejar crecer a nadie. Y en algún momento alguien les tiene que decir basta. Porque -y es igual si es en mayoría o en minoría- los espacios de contraste, de diálogo, de razones, de búsqueda, se los quieren apropiar para dinamitarlos. Sí, esos otros que dan por culo con las astas. Y me apena.

¿Y qué hacer? Pues defendernos. ¿Cómo? Pues dando voz a los unos, a los otros y a los muy unos y muy otros, y a los que no quieren ni unos ni otros, y... Es la hora de preservar espacios. Los espacios de siempre en los que se podía crecer a base de contrastar y equivocarnos. Es hora de no ceder ni de dar marcha atrás. Es hora de dar la mano al que piensa muy diferente para que participe y poder intercambiarnos así las miserias. Y reírnos juntos para quemar después todas las viejas creencias juntas. Y si insisten en querer dinamitar el diálogo y las ideas, pues ni caso, que somos más fuertes.

Salva, Rosario, no soy nadie -quede claro antes de lo siguiente. Como invitado, siempre se me puede recordar que me vaya a dormir a mi casa. Pero, por si nos entra el sueño, antes de irme a dormir os diré que vosotros me hacéis más grande. A mí y creo que a muchos. Es hora de defendernos. Juntos.

12 marzo, 2017

Contra el liberalismo

Me voy a meter con los liberales. ¿Por qué? Pues porque no soy liberal. Buf, he empezado fatal. No, no es eso. Me meto con el liberalismo porque no soy liberal y porque retuercen principios. Que mienten, vamos. Así, buscando amigos. Espera, que aún voy a empeorarlo un pelín más. Los liberales son muy mentirosos o son muy ignorantes o las dos cosas. ¡Ale, ya lo he hecho! Pero es que a mí me parece que con solo una mirada tibia, liviana, rapidita o como sea que se diga, sobre la ideología liberal y sobre la historia de las ideas, ya tendremos suficientes argumentos para verles venir. Ya sé que el tema no es precisamente llamativo, de estrella youtuber, pero igual puedo provocar algún retortijón o una mueca de disgusto o, al menos, cierta curiosidad. ¡Por esperar...!

El liberalismo, desde el siglo XVII con John Locke, surge como reacción de los más pudientes contra los más poderosos. A ver, que te lías. Voy a intentar explicarme. Hablamos de una sociedad que era monárquica, absolutista y fuertemente jerarquizada. Vamos, que el poder lo tenían los reyes y las clase noble. Pero en esa sociedad ya aparecía un problemilla que trastocaría la historia: el poder era de los nobles, pero el dinero estaba en los bolsillos de los burgueses. Vamos a lo práctico para hacernos entender. En aquellos tiempos, los que tenían la pasta no tenían el poder y los que tenían el poder no tenían la pasta. Así de fácil. Algunas monarquías, las más avispadas o las que tenían que conseguir financiación urgente, como es el caso de los británicos, tan listos ellos, consiguieron conservar el poder a base de liquidar la nobleza y substituirla por ricos en la corte. Esa situación ya nos suena un poco, ¿verdad? Es que en algunos sitios la tenemos encima en pleno siglo XXI, aclaro. Una vez dispuesto el cambio, después, ya vinieron mil y un teóricos. En lo político y en lo económico. No me voy a entretener con los Smith, Robespierre, Betham, Rawls,..., y tampoco me liaré con los grandes políticos más actuales: Thatcher, Bush, Aznar, Aguirre, Mas, Puigdemont o Rivera. Ya sé que suena a burla, pero es que es así, una burla. Así pues, la práctica política liberal más actual la vemos hoy en esos tipos enchidos de vanidad teórica y rellenos de billetes que salen en la tele para hablarnos de libertades liberales. Las bondades de las libertades liberales es precisamente el tema, por si no me había explicado claramente.

Pues no. Ahí le doy, con rotundidad. El liberalismo se apoderó desde el principio de la palabra libertad de una manera fraudulenta. Y de hecho, ha funcionado hasta ahora y casi nos convencen. Incluso muchos siguen hablando de la libertad en nombre del liberalismo. Porque se lo creen o porque les conviene así. Pero no. Yo a lo mío, a lo rotundo. El problema está en saber qué significa libertad. En la definición está el secreto, como siempre. ¿Somos libres cuando podemos hacer lo que nos dé la gana? ¡Ingénuos! No seamos infantiles. Nadie puede hacer lo que le salga en gana. Y tampoco somos dioses, aviso. Lo siento, igual alguien se ha sentido herido. No somos más libres porque podamos pisotear a cualquiera en nuestro beneficio. No. No somos más libres porque algunos puedan manejar el dinero a su antonjo amasando fortunas. No. Esa matraca de que cualquiera puede llegar a lo más alto solo con su esfuerzo es una estupidez. Vamos a lo clarito. El liberalismo como doctrina se fundamenta en la desigualdad y en la capacidad de las personas de explotar a otras personas. El más avispado es el más rico. El más fuerte sobrevivirá a costa de los más débiles. El liberalismo fue primero, la teoría de la evolución vino después e inspirada en autores como Malthus, aclaro. Por lo tanto, el liberalismo es una teoría política y económica que solo defiende la ausencia de controles y límites para generar riquezas desde la desigualdad. Pero, ¿quién es tan estúpido como para creer que la ausencia de controles y límites es lo mismo que la libertad?

Primer principio: somos humanos, no hay más. Pero que seamos humanos ya implica no ser simplemente animales. Segundo principio: somos humanos porque nos reconocemos como tales en el resto de la humanidad y, así, superamos la animalidad. En todos y cada uno de nuestros semejantes, debemos reconocernos a nosotros mismos. Ah, perdón. ¿Que no nos gusta? ¿Que igual no nos gustan esos otros? ¿Que quizás nos dan asco? Pues tenemos un problema. Y gordo, por cierto. Porque no querer reconocernos en el resto de la humanidad implica que queremos ser más, que no queremos ser iguales, que nos menospreciamos en la imagen que nos devuelven. Y eso solo lleva hacia un camino: hacia la egolatría, el etnocentrismo, el odio, el fascismo,.. Tercer principio: no reconocernos en los demás es negar la libertad. Y ahora sí que debiera ser más rotundo aún para ir rematando. Porque, ¿cuándo somos libres? Vuelvo a decir que la palabra libertad solo tiene sentido en el ámbito de lo humano. Ni la naturaleza ni ningún otro ser tiene problemas de libertad. Es un problema exclusivo de la humanidad. Y ahora llegamos al clímax. Somos libres cuando permitimos que los demás, todos, tengan las mismas oportunidades que nosotros. En contrapartida, esos otros deberán ser libres solo si permiten que yo tenga las mismas oportunidades que ellos. No sé si me estoy enredando sin conseguir aclarar nada, pero seguiremos. No hay libertad sin equidad. Somos libres cuando tenemos realmente las mismas posibilidades. Sin privilegios. Sin desigualdades que hagan a unos más libres que a otros. La libertad se gana en el reconocimiento mutuo de la libertad. Y fuera de esa singular fórmula, no hay libertad posible.

Después ya vendrán las recompensas por el esfuerzo. Grandes para los que buscan con su trabajo la perfección. Pobre para los que jamás han sabido qué significa trabajar. Y estas desigualdades, sí que están justificadas en nombre de la equidad y la justicia.

26 febrero, 2017

Sobre la libertad

Sobre la libertad quiero hablar. A mis chicos les gusta hablar de ella. Y lo hacen muy bien, por cierto. Sobre todo cuando se deshacen de las simplificaciones y ñoñerías que escuchan por los rincones de la caverna. Porque de ñoñerías, se dicen muchas. Lo pueril hace estragos. En la caverna luce una luz mortecina bañada en lo pueril y mediocre. Así que, si vamos a hablar sobre la libertad, no nos enredemos con tonterías tipo, "la libertad es volar como un pájaro, nadar como un pez o viajar por el firmamento como una estrella, sin límites ni lastres". ¡Dios, cuánto daño ha hecho el romanticismo! El barato y el otro, el intelectual y engreído.

Hablar sobre la libertad también implica deshacernos de planteamientos que confunden libertad con otras cosas. "Libertad es hacer lo que me dé la real gana", síntoma también de infantilismo, además de confundir "ser libre" con "ser todopoderoso". O también, "libertad es vivir sin ataduras", con lo que, sencillamente, negamos la vida. Porque ser libre implica, ante todo, vivir. Y sólo es posible vivir en la realidad de las ataduras y los muros. La libertad existe en la elección ante lo diverso y adverso, es decir, ante la vida misma. Superémoslo. La libertad es una condición que tiene que ver con la realidad en la que vivimos. Nuestra realidad social, aclaro, porque la natural ya está sumida y superada por lo social.

También deberíamos aclarar que la libertad no es un sentimiento. O, al menos, no solamente lo es. Es posible que, en las mismas condiciones, dos personas pueden o no sentirse libres. Cierto. Y alguien podría argumentar entonces que la libertad es una condición subjetiva y relativa. Pero no, no debemos caer en la trampa. No hablamos del sentimiento de ser libre, hablamos de los hechos objetivos que nos permiten afirmar si una persona puede o no sentirse libre. Porque sólo desde ese punto de vista podemos hablar de la libertad: desde las condiciones materiales y objetivas que nos permiten sentirnos libres.

Empezaremos por una aproximación negativa a la libertad. Es decir, responderemos a la pregunta: ¿qué es NO ser libre? Vamos con los hechos evaluables y objetivos. No somos libres cuando nos dicen qué es lo que tenemos que elegir. Tampoco lo somos cuando no podemos elegir -que viene a ser lo mismo. No somos libres cuando no podemos ver más allá de lo que otros nos han dibujado. O cuando nos mantienen en la ignorancia escondiéndonos la realidad. No lo somos tampoco cuando se nos esconde la cultura, la ciencia y el arte. Cuando se nos requisa el acceso a la sabiduría porque es patrimonio de unos pocos. No somos libres cuando se nos hace creer que todo es más fácil cuando pensamos en lo supérfluo y frívolo. O cuando se nos reconduce hacia la negatividad y la inacción, o hacia el vacío romántico. No somos libres cuando se nos aleja de la alegría de vivir o, lo que es lo mismo, cuando no se nos deja crecer tal y como deseábamos hacerlo. No somos libres cuando se ejerce la violencia sobre nosotros. Cualquier violencia, sin distinción. Y sobre cualquiera, sin excepción. No somos libres cuando se nos encierra tras las fronteras. Y tampoco lo somos cuando se nos obliga a defender esas mismas fronteras. No somos libres cuando no podemos hablar. No lo somos cuando se nos calla en nombre de otras ideas pretendidamente superiores. Ya sea en nombre del Hacedor o del destino, ya sea en nombre de las patrias o del statu-quo. El individuo callado nunca es libre. No somos libres cuando nos condenan a comenzar desde muy abajo. Y cuando otros nos miran desde los áticos sabiendo que no hay escaleras para alcanzarles, tampoco somos libres. Ni tampoco cuando se nos condena a la miseria, a no tener un hogar o a la marginación. No ser libre, por lo tanto, tiene que ver con la injusticia, con la manipulación y con la opresión. Y, fíjate por dónde, es así como nos encontramos cara a cara con el poder y los privilegios.

¿Y en positivo? Probemos. Soy libre cuando dejo que los demás elijan -y yo, después, también puedo elegir. Soy libre cuando animo a los demás a que miren más allá de donde hemos mirado nosotros -y yo, después, también puedo mirar más allá. Soy libre cuando ofrezco la cultura, comparto la ciencia y muestro el arte -y yo, después, también puedo recibirlo. Soy libre cuando permito que la sabiduría sea patrimonio de todos, sin execepción -y yo, después, también puedo sentirme propietario. Soy libre cuando acompaño a los demás a que se cuestionen lo esencial- y yo, después, también puedo cuestionarlo. Soy libre cuando no arrastro hacia la inacción y animo a que otros construyan sus vidas desde sus propios criterios -y yo, después, también me siento sin ataduras y puedo construir mi propia vida. Soy libre cuando no ejerzo ningún tipo de violencia sobre nadie -y yo, después, puedo sentir que nadie la ejerce sobre mí. Soy libre cuando no construyo fronteras que separen a mi prójimo de la vida -y yo, después, también vivo sin muros que me encierren. Soy libre cuando permito y defiendo la palabra diferente y divergente -y yo, después, puedo hablar sin que nadie me lo impida. Soy libre cuando destruyo las mentiras superiores que oprimen la palabra de mi prójimo -y yo, después, no encuentro mentiras que me callen. Soy libre cuando no permito que los demás me miren desde muy abajo -y yo, después, sé que no habrá condiciones materiales que me hagan inferior a nadie. En definitiva, soy libre cuando me comprometo con mi prójimo y con la acción que evite las injusticias, la manipulación y la opresión. Y yo, después -y sólo después-, pueda contar con el compromiso de todos en defenderme de la injusticia, la manipulación y la opresión.

Quizás ahora se entienda por qué las ñoñerías son sólo ñoñerías. Y quizás también así se entienda por qué me gusta tánto ser profesor.

04 julio, 2016

Entren los desgraciados, por favor.

Se me pongan en pie, por favor. Se me pongan en pie para recibir a los desarrapados. Abran por fin la puerta central, ábranla bien, de par en par, y que entren los más desgraciados de la caverna. Recibámoslos con solemnidad. Agachemos nuestras cabezas en señal de respeto, como muestra de reconocimiento por su tesón en sobrevivir en la miseria, por el sufrimiento en el que se ahogan, por la injusticia con que les abofeteamos, por las noches sin dormir, por los días de hambre, por las horas de terror. Que entren los sin casa, los que viven sumergidos en el frío de la noche, que entren y olviden al fin los sucios suelos de los cajeros y los duros bancos en noches de invierno. Que sepan que volverán a comer un plato caliente y que jamás volverán a recibir una mirada de odio o de miedo. Que entren las mujeres violadas, las que soportan las hostias del borracho, los reproches del animal celoso, que entren las que callan y aguantan la violencia porque temen por sus hijos, que entren y reciban de nosotros el reconocimiento de la culpa, que sepan que debimos estar a su lado para acompañarlas a tomar una decisión y ayudarlas a ser libres. Hagan su entrada, por favor, hagan su entrada de una puñetera vez y nos escupan a la cara nuestro olvido e indiferencia. Que entren también los que aún no se ahogaron en el Mediterráneo. Que entren también porque supieron sobrevivir con la cabeza muy alta a pesar de encontrar solo alambradas de espino, golpes o indiferencia. Que entren todos, por favor. Igual, así, dejaremos de engordar nuestros horondos culos con el afán de la gula; y dejaremos de tejer jerséis para perros, como si ellos sí merecieran la humanidad que a otros negamos; o dejaremos de llorar por los sinsabores de esos niños malcriados que endiosamos porque saben dar patadas a un balón. Igual así repararemos de una puñetera vez en la injusticia con la que hemos adobado la caverna. Igual así dejaremos de jalear a esos que roban a costa de la miseria de los demás y no volverán a ganar jamás unas puñeteras elecciones. Igual así reclamaremos de los que tienen la obligación de defendernos que, al fin, nos defiendan. A todos. Incluso que defiendan a los que nada tienen porque nada les hemos ofrecido. Mejor dicho, igual así defenderán de una puñetera vez a los que realmente necesitan ser defendidos.

30 diciembre, 2015

Diario de una revolución

La caverna. Día 0. Hora 0.
Vamos a hacer la revolución. Hay que cambiarlo todo. De arriba a abajo. Este cieno es nuestro. Vivimos alienados. Alejados de lo nuestro. De nosotros. Ellos nos lo arrebataron todo. Ellos nos alejan de nuestro cieno. Hundidos en la miseria. Se han apoderado de nuestra voluntad. De nuestra libertad. Nos roban. Nos dan por culo. Nos oprimen. Nos ahogan. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar? ¿A quién más tendremos que sacrificar? Sumerjámonos libres en el cieno de nuestra caverna. Es nuestro cieno. Nuestra pequeña caverna. Ellos, los diferentes. Ellos nos arrebatan lo nuestro. Dejémonos la piel. Las entrañas. La vida. Todo, por la libertad de mis cavernarios. Todo por la caverna. Por el cieno.

La caverna. Día 0. Hora 3.
Se me acabó la batería. ¿Alguien tiene un cargador? ¿Os parece que vayamos a comer unas pizzas? Voy a sacar pasta. ¿Un cajero por aquí? Cerquita, que he dejado el coche en el parking. ¿Hace unas copitas, después? Conozco un garito. ¿Y si nos acercamos a esquiar el finde? ¡Que no tienes pasta! ¡Joder!, ¿te vas de vacaciones a Samoa y no tienes pasta para un finde de esquí? Acelera, que nos cierran la pizzería. Pon esa canción, la de la libertad. ¡Hostias, el día que seamos libres!

La caverna. Día 0. Hora 7.
¿Mamá? ¡Que ya he llegado! Que sí, que no he bebido. ¡Vale, vale! A las 8. Tengo clase a las 9:30. Sí, hazme un bocata de queso. No me ha pasado nada. Un susto. Un negro que había en el portal durmiendo. Nada, estaba durmiendo. Pero me ha asustado el cabrón. Vale, no digo cabrón. Me llamas, ¿no? A las 8, te he dicho.

La caverna. Día 0. Hora 0.
Vamos a hacer la revolución.

29 diciembre, 2015

Liberalismo cavernario

Liberalismo proviene de liberal. Liberal de libertad. Y hasta aquí la tontería. Porque que en la caverna somos todos de defender la libertad, es innegable. Liberté! Se nos llena a todos la boca hasta ahogarnos con la palabreja. ¡Nos damos una de tortas entre nosotros para ver quién es el más liberador, que ni te cuento! Pero, ¡ay amigo!, cuando preguntas qué es eso, entonces se nos queda la sonrisa de atontado. ¡Joder, pues que nadie te diga lo que tienes que hacer! Y el estúpido se queda tan pancho. Porque de libertad todos entendemos, pero de saber qué es..., de eso ya no entiende ni Dios. Igual me he liado.

Me aclaro. Da la sensación que, en general, en la caverna hay dos maneras de entender esto de la libertad. Sin restricciones, que cada uno haga lo que quiera, que nadie nos tutele, que cada uno pueda hacer lo que quiera con sus capacidades, que nadie vaya a remolque de nadie, que el estado no intervenga, que el mercado disponga. Resumiendo la primera versión:  que el que pueda, que haga; y el que no pueda, que se joda. Así de fácil. En mi caverna tenemos a varios que defienden esta versión: Artur, Mariano o Albert, son de esta cuerda. Y se llaman a sí mismos liberales para que nadie tenga dudas. Son los hijos de Locke. John Locke no era un pirata, pero se la soplaban los menos pudientes. Después, algo más tarde, vinieron otros que perdían el culo por defender a la burguesía. Es que los ricos tenían pasta, pero no tenían poder. Y para eso estaban los intelectuales. ¿Para qué? Pues para inventarse el liberalismo y las patrias. ¡Ah, y a las damas pánfilas del romanticismo! Que no follaban. Pero nada. Como mucho, se suicidaban.

Después están los que dicen que para poder correr en libertad, todos tendríamos que tener las piernas largas. Más largas. Tan largas como los otros que las tienen muy largas. Porque, dicen, los hay que nacen desgraciados y eso no está bien. Según ellos, no todos podemos tener mamás y papás con recursos, que nos lleven de vacaciones, que nos paguen colegios caros, refuerzos en casa, clases de inglés o de hípica. Dicen estos que no todos pueden pagarse universidades o másters o estancias en el extranjero. También dicen que los pobres jamás recuperarán las diferencias y que están condenados a vivir de lo que queda, si queda. Condenados a currar de cualquier cosa, si queda. Y a no currar de lo que quisieran. Y mucho menos organizar, dirigir o gobernar. De eso ya currarán los que nacen con las piernas muy largas.

En resumen, los liberales nos recuerdan que si los pobres comen, bien, y si no comen, también. Que el frío en casa se aguanta, si tienes casa. Que para que los otros sean libres de puta madre, ellos tienen que pringar. Porque tendrá que joderse alguien, ¿no? Que es que después no hay caballos para todos en el picadero. Liberalismo a tope.