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26 agosto, 2017

Pues yo sí tengo miedo

Pues sí. Yo sí tengo miedo. Y que conste que está muy bien lo del lema éste. Pero es mentira que no tenga miedo. ¿Y de qué tengo miedo? Pues de que vuelvan a hacer lo mismo en cualquier otro sitio. En Barcelona. O en Madrid o en París. En Londres, Nueva York o en Roma. O en Siria, el Líbano, Yemen o en Irak. Porque volverán a hacer lo mismo, todos lo sabemos. Aunque no sea ahí, en la esquina de mi calle.

Tengo miedo. Y lo tengo porque tengo seres queridos que van en metro. Y pasean por lugares concurridos. Y son libres y les gusta disfrutar de su libertad visitando museos o aparcando cerca de alguna facultad o haciendo turismo por otras ciudades. Y ellos no tienen un subfusil para defenderse ni tienen bolardos a sus alrededor protegiéndoles permanentemente. Tengo miedo por los míos, por todos aquellos que conozco y por los que no conozco.

Tengo miedo porque los que deben protegernos están más preocupados de lavar sus banderas que de servirnos. Los de un lado y los del otro. Los policias hacen su trabajo. No va con ellos mi miedo. Con ellos va mi reconocimiento por hacer bien su trabajo. Pero los que deben tomar decisiones, ellos son los que utilizan esa policía. Y no siempre utilizan la fuerza para defendernos, sino para defenderse. Es más, casi siempre utilizan la fuerza y la policía para defender sus terruños y sus banderas. No me fío.

Tengo miedo porque los bolsillos se olvidan fácilmente de las desgracias. Y los negocios no conocen la compasión ni la solidaridad. Y los que gobiernan tienen bolsillos. O tienen amigos que tienen bolsillos muy hondos que deben llenar. Y los negocios se hacen vendiendo chorizos o granadas de mano. Y si tienes colesterol a nadie le importa. Y si mueres con una granada fabricada en la esquina de mi calle, a los que hacen negocios no les va a importar un comino.

Tengo miedo porque los fanáticos no sólo son los que han caído. Los hay todavía en muchas iglesias o en muchas mezquitas. Los hay que gritan odio desde sus púlpitos. O en las redes sociales. Defendiéndose ellos y sus creencias. Haciendo proselitismo de sus creencias y de sus miserias. Haciendo proselitismo del odio.

Tengo miedo porque trabajo con jóvenes. Trabajo con seres ávidos por crecer y aprender. No solo en los libros. También en la vida. Jóvenes que deberían aprender y crecer alimentados con valores laicos. Jóvenes que deberían defender la libertad, la equidad y la pluralidad. Pero que no están protegidos por una enseñanza laica. Jóvenes, algunos, que caerán fácilmente en las redes del proselitismo religioso y que pueden sucumbir, unos pocos quizás, al fanatismo del odio religioso. No es una sociedad laica la que les protege, sino una sociedad que los ofrece a la ceguera de la fe. Vivimos en una sociedad que introduce la creencia en las aulas. ¡Qué esperamos!

Y que conste, finalmente, que tener miedo no implica ser un cobarde. Tengo miedo porque miro a mi alrededor y veo como alimentan el odio y avivan el fuego. Pero, a pesar del miedo, no me quedaré encerrado en casa. Ni encerraré a mis seres queridos para protegerles. No soy un cobarde. La cobardía es la renuncia ante el miedo. Y yo no renuncio a hablar, aunque tenga miedo.  Y la palabra no me la callarán, mientras tenga miedo y no me deje vencer por la cobardía.

25 diciembre, 2015

Demetrio nos manda a follar

No doy a basto. ¡En la caverna hay tanto sabio! ¡Tanto y tanto! Hay tanto iluminado, que no hay manera de masticar todo lo que nos ofrecen. Así que nos vamos tragando las ocurrencias como podemos. Ahora ha sido otro obispo. De Córdoba. Un tal Demetrio Fernández. Se nos ha descolgado su ilustrísima con que la fecundación in vitro es parte de un aquelarre. ¡Toma, toma! Y hay más. El varón tiene que ser muy varón y la hembra muy hembra. Dice el obispo. Así que lo de la fecundación in vitro es para medio varones o medio hembras. Casi le sale que lo de lo in vitro es para maricones. Pero vamos, que queda claro que es un aquelarre de brujas para medio hombres. ¡Que tenemos que ser muy hombres y muy mujeres, hostias ya! Yo no sé, pero igual piensa su ilustrísima que hay que quemar a los médicos que se encargan de la fecundación de laboratorio. Eso no lo ha dicho. Pero, al fin y al cabo, el fuego purifica. Aunque yo me quedo con lo de ser muy machote y muy hembra. ¡Iluminado! ¡Profeta! Porque, ha añadido, el hombre aporta a la familia fortaleza y la mujer calor. ¡Qué bonito! ¡Poeta!

Pero siempre hay alguien que se queja, cuando hablan los obispos. Nunca estamos contentos. Aunque sabrán los obispos mejor que nadie cómo funciona esto. Digo yo. Demetrio Fernández, que sabe del tema, nos manda, con buenas palabras, a follar como locos. Digo yo. Bueno, follar follar, no deben follar demasiado los ilustrísimas. Digo yo. Pero de que los demás follemos y de que eso es bueno, sí que deben entender. Digo yo. Y no digo más. A las palabras del sabio Demetrio me remito. Así que, a partir de ahora, si una feligresa no se queda embarazada, pues que folle más. Y fuera con las pipetas, jeringas y otros instrumentos del demonio. Eso es cosa de brujas. Suerte que en la caverna están sus ilustrísimas muy atentos para salvarnos.

23 diciembre, 2015

Mamporreros y obispos

Confieso que me fascinan los mamporreros. El oficio, digo. Eso de conducir en la buena dirección la verga de un semental, es un arte, sin duda. Porque el semental solo piensa en meterla. Sin más. Le puede el ansia. No hay equilibrio ni cálculo que valgan en esos momentos. Y la hembra no puede ayudar mucho a redireccionar el empuje. En el caso de las yeguas, se entiende. Así que el mamporrero debe conseguir no desperdiciar los jugos del amor. ¡Qué mierda de frase me acaba de salir, cielos! Es igual, avanzamos. Pero al mamporrero no le interesa tanto que la pareja satisfaga el deseo ciego, sino que lo satisfaga como Dios manda. Me explico mejor. Al mamporrero lo que le importa de verdad es aprovechar hasta la última gota del ardor ciego. ¿Para qué? Pues para que los amos de los implicados saquen un buen provecho de todo eso. El mamporrero no está al servicio del semental o la yegua, sino al servicio del dueño del nuevo potro.

En la caverna también tenemos mamporreros. Pero no les llamamos así. Debe ser porque no somos caballos. El caso es que ellos se encargan de dirigir nuestras ansias para que nuestro amos saquen provecho de todo eso. Ayer un obispo dijo que éramos unos indecentes y unos enfermos. Pero, cuidado, ahora no se me amontonen todos para darle un lametazo al bisolvón. No es eso. La enfermedad a la que se refería el obispo es que hemos votado mal. Muy mal. ¡Joder, pero eso es lo que tiene la democracia! Te dejan te dejan y acabas por votar mal. O por meterla donde no debes. Suerte que José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, nos quiere enderezar la verga. Por nuestro bien. Nosotros nos excitamos, nos venimos arriba y vamos y metemos la papeleta que no era. Si nos hubieran llevado de la mano a votar y nos hubieran dado un pescozón en caso de desvío, no hubiera pasado esto. Pero nos dejaron votar a quien quisiéramos y ahora estamos enfermos. Una eyaculación desperdiciada. A saber cómo habremos puesto todo perdido. ¡Qué imagen, por Dios! Es que en la caverna, a veces, parece como que nos dejaran pensar demasiado.