28 octubre, 2017

República por encima de todo

Soy republicano. Sin ambigüedades. Y no es simplemente por una cuestión estética o por un desdibujado odio a nadie. El odio nunca ha construido nada, si no es para destruir después. No necesitamos más fosas en la caverna. No odio a los borbones, como no odio al clero ni odio a los poderosos adinerados. Pero, sin odiarles, no quiero que me gobiernen. Quiero una república. Quiero un estado libre en el que poder bucear o nadar sin que nadie tenga más privilegios que yo. Ni yo más que ningún otro. Y quiero bucear y nadar en la república con todas las consecuencias. La caverna dejará de ser tan cavernaria cuando la república sea la que regule nuestra vida política. Porque ser republicano es aceptar las reglas del juego republicanas. No hay república sin reglas. Como no hay juego sin reglas. Como no hay amores sin obligaciones. Debemos entregarnos a la república y a sus reglas. Sin remisiones. Nada de sólo la puntita. Los valores republicanos por encima de cualquier otro valor. ¿Y cuáles son esos valores? Esencialmente tres.

Primer valor. La obligación irrenunciable a aceptar cualquier otra opinión que no sea la mía. El respeto. La obligación inexcusable de defender el derecho ajeno a decir y desear. Sabiendo que puede desear o decir lo que yo no deseo ni digo. Es decir, el principio irrenunciable de la libertad. Ese es el origen del poder de la república. Resumiendo: la desalienación. Resumiendo: la libertad y su secuela más fundamental: el respeto. Nunca las ordas homogéneas. Nunca la sumisión a una idea. Nunca bajar la cabeza ante otra opinión, otro sentir u otro deseo. Nunca la renuncia al derecho individual de disentir.

Segundo valor. La aceptación inexcusable de la disensión conlleva también la necesidad inexcusable de la convivencia pacífica en la diferencia. La diferencia y la pluralidad como enriquecimiento. La república sólo será república en la conviviencia pacífica en la diferencia. Para construir. Siempre para construir y progresar. Siempre en paz. Sintetizando: concordia en la diferencia y en la pluralidad.

Tercer valor. Renuncia a los mitos. Renuncia al dogma. Renuncia a la construcción desde las restricciones inventadas desde la historia. O desde la religión. O desde la ideología. O desde la creencia de cualquier índole. La creencia en nuestra infallibilidad es un dogma necio. Una estupidez. El gran error. Porque todos podemos estar equivocados. Porque todos nos equivocamos. Aceptar la equivocación como una realidad es aceptar que los mitos y los dogmas nunca nos podrán gobernar. Quien quiera construir relatos para convencernos de un sentido unívoco del país, nos está manipulando como esclavo de sus deseos. Y de sus miserias. Porque somos imperfectos: viva la imperfección.

Falibilidad, concordia y libertad. Construir una república desde la aceptación de nuestro error, desde la concordia y la pluralidad, desde el respeto estricto a la libertad del otro. Y no hay más.

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