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30 septiembre, 2017

Defendámonos

No sé por dónde empezar. Porque empezar sí que quiero. Es que el silencio al que me había condenado hasta poder pasar esta fiebre, me ahoga. Y me ahoga porque se tambalean cimientos. Tranquilos, no son cimientos patrios los que se tambalean, son cimientos mucho más importantes, de esos que te hacen sentir un poco mejor con el mundo. Son cimientos mucho más profundos, humanos, de esos que te apuntalan la existencia. En fin, menos circunloquios y a empezar.

Me invitaron. Admito que sólo soy un convidado y no tengo más derechos que los que me quieran conceder los anfitriones. Pero, aunque sólo invitado, nunca he sido un convidado de piedra. Nunca. En ningún sitio. Y por eso, a veces, me he tenido que ir de alguna fiesta. El caso es que me invitaron a participar. Un grupo de personas. Abierto, plural, sincero, rico y humano. Humano en el sentido de humanista: la razón, el progreso, la crítica y el diálogo antes que la pasión desordenada, el fanatismo y la sinrazón dogmática. Y tambien por eso me cautivaron. Por eso me impliqué hasta donde pude. ¿Qué dónde? Pues en una organización local de ICV -sí, esos que ahora son Catalunya en Comú, los equidistantes, traidores y otras lindezas con las que son conocidos en estos podridos momentos; unos proscritos, vamos. No milito por cobardía, quizás. Pero me los quiero por todo lo que representan de compromiso y pluralidad -y mucha afinidad personal, que aún no me atrevo a decir cariño, con algunas personas. El caso es que todo lo que me atraía, ahora me lo están intentando desmoronar.

¡Cómo me gustan las conversaciones inteligentes con personas que discrepan de mi opinión! ¡Cómo busco el punto de vista diferente con el que confrontar mis miserias! ¡Hay que ver cómo se crece cuando enfrente tienes a alguien que te obliga a repensar tus propias seguridades! Todo eso, para mí, es una manera de crecer y hacerme rico. Pero rico de verdad, no hablo de dinero. Y ellos, entre otros, me lo han ofrecido generosamente. No estar de acuerdo es una oportunidad para mirar desde mucho más alto. No estar de acuerdo y dialogar es la única manera de progresar. Pero, señores, me lo están intentando desmontar. Están intentando destruir un lugar de libertad, pluralidad y razón. Los que quieren romper se están esmerando con sus martillos pilones en espacios en los que domina la libertad y el respeto a la diferencia. Y, por si no queda claro, no estoy hablando de geografía ni de banderas ni banderines -ahora no estoy para perder el tiempo con estas zarandajas-, no son esos los territorios en litigio. Me refiero a los espacios de progreso: intangibles y ricos, creados con el lenguaje y el diálogo, donde se crece a base de ideas, de propuestas y refutaciones. Esos otros, los del pensamiento único, los de "o conmigo o sin mí", no son más que enanos que, por no saber crecer, no quieren dejar crecer a nadie. Y en algún momento alguien les tiene que decir basta. Porque -y es igual si es en mayoría o en minoría- los espacios de contraste, de diálogo, de razones, de búsqueda, se los quieren apropiar para dinamitarlos. Sí, esos otros que dan por culo con las astas. Y me apena.

¿Y qué hacer? Pues defendernos. ¿Cómo? Pues dando voz a los unos, a los otros y a los muy unos y muy otros, y a los que no quieren ni unos ni otros, y... Es la hora de preservar espacios. Los espacios de siempre en los que se podía crecer a base de contrastar y equivocarnos. Es hora de no ceder ni de dar marcha atrás. Es hora de dar la mano al que piensa muy diferente para que participe y poder intercambiarnos así las miserias. Y reírnos juntos para quemar después todas las viejas creencias juntas. Y si insisten en querer dinamitar el diálogo y las ideas, pues ni caso, que somos más fuertes.

Salva, Rosario, no soy nadie -quede claro antes de lo siguiente. Como invitado, siempre se me puede recordar que me vaya a dormir a mi casa. Pero, por si nos entra el sueño, antes de irme a dormir os diré que vosotros me hacéis más grande. A mí y creo que a muchos. Es hora de defendernos. Juntos.