04 diciembre, 2016

De la soberbia de los adultos

En la caverna somos mucho de criticar lo incomprendido. Cuando algo no se entiende o no encaja con lo que creemos ciegamente, lo condenamos con alegría y autoridad, lo desterramos al terreno de lo erróneo, sin más. Nos cuesta muchísimo ponernos en el lugar del otro, empatizar, entender qué es aquello que ha configurado un pensamiento diferente. Y sí, ya lo sé, es mucho más cómodo y económico tachar de la lista lo que no entendemos. Porque quien esté dispuesto a entender lo aparentemente ininteligible, siempre tiene que desperezarse para hacer un esfuerzo extra. Muy cansado. Y si, además, el que habla es un jovenzuelo, resulta muy fácil mirarle por encima del hombro y clavarle rápidamente el cartelito de estúpido o de iluso o de inexperto. Plis plas, listo.

En el programa de Salvados del 20 de noviembre, jóvenes de 15 años explicaban cuáles eran sus deseos para el futuro. Y muchos se sorprendieron al escucharles. Incluso alguno se escandalizó. ¿Por qué? Pues porque sus ilusiones pasaban por poder conseguir en el futuro algo tan sencillo como un "trabajo estable" y una "familia estable". Y los escandalizados se atrevieron a calificar a estos chicos de conformistas, de pasivos, de corderitos que renunciaban a metas superiores. Y otras sandeces dignas de lo más soberbios de la clase. ¿Cómo es que estos chicos no sueñan con alcanzar la Luna? ¿Cómo es que sus metas no apuntan a lo más alto? ¿Cómo es que se han olvidado de las reivindicaciones sociales, el progreso o la revolución? Y con sus preguntas, esos ensoberbecidos se definen y proclaman su incapcidad para entenderles. Porque, insisto, les ponemos el cartelito de simplones y estúpidos y nos quedamos tan panchos, sin haber comprendido nada.

¿De dónde surge el deseo? ¿Cómo se configura el horizonte de nuestras metas? Creo que vale la pena pararse un momentín en buscar alguna respuesta para entender a esos jóvenes. (Aconsejo pensar en el amor y, de rebote, tener una buena excusa para releer El Banquete, de Platón). Deseamos lo que no poseemos. Y al desear, reconocemos lo que nos falta, lo que necesitamos para sentirnos completos. El deseo siempre refleja las ausencias y las necesidades de nuestro presente, a la vez que impulsa la acción en el futuro para conseguir el objeto del deseo. ¿Qué desean esos chicos? Pues, como todo el mundo, aquello que les falta: la estabilidad laboral que no ven a su alrededor y la estabilidad emocional que tampoco parece fácil de conseguir. Estos chicos son los hijos de la crisis. Chicos de 15 años que han vivido a la sombra de la fétida crisis. La misma crisis que ha sumido a sus familias en una situación de inestabilidad laboral constante, que les ha empujado hasta las lindes de la pobreza o que incluso, en algunos casos, les ha hundido en el terreno de la falta de las necesidades más básicas. Esa inestabilidad laboral y económica se ha traducido también en inestabilidad emocional. Por supuesto, lo emocional requiere de un equilibrio externo. Y ese equilibrio se ha roto. La crisis ha destrozado familias, ha deshecho lazos, ha levantado muros insuperables. La vida de esos chicos se ha configurado desde la inestabilidad que han sufrido sus familias. Por eso, ansían estabilidad. Sí, ya sé que para muchos seguirá siendo incomprensible, pero para ellos ésa es la meta ansiada porque, sencillamente, no poseen algo tan trivial y básico como trabajo y familia. ¿Conservadores? Nada más estúpido que creer que son conservadores. Precisamente el horizonte de esos chicos pasa por  conservar bien poco de lo que poseen ahora y poder superar la inestabilidad constante en la que viven hoy en día.

Pero pensar e intentar entender requiere un esfuerzo que desde la comodidad de algunos salones parece tarea sobrehumana.