18 junio, 2017

Sobre pedagogía e innovación

Hoy en día es muy fácil hablar de pedagogía. Bueno, en realidad es muy fácil hablar de cualquier cosa. La información fluye y nos inunda hasta hacernos creer que somos entendidos en cualquier cosa. Yo mismo creo que soy capaz de hablar de cualquier tema, siendo un completo ignorante. Y lo digo porque lo soy. Aunque también es cierto que no creo que lo sea mucho más que muchos otros. Al lío. Hemos venido a hablar de pedagogía.

¿Qué es esto de la nueva pedagogía? Bien, he de decir que muchas personas hablan de la nueva pedagogía sin tener un criterio formado. Han oído cosas y en muchas ocasiones confusas. En más de una ocasión, el concepto "nueva pedagogía" se agota en el llamado "trabajo por proyectos". Como si esta metodología didáctica ensombreciera cualquier otra investigación pedagógica. Y no. El "trabajo por proyectos" no es más que una metodología didàctica. Una más. Cierto que, en muchos casos, a esta metodología didáctica se le pone la etiqueta de innovadora. Pero creo que eso es ir muy allá. Sí es cierto que se enfrenta a metodologías decimonónicas que subsisten en la actualidad. ¡Uy, aquí ya me he colado y estoy manipulando! Perdón, al calificarla de decimonónica ya la estoy presentando como antigua o desfasada. Pero no era mi intención. De hecho, el "trabajo por proyectos" es también muy antiguo. Los que hayan leído algo de pedagogía sabrán que planteamientos así no son de hace cuatro días. La interdisciplinariedad, dar la primacía al alumno y no al currículum, poner el acento en los apredizajes competenciales y no en los contenidos, el trabajo cooperativo,..., son características que muchos docentes han desarrollado y muchos otros han cantado sus bondades en múltiples ensayos. Nada nuevo bajo el sol. Aunque sí es cierto que tanto los detractores como sus defensores han puesto el ojo en el "trabajo por proyectos" como si este fuera el eje de la verdad pedagógica. Y ahí es donde creo que hemos perdido el norte.

La nueva pedagogía sí entiende que el centro de la tarea docente (y me refiero tanto a la enseñanza primaria, la secundaria o la universitaria) es, por supuesto, el alumno. Supongo que nadie discutirá esto. Es una perogrullada. Pero una cosa es aceptarlo discursivamente y otra cosa es llevarlo a la realidad del aula. Por eso debemos ser muy contundentes en el enunciado de este principio fundamental: cualquier planteamiento pedagógico ha de pasar necesariamente por tener como único protagonista al alumno. Pero, siendo así, eso también es compatible con metodologías de aula muy diversas. No voy a discutir sobre currículum ni sobre contenidos. Esto lo dejamos para otro momento. Centremos la discusión en el principio pedagógico que hemos enunciado y en las metodologías de aula que se adecúan a este principio. Empiezo por decir que no creo que haya ningún método tan óptimo que ensombrezca a cualquier otro. De hecho no hay datos científicos que demuestren que haya un método que ofrezca mejores y comprobables resutados que el resto. Al final, todas estas discusiones acaban por fundamentarse en creencias e intuiciones. Pocas racionales, por cierto. Y es que nos faltan estudios serios, análisis profundos, comparativas. Estamos dando palos de ciego en pedagogía. Por tanto, déjenme aceptar la divesidad pedagógica de salida y dejemos a un lado el dogmatismo.

Sí creo, sin embargo, que hay variables a tener en cuenta a la hora de aplicar métodos diferentes en el aula. La edad es una de esas variables. ¿Debemos aplicar el mismo método didáctico en un aula con niños de 6 o 9 años que en otra con estudiantes de 16 o de bachillerato o universitarios? No. Y creo que la respuesta no debe incluir remilgos. Médicos o ingenieros deberán hacer uso de su memoria y aprender del magisterio de los más expertos. Otra variable: el ámbito de conocimiento. ¿Es aplicable el mismo método en el descubrimiento social o del medio que el método que aplicaríamos a la lectura o las matemáticas? Estos últimos son aprendizajes propedéuticos o instrumentales. Y los métodos aplicables en el aula deben variar. Y no vale con darle la vuelta al calcetín para creer que llevamos calcetines nuevos. Cuántas veces me he encontrado con docentes muy modernos que implantan métodos innovadores de cara a la galería, pero que de puertas para adentro siguen insertando aprendizajes memorísticos, poniendo pruebas y controles (para no llamarles exámenes) o haciendo un vergonzoso paréntesis en sus programaciones por proyectos para introducir "píldoras" que no son más que rancias sesiones revestidas de necesarias. Otra variable: la diversidad en el aula. Cuando los límites de la diversidad en el aula son muy amplios, los métodos deben centrarse en el reparto desigual de recursos para compensar esas desigualdades. En este caso, la metodología sólo es una herramienta en una caja junto a muchas otras al servicio de la diversidad en el aula. Y una metodología por proyectos puede ser muy interesante, pero no siempre tiene que ser la más adecuada, a no ser que queramos unificar en una media demasiado mediocre. Además, no olvidemos que el principal recurso para trabajar la diversidad en el aula es, sin duda, la ratio baja. Justo la que no depende del docente.

Educar es manipular. Moldear, dirigir. No hay más. Podemos no asumirlo, pero si educamos evitando cualquier intervención en los intereses de los chicos, ya estaremos manipulando en un sentido y les haremos creer que quizás siempre sea así. Y podrán creer que no hay nada más allá de sus intereses. Hasta que descubran la gravedad o que deben respetar a los demás porque ellos no son el centro de la creación. Si entendemos la educación como una manipulación y, además, entendemos que el centro de esa manipulación son personas que dependen de nuestra acción, entenderemos al fin la importancia de nuestras decisiones y la trascendencia de nuestra acción sobre ellos. Y no es necesario ser innovador para entenderlo y llevarlo a la práctica. Conozco a docentes que imparten sus clases magistrales con tanta pasión e ilusión que son capaces de enamorar a sus alumnos. Seguro que muchos de nosotros recordamos a algún profesor que nos encandilaba, que nos hacía soñar, que nos hizo crecer. No creo que un estudiante de bachillerato o universitario no pueda disfrutar con alguno de esos profesores "más clásicos". Como tampoco creo que no se pueda completar el currículum de bachillerato con otras metodologías. Por ejemplo esas más centradas en los intereses de los chicos y mucho menos, a priori, en los contenidos. Es por todo esto que no creo que metodologías antagónicas, en principio, no puedan ser perfectamente válidas o incluso compatibles. Porque, siendo el alumno el centro de toda acción docente y nuestro fin último como docentes, creo que el camino para llegar a motivar a nuestros alumnos se puede realizar por diversas vías. Y ahí está el sercreto: en motivar a nuestros alumnos, despertarles la necesidad de saber y entender por qué. Es por eso que la actitud del docente respecto a sus alumnos es el quid de la cuestión. Y ya vendrán después las respuestas híbridas, diversas, alternativas y complementarias, porque las respuestas metodológicas deben estar al servicio de la acción y la relación que se establece entre el docente y sus alumnos. ¿Con qué contamos pues, los docentes? Pues con nuestra profesionalidad y nuestras ganas de aprender (formación); con el deseo de llegar realmente al corazón del alumno (motivación); con nuestra certidumbre de que nuestros alumnos deberán ser competentes, pero que toda competencia se construye sobre contenidos que le dan sentido (currículum). No hay mucho más, en ausencia de un compromiso más firme por parte de las administraciones. Somos, los docentes, los pilares de la innovación y la pedagogía. Y debe ser así porque para eso nos pagan. Pero, sobre todo, debe ser así porque para eso hemos decidido dedicamos a esta profesión.