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20 mayo, 2018

República o monarquía

Soy catalán. No soy independentista. Soy republicano. Y ya me estoy metiendo en camisa de once varas. Aclaración: una camisa de once varas es una camisa muy ancha, pero parece ser que la expresión de marras se refiere a meter a un chiquillo por la manga de una camisa de once varas, con lo que la cosa se complica y el dicho adquiere sentido.  En fin, al lío, que definirse como catalán, republicano y no independentista, tal y como está la situación, ya es meterse en una manga muy estrecha. Las contradicciones las llevamos todos como mejor podemos y las solventamos según nos permite nuestro entendimiento. En síntesis: estoy convencido de que la solidaridad entre pueblos ha de ser un principio fundamental, no creo en las disnatías para definir al jefe de un estado que nos ha de gobernar, las naciones son un remora del pasado que debemos superar, el republicanismo representa un corpus de valores más que una forma de gobierno, la diversidad enriquece, los reyes representan los privilegios de una sociedad estamental medieval, como también la clase social y la riqueza son fórmulas para mantener a un grupo de privilegiados en el poder, la pluralidad es fundamental en la construcción de sociedades progresistas, las tradiciones nunca deben definir el progreso del futuro, las personas están por encima de las patrias,... y ya está bien, de momento.

Dicho todo eso a modo de introducción, sí que escucho demasiados argumentos pueriles. Aclaración: argumentos de niños, generalmente malcriados, que creen que las pataletas y la argumentación pasional debe pasar por encima de la reflexión política racional. ¿Cuáles son estos argumentos pueriles? Pues creer que defender una república, per se, ya es suficiente para defender los valores republicanos. Y no. Reduccionismo pueril. Creo que ya lo he dicho. Desde Catalunya se han glorificado estados como Dinamarca o Suecia, estados que son monarquías y no parace que vayan a tomar, a corto o medio plazo, el camino de la república. Estas monarquías, tan extemporáneas como la española, no están en duda en sus paises. Y si miramos hacia la república italiana o la francesa, vemos como las políticas insolidarias y de "entorpecimiento democrático" están en auge y amenazan con imponerse en cada elección. Por lo tanto, el republicanismo independentista debería explicar qué tipo de republicanismo propone o no desgastar una palabras que debería llevar incluídos los valores que, al menos algunos, le suponemos.

A modo de contrargumentación, recordemos que Rull y Turull avalaron ante un tribunal la inocencia y la valía de Oriol Pujol. Recordemos como entusiastas de Junts per Catalunya rinden homenaje a Jordi Pujol. Recordemos que las políticas de la derecha que hoy aboga por la república en Catalunya han sido políticas tan o más reaccionarias que las políticas de la derecha española. Recordemos que los que hoy se proclaman republicanos y han gobernado en Catalunya han subido tasas universitarias, dejado de la mano de Diós a pobres e inmigrantes, que en absoluto han desarrollado políticas paritarias, que se han olvidado sistemáticamente de las periferias, que han proclamado la pureza de la raza,... No. De ninguna manera deseo esa república. De ninguna manera son esos los valores del republicanismo. No los han representado nunca y nunca los van a defender. No soy monárquico, pero eso no implica que cualquier república pueda representar una mejora. De hecho, en más de una conversación muchos catalanes pensamos que la república es para algunos un mal menor, a falta de un rey que les pudiera encajar en la manga de su camisa de once varas. Discutamos sobre república y de los valores que deberían fundamentarla y déjense de disfrazar su nacional-catolicismo detrás de una bandera que no les corresponde.

22 abril, 2018

Vivan los apestados

La disidencia no está de moda. Y ojalá tan sólo fuera eso: quedar al margen de las modas. Pocos disidentes quedan. Pocos y cada vez más escondidos. Sin embargo, en los tiempos de los gulags, los disidentes eran héroes vitoreados, la pureza de la libertad de pensamiento, la encarnación del contrapoder. Hoy, sólo son apestados. Apestados porque nadie los quiere a su lado. Apestados porque las patrias los expulsan. Apestados porque son locos que no entienden que los tiempos han cambiado. El gulag ha vencido sin necesidad de malalimentar a sus condenados. ¿Puede haber una victoria más clamorosa? Y el  disidente arrastra los pies en silencio, con el miedo a ser decapitado por pensar al margen de la manada.

Veo en los nacionalismos cómo los disidentes son apartados. (Aclaro: el nacionalismo es hoy esa fuerza que vehicula el odio y la necesidad de imponerse por encima de la diferencia, menospreciando cualquier visión de la realidad que no sea la del color de su bandera, es decir, pura necedad). Digo que veo como el pensamiento disidente es enterrado en vida. Veo que en sus televisiones no sólo son silenciados, sino que también son estigmatizados, insultados y ridiculizados. La patria no perdona jamás. Las patrias nunca han sido madres, las patrias sólo han sido madrastras: acogen al silencioso, al corderito que espera ser alimentado o degollado. Y la traición siempre es condenada al son de los vitores de sus enloquecidos patriotas. Esos, los patriotas, son capaces de darlo todo, absolutamente todo, por la patria. La sumisión total, propia e impropia, además de la persecución de lo ajeno y diferente. Y da igual que la patria sea tricornoidal o que sea cuatribarrada. Los disidentes no pueden alzar la voz. Ni tan solo pueden susurrar los atropellos. El disidente catalán no puede mencionar las vergüenzas autoritarias: 6 y 7 de septiembre, por ejemplo; Llei de Transitorietat, otro ejemplo; sumisión vergonzosa a un líder narcisista, otro más; ausencia total de autocrítica, otro. El catalán disidente, el amante de la república, no puede susurrar esos tics que avergonzarían a cualquier defensor de las libertades y de la democracia, es decir, los tics que avergonzarían a cualquier republicano. ¿Y el español? El español disidente no puede susurrar ante los mandobles de la espada justiciera que reparten los rancios y autoritarios defensores de los valores patrios. Venganza y crueldad contra los que osaron levantar la voz. El disidente español ve atónito como se persiguen y condenan a todos los que se atreven a discutir el poder: persecución de raperos y titiriteros irreverentes, un ejemplo; condena del que reparte exabruptos contra la religión, otro ejemplo; encarcelación del que enfrenta su nacionalismo contra el nacionalismo de estado, otro más; o persecución de camisetas amarillas, símbolos varios, en una deriva enloquecida y ridícula.

Los disidentes deben callar. Los que no nos identificamos ni con unos ni con otros, estamos amordazados y avergonzados ante la realidad. Y, a pesar de todo, sabemos que sólo los disidentes seremos capaces de ofrecer alguna salida a la sinrazón. Porque, más tarde o temprano, será un disidente el que nos diga que no podemos seguir así. Aunque, mientras tanto, los disidentes debamos callar. No, perdón, me he equivocado: los disidentes no es que debamos callar, los disidentes vivimos amordazados con aquellas banderas que engalanan actos vergonzosos y que ni tan siquiera nos dejan respirar. Vivan los apestados. O al menos, por favor, sobrevivan a esta sinrazón.

11 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (y 3)

Pero yo había venido aquí a hablar de las tres cataluñas. Y me he enredado en tres entregas. En la primera se me fueron los dislates en hablar del emplasto de la patria -para curiosos, aquí el enlace. En la segunda las briosas yeguas del pensamiento me llevaron a Cerbero y de cómo cuida que nadie escape del infierno patriota -para muy curiosos, aquí el enlace. Total, que ahora sí toca hacer un poco de geografía social. Y recuerdo que todo partió de un puente. Un puente festivo, digo. ¡Por Dios, lo que produce el ocio! Pues sí, me fui de puente. Y me fui de puente a Catalunya. Al país en el que nací y vivo. Cosas extrañas, las mías. El caso es que me fui. Con la fortuna de, sin premeditación, encontrarme con las tres cataluñas. Así que puedo decir que no es que yo haya ido a buscarlas. Ya, ya sé que uno ve lo que la mente es capaz de entender y ordenar. Mi estructura mental, condicionada o manipulada o deformada o retorcida o... como sea que es, digo que me he encontrado con lo que mi estructura mental me ha permitido entender. Asumo mis miserias.

Mi viaje. La primera etapa comenzó en la Catalunya rural. Una Catalunya tradicional, rancia, conservadora, conformada con una clase media acomodada, propietaria, arraigada en el pasado, en un pasado convenientemente moldeado en una historia victimista, llena de agravios y encontronazos. Felipe V es el recurrente odiado y toda historia local encuentra su nexo histórico en ese personaje. Los castillos, las casas señoriales, las plazas, las iglesias, los prohombres, las leyendas. Hasta los bolardos. Todo está referenciado desde el enfrentamiento contra España y el horrible rey. Es esa Catalunya que deja ondear la bandera española en sus ayuntamientos por "imperativo legal" y lo publica en una placa en su fachada consistorial. Una Catalunya, hoy, engalanada con lazos amarillos en las farolas y que mira al resto del mundo sin envidiar nada porque todo está entre sus muros. ¿Qué hay más allá de la Catalunya rural? El vacío. La oscuridad. Ni tan siquiera la capital es vista de forma atractiva. La verdad y la esencia se resguardan en las paredes de piedra y en las leyendas del pasado. Y en los bolardos.

La segunda Catalunya rodea la gran urbe. El cinturón rojo. Hace unas décadas, socialistas y comunistas tenían aquí su maná de votos y éste era el edén desde el que proyectaban una marea de cambio. Ésta quizás sea también la Catalunya tarragonina o de Lleida, más acostumbradas a recibir aire fresco. Esta segunda Catalunya está conformada por la clase trabajadora, algunos han alcanzado la clase media y por eso, de cuando en cuando, miran hacia la Catalunya rural o hacia la urbe para encontrar algún referente. Poca cosa. La segunda Catalunya está construida con y desde los inmigrantes viejos, otros nuevos, muchos descendientes de los primeros inmigrados. Una Catalunya que igual escucha regeton como a Manolo Escobar o a Camarón. Poco, muy poco escucha de Els amics de les arts y cada vez menos de Llach. Esta es una Catalunya ecléctica, pero desconfiada. Variopinta, pero que mira con recelo hacia las cataluñas extrañas: la interior, que aprieta por detrás, y la capital, que aprieta por delante. En su mayor parte aquí encontraremos a trabajadores, cualificados o no, personas que nada han recibido de nadie y para quienes los gobernantes nunca han sido del todo suyos. Hay más traicionados y recelosos que entusiastas. Pero en este caso ya no es Felipe V. El poder, para ellos, nunca ha venido a visitarles y mucho menos nunca han venido a echarles una mano los que cortan el bacalao. Todo lo contrario. Cuando se han acercado ha sido, generalmente, para sacar un provecho de ellos. Hoy será Arrimadas, como antes fue Montilla o Maragall, pero esta es una Catalunya que nunca es de nadie y que nunca confiará en el poder ni en quienes lo representan.

La tercera. La Catalunya urbana y cosmopolita. Quizás, sólo Barcelona. Una amalgama de sensibilidades y de fobias. Por eso, también quizás, mucho más abierta y diversa. Una Catalunya que mira hacia afuera, pero que carga con una mochila pesada: no sabe dar respuesta a las otras dos cataluñas. Aquí las clases medias se confunden a propósito con las clases trabajadoras o con las más poderosas. El abogado de Puigdemont puede tomarse un cortado al lado de una limpiadora de oficinas peruana o junto al presidente de Abertis. También ecléctica, como la Catalunya obrera, pero mucho más pragmática y, por tanto, comprometida en lo justo. Quiere volar Barcelona. Quiere ser grande entre las grandes. Mira hacia Europa y prefiere hablar inglés, aunque sin confesarlo. Pero la Catalunya rural aprieta y la Catalunya obrera no se fía. Y Barcelona no puede volar como ella quisiera. Ideológicamente variopinta, capaz de cambios y transgresora, aunque lo justo. La presencia de una potente burguesía y mucho de clase media acomodada, hace posible convocar la revolución un miércoles por la tarde, pero desde un grupo de whatsapp y mai en cap de setmana, que hem quedat. Y siempre que no salga muy caro. Esa ansia de ser más y mejor condena a Barcelona a hacer una pedagogía constante de lo imposible. Imposible porque nadie la escucha. Imposible porque tampoco sabe hacia dónde mirar.

Y Cerbero cuida de que los muertos no salgan de sus dominios. Por eso, y sólo por eso, las tres cataluñas parecen irreconciliables y condenadas a convivir en el Averno. Igual, si Hércules pasase por aquí...

10 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (2)

Lo cierto es que me he liado. Quería hablar de las tres cataluñas y al final, no sé por qué, me he liado con tres entradas diferentes. Y todavía no he hablado de las tres cataluñas. Ahora, ya puestos, lo dejaré para la tercera entrega. Lo ciero es que en mi viaje a Catalunya, el que ya mencioné en la entrada anterior -ver por si hay curiosidad la entrada anterior-, me di cuenta de la estructura tricéfala que posee Catalunya. Algo así como el perro Cerbero -Cerbero, el perro de tres cabezas que en la mitología griega guardaba las puertas del infierno. El caso es que la estructura tricéfala tiene que ver con el orden social, económico y geográfico actual. Tres clases, tres mundos, tres narraciones para tres cataluñas que perviven en un equilibrio, a veces, imposible y que se traslada a todos los ámbitos cotidianos. Y a la política, también.

Nos estamos jugando el presente y el futuro de las tres cataluñas. No. No exactamente. Nos jugamos el presente y el futuro siempre, pero ahora nos interesa proclamarlo. Porque ya me gustaría que nos jugáramos de verdad el futuro de Catalunya. O, mejor, el futuro de la república. Pero no, en realidad las tres cataluñas no buscan cambiar nada, sólo ser hegemónicas. Cada una de las cataluñas pugna por imponer su narración. Están triturando y tamizando el pensamiento para, al final, conseguir anular cualquier interpretación ajena a sus miserias. Esto tiene un nombre: crear patria. Ese es su objetivo: crear la patria a imagen y semejanza de sus propias miserias. A modo de recuerdo, agregaré ahora que crear la patria era el objetivo del nacionalismo decimonónico. Construir el andamiaje que ofreciera la identidad común para que todo la estructura social quedara intacta ante el peligro de los revolucionarios. En El Gatopardo -novela de Lampedusa y película de Visconti, muy recomendables ambas- se muestra magistralmente esta perspectiva tan romántico-burguesa: es necesario que todo cambie para que todo siga igual. Ése es el objetivo. Las clases medias acomodadas, los tradicionalistas y conservadores, buscan esa patria cuatribarrada, colmada de agravios y conformada con un pueblo distinguido y altivo. Las clases más altas y mucha de la clase baja prefieren el inmovilismo y una pretendida fraternidad con la España más esencial. Y, por último, los desarraigados -ideológicamente hablando- que sólo desean deshacerse de ambas patrias para crear otra muy diferente. Pero estos últimos son incapaces de ofrecer un modelo atractivo a ninguna de las dos patrias anteriores y son incapaces de imponer una narración creíble a los ojos de los más esencialistas. Total, que tenemos tres cataluñas prisioneras de sus propias miserias. En la tercera entrega me entretendré en describir su geografía, la etología y la sociología de las tres -no existe posología para estos males o al menos no sabemos de ningún remedio farmacológico.

Cerbero, o Can Cerbero, tiene una misión muy precisa: guardar las puertas del Hades. Del infierno, vamos. Pero su misión no es tanto la de vigilar que nadie pueda entrar, sino vigilar para que nadie pueda salir. Veltesta, Tretesta y Drittesta, las tres cabezas, vigilan sin cesar para que nadie escape de sus dominios infernales. El caso es que salir de cada una de las cataluñas es muy complicado. Yo diría que salir de cada una de las tres cataluñas es, hoy por hoy, imposible. Los catalanes vivimos prisioneros en alguna de ellas. Cerbero se encarga de que nadie escape.

26 noviembre, 2017

Ni independentista ni monárquico

Pues sí, parece imposible, pero sí. Y además creo que somos muchos más de lo que cuentan los que cuentan. ¿Se puede no ser monárquico y no ser, al mismo tiempo, independentista? Pues claro. Y para entenderlo no es necesario más que dejar de tener prejuicios. Entiendo que esto no es fácil porque implica dejar de reducir la realidad a una visión pueril de buenos y malos, de blancos y negros, de indios y cowboys. Lo siento, seré faltón, pero ese reduccionismo naif monárquico-independentista no interpreta la realidad, sino que la manipula. Y se llama maniqueísmo. Ese maniqueísmo va muy bien a los que no quieren más que entenderse a sí mismo: los míos y el resto, es decir, todo se reduce a amigos y enemigos. Pero quizás en algún momento deberemos madurar y aceptar que la realidad es mucho más plural y rica, mucho más compleja. Y, aceptando la complejidad de la realidad humana, deberíamos considerar que una de las posibilidades ante la situación catalana sea no ser monárquico ni independentista. Y no se trata de ser equidistante o intermedio, sino de tener una opinión propia y diferente del reduccionismo imperante.

Así que expongo en qué consiste todo esto, con todos mis respetos a los monárquicos-borbón y a los independentistas-nación. Porque, igual que sus propuestas son válidas, también la mía tiene razones para ser sin que sea reacción a nada. Que yo no sea monárquico ni independentista no quiere decir que sea anti nada. No soy anti-monárquico, como tampoco soy anti-independentista. Que ellos sean, pero que me reconozcan mi derecho a no serlo. Y, ¿por qué? Pue porque soy republicano y, por tanto, no puedo ser monárquico. Y precisamente porque soy republicano no puedo ser tampoco nacionalista. Esta última parte creo que es la que menos se entiende. ¿Cómo puedes ser republicano y no ser independentista? Esta es la pregunta que me persigue en más de una discusión entre amigos. Me explico: no soy independentista porque el independentismo acoge la república como sobrevenida, es decir, el independentismo no tiene como objetivo la república, sino que el horizonte es el territorio. Y admito que para el independentismo la república será y es deseada, pero siempre después del territorio, siempre supeditada a la reivindicación de la nación. Y no soy nacionalista. Nunca lo he sido. El himno español nunca me arrancó un lololó. Como tampoco nunca me ha puesto la piel de gallina els segadors. ¿Eso es difícil de entender? Pues parece que sí. Y sobre todo desde partidos como ERC o la CUP. Ellos no se definen como nacionalistas, pero para ellos la reivindicación territorial y étnica es el principio que se antepone a cualquier otra reivindicación.

Los partidos independentistas catalanes parten todos de un planteamiento nacional. La liberación del territorio de "las garras españolas" es su principal propuesta. Este objetivo, respetable y absolutamente legítimo, parte de consideraciones étnicas apoyadas en la lengua y en una pretendida historia que se construye en función del objetivo nacional. Y digo "pretendida" porque es una construcción ideológica. Nada, ya sé que es una discusión perdida y un nacionalista jamás aceptará esta opinión. Pero es que contra los argumentos nacionales poco se puede hacer. ¿Por qué? Pues porque parten de la víscera, del sentimiento. Nunca parten de la propuesta y el análisis del futuro. Sí, también se me criticará por esto. El futuro nacional siempre se enraiza en una historia supuesta y, en muchas ocasiones, retorcida. Para el independentismo, el futuro no es más que la proyección de una construcción nacional, edificada en presupuestos del pasado y en la creencia firme de que hay suficientes elementos étnicos como para sentirse diferente. Y es ese planteamiento el que no puedo aceptar. La república, tal como yo la entiendo, nunca puede ser étnica ni de afirmación de esencialidades. La república ha de ser construida desde la pluralidad, la diferencia, el respeto a lo ajeno y en la renuncia a blindar formas de ser y entender la convivencia humana. Una república anclada en la reivindicación nacional sólo será una república instrumental y nunca una finalidad para la convivencia.

¿Y qué pasa con la monarquía? No perdamos el tiempo. El medievo ya pasó.

25 noviembre, 2017

Tres patas para un país cojo

Tenemos un país, pero tenemos un país cojo. Primero, antes de seguir, debería decir que en la caverna tenemos varios países. En un solo estado tenemos más de un país. Bueno, en realidad no está claro qué es eso de país o países. Como tampoco está claro qué es eso de nación. Porque los catalanes lo parecen tener claro, pero los valencianos, sobre el mismo país, no mucho. Y ya no te digo lo que debe tener en la mente un extremeño o un andaluz. El caso es que es sacar la palabra nación y aparecen ofendidos por todas las esquinas de la caverna. Un sin Diós. Pero si nos centramos en el caso catalán, tenemos un país cojo. Ahora, digo, en estos momentos. A día de hoy, se nos ha quedado cojo el país y se nos ha venido abajo. Porque han querido construir un país sobre tres patas y las tres no han podido aguantar el peso del país. O por lo menos se nos viene abajo el proyecto de país que han querido construir.

Las tres patas: la proyección internacional; las estruturas de estado; el consumo interno. Se ha trabajado durante los últimos años en estas tres patas. Duro. O no tan duro y, a lo mejor, ni siquiera se ha trabajado bien. Lo cierto es que las tres patas no han sido todo lo consistentes que se esperaba. Y se nos ha venido abajo todo. La venta internacional del producto ha sido un fiasco de mucho cuidado. A pesar de las ayudas recibidas por las decisiones de Rajoy. La mejor aportación del presidente del gobierno español al procesismo fue el 1 de octubre. Venga porrazos a diestro y siniestro hasta llegar a convertirse en la mejor aportación española al procesismo. Pero ni así. Después, ni un puñetero país u organización oficial de cierto peso ha querido mojarse. Nadie. El silencio absoluto. Romeva, un inútil. Si lo valoramos por los resultados obtenidos, claro. Precisamente para eso, para la proyección internacional, se justificó el fichaje por parte del procesismo de un tipo que provenía de la izquierda. Su "dilatada trayectoria como diputado europeo", por sus contactos o porque cualquiera servía para eso, si hablaba más de un idioma. El caso es que sobre las espaldas de Romeva recayó la tarea de conseguir adhesiones internacionales. Recoger el aliento transpirenaico. Conseguir entusiasmos del más allá. Pero nada. Romeva no consiguió nada. Un fiasco de consideración. Como tampoco resultó bien la jugada de intentar atraer el voto de izquierdas fichando a un tipo que no lo conocían ni en su casa. Total: la primera pata, coja. El país se nos tambalea.

La segunda pata, las estructuras de estado, se prometían efectivas y robustas. Así se nos había vendido desde las últimas elecciones autonómicas-plebiscitarias-de-tu-vida. Durante meses nos habíamos creído el mantra de "estamos trabajando seriamente en las estructuras de estado" y el "estará todo a punto". El objetivo era robustecer y organizar la organización del nuevo estado: polícía, economía, empresa, impuestos, censo, organización del territorio,... Un fiasco. Nada de nada. Durante meses organizaron una ley de transitoriedad que hubiera debido ruborizar a cualquier demócrata. Una ley que fue un brindis a la creeencia ciega en que los dioses todo lo perdonarían. Para el procesismo, la causa lo justificaba todo. Incluso justificaron las sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre. Bochornosas y un atentado al respeto a las minorías parlamentarias y al parlamentarismo. De las demás estructuras, fiasco tras fiasco. Nada de nada. Ni las empresas respondieron. Ni la hacienda estaba preparada. Ni el censo. Todo se jugó pues a una carta: en la fe de que el universo sería justo con el pueblo elegido y que, de alguna manera, todo confluiría en el Destino. Pero en el momento oportuno, con el culo al aire. De ahí el bochorno de ver marcharse a más de 2000 empresas y que el único plan preparado fue el que constaba en unas anotaciones manuscritas en una hoja abandonada: la posibilidad de pagar a funcionarios o pensionistas con bonos patrios. Todo un planazo. Sólo la fe y el entusiasmo del catalanismo libró a sus líderes de que los corrieran a gorrazos. Segunda pata: el país hundido.

Y queda el consumo interno. Ahí sí que el govern lo ha dado todo. Los medios de comunicación afines estuvieron bien engrasados. Las entidades civiles de corte peronista pusieron los restos. Y funcionaron bien como brazo del poder. Y también funcionaron muy bien empujando a partidos, govern y parlament. El relato peronista ha funcionado y funciona. Animados por la CUP y todos sus mecanismos bien coordinados. Els carrers seran sempre nostres fue el grito de guerra que igual espantaba a unos como animaba a otros. Aunque ni unos ni otros se lo acabaran de creer. Las calles, al final, bajo una u otra bandera, son siempre de los mismos: de los que tienen los medios de producción y dominan los verdaderos mecanismos del estado: el poder de don dinero. Pero debemos poner en valor el esfuerzo. Mucho esfuerzo de muchas personas creyentes y entusiastas. Porque, al fin y al cabo, ahí sí que triunfaron. El proceso que preparó el consumo interno supo relatar y con el relato supo convocar y animar y casi paralizar un país. Y todo gracias a que supo inventar un relato que desde hace años ha ido creciendo. Incluso ha ido reinventándose y reinterpretándose ad hoc para apuntar siempre hacia la misma meta. Es éste el éxito más potente del procesismo. Y, la verdad, creo que debiera estudiarse como tal por especialistas. Incluso debería tenerse como modelo de movilización y de construcción de un pensamiento colectivo bien articulado. Pero con una pata sola las banquetas se hunden. Se caen las sillas. Se desmoronan mesas y mesitas. Se tambalean señores y otras especies. Se derrumban edificios y puentes. Con solo una pata no hay construcción que aguante. Y la construcción del país no aguantó.

20 noviembre, 2017

Un artículo nauseabundo sobre el cinturón rojo

A estas alturas, todo el mundo ya ha leído el infame artículo de Jordi Galves en el diario digital ElNacional.cat. El artículo en cuestión lleva por título Cornellà no es como Catalunya. Y, como ya he dicho, es infame. Yo diría que nauseabundo. Por lo tanto, ya lo he estigmatizado. Y sí, lo hago con ganas.  Con muchas ganas. Menos mal que ya ha habido respuestas muy acertadas de diversas personas. No podía ser de otra manera. Enlazo dos: una y dos. En ambos casos son personas dolidas. Personas heridas por el desprecio con el que hemos sido abofeteados una buena parte de catalanes.

Para los que aún no lo hayan leído, diré que el artículo contiene perlas. Perlas diversas y de considerado tamaño. Vuelvo a recomendar su lectura para que, sobre todo, se entienda qué es el odio y la xenofobia. El artículo es una obra cumbre del género xenófobo catalán. El señor Jordi Galves se refiere a Cornellà como una tierra "colonizada", "nacionalista" y "españolista". Una ciudad repleta de españolitos que "reivindican su ignorancia" y "atacan la inmersión lingüística". Ignorantes, sexistas, violentos, inadaptados o resentidos son algunos de los adjetivos que atribuye a esos "españolitos". En cambio, se refiere a los chicos autóctonos, los catalanoparlantes, como personas estigmatizadas, atemorizadas en una tierra enemiga, poseedores de una cultura odiada en una ciudad repleta de personas intolerantes. Bien, he resumido mucho, pero el enlace está para aclarar o para herir más claramente que mis explicaciones. El caso es que la exhibición de intolerancia y de odio que podemos encontrar puede herir sensibilidades varias. Incluidas las muy catalanas. Incluidas las esencialistas-pero-humanistas.

Si no estoy muy equivocado, Cornellà es muy parecida a otras ciudades del llamado cinturón rojo barcelonés. En otros tiempos, un cinturón muy reivindicativo. Hoy repleto de escépticos y nada proclives a dejarse arrastrar por la moda nacionalista que impera en Catalunya. Y eso es lo que le duele al señor Galves. Pero todas estas ciudades que bordean Barcelona se distinguen por otras características mucho más acertadas que las que señala el señor Galves. En este caso que nos ocupa, yo creo que merece la pena resaltar sólo dos. Y serán sólo dos para no calentarme más de lo necesario.

La primera: es en estas ciudades cuando a finales de los años setenta y principios de los ochenta los obreros reclaman -reivindican- una educación en catalán. Es, por ejemplo, en Santa Coloma de Gramenet donde comienza la llamada inmersión lingüística en catalán. Y reclamada como un derecho por los propios ciudadanos. No comenzó en Manresa ni en Girona o en Olot. No, nada de eso. Comienza en una ciudad falta de recursos, con una población emigrada desde la probreza, en buena parte analfabeta, repleta de obreros con escasa cualificación, pero que quieren que sus hijos se eduquen y tengan las mismas oportunidades que los catalanes de la Bonanova. Además, esos obreros hablaban a sus hijos con un catalán repleto de barbarismos y con acentos del sur o de Castilla o de Murcia o de Galicia, para que, hablando en catalán, se pudieran llegar a sentir catalanes de verdad. Esos obreretes incultos renunciaron a algo a lo que este señor jamás renunciaría: decidieron no hablar el idioma materno a sus hijos. ¿El señor Galves lo haría? ¿Renunciaría el señor Galves a hablar en catalán a sus hijos si tuviera que vivir en otra parte del mundo? Sinceramente, a mí me parece una renuncia muy dolorosa.

Segundo: es en estas ciudades donde los catalanes venidos de otros lugares de España se parten la cara en los setenta por la anmnistía y por el Estatut, mientras los señoritos de Pedralbes o els benestants del Eixample barcelonés juegan a ser reivindicativos en el Palau de la Música o en Bocaccio. Es en Sant Boi de Llobregat donde en el año 1976 se celebra el primer Onze de Setembre y se oye por primera vez una reivindicación que perdurará en la memoria colectiva de este país: "llibertat, amnistia i estatut d'autonomia". Es en estas ciudades donde los obreros trabajan dos jornadas cada día por sueldos miserables en fábricas del Poble Nou o del Baix Llobregat. En fábricas regentadas por una burguesía muy catalana. Esa que después iba a ejercer de oprimida en el Palau de la Música "abans de sopar en un bon restaurant". Todo esto parece olvidársele al señor Galves en su nauseabundo artículo. O es que él es más de odiar sin preguntar primero.

Pues, señor Galves, yo no sé qué Catalunya conoce usted, pero le puedo asegurar que ésta que le describo es una Catalunya auténtica, tan auténtica como cualquier otra. Esta que le describo es una Catalunya formada por auténticos catalanes que aman Catalunya y que no odian ni desean odiar a nadie. Es posible que le guste más la Catalunya de Berga o de Ripoll o de Puigcerdà. Es posible que le guste una Catalunya mejor encastrada en sus esquemas mentales. Pero hay muchos catalanes, no sé si mayoría o no, que no encajarán. Y lo siento mucho por usted, pero me alegro por Catalunya. Si esta Catalunya real no encaja en su decadente perspectiva y usted se empecina en seguir odiándola, sólo le puedo recomendar una cosa: no se muerda, no vaya a ser que se envenene.