21 febrero, 2016

La justicia ininteligible

La justicia es ininteligible, ¿quién la inteligibilizará? El inteligibilizador que la inteligibilice, buen inteligibilizador será. ¡A gusto me he quedado! Aunque no es un simple trabalenguas. No es esa la intención. La intención es clara y explícita, tal y como suena: para mí es ininteligible la justicia y parece que estamos muy lejos de hacerla inteligible. ¿Por qué será? Pues porque la justicia, como cualquier otra institución del estado, sirve a unos intereses. Por supuesto, en una sociedad democrática, los intereses debieran ser los intereses de todos. Pero, ¿alguien cree a estas alturas que es así? La justicia debiera servir al bien común y en esas debemos estar, hasta conseguir que efectivamente responda en algún momento al bien común. Mientras tanto, seamos realistas y aceptemos que la justicia sigue blindando a un grupo de personas privilegiadas. Sí, sin dudas por mi parte. Es más, les señalo: a los mismos que secularmente han estado al abrigo del poder. Camaleónicamente, saben adaptarse a los regímenes y los caprichos de la política. Y blindan su posición con la justicia. Ya sea a través del corpus de leyes aprobadas por el poder legislativo y que, en nuestra caverna, en algo se democratizaron, aunque sin romper del todo con el régimen anterior. Se blindan también a través de los procedimientos admitidos por la justicia, procedimientos que siempre favorecen a los que poseen recursos para alargarlos, evadirlos o anularlos. Y por supuesto se blindan a través de algunos jueces que en sus apellidos arrastran un largo abolengo de familias privilegiadas. Jueces que han mamado la mirada altanera y desprecian abiertamente los valores de las sociedades democráticas. Total: el poder se blinda. Y resumiendo: el poder se blinda con sus leyes, con sus procedimientos y con jueces propios. Si no es así, ¿cómo se puede entender que enseñar un sujetador en un acto de protesta sea tan punible como meter la mano en la caja del dinero de todos para robarnos? ¿Cómo se puede entender que los ladrones sigan riéndose de todos nosotros? Todo el mundo se acuerda de Bárcenas, Rato o los Pujol. Pero son muchos más. No hace tanto que una madre se vio en el trance de tener que entrar en la cárcel por robar unos euros para comprar pañales para su hijo. Pero Millet robó a manos llenas en el Palau de la Música Catalana y sigue comiendo en carísimos restaurantes de Barcelona, luciendo palmito e inmune al castigo de la justicia ¿Alguien sabe cuántas personas se han arruinado con los tejemanejes de Blesa? ¿Cuántos se han podido llegar a suicidar por su culpa? Pero él sigue libre por Madrid. Que no. Que no me convencerán que la justicia es inteligible. Bueno sí, quizás la justicia es trasparente: se enrevesa para proteger a los mismos, dejándonos abandonados de nuestros derechos a los demás, manteniendo la desigualdad i la injusticia. La justicia injusta. Un oxímoron más de nuestra realidad.

15 febrero, 2016

La dignidad perdida de Rajoy y Aguirre

Dignidad. Lo cierto es que me cuesta definir el término de una manera clara. No, no busquen en la RAE. No aclararemos gran cosa. Seguramente en la caverna andamos un poco despistados y aún no hemos sido capaces de descubrir abiertamente qué sea eso de la dignidad. Quizás en negativo sea más fácil definirlo. Porque en negativo no tiene por qué ser negativo. El negativo es el contraste. Y el negativo es siempre una mirada que sorprende. En el negativo podemos ver los matices que a pleno sol se nos velan. Y a mí me gusta sorprenderme. Es una manera de recordarnos que aún no lo hemos descubierto todo. Sea pues, en negativo. Pregunto: ¿a dónde vamos con la dignidad? Seguramente a ningún sitio. Pero con la indignidad arrastramos un peso excesivo para el alma. Queridas y amigos, con la indignidad se nos vuelca el alma hacia el fin. Cuando aparece la indignidad, también aparecen las arrugas. Pero no aquellas arrugas que se dicen bellas, si las hay, sino las arrugas que nos afean y ensombrecen el rostro. Las arrugas que muestran al ser vencido y camino de la muerte. Saben a lo que me refiero, ¿verdad? Con la indignidad se nos marcan crudamente las faltas y las heridas de la vida, se nos hunden los ojos y la piel se acerca a la calavera. Aparecen las viejas cicatrices para recordarnos que no hemos sido felices porque hemos perdido nuestra partida en la vida. Y lo peor, las arrugas nos abofetean con una cruda verdad: ya nos queda poco por recuperar y nada por conseguir. Esas arrugas las he visto estos días en dos personas que no a todos nos gustan. En Esperanza, la Aguirre, y en Mariano, el Rajoy. No son santos de mi devoción, lo admito. En más de una ocasión les he calificado de mediocres y mentiroso, pero ahora me despiertan compadecimiento. Sí, me compadezco de ellos. Creo que porque les veo vencidos. Con la dignidad perdida. Con las arrugas de la vida ensombreciendo un rostro casi sin aliento. Igual soy un torpe idiota, lo admito, pero no puedo evitar compadecerme de esos dos seres.

Es posible que ni Rajoy ni Aguirre hayan participado de las tropelías de sus colegas. Es posible que ni Rajoy ni Aguirre sean unos mangantes. No lo descartemos. Es posible que ellos hayan sido tan estúpidos de no enterarse de los desmanes de sus subordinados. Por supuesto, si han robado deben pagar. Duramente. Muy duramente porque disfrutaban de una posición de privilegio. Y eso debe ser un agravante. Pero también es posible que bajo su sombra otros se aprovechasen. Y, si es así, también deben pagar. Por incompetentes. Por no ser capaces de cortarles a tiempo las manos a los ladrones. Por no haber sido capaces de exponerlos al escarnio público. Es igual, hayan robado o no, el caso es que deben pagar por ladrones o por incompetentes. Pero, para satisfacer en algo nuestra sed de justicia, creo que ya están pagando. Ellos saben que han perdido la dignidad. Lo saben. Quizás nunca lo reconozcan y aún intenten levantar el mentón para mantener erguida la figura. Pero cuando apagan la luz de su mesita antes de dormir, ellos saben que han perdido la dignidad y que el recuerdo que quedará de ellos es el de unos seres indignos. ¿Cómo puedo estar tan seguro de que lo saben? Fácil. Miren sus ojos. Miren cómo se han ido hundiendo en unas cuencas profundas. Miren cómo sus pómulos se han ido aguzando. Miren cómo el mentón ya no es joven y comienza a temblar por los miedos del final. En Rajoy y en Aguirre se puede adivinar el olor que desprenden los que se saben perdidos y sin tiempo de recuperar el lustre de la dignidad. ¿Queríamos saber qué es la dignidad? Miren el negativo y en algo nos podrá alumbrar.

10 febrero, 2016

Contra los Pujol

Sinceramente, no suelen sacarme de quicio los ladrones. Sí, ya sé que esto no suena bien dicho así, sin guarnición. Pero es que así lo pienso. Ahora pongo la guarnición. Conste que no disculpo a los ladrones, sin más. Conste que no deseo hacer apología del robo ni tampoco lo justifico. Aunque haya situaciones en las que yo también robaría. Sí, eso sí lo reconozco. Y no, por supuesto no me refiero a situaciones en las que se abusa del poder, sino a situaciones de desesperación o de injusticia natural. Terreno pantanoso, ya lo sé. Pero es que en situaciones de desigualdad en las que se pone en riesgo la propia supervivencia o la de las que están bajo nuestra protección, creo que uno debe responder a las leyes naturales. Después ya vendrán las leyes humanas a poner orden, por supuesto. Porque la supervivencia es una ley natural a la que deben poner coto las leyes humanas. Pero no me quiero liar más en estos parajes. En otro momento. Tampoco es que quiera liarme con los otros ladrones. Los ladrones del descaro. Los robos de los miserables. Los robos de los que en la caverna nacieron para pisotear a los semejantes. Con estos ladrones, a los que desprecio profundamente, tampoco me quiero liar. Aunque insisto en la premisa de salida: no me sacan de quicio. Sí me sacan de quicio las injusticias. Que el ladrón quede impune, me enerva. Que las leyes humanas se burlen o se apliquen arbitrariamente en favor de los mangantes, me subleva de tal manera que despierta en mí a un ser violento y nada racional. Porque debemos distinguir de entre los ladrones a la clase más excelsa: los mangantes. A estos, vuelvo a ser sincero, les escupiría en la cara. Aunque no por ladrones, sino por la impunidad.

Pero, ademas de la impunidad, también me sacan de mis casillas la soberbia y el menosprecio con el que nos abofetean estos mangantes. En la caverna española hay muchísimos casos. Pero en la caverna catalana, también. Y muy paradigmáticos. El clan Pujol en su totalidad, lo son. Y en especial, don Jordi y doña Marta. No creo que nos desviemos mucho de la verdad si pensamos que los Pujol son ladrones. Tal y como suena. Pero, además, de la clase mangante. Es decir, de los que se sienten impunes y creen que el mundo debe ser desigual. Porque, en su caso, la cuna y la posición social justifican que vivan de la injusticia y de la desigualdad, con total descaro. Todo esto según ellos, claro. Y, además, se creen con la dignidad suficiente y exclusiva de menospreciar a cualquiera que se ponga en su camino. Denigrar a inmigrantes. A los que no hablan su lengua. A los que no huelen a exquisito. A los que no se rebozaron en su bandera. Menospreciar a pobres. A trabajadores. A los que rezan en otros templos. A los que desean salir del lodo. O desean simplemente sobrevivir. Marta y Jordi. Tendría que haber un delito reconocido que fuera el robo con menosprecio. Un delito penado como delito contra la humanidad. Porque ya no se trata solo de robar como mangantes, cosa grave, sino que se trata de manejarse con la altivez suficiente como creer que los demás somos escoria, material sobrante sin ningún tipo de valor.

Me reafirmo, a ellos sí les escupiría a la cara. Pero un escupitajo en toda regla. Un buen escupitajo, cargado con todas las flemas que fuera capaz de rascar de cada uno de los rincones de mi ser. Contra ellos sí me dejaría traspasar por la irracionalidad para devolverles en algo su menosprecio y altivez.

03 febrero, 2016

El arte de decir y no decir en política

El lenguaje político cavernario tiene una serie de características propias. Advierto que yo no soy nadie. Mejor dicho, yo no sé nada sobre el tema, pero sí me fijo mucho. Espera, espera un momento antes de dar carpetazo. A ver, yo me fijo y no creo que lo haga tan mal. Porque soy de abrir mucho los ojos y querer comprender. En todo caso, si me equivoco, espero rectificaciones. Soy todo orejas. O casi todo. En la caverna es importante seguir aprendiendo siempre. Hay que estar al día. En la caverna hay que conocer cada rincón, si quieres ser alguien. Y yo ya he dicho que no soy nadie. En todo caso, estoy en proceso de dejar de ser nadie. Y sí, ya sé que esto no asegura más que la intención. Pero, a falta de sabios, buenos son aprendices. Voy allá.

Ambigüedad. La ambigüedad es un arte. Decir lo que no se quiere decir, pero insinuando lo que queremos decir: a elecciones. O decir lo que queremos decir, pero sin dejar de decir lo que no queremos mencionar: a elecciones. Complicado, ¿no? En realidad no es complicado. Lo complicado es entenderme a mí. Es que yo me explico y me tengo que leer dos o tres veces para entenderme. Si ya lo sé. Ahí va mi solidaridad para con los que quieran entenderme. Volvamos. La ambigüedad debe tener un fin: poder rectificar en cualquier momento afirmando que querías decir lo que no se te entendió: a elecciones. Es importante que no te pillen con el culo al aire. Por cierto, ¡qué imagen, por Dios! A lo que iba. Todos llevan semanas jugando a no decir lo que no quieren, o a no decir lo que quieren, pero sin que nadie pueda afirmar que lo dijeron o que lo querían. ¡Dios, me he leído tres veces y aun no me he entendido! Pero es que la ambigüedad es un arte. Moverse entre las tinieblas, sorteando sentidos que se levantan como muros y sin romperte la crisma. Toda una habilidad que no está al alcance de todos. Yo no sobreviviría ni con chichonera de titanio.

Deslizamiento. Otra habilidad que yo admiro. Dejar ir los sentidos sin que nadie pueda atribuirte haber dicho nada. O atribuírtelo, pero sin que sea un frente abierto. Con disimulo y una sonrisa en la cara. Cuidado, esto es mucho más que una simple insinuación. Esto es deslizar el yunque sin que nadie pueda olerlo hasta que haya aplastado la crisma a la víctima. Después de escuchar a Pablo, uno tiene la impresión de que Rajoy es un inútil que ni dibuja ni una O con un canuto, que Rivera es un tipo sin poder ni carisma y que Pedro es un timorato indeciso. Oyendo a Sánchez, sin que llegue a decirlo, se desliza la radicalidad bolivariana de Iglesias o que la podredumbre de Valencia no deja aire limpio en Génova o que la derecha comprensiva la encabeza Rivera, aunque muy pardilla. O escuchando Rivera...no, éste no domina tan bien el deslizamiento. Como tampoco lo domina el primario Rajoy, aunque hace sus pinitos con Sánchez y los separatistas catalanes, o con Iglesias y el chavismo. Porque, cuando dominan el arte, los sentidos se deslizan con vaselina hasta hincarse bien adentro. ¡Por Dios, otra vez la imagen! No tengo solución.

Total, que nos vamos de elecciones, parece. Porque al final, uno tiene la impresión que desde el 21 de diciembre todo el mundo sacó la calculadora y comenzaron a descontar y sumar de cara a la primavera. Más gestos que hechos. Más palabras y campaña en la sombra que decisiones políticas de calado. Iglesias desea gobernar porque sus votos son para gobernar. Sánchez apunta hacia el PP porque sus votos son contra el PP. Rivera...ni chicha ni limoná porque pocas cosas más tiene para ofrecer. Y Rajoy, donde siempre, viéndolas venir que es como menos se desgasta uno.