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02 enero, 2024

¿Qué quieres ser cuando seas mayor?

¿Ya saben qué quieren ser cuando sean mayores? A mí, cuando era muy joven, al oír la pregunta se me abría una ventana de aire limpio y paisaje desconocido y excitante, una ventana que acababa por dibujar un sueño. Mi problema era que ese sueño iba variando con el paso del tiempo y nunca acabé por decidirme del todo.

Pero éste era mi caso. Otros, ya desde muy jóvenes, saben cuál es la respuesta y dedican el resto de la vida a hacerla realidad. Muchos, sin embargo, se olvidan y la realidad acaba por imponerse deshaciendo los sueños. En cualquier caso, la pregunta siempre dirige la mirada hacia el futuro y hacia los deseos. También hacia las frustraciones del pasado.

Debo admitir que yo he continuado buscando durante décadas lo que quiero ser, aunque sin demasiado éxito. Es como si la niebla no me dejara ver dónde querré, por fin, instalarme. Quizás porque, al afirmar qué quiero ser, estaría arrinconando demasiadas cosas que también podrían hacerse realidad. Decidirme sería cómo abandonar la posibilidad de otros sueños.

Ahora bien, no sabré todavía lo que quiero ser, cierto, pero con el paso del tiempo debo admitir que tengo claras las cosas que no querría ser de ninguna manera. Por ejemplo y a base de ver determinadas imágenes por televisión en los últimos años, tengo claro que no quiero ser violento ni utilizar la violencia para expresar mi opinión. Tengo claro que antes de despreciar a alguien, tendríamos que mirarnos de cerca al espejo y mantener bien viva la capacidad para avergonzarnos de nosotros mismos. Tengo claro que soy diferente porque hay un sinfín de miradas que quieren ser diferentes a la mía y mi opinión debe permitir el paso a las de otros.

Tengo claro que no quiero dar lecciones de cómo hacer las cosas y que las cosas se pueden hacer de muchas formas. También tengo claro que no quiero ser de esos antifascistas que van dando lecciones de cómo ser antifascista porque hay pocas cosas más fascistas que esos “antifascistas”.

Tengo claro que no quiero ser patriota y que el patriotismo sólo sirve de escondrijo para los más mediocres, tengan la bandera que tengan. Y por supuesto tengo claro que los salvapatrias son una especie peligrosa, pero que, aunque parezca lo contrario, no están en peligro de extinción y constantemente se disfrazan de libertarios o de revolucionarios con el único objetivo de mantener su poder y privilegios.


(Traducción del artículo publicado en el número de diciembre de 2023 de ElMirall.net) 

11 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (y 3)

Pero yo había venido aquí a hablar de las tres cataluñas. Y me he enredado en tres entregas. En la primera se me fueron los dislates en hablar del emplasto de la patria -para curiosos, aquí el enlace. En la segunda las briosas yeguas del pensamiento me llevaron a Cerbero y de cómo cuida que nadie escape del infierno patriota -para muy curiosos, aquí el enlace. Total, que ahora sí toca hacer un poco de geografía social. Y recuerdo que todo partió de un puente. Un puente festivo, digo. ¡Por Dios, lo que produce el ocio! Pues sí, me fui de puente. Y me fui de puente a Catalunya. Al país en el que nací y vivo. Cosas extrañas, las mías. El caso es que me fui. Con la fortuna de, sin premeditación, encontrarme con las tres cataluñas. Así que puedo decir que no es que yo haya ido a buscarlas. Ya, ya sé que uno ve lo que la mente es capaz de entender y ordenar. Mi estructura mental, condicionada o manipulada o deformada o retorcida o... como sea que es, digo que me he encontrado con lo que mi estructura mental me ha permitido entender. Asumo mis miserias.

Mi viaje. La primera etapa comenzó en la Catalunya rural. Una Catalunya tradicional, rancia, conservadora, conformada con una clase media acomodada, propietaria, arraigada en el pasado, en un pasado convenientemente moldeado en una historia victimista, llena de agravios y encontronazos. Felipe V es el recurrente odiado y toda historia local encuentra su nexo histórico en ese personaje. Los castillos, las casas señoriales, las plazas, las iglesias, los prohombres, las leyendas. Hasta los bolardos. Todo está referenciado desde el enfrentamiento contra España y el horrible rey. Es esa Catalunya que deja ondear la bandera española en sus ayuntamientos por "imperativo legal" y lo publica en una placa en su fachada consistorial. Una Catalunya, hoy, engalanada con lazos amarillos en las farolas y que mira al resto del mundo sin envidiar nada porque todo está entre sus muros. ¿Qué hay más allá de la Catalunya rural? El vacío. La oscuridad. Ni tan siquiera la capital es vista de forma atractiva. La verdad y la esencia se resguardan en las paredes de piedra y en las leyendas del pasado. Y en los bolardos.

La segunda Catalunya rodea la gran urbe. El cinturón rojo. Hace unas décadas, socialistas y comunistas tenían aquí su maná de votos y éste era el edén desde el que proyectaban una marea de cambio. Ésta quizás sea también la Catalunya tarragonina o de Lleida, más acostumbradas a recibir aire fresco. Esta segunda Catalunya está conformada por la clase trabajadora, algunos han alcanzado la clase media y por eso, de cuando en cuando, miran hacia la Catalunya rural o hacia la urbe para encontrar algún referente. Poca cosa. La segunda Catalunya está construida con y desde los inmigrantes viejos, otros nuevos, muchos descendientes de los primeros inmigrados. Una Catalunya que igual escucha regeton como a Manolo Escobar o a Camarón. Poco, muy poco escucha de Els amics de les arts y cada vez menos de Llach. Esta es una Catalunya ecléctica, pero desconfiada. Variopinta, pero que mira con recelo hacia las cataluñas extrañas: la interior, que aprieta por detrás, y la capital, que aprieta por delante. En su mayor parte aquí encontraremos a trabajadores, cualificados o no, personas que nada han recibido de nadie y para quienes los gobernantes nunca han sido del todo suyos. Hay más traicionados y recelosos que entusiastas. Pero en este caso ya no es Felipe V. El poder, para ellos, nunca ha venido a visitarles y mucho menos nunca han venido a echarles una mano los que cortan el bacalao. Todo lo contrario. Cuando se han acercado ha sido, generalmente, para sacar un provecho de ellos. Hoy será Arrimadas, como antes fue Montilla o Maragall, pero esta es una Catalunya que nunca es de nadie y que nunca confiará en el poder ni en quienes lo representan.

La tercera. La Catalunya urbana y cosmopolita. Quizás, sólo Barcelona. Una amalgama de sensibilidades y de fobias. Por eso, también quizás, mucho más abierta y diversa. Una Catalunya que mira hacia afuera, pero que carga con una mochila pesada: no sabe dar respuesta a las otras dos cataluñas. Aquí las clases medias se confunden a propósito con las clases trabajadoras o con las más poderosas. El abogado de Puigdemont puede tomarse un cortado al lado de una limpiadora de oficinas peruana o junto al presidente de Abertis. También ecléctica, como la Catalunya obrera, pero mucho más pragmática y, por tanto, comprometida en lo justo. Quiere volar Barcelona. Quiere ser grande entre las grandes. Mira hacia Europa y prefiere hablar inglés, aunque sin confesarlo. Pero la Catalunya rural aprieta y la Catalunya obrera no se fía. Y Barcelona no puede volar como ella quisiera. Ideológicamente variopinta, capaz de cambios y transgresora, aunque lo justo. La presencia de una potente burguesía y mucho de clase media acomodada, hace posible convocar la revolución un miércoles por la tarde, pero desde un grupo de whatsapp y mai en cap de setmana, que hem quedat. Y siempre que no salga muy caro. Esa ansia de ser más y mejor condena a Barcelona a hacer una pedagogía constante de lo imposible. Imposible porque nadie la escucha. Imposible porque tampoco sabe hacia dónde mirar.

Y Cerbero cuida de que los muertos no salgan de sus dominios. Por eso, y sólo por eso, las tres cataluñas parecen irreconciliables y condenadas a convivir en el Averno. Igual, si Hércules pasase por aquí...

10 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (2)

Lo cierto es que me he liado. Quería hablar de las tres cataluñas y al final, no sé por qué, me he liado con tres entradas diferentes. Y todavía no he hablado de las tres cataluñas. Ahora, ya puestos, lo dejaré para la tercera entrega. Lo ciero es que en mi viaje a Catalunya, el que ya mencioné en la entrada anterior -ver por si hay curiosidad la entrada anterior-, me di cuenta de la estructura tricéfala que posee Catalunya. Algo así como el perro Cerbero -Cerbero, el perro de tres cabezas que en la mitología griega guardaba las puertas del infierno. El caso es que la estructura tricéfala tiene que ver con el orden social, económico y geográfico actual. Tres clases, tres mundos, tres narraciones para tres cataluñas que perviven en un equilibrio, a veces, imposible y que se traslada a todos los ámbitos cotidianos. Y a la política, también.

Nos estamos jugando el presente y el futuro de las tres cataluñas. No. No exactamente. Nos jugamos el presente y el futuro siempre, pero ahora nos interesa proclamarlo. Porque ya me gustaría que nos jugáramos de verdad el futuro de Catalunya. O, mejor, el futuro de la república. Pero no, en realidad las tres cataluñas no buscan cambiar nada, sólo ser hegemónicas. Cada una de las cataluñas pugna por imponer su narración. Están triturando y tamizando el pensamiento para, al final, conseguir anular cualquier interpretación ajena a sus miserias. Esto tiene un nombre: crear patria. Ese es su objetivo: crear la patria a imagen y semejanza de sus propias miserias. A modo de recuerdo, agregaré ahora que crear la patria era el objetivo del nacionalismo decimonónico. Construir el andamiaje que ofreciera la identidad común para que todo la estructura social quedara intacta ante el peligro de los revolucionarios. En El Gatopardo -novela de Lampedusa y película de Visconti, muy recomendables ambas- se muestra magistralmente esta perspectiva tan romántico-burguesa: es necesario que todo cambie para que todo siga igual. Ése es el objetivo. Las clases medias acomodadas, los tradicionalistas y conservadores, buscan esa patria cuatribarrada, colmada de agravios y conformada con un pueblo distinguido y altivo. Las clases más altas y mucha de la clase baja prefieren el inmovilismo y una pretendida fraternidad con la España más esencial. Y, por último, los desarraigados -ideológicamente hablando- que sólo desean deshacerse de ambas patrias para crear otra muy diferente. Pero estos últimos son incapaces de ofrecer un modelo atractivo a ninguna de las dos patrias anteriores y son incapaces de imponer una narración creíble a los ojos de los más esencialistas. Total, que tenemos tres cataluñas prisioneras de sus propias miserias. En la tercera entrega me entretendré en describir su geografía, la etología y la sociología de las tres -no existe posología para estos males o al menos no sabemos de ningún remedio farmacológico.

Cerbero, o Can Cerbero, tiene una misión muy precisa: guardar las puertas del Hades. Del infierno, vamos. Pero su misión no es tanto la de vigilar que nadie pueda entrar, sino vigilar para que nadie pueda salir. Veltesta, Tretesta y Drittesta, las tres cabezas, vigilan sin cesar para que nadie escape de sus dominios infernales. El caso es que salir de cada una de las cataluñas es muy complicado. Yo diría que salir de cada una de las tres cataluñas es, hoy por hoy, imposible. Los catalanes vivimos prisioneros en alguna de ellas. Cerbero se encarga de que nadie escape.

09 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (1)

He aprovechado el puente. No sé si lo he aprovechado bien, pero tengo la sensación de haberlo hecho. Me he ido de viaje a Catalunya. Bueno, de hecho vivo en Catalunya. Es más, soy y he nacido en Catalunya y he vivido toda mi vida en Catalunya. Pero, aún así, me he ido de viaje a Catalunya. En pocos días he recorrido algo de la Catalunya interior, la de los valles y las llanuras. Y también he estado en el cinturón. He estado en diversas poblaciones del extrarradio barcelonés, ese "cinturón rojo" tan odiado por algunos. Y he pisado la gran urbe. He visitado una Barcelona algo desangelada y un poco triste estos días. Nota mental: me da en la nariz que la tristeza barcelonesa no es por las navidades o por el frío, pero no me voy a arriesgar a hacer interpretaciones. En todo caso, he visitado Catalunya y me he encontrado con las Catalunyes. Y no es que sean diversas o un pelín diferentes estas Catalunyes. No, no es eso. Es que son muy diferentes, mundos distantes y no sé si hasta irreconciliables.

¿Y qué he visto? Primero: no soy sociólogo. Tampoco deseo serlo y no creo que mi intuición o mi observación sirvan para tener una opinión más certera de Catalunya. Descartémoslo de plano. Aviso ya de entrada. Yo, como mucho, soy intuicionista -como dentista, pero sin anestesia y sin sentar a nadie con la boca abierta. Reconozco que me declaro intuicionista por falta de conocimiento y título. ¡Qué le vamos a hacer! Pero conste, eso sí, que he ido yo con mi intuición a cuestas por Catalunya con la intención de mirar para entender mejor qué es eso del "pueblo catalán". En algún momento he pensado, "toda una vida en Catalunya y aún no has entendido qué es eso del pueblo catalán, ¡so idiota!". Así que me he puesto a mirar con detenimiento por aquí y por allá. El resultado ha sido: ni puñetera idea, me he vuelto a perder como un chivo en un garaje. Debe ser que soy muy cortito. Y así me he quedado un buen rato, hasta que hoy he tenido una -otra- intuición. De repente y sin venir a cuento. Me había puesto yo a triturar y tamizar el acompañamiento de una carne para tener una salsa bien sucosa en la que poner a bucear convenientemente un pan que quita el sentido. Y ha sido allí, en el fondo, donde he visto al pueblo. El catalán y cualquier otro, conste. Me he dado cuenta de que cuando trituras y tamizas la salsa, te queda un emplasto -rico, rico, por supuesto- donde pimientos, cebollas y verduras varias, con sus especias y aderezos, quedan fuera de toda identificación visual. Es la desindentificación absoluta. La anulación de la identidad en el emplasto. Y se forma algo así como un engrudo esencial. Y digo engrudo porque allí queda todo pegado y confundido sin posibilidad de deshacerse del emplasto. El pimiento deja de ser pimiento, el puerro deja de ser puerro, la zanahoria desaparecida y el aceite o el vino o las almendras o las setas o... El caso es que mi salsa no era tan compleja, pero al final ha quedado tan bien empastada como cualquier pueblo que se precie. Total, he pensado, que hablar del pueblo catalán o del español o del paquistaní es tanto como cosificar un grupo de personas diversas, diferentes y con identidad e ideología propia, hasta conseguir un engrudo desideologizado, sin identidad individual que sobreviva, y que asume un sello, una marca. Ya está, ya soy català o español o paquistaní. Y además con sus conductas y normas bien interiorizadas. Y más: con una estructura mental compartida que conduce cualquier mirada y toda opinión; una estructura que emborrona o desdibuja todo lo que queda fuera de ese marco conceptual y de valores; una estructura monolítica que retuerce la realidad hasta adaptarla a su ideal. Al individuo sólo le queda la posibilidad de fundirse para formar parte del pueblo catalán, español o paquistaní y eso implica abandonar la posibilidad de discrepar, de criticar abiertamente a todo vecino que te rodea y que comparte contigo la gracia de pertenecer al pueblo más maravilloso del mundo. Porque ser pueblo es pensar y sentir como tu vecino, en comunión trascendental, además de sentirte maravilloso, parte del pueblo más pueblo que haya sobre la faz de la tierra y más allá. Pero, para tragedia mía -y conste que no quiero arrastrar a nadie a esta sensación-, pertenecer al pueblo es quemar con ácido toda posibilidad de crear y diverger. De ser individuo. Con una identidad propia. Y ya, ya sé que formar parte del rebaño nos permite realizarnos como seres humanos en sociedad y farem pinya y blablá, pero pregunto: ¿no es esta también una manera de dejar de ser libres? Igual sí, o no. Ahora me vendrá cualquiera con la paloma de Kant y ya la habremos fastidiado. Pero es igual, me arriesgo. Me arriesgo con una afirmación: el discurso edificado sobre el pueblo no es más que un intento de cosificación del engrudo como si estuviera formado por un todo homogéneo, desprovisto de individualidades diversas y divergentes, y poder utilizar así el engrudo como sujeto de predicados útiles y amasados en la más interesada de las intenciones: mantener el status quo nacional -que no deja de ser un status quo de poder.

25 noviembre, 2017

Tres patas para un país cojo

Tenemos un país, pero tenemos un país cojo. Primero, antes de seguir, debería decir que en la caverna tenemos varios países. En un solo estado tenemos más de un país. Bueno, en realidad no está claro qué es eso de país o países. Como tampoco está claro qué es eso de nación. Porque los catalanes lo parecen tener claro, pero los valencianos, sobre el mismo país, no mucho. Y ya no te digo lo que debe tener en la mente un extremeño o un andaluz. El caso es que es sacar la palabra nación y aparecen ofendidos por todas las esquinas de la caverna. Un sin Diós. Pero si nos centramos en el caso catalán, tenemos un país cojo. Ahora, digo, en estos momentos. A día de hoy, se nos ha quedado cojo el país y se nos ha venido abajo. Porque han querido construir un país sobre tres patas y las tres no han podido aguantar el peso del país. O por lo menos se nos viene abajo el proyecto de país que han querido construir.

Las tres patas: la proyección internacional; las estruturas de estado; el consumo interno. Se ha trabajado durante los últimos años en estas tres patas. Duro. O no tan duro y, a lo mejor, ni siquiera se ha trabajado bien. Lo cierto es que las tres patas no han sido todo lo consistentes que se esperaba. Y se nos ha venido abajo todo. La venta internacional del producto ha sido un fiasco de mucho cuidado. A pesar de las ayudas recibidas por las decisiones de Rajoy. La mejor aportación del presidente del gobierno español al procesismo fue el 1 de octubre. Venga porrazos a diestro y siniestro hasta llegar a convertirse en la mejor aportación española al procesismo. Pero ni así. Después, ni un puñetero país u organización oficial de cierto peso ha querido mojarse. Nadie. El silencio absoluto. Romeva, un inútil. Si lo valoramos por los resultados obtenidos, claro. Precisamente para eso, para la proyección internacional, se justificó el fichaje por parte del procesismo de un tipo que provenía de la izquierda. Su "dilatada trayectoria como diputado europeo", por sus contactos o porque cualquiera servía para eso, si hablaba más de un idioma. El caso es que sobre las espaldas de Romeva recayó la tarea de conseguir adhesiones internacionales. Recoger el aliento transpirenaico. Conseguir entusiasmos del más allá. Pero nada. Romeva no consiguió nada. Un fiasco de consideración. Como tampoco resultó bien la jugada de intentar atraer el voto de izquierdas fichando a un tipo que no lo conocían ni en su casa. Total: la primera pata, coja. El país se nos tambalea.

La segunda pata, las estructuras de estado, se prometían efectivas y robustas. Así se nos había vendido desde las últimas elecciones autonómicas-plebiscitarias-de-tu-vida. Durante meses nos habíamos creído el mantra de "estamos trabajando seriamente en las estructuras de estado" y el "estará todo a punto". El objetivo era robustecer y organizar la organización del nuevo estado: polícía, economía, empresa, impuestos, censo, organización del territorio,... Un fiasco. Nada de nada. Durante meses organizaron una ley de transitoriedad que hubiera debido ruborizar a cualquier demócrata. Una ley que fue un brindis a la creeencia ciega en que los dioses todo lo perdonarían. Para el procesismo, la causa lo justificaba todo. Incluso justificaron las sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre. Bochornosas y un atentado al respeto a las minorías parlamentarias y al parlamentarismo. De las demás estructuras, fiasco tras fiasco. Nada de nada. Ni las empresas respondieron. Ni la hacienda estaba preparada. Ni el censo. Todo se jugó pues a una carta: en la fe de que el universo sería justo con el pueblo elegido y que, de alguna manera, todo confluiría en el Destino. Pero en el momento oportuno, con el culo al aire. De ahí el bochorno de ver marcharse a más de 2000 empresas y que el único plan preparado fue el que constaba en unas anotaciones manuscritas en una hoja abandonada: la posibilidad de pagar a funcionarios o pensionistas con bonos patrios. Todo un planazo. Sólo la fe y el entusiasmo del catalanismo libró a sus líderes de que los corrieran a gorrazos. Segunda pata: el país hundido.

Y queda el consumo interno. Ahí sí que el govern lo ha dado todo. Los medios de comunicación afines estuvieron bien engrasados. Las entidades civiles de corte peronista pusieron los restos. Y funcionaron bien como brazo del poder. Y también funcionaron muy bien empujando a partidos, govern y parlament. El relato peronista ha funcionado y funciona. Animados por la CUP y todos sus mecanismos bien coordinados. Els carrers seran sempre nostres fue el grito de guerra que igual espantaba a unos como animaba a otros. Aunque ni unos ni otros se lo acabaran de creer. Las calles, al final, bajo una u otra bandera, son siempre de los mismos: de los que tienen los medios de producción y dominan los verdaderos mecanismos del estado: el poder de don dinero. Pero debemos poner en valor el esfuerzo. Mucho esfuerzo de muchas personas creyentes y entusiastas. Porque, al fin y al cabo, ahí sí que triunfaron. El proceso que preparó el consumo interno supo relatar y con el relato supo convocar y animar y casi paralizar un país. Y todo gracias a que supo inventar un relato que desde hace años ha ido creciendo. Incluso ha ido reinventándose y reinterpretándose ad hoc para apuntar siempre hacia la misma meta. Es éste el éxito más potente del procesismo. Y, la verdad, creo que debiera estudiarse como tal por especialistas. Incluso debería tenerse como modelo de movilización y de construcción de un pensamiento colectivo bien articulado. Pero con una pata sola las banquetas se hunden. Se caen las sillas. Se desmoronan mesas y mesitas. Se tambalean señores y otras especies. Se derrumban edificios y puentes. Con solo una pata no hay construcción que aguante. Y la construcción del país no aguantó.

20 noviembre, 2017

Un artículo nauseabundo sobre el cinturón rojo

A estas alturas, todo el mundo ya ha leído el infame artículo de Jordi Galves en el diario digital ElNacional.cat. El artículo en cuestión lleva por título Cornellà no es como Catalunya. Y, como ya he dicho, es infame. Yo diría que nauseabundo. Por lo tanto, ya lo he estigmatizado. Y sí, lo hago con ganas.  Con muchas ganas. Menos mal que ya ha habido respuestas muy acertadas de diversas personas. No podía ser de otra manera. Enlazo dos: una y dos. En ambos casos son personas dolidas. Personas heridas por el desprecio con el que hemos sido abofeteados una buena parte de catalanes.

Para los que aún no lo hayan leído, diré que el artículo contiene perlas. Perlas diversas y de considerado tamaño. Vuelvo a recomendar su lectura para que, sobre todo, se entienda qué es el odio y la xenofobia. El artículo es una obra cumbre del género xenófobo catalán. El señor Jordi Galves se refiere a Cornellà como una tierra "colonizada", "nacionalista" y "españolista". Una ciudad repleta de españolitos que "reivindican su ignorancia" y "atacan la inmersión lingüística". Ignorantes, sexistas, violentos, inadaptados o resentidos son algunos de los adjetivos que atribuye a esos "españolitos". En cambio, se refiere a los chicos autóctonos, los catalanoparlantes, como personas estigmatizadas, atemorizadas en una tierra enemiga, poseedores de una cultura odiada en una ciudad repleta de personas intolerantes. Bien, he resumido mucho, pero el enlace está para aclarar o para herir más claramente que mis explicaciones. El caso es que la exhibición de intolerancia y de odio que podemos encontrar puede herir sensibilidades varias. Incluidas las muy catalanas. Incluidas las esencialistas-pero-humanistas.

Si no estoy muy equivocado, Cornellà es muy parecida a otras ciudades del llamado cinturón rojo barcelonés. En otros tiempos, un cinturón muy reivindicativo. Hoy repleto de escépticos y nada proclives a dejarse arrastrar por la moda nacionalista que impera en Catalunya. Y eso es lo que le duele al señor Galves. Pero todas estas ciudades que bordean Barcelona se distinguen por otras características mucho más acertadas que las que señala el señor Galves. En este caso que nos ocupa, yo creo que merece la pena resaltar sólo dos. Y serán sólo dos para no calentarme más de lo necesario.

La primera: es en estas ciudades cuando a finales de los años setenta y principios de los ochenta los obreros reclaman -reivindican- una educación en catalán. Es, por ejemplo, en Santa Coloma de Gramenet donde comienza la llamada inmersión lingüística en catalán. Y reclamada como un derecho por los propios ciudadanos. No comenzó en Manresa ni en Girona o en Olot. No, nada de eso. Comienza en una ciudad falta de recursos, con una población emigrada desde la probreza, en buena parte analfabeta, repleta de obreros con escasa cualificación, pero que quieren que sus hijos se eduquen y tengan las mismas oportunidades que los catalanes de la Bonanova. Además, esos obreros hablaban a sus hijos con un catalán repleto de barbarismos y con acentos del sur o de Castilla o de Murcia o de Galicia, para que, hablando en catalán, se pudieran llegar a sentir catalanes de verdad. Esos obreretes incultos renunciaron a algo a lo que este señor jamás renunciaría: decidieron no hablar el idioma materno a sus hijos. ¿El señor Galves lo haría? ¿Renunciaría el señor Galves a hablar en catalán a sus hijos si tuviera que vivir en otra parte del mundo? Sinceramente, a mí me parece una renuncia muy dolorosa.

Segundo: es en estas ciudades donde los catalanes venidos de otros lugares de España se parten la cara en los setenta por la anmnistía y por el Estatut, mientras los señoritos de Pedralbes o els benestants del Eixample barcelonés juegan a ser reivindicativos en el Palau de la Música o en Bocaccio. Es en Sant Boi de Llobregat donde en el año 1976 se celebra el primer Onze de Setembre y se oye por primera vez una reivindicación que perdurará en la memoria colectiva de este país: "llibertat, amnistia i estatut d'autonomia". Es en estas ciudades donde los obreros trabajan dos jornadas cada día por sueldos miserables en fábricas del Poble Nou o del Baix Llobregat. En fábricas regentadas por una burguesía muy catalana. Esa que después iba a ejercer de oprimida en el Palau de la Música "abans de sopar en un bon restaurant". Todo esto parece olvidársele al señor Galves en su nauseabundo artículo. O es que él es más de odiar sin preguntar primero.

Pues, señor Galves, yo no sé qué Catalunya conoce usted, pero le puedo asegurar que ésta que le describo es una Catalunya auténtica, tan auténtica como cualquier otra. Esta que le describo es una Catalunya formada por auténticos catalanes que aman Catalunya y que no odian ni desean odiar a nadie. Es posible que le guste más la Catalunya de Berga o de Ripoll o de Puigcerdà. Es posible que le guste una Catalunya mejor encastrada en sus esquemas mentales. Pero hay muchos catalanes, no sé si mayoría o no, que no encajarán. Y lo siento mucho por usted, pero me alegro por Catalunya. Si esta Catalunya real no encaja en su decadente perspectiva y usted se empecina en seguir odiándola, sólo le puedo recomendar una cosa: no se muerda, no vaya a ser que se envenene.

19 noviembre, 2017

Sobre la tolerancia y los intolerantes

Aprendí qué significa la tolerancia cuando trabajé de mecánico. Yo era muy joven entonces. Un pimpollo buscando su lugar en la vida. Y lo cierto es que no tuve buenos maestros. Quizás por eso la mecánica nunca me llegó a gustar. Pero, eso sí, aprendí cosas que aún recuerdo. Por ejemplo, y sin que mis maestros lo supiesen, aprendí qué es la tolerancia. Recuerdo que una mañana uno de aquellos tipos más experimentados me dijo, "a ver, chaval, no hay ninguna pieza que sea perfecta; si crees que cuando vas a montar una máquina todo es perfecto y encaja a la perfección, es que eres muy ingenuo; pero, aunque no haya piezas perfectas, sí que hay piezas que valen y piezas que no valen; las que valen, son las que no exceden la tolerancia permitida; las que no valen, son las que se pasan y son demasiado imperfectas, osea, son las que se pasan la tolerancia por el forro". ¡Chinpún! Lección fundamental. Si él saberlo, me ofreció un conocimiento esencial del que no fui consciente hasta algunos años después.

Como digo, con el tiempo aprendí qué querían decir aquellas palabras y sus consecuencias. Primero, no hay ninguna pieza perfecta. Y esto es el fundamento de toda convivencia. La esencia. Cuando una persona o un grupo de personas se creen más perfectas que el resto, no sólo se equivocan, también son un peligro grave para la convivencia. Y esto pasa muy comúnmente. Hay demasiados creyentes en su propia perfección. Son esos soberbios que se han emborrachado al creer en sí mismos de forma desmedida, sin dar opción a que otras verdades puedan ser también aceptadas. Y, para esos perfectos, los demás no somos más que escoria inculta, o fascistas, o ciudadanos de segunda clase, o desheredados, o no integrados, o pusilánimes que hay que dirigir, o mil y una categorías que sólo muestran menosprecio hacia el resto de la humanidad. Esos perfectos sólo destilan arrogancia. Arrogancia dañina, de esa que suena a ladrido y el aliento atufa a náusea.

Segundo: si nadie es perfecto, estaría bien que fuéramos conscientes de nuestras imperfecciones. Porque sólo así podremos mejorar, pulir o paliar las muchas imperfecciones que nos hacen humanos. A todos. Y porque sólo así, comprendiendo mis imperfecciones, igual puedo llegar a comprender y aceptar el derecho de los demás a tener sus propias imperfecciones. Mejor dicho, puedo y debo aceptar, de la misma manera que pueden y deben aceptarme a mí. Por ejemplo, yo no soy "anti-nada". La verdad es que no puedo serlo, mi naturaleza escéptica no me lo permite. Pero, a pesar de no ser "anti-nada", también puedo no ser de lo que me dé la gana. Y eso es algo que no todo el mundo entiende. Podemos no estar de acuerdo con alguien o con alguna idea o con alguna propuesta, y sin embargo eso no nos convierte de forma inmediata en "anti". ¿Por qué? Porque toleramos y queremos ser tolerados. Últimamente he tenido que oír demasiadas veces cómo me llamaban "anti" por el simple hecho de no ser un seguidor. Y creo que se equivocan cuando reducen la realidad a su visión maniquea: o conmigo o contra mí, o buenos o malos, o blancos o negros, o de aquí o de allí. Pues no: ni negro ni blanco, ni bueno ni malo, ni de aquí ni de allí. Tengo todo el derecho a no sentirme ni implicarme con guerras que ni me van ni me vienen. ¿Por qué? Pues porque, sencillamente, todos somos imperfectos y yo prefiero quedarme con mis propias imperfecciones. Me las conozco, me las domino y no me impiden convivir con nadie. Así que no quiero las vuestras, vamos.

Tercero. La tolerancia nos obliga a aceptar como válido a todo aquel que está dentro de lo aceptable. ¿Y qué es lo aceptable? Pues lo aceptable es, ni más ni menos, que seamos aceptados. Dicho de otra manera: todo aquel que con su conducta o sus palabras se muestre intolerante con el disidente estará demostrando una actitud inaceptable. Todos tenemos cabida en la sociedad, siempre y cuando aceptemos la cabida de cualquier otra opción. Eso es la tolerancia: aceptar la diversidad de imperfecciones, tan imperfectas como las mías. Tenemos opiniones dispares, de todos los colores. Quizás alguna más cercana a la medida ideal, no digo que no. Quizás todas imperfectas. Pero todas válidas porque estar dentro de los márgenes de la tolerancia implica aceptar para ser aceptado. A partir de ahí, la máquina funcionará. Eso me dijeron mis maestros mecánicos. "No te preocupes, chaval, que si todo está dentro de la tolerancia, la máquina funcionará". Y tenían razón. La tolerancia es la que permite que nos movamos muy cerca de la perfección sin que seamos perfectos.

28 octubre, 2017

República por encima de todo

Soy republicano. Sin ambigüedades. Y no es simplemente por una cuestión estética o por un desdibujado odio a nadie. El odio nunca ha construido nada, si no es para destruir después. No necesitamos más fosas en la caverna. No odio a los borbones, como no odio al clero ni odio a los poderosos adinerados. Pero, sin odiarles, no quiero que me gobiernen. Quiero una república. Quiero un estado libre en el que poder bucear o nadar sin que nadie tenga más privilegios que yo. Ni yo más que ningún otro. Y quiero bucear y nadar en la república con todas las consecuencias. La caverna dejará de ser tan cavernaria cuando la república sea la que regule nuestra vida política. Porque ser republicano es aceptar las reglas del juego republicanas. No hay república sin reglas. Como no hay juego sin reglas. Como no hay amores sin obligaciones. Debemos entregarnos a la república y a sus reglas. Sin remisiones. Nada de sólo la puntita. Los valores republicanos por encima de cualquier otro valor. ¿Y cuáles son esos valores? Esencialmente tres.

Primer valor. La obligación irrenunciable a aceptar cualquier otra opinión que no sea la mía. El respeto. La obligación inexcusable de defender el derecho ajeno a decir y desear. Sabiendo que puede desear o decir lo que yo no deseo ni digo. Es decir, el principio irrenunciable de la libertad. Ese es el origen del poder de la república. Resumiendo: la desalienación. Resumiendo: la libertad y su secuela más fundamental: el respeto. Nunca las ordas homogéneas. Nunca la sumisión a una idea. Nunca bajar la cabeza ante otra opinión, otro sentir u otro deseo. Nunca la renuncia al derecho individual de disentir.

Segundo valor. La aceptación inexcusable de la disensión conlleva también la necesidad inexcusable de la convivencia pacífica en la diferencia. La diferencia y la pluralidad como enriquecimiento. La república sólo será república en la conviviencia pacífica en la diferencia. Para construir. Siempre para construir y progresar. Siempre en paz. Sintetizando: concordia en la diferencia y en la pluralidad.

Tercer valor. Renuncia a los mitos. Renuncia al dogma. Renuncia a la construcción desde las restricciones inventadas desde la historia. O desde la religión. O desde la ideología. O desde la creencia de cualquier índole. La creencia en nuestra infallibilidad es un dogma necio. Una estupidez. El gran error. Porque todos podemos estar equivocados. Porque todos nos equivocamos. Aceptar la equivocación como una realidad es aceptar que los mitos y los dogmas nunca nos podrán gobernar. Quien quiera construir relatos para convencernos de un sentido unívoco del país, nos está manipulando como esclavo de sus deseos. Y de sus miserias. Porque somos imperfectos: viva la imperfección.

Falibilidad, concordia y libertad. Construir una república desde la aceptación de nuestro error, desde la concordia y la pluralidad, desde el respeto estricto a la libertad del otro. Y no hay más.

26 octubre, 2017

Lo inverosímil que da miedo

Sí, lo sé. Yo también estoy muy cansado. Hasta el gorro. Me agotan. Porque, a estas alturas, ya sabemos que no es tanto el llegar lo que quieren. Quieren remover. Siempre en movimiento. No es llegar, sino que se mueva. El viaje, y con él la ilusión, existe en el movimiento y nunca en alcanzar el destino final. Si se llega, se acabó. Así que estamos estirando y estirando. Hasta que cruja y reviente. Y al reventar, nos va a quedar una mierda de caverna. Todo por recoger. Los pobres sin mejorar. La educación como unos zorros. La sanidad en manos de unos pocos -que, por cierto, esos pocos seguro que son gordos y fuman gruesos puros; es como una ironía, la salud en manos de gordos fumadores. Me voy de tema, vuelvo. Que digo que ya veréis cuando tengamos que recoger la caverna. Nos va a salir toda la pelusa de debajo de los muebles. Esa que la pelusa nunca se ve, pero engorda y engorda sin remisión escondiéndose por los rincones y bajo los muebles o detrás del butacón o entre las rendijas y las grietas. Educación, sanidad, dependencia, pobreza,... Demasiada pelusa.

Pero, a pesar de estar hasta los albaricoques de todo esto, sí que hay cosas interesantes. Para discutir un ratito -ayudados, claro, de unas patatas fritas y una cerveza. Es muy interesante ver cómo asumimos con absoluta normalidad situaciones posibles que nos hubieran puesto los pelos de punta en cualquier otro momento. Oigo que todo esto puede acabar en rebelión popular. Tomando lugares estratégicos. Haciendo de escudos humanos. Oponiendo nuestras almas y -cuidado- nuestros esbeltos cuerpos para defendernos de piolines y de otros seres animados. ¿De verdad? ¿Nos lo creemos? En otro momento he escuchado que igual pasamos años o decenios empobrecidos. Pero que podemos resistirlo por el destino patrio. La patria siempre por delante del bienestar de sus individuos. Todo por la patria, que dicho sin tricornio parece menos obsceno. ¿También de verdad? Otra. Que aunque los europeos no nos quieran, pues que ellos se lo pierden. Que sin ellos también hay vida y que fuera de la Unión Europea igual la vida es más divertida. No, ¿verdad? En otro lugar he escuchado que si las empresas se van, pues que ya volverán. Y que si se quieren ir, pues que ellos se lo pierden. Que nosotros valemos mucho y que tendremos cola para recibir a bancos y empresas extranjeras. ¡Vamos, vamos! O que podremos cobrar bonos patrios. O que se puede militarizar hasta la moreneta. O que los funcionarios, todos, se van a poner de culo -¡por Dios, qué imagen! O que Mariano va a presidir la Generalitat -que seguro que puede porque si no hace nada en Madrid, aquí también puede vivir sin hacer nada. O que se nos van a enfrentar piolines y mossos, como si fuera un match en la cumbre. Pero, ¿de verdad no vamos a despertar nunca de esta sinrazón? ¿De verdad creemos alguna de estas estupideces? Cuidado porque, al despertar de la fiebre, muchos cuentan cosas inverosímiles que superan los límites de la caverna conocida. Terra ignota.

25 octubre, 2017

Inevitables renuncias

Inevitable: imposible de evitar. Que no se puede eludir, excusar, apartar. En eso se ha convertido la política con el asunto catalán: en la gestión de lo inevitable. O lo que es lo mismo: la antigestión. O lo que es lo mismo: la antipolítica. Porque lo inevitable no requiere ni permite gestión alguna. Y me quedo con los ojos como platos. Con cara de idiota. Porque me acaban de dinamitar mi esperanza: la política. El terreno en el que se construye lo posible. El terreno del cambio y del progreso. Pero no. Ellos que no. Dale que dale. Me están negando la política y me la quieren convertir en la gestión de lo inevitable. Puigdemont y todos sus seguidores y vitoreadores, junto con Rajoy y todos sus seguidores y vitoreadores. Nos venden que hemos llegado hasta aquí porque ellos no han podido hacer más que lo inevitable, pero no lo posible. Que sólo son capaces de hacer aquello que no han podido eludir, excusar o apartar. Decepcionante. Y muy triste.

Los clásicos tenían claro que la política, el discurso sobre el bien común, el arte de gobernar polis, era el juego de lo posible. Si queremos un proyecto común, deberíamos creer en la política. Porque aquello que es posible debe ser compartido y construido entre todos. Pero cuando la construcción del bien común se hace imposible y sólo contemplamos lo inevitable como única opción, entonces estamos renunciando trágicamente a la política. Y a esas quieren convencernos que hemos llegado. Porque todos los argumentos que escucho para explicar cada uno de los pasos que dan, se sustenta en lo inevitable. Y, qué quieren que les diga, o son unos inútiles como políticos o nos quieren engañar como a idiotas.

Puigdemont declarará la DUI porque es inevitable para él. Porque Rajoy y Madrid no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Rajoy aplicará el artículo 155 de la Constitución porque es inevitable para él. Porque Puigdemont y Catalunya no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Estos son sus argumentarios. Iguales. Mezquinos. Absurdos. Dos personajes que encarnan la renuncia a la política, que renuncian a la palabra, que se esconden detrás de una inevitabilidad sólo apta para crédulos. Muy crédulos. Muy adeptos. Sólo apta para todos aquellos que renuncian al espíritu crítico y a la construcción del bien común. Pero nunca apta para nosotros, para los que aún creemos. Porque los que confiamos en la política y en la palabra no nos podemos dejar convencer tan fácilmente. Con esos argumentos. Con esas renuncias. La mezquindad política no nos puede gobernar. Porque si permitimos que la mezquindad política nos siga gobernando, estaremos renunciando a la construcción del bien común y del futuro. Renunciando al progreso. Y cada día nos venderán una renuncia más. Y cada día nos harán agachar la cabeza ante lo inevitable. Y cada día estaremos más vendidos entre sus manos mezquinas. Y no.

22 octubre, 2017

Mentiras y silencios

Nada. Nada nuevo. Queramos o no, es así. Todo como siempre ha sido. El mismo de la Ley Mordaza, el mismo que nos claveteó otra vez en el siglo XX con una ley de educación, el mismo que ha utilizado la corrupción como si fuera un mecanismo más del estado de derecho, el mismo que recortó y recortó para beneficio de unos pocos y dolor de los más débiles, ese mismo vuelve a sentenciar. Ése, el mismo, ahora se erige en garante de la democracia con la única intención de hacer desaparecer a un gobierno y amordazar a todo un parlamento. ¿Y nosotros qué? Pues nosotros seguimos enfurruñados. Y entonces una pataleta. Un lloriqueo pusilánime, como mucho. Eso sí, todo revestido de color y mucha algarabía. Como para pasar la tarde y tomar un poco el aire. Y a cenar y a dormir que mañana tengo una reunión. O, como si de una ofrenda extraordinaria se tratase, gritar en el Camp Nou un poquito -siempre y cuando no interrumpamos un gol de Messi- esperando así cambiar el mundo. O cambiar Catalunya, al menos, ya no España. ¡Para qué, si son irreformables! Pero nosotros sí. Nosotros aún tenemos solución y futuro. Pero perdóname un momentín, que se acerca el minuto 17:14 y tengo que gritar para cambiar el mundo.

Tristeza. Tristeza y mucho desánimo. Y ya no es sólo por las consecuencias de las políticas de Rajoy. Tristeza, sobre todo, porque estamos ante el borde de un abismo. Un abismo que todos hemos ayudado a acercar. Todos. Los que sabían perfectamente adónde íbamos, pero pusieron el engaño al servicio de un sentimiento patrio. Los que no sabían, aunque intuían, pero callaron cobardemente sin ser capaces de nadar contracorriente. Y los que no sabían ni intuían, pobres, porque se dejaron arrastrar. Ahí estamos todos y que cada uno aguante su vela. El abismo: décadas agachando la cabeza, sin ver ni una esperanza en el puñetero horizonte. Porque los vencedores no nos van a dejar levantar la cabeza. Y cuidado, porque los vencedores son PP y Ciudadanos, sobre todo, y a partir de hora tienen camino expedito para seguir gobernando. Han engordado tánto que pueden subsistir sin probar bocado el resto de la travesía.

Y los catalanes hemos hecho el trabajo sucio. Sí, sí, nosotros, los catalanes. Durante mucho tiempo nos hemos dejado arrastrar por mentiras. Muchas mentiras. Y deberíamos reconocer, quizás, que nunca estuvimos dispuestos a entregar la vida por esas mentiras. Deberíamos admitir que estábamos dispuestos a gritar, exigir, reclamar, argumentar, reír, mostrar,..., pero dar la vida, no. Hasta es posible que ni tan siquiera estuviéramos dispuestos a entregar el sueldo de un mes por esas mentiras. También es cierto que nadie nos las explicaba. O quizás nunca estuvimos dispuestos a escucharlas así, a bocajarro.

Nunca nos contaron que Europa no nos querría. Aún hoy he visto colear alguna secuela de esa mentira en ese infierno que es Twitter. Seremos Europa, decían. Y Europa va y nos hace una pedorreta de mucho cuidado. Una pedorreta que se ha oído hasta en Tumbuctú. Ni Alemania ni Francia ni Italia ni Reino Unido ni... ni sus bancos. Que no, que no nos quieren meándonos en una de las esquinas de Europa. Así que los europeos nos han dado una palmadita en la espalda y nos han dirigido a Mariano Rajoy para que nos devuelva al redil. Pero nos vendieron que sí. Y es que no. Nos vendieron que éramos los más europeos de entre los campeones europeos. Que a toda Europa se les iba a hacer el culo gaseosa cuando dijéramos, "ahí vamos, Europa". Pero no. El culo no se les ha hecho gaseosa. Y así estamos ahora, con vértigos.

Nunca nos contaron que no habría bancos dispuestos a darnos un euro. Ni un duro. Ni un franco ni un dólar. Que no hay dinero. Nunca nos dijeron que empezaríamos empobrecidos y que no habría créditos para poner unos malditos visillos en las ventanas. ¡Con lo bien que nos hubiera quedado! Nunca nos dijeron que funcionarios o jubilados podrían sufrir durante meses o años los sinsabores de no tener un euro en el bolsillo. Bonos patrios. ¡Nos querían pagar con bonos patrios! Eso es lo que habían pensado, cuidado. ¡Pero qué mierda de bocadillo se hace uno con un bono patrio! Claro que ellos no deben comer muchos bocadillos y no entienden.

Nunca nos dijeron que las empresas huirían de Catalunya como de la peste. Es más, nos dijeron lo contrario. A sabiendas de la cobardía de las empresas y del poco patrioterismo del dinero. "Jamás se irán", decían los gurús con americanas multicolores. Pero los gurús mentían o son unos ineptos. Porque ahora sabemos que durante décadas Catalunya podría sufrir la pobreza de no tener puestos de trabajo. ¡Décadas! Quizás, los que tenemos una cierta edad, podríamos estar dispuestos a sacrificar lo que nos queda de vida por un gozo patriótico. Quizás, no digo que no. Incluso podríamos aceptar la pobreza del resto de nuestras vidas sabiendo que hay una élite, la nuestra, que seguirá engordando -y hasta es posible que gobernando. Pero también es posible que no estemos dispuestos a hipotecar el futuro de nuestros hijos. Quizás no queremos ver cómo nuestros hijos deben irse de la patria para poder tener un proyecto de vida despatriada. ¿Alguien pensó en dejarnos elegir? ¿Alguien creyó que pudiéramos estar interesados en saber la verdad?

Nunca nos contaron que el estado tiene piolines suficientes como para dejar Catalunya como un erial. ¿De verdad creímos que en algún momento los piolines vendrían a pasearse por la playa de Sitges? ¿Quizás creímos que los piolines vendrían, pero saldrían asustados ante...? ¿Ante qué? ¿Qué queríais, que los mossos se partieran la cara por nosotros mientras les mirábamos por la ventana? ¿O pensabais verlo por la tele en un especial mossos vs piolines? No nos lo contaron, pero parecemos idiotas si creíamos que necesitábamos que nos lo contaran.

Nunca nos contaron que la democracia no era lo que suponíamos. Nunca nos contaron que la democracia, para ellos, consistía en hacer leyes a medida. A medida de la oligarquía patria. Como tampoco nos dijeron que podían pasarse la democracia por el forro y también a medida. No nos contaron que la democracia era no mirar a las minorías. Que la mitad más uno puede olvidarse perfectamente de la mitad menos uno. Que se puede construir un país maravilloso precindiendo de la mitad menos uno del país, ¡ahí te quedas! Y hablando de minorías, me hizo mucha gracia ver como Coscubiela les ponía contra las cuerdas, pero que, para ellos, perdía rápidamente la razón si el PP le aplaudía. ¿Qué tipo de argumento es éste? Pues déjenme decirles que hubiera estado bien conocer antes este argumento para poder cortarles las manos a los del PP y evitar así que aplaudieran al pobre Coscu. ¿Qué tipo de democracia es ésta? ¿De verdad podemos amordazar o reírnos en la cara de la mitad menos uno del país?

Nunca nos contaron que las decisiones importantes de mi país las tomarían los representantes electos, pero también los no electos. Una democracia donde las decisiones más trascendentales las toma el presi, el vicepresi y unos pocos amiguetes que nunca nadie les ha elegido para representarnos. Nadie. Así, como si nada, ANC y Omnium decidían con el presi y el vicepresi dónde teníamos que estar, qué teníamos que decir, hasta qué hora se debía decir y a qué hora se debería dejar de estar. O decidían si se presentaba un DUI o media DUI o la puntita de la DUI o... ¿Lo decidían los cargos elegidos democráticamente? Pues no. O, por lo menos, no sólo ellos. Y el presi y el vicepresi poniendo todos los medios para que nadie dudara. Prensa, televisión, radio y demás entes no especificables por escrito y en público. ¿Alguien preguntó? ¿Alguien nos dejó elegir a esos representantes que no nos representan? ¿De verdad se puede manejar la voluntad de tantos y tantos catalanes por unos cuantos arrogados en el papel de libertadores?

Triste, muy triste. Porque todas las mentiras nos han arrojado a los lobos. Y los lobos aúllan desde Madrid. Y a mí no me sirve con llorar y rebozarme en el victimismo. Yo no quiero llorar, yo quiero tener ilusión. Y prosperidad y futuro, para mí y para mis hijos. Y quiero creer que la justicia, el progreso y la igualdad son los retos por los que vamos a luchar en el futuro. Y sin sentir el aliento de los lobos en mi cara.

12 octubre, 2017

La derecha es derecha, siempre y donde sea.

Hay cosas que no entiendo. Muchas, perdón. Hay muchas cosas que se me aparecen como incógnitas. Y en política, también. Ya sé que dos y dos no son cuatro cuando hablamos del ser humano. Del comportamiento del ser humano. Y menos aún cuando hablamos del comportamiento colectivo. O de la respuesta política al comportamiento colectivo. O de la respuesta colectiva al comportamiento político. Es igual, el caso es que hay cosas que no entiendo. Una: ¿cómo es que la derecha, siendo derecha en todas partes, no es percibida como derecha en todas partes? Concreto un poco más: ¿cómo es que la derecha catalana no es percibida igual que la derecha española? ¿Hay una derecha con cuernos y rabo (perdón) y otra angelical? No. Yo creo que no.

Cierto es que tenemos una derecha española aferrada al terruño. Saca banderas y enarbola astas con símbolos por doquier. Se apropia de colores y enseñas. Utiliza el sentimiento patrio para preservar sus dominios. Manipula utilizando los sentimientos para anclar en la patria la desigualdad y el mantenimiento de sus propios intereses. ¿Alguien lo duda? Siendo así, ¿alguien puede dudar que esta misma jugada se realiza en Catalunya y por su propia derecha? Puede haber diferencias de estilo, pero secularmente no han tenido otro interés que el propio: proteccionismo de estructuras de poder, defensa de las desigualdades de clase, menosprecio de lo diferente,... Total, que escupir a lo diferente es el deporte favorito de esa derecha que mima, sobre todo, a su bolsillo.

Las políticas económicas. Poco que decir. Si Rajoy se esforzó por meternos en la mollera que recortar era un deporte necesario para seguir viviendo, Mas y seguidores fueron los primeros en vendernos la moto, los primeros en convencernos de que el futuro pasaba por vaciar de dinero los derechos sociales. Unos nos dijeron que es que Alemania. Los otros afirmaron que es que España. Pero el resultado es el mismo: empresas incrementando sus beneficios a costa de que los más pobres sufran, aún, un poco más.

¡Uy! Calla, que es que la utilización de la fuerza distingue a unos de otros. Es que los españoles son muy dados a dar porrazos, pero los catalanes son más sutiles. Falso. No juguemos a esconder verdades. Sólo diré un nombre: Felip Puig. Sólo me acordaré de un hecho: desalojo de plaza Catalunya cuando los ilusionantes 15M nos enseñaron un atisbo de luz. La utilización de la fuerza (ahora no hablo de Mossos o de Guardia Civil, sino de sus mandos) es una característica propia y muy característica de la derecha. Como pasa cada vez que hay una reunión del FMI, por ejemplo, en un país extranjero. ¿De verdad vamos a creernos que la derecha española es más incivilizada que la catalana? ¿Nos acordamos cuando Mas tuvo que allegarse al Parlament en helicóptero por su política de recortes y de falta absoluta de diálogo? ¿Es que no repartieron mandobles a diestro y sieniestro? ¡Vamos, hombre!

¿Y la manipulación informativa? TVE se está distinguiendo por una manipulación descarada de la información. Escondiendo hechos. Mirando hacia otro lado. O, directamente, tergiversando la realidad. Los comentaristas que nos embuten en el plasma son más casposos que las chorreras y más reaccionarios que el aceite de ricino. Mucho asco. Tanto asco que los propios profesionales de TVE se han rebelado en más de una ocasión. ¿Y qué pasa con TV3? Pues que también miran hacia otro lado (el contrario). Que nos nos enseñan todo o solo nos muestran la puntita. Que los planos no son inocentes y salen más o menos banderas en función del color. Que los comentaristas son tan plurales como un desfile militar. Que se regalan programas infumables a adeptos (o adictos) al régimen para que hagan su proselitismo barato. Que los profesionales de TV3, a través de su comité de empresa, han denunciado la falta de pluralidad y el exceso de manipulación. ¡Joder, vaya tropa a un lado y a otro!

Total: Pasatiempo imposible: encuéntrense las siete diferencias.

26 agosto, 2017

Pues yo sí tengo miedo

Pues sí. Yo sí tengo miedo. Y que conste que está muy bien lo del lema éste. Pero es mentira que no tenga miedo. ¿Y de qué tengo miedo? Pues de que vuelvan a hacer lo mismo en cualquier otro sitio. En Barcelona. O en Madrid o en París. En Londres, Nueva York o en Roma. O en Siria, el Líbano, Yemen o en Irak. Porque volverán a hacer lo mismo, todos lo sabemos. Aunque no sea ahí, en la esquina de mi calle.

Tengo miedo. Y lo tengo porque tengo seres queridos que van en metro. Y pasean por lugares concurridos. Y son libres y les gusta disfrutar de su libertad visitando museos o aparcando cerca de alguna facultad o haciendo turismo por otras ciudades. Y ellos no tienen un subfusil para defenderse ni tienen bolardos a sus alrededor protegiéndoles permanentemente. Tengo miedo por los míos, por todos aquellos que conozco y por los que no conozco.

Tengo miedo porque los que deben protegernos están más preocupados de lavar sus banderas que de servirnos. Los de un lado y los del otro. Los policias hacen su trabajo. No va con ellos mi miedo. Con ellos va mi reconocimiento por hacer bien su trabajo. Pero los que deben tomar decisiones, ellos son los que utilizan esa policía. Y no siempre utilizan la fuerza para defendernos, sino para defenderse. Es más, casi siempre utilizan la fuerza y la policía para defender sus terruños y sus banderas. No me fío.

Tengo miedo porque los bolsillos se olvidan fácilmente de las desgracias. Y los negocios no conocen la compasión ni la solidaridad. Y los que gobiernan tienen bolsillos. O tienen amigos que tienen bolsillos muy hondos que deben llenar. Y los negocios se hacen vendiendo chorizos o granadas de mano. Y si tienes colesterol a nadie le importa. Y si mueres con una granada fabricada en la esquina de mi calle, a los que hacen negocios no les va a importar un comino.

Tengo miedo porque los fanáticos no sólo son los que han caído. Los hay todavía en muchas iglesias o en muchas mezquitas. Los hay que gritan odio desde sus púlpitos. O en las redes sociales. Defendiéndose ellos y sus creencias. Haciendo proselitismo de sus creencias y de sus miserias. Haciendo proselitismo del odio.

Tengo miedo porque trabajo con jóvenes. Trabajo con seres ávidos por crecer y aprender. No solo en los libros. También en la vida. Jóvenes que deberían aprender y crecer alimentados con valores laicos. Jóvenes que deberían defender la libertad, la equidad y la pluralidad. Pero que no están protegidos por una enseñanza laica. Jóvenes, algunos, que caerán fácilmente en las redes del proselitismo religioso y que pueden sucumbir, unos pocos quizás, al fanatismo del odio religioso. No es una sociedad laica la que les protege, sino una sociedad que los ofrece a la ceguera de la fe. Vivimos en una sociedad que introduce la creencia en las aulas. ¡Qué esperamos!

Y que conste, finalmente, que tener miedo no implica ser un cobarde. Tengo miedo porque miro a mi alrededor y veo como alimentan el odio y avivan el fuego. Pero, a pesar del miedo, no me quedaré encerrado en casa. Ni encerraré a mis seres queridos para protegerles. No soy un cobarde. La cobardía es la renuncia ante el miedo. Y yo no renuncio a hablar, aunque tenga miedo.  Y la palabra no me la callarán, mientras tenga miedo y no me deje vencer por la cobardía.

12 marzo, 2017

Contra el liberalismo

Me voy a meter con los liberales. ¿Por qué? Pues porque no soy liberal. Buf, he empezado fatal. No, no es eso. Me meto con el liberalismo porque no soy liberal y porque retuercen principios. Que mienten, vamos. Así, buscando amigos. Espera, que aún voy a empeorarlo un pelín más. Los liberales son muy mentirosos o son muy ignorantes o las dos cosas. ¡Ale, ya lo he hecho! Pero es que a mí me parece que con solo una mirada tibia, liviana, rapidita o como sea que se diga, sobre la ideología liberal y sobre la historia de las ideas, ya tendremos suficientes argumentos para verles venir. Ya sé que el tema no es precisamente llamativo, de estrella youtuber, pero igual puedo provocar algún retortijón o una mueca de disgusto o, al menos, cierta curiosidad. ¡Por esperar...!

El liberalismo, desde el siglo XVII con John Locke, surge como reacción de los más pudientes contra los más poderosos. A ver, que te lías. Voy a intentar explicarme. Hablamos de una sociedad que era monárquica, absolutista y fuertemente jerarquizada. Vamos, que el poder lo tenían los reyes y las clase noble. Pero en esa sociedad ya aparecía un problemilla que trastocaría la historia: el poder era de los nobles, pero el dinero estaba en los bolsillos de los burgueses. Vamos a lo práctico para hacernos entender. En aquellos tiempos, los que tenían la pasta no tenían el poder y los que tenían el poder no tenían la pasta. Así de fácil. Algunas monarquías, las más avispadas o las que tenían que conseguir financiación urgente, como es el caso de los británicos, tan listos ellos, consiguieron conservar el poder a base de liquidar la nobleza y substituirla por ricos en la corte. Esa situación ya nos suena un poco, ¿verdad? Es que en algunos sitios la tenemos encima en pleno siglo XXI, aclaro. Una vez dispuesto el cambio, después, ya vinieron mil y un teóricos. En lo político y en lo económico. No me voy a entretener con los Smith, Robespierre, Betham, Rawls,..., y tampoco me liaré con los grandes políticos más actuales: Thatcher, Bush, Aznar, Aguirre, Mas, Puigdemont o Rivera. Ya sé que suena a burla, pero es que es así, una burla. Así pues, la práctica política liberal más actual la vemos hoy en esos tipos enchidos de vanidad teórica y rellenos de billetes que salen en la tele para hablarnos de libertades liberales. Las bondades de las libertades liberales es precisamente el tema, por si no me había explicado claramente.

Pues no. Ahí le doy, con rotundidad. El liberalismo se apoderó desde el principio de la palabra libertad de una manera fraudulenta. Y de hecho, ha funcionado hasta ahora y casi nos convencen. Incluso muchos siguen hablando de la libertad en nombre del liberalismo. Porque se lo creen o porque les conviene así. Pero no. Yo a lo mío, a lo rotundo. El problema está en saber qué significa libertad. En la definición está el secreto, como siempre. ¿Somos libres cuando podemos hacer lo que nos dé la gana? ¡Ingénuos! No seamos infantiles. Nadie puede hacer lo que le salga en gana. Y tampoco somos dioses, aviso. Lo siento, igual alguien se ha sentido herido. No somos más libres porque podamos pisotear a cualquiera en nuestro beneficio. No. No somos más libres porque algunos puedan manejar el dinero a su antonjo amasando fortunas. No. Esa matraca de que cualquiera puede llegar a lo más alto solo con su esfuerzo es una estupidez. Vamos a lo clarito. El liberalismo como doctrina se fundamenta en la desigualdad y en la capacidad de las personas de explotar a otras personas. El más avispado es el más rico. El más fuerte sobrevivirá a costa de los más débiles. El liberalismo fue primero, la teoría de la evolución vino después e inspirada en autores como Malthus, aclaro. Por lo tanto, el liberalismo es una teoría política y económica que solo defiende la ausencia de controles y límites para generar riquezas desde la desigualdad. Pero, ¿quién es tan estúpido como para creer que la ausencia de controles y límites es lo mismo que la libertad?

Primer principio: somos humanos, no hay más. Pero que seamos humanos ya implica no ser simplemente animales. Segundo principio: somos humanos porque nos reconocemos como tales en el resto de la humanidad y, así, superamos la animalidad. En todos y cada uno de nuestros semejantes, debemos reconocernos a nosotros mismos. Ah, perdón. ¿Que no nos gusta? ¿Que igual no nos gustan esos otros? ¿Que quizás nos dan asco? Pues tenemos un problema. Y gordo, por cierto. Porque no querer reconocernos en el resto de la humanidad implica que queremos ser más, que no queremos ser iguales, que nos menospreciamos en la imagen que nos devuelven. Y eso solo lleva hacia un camino: hacia la egolatría, el etnocentrismo, el odio, el fascismo,.. Tercer principio: no reconocernos en los demás es negar la libertad. Y ahora sí que debiera ser más rotundo aún para ir rematando. Porque, ¿cuándo somos libres? Vuelvo a decir que la palabra libertad solo tiene sentido en el ámbito de lo humano. Ni la naturaleza ni ningún otro ser tiene problemas de libertad. Es un problema exclusivo de la humanidad. Y ahora llegamos al clímax. Somos libres cuando permitimos que los demás, todos, tengan las mismas oportunidades que nosotros. En contrapartida, esos otros deberán ser libres solo si permiten que yo tenga las mismas oportunidades que ellos. No sé si me estoy enredando sin conseguir aclarar nada, pero seguiremos. No hay libertad sin equidad. Somos libres cuando tenemos realmente las mismas posibilidades. Sin privilegios. Sin desigualdades que hagan a unos más libres que a otros. La libertad se gana en el reconocimiento mutuo de la libertad. Y fuera de esa singular fórmula, no hay libertad posible.

Después ya vendrán las recompensas por el esfuerzo. Grandes para los que buscan con su trabajo la perfección. Pobre para los que jamás han sabido qué significa trabajar. Y estas desigualdades, sí que están justificadas en nombre de la equidad y la justicia.

22 febrero, 2017

Ya no hay veranos de ilusiones

La caverna es muy complicada. Y yo no soy un sabio. Que eso también cuenta.

No entiendo ni conozco los motivos posibles o probables del Brexit. Todo se me deshilacha en sospechas o intuiciones. Tampoco sería capaz de analizar en profundidad los motivos sociológicos del auge de la extrema derecha en Francia. O en Alemania. O en Hungría. Y me pregunto, ¿cómo es que Trump llega a ser presidente de los EEUU con un bagaje tan deleznable a cuestas? Pues, la verdad, no tengo datos suficientes como para fundamentar una opinión certera. O también, ¿qué explicaría el auge de nacionalismos como el de Catalunya o el Véneto o el de Flandes? Sospecho, pero nada más. No puedo aplastar con datos y bibliografía una opinión definitiva. Me lo podría inventar como hacen casi todos, pero hoy no estoy para inventos. ¿Qué fue de las primaveras? Digo, las árabes y las de respirar un tiempo nuevo. Parece que las primaveras se desvanecieron mucho antes de que diera tiempo de llegar al verano.

Y ahora, ¿qué le pasa a la izquierda? ¿Dónde se quedan los proyectos ilusionantes? ¿Dónde están los sueños del verano? A la greña están los que podrían animarnos a cambiar el mundo. Nadie se atreve a ofrecernos una maldita ilusión para llevarnos a la boca. Y, aún peor. Abandonamos a la muerte, sin piedad, mientras nos calentamos el culo a la luz de una lumbre débil. O a la pobre luz de un televisor que nos lo muestra. Y nos decimos, que no vengan a mi casa. Cuidado que se van a comer mi pan. Alejamos lo lejano para sentirnos seguros. Y lo cercano ya no existe porque, sencillamente, no queremos mirar. Nos sentimos un poco más seguros hundiendo la cabeza en nuestro agujero. ¡La caverna, nuestra dulce caverna! Globalizamos las penas y nos alejamos de las alegrías al ritmo que marcan unos pocos. Y lloramos. Pero no por los demás. Lloramos desconsolados porque nos sentimos abandonados. Los muchos permanecemos timoratos mirándonos los unos a los otros, mientras los pocos siguen moviendo el mundo al ritmo que marcan sus bolsillos. Y permanecemos muy quietos, con miedo a respirar si quiera, por si así podemos evitar que tengamos que poner el cuello.

La caverna es muy complicada. Y yo no soy un sabio. Que eso también cuenta. Pero creo que este mundo necesita algo más que un sabio. Porque, si no es así, el futuro se irá emborronando en una gama de grises difusa y maloliente. Si no somos capaces de gritar, al fin, las ilusiones se nos van a ir deshilachando sin que podamos recomponer nada. Y no lo podemos permitir. No ya por nosotros, sino por los que deberían recoger las banderas de los sueños y la esperanza.

07 febrero, 2017

Mas, president

Los gestos son más importantes que las palabras. A veces. Muchas veces. Demasiadas veces. Y digo demasiadas porque la voz engolada, el alzamiento del mentón, la vista perdida en lontananza, una mano en el corazón, un par de sonrisas agradecidas, una leva caída de ojos, el sentido fruncir de la frente que aparece y desaparece, las manos cogidas y alzadas en muestra de agradecimiento, el pausado caminar, el cuerpo erguido huyendo de su propia estatura,..., son tantos y tantos los gestos del mártir que podríamos componer el tratado definitivo sobre gestualidad, a la luz del muestrario que el president Mas nos ha regalado en sus últimas intervenciones públicas. Aunque yo creo que tanto abusar del muestrario sólo pueden tener un final más que previsible: la escoliosis o la artrosis o, al menos, unas cuantas contracturas. Demasiado esfuerzo para un cuerpo demasiado humano.

Es como la multitud que, ante el pretendido patíbulo hacia el que se dirigía el President, demesuraban cualquier tipo de protesta avanzando hacia el terreno de lo folclórico y lo esperpéntico. De hecho, a mí me da que los líderes de otros partidos de izquierda que se quisieron unir al espectáculo, llegaron a pensar: "¡Por todos los clavos de Cristo!, soy como un arenque en una escudella hirviendo". Seguro, vamos. Porque la izquierda en Catalunya está un poco despistada. Muy despistada. Eso también os lo digo. Con cada paso que da rompe algo. Jarrones, macetas, platos, estatuas, ilusiones, ideas, reivindicaciones, nortes,... Todo queda hecho trizas tras el paso del fenómeno catalán. Porque algo sí tiene de fenómeno. Lo de Catalunya, digo. De hecho, estoy convencido de que el fenómeno catalán será estudiado en el futuro por la capacidad que tiene de engullir todo cuanto se mueve a su alrededor. Si tuviéramos a mano por aquí a un Dalí, ya hubiera pintado el Gran Chupador con una barretina en la testa y unos cuantos restos de buenas ideas de izquierda a los pies. Porque nada existe más allá del horizonte que dibuja el "melic català". Nada. Ni hambres, ni injusticias, ni pobrezas. Nada se ilumina en los rincones de su caverna.

Pero volvamos al President. La afectación es tan evidente que uno puede entrever el guión escrito por los emanuenses nacionales. La indecorosa puesta en escena -convidando a los de siempre, fletando autocares, incendiando los mismos corazones, apoderándose de los sentimientos y de su expresión- tiene su culmen en la majestuosidad con la que acompaña cada uno de sus gestos el molt honorable President. Este hombre ha tenido mala suerte. Este hombre hubiera tenido que vivir en otra época. Con una larga capa púrpura o dorada o roja, caminando bajo palio o cavalgando sobre un caballo o escoltado por doradas armaduras, pisoteando claveles o rosas rojas o blancas, convirtiéndose en el símbolo de un pueblo que levantaría estatuas, arcos triunfales y altas columnas que, como pollas al viento, grabarían la eternidad de sus gestos en la memoria colectiva de una nación entregada a su devoción. Pero no. El pobre se deshace en gestos y demostraciones artificiosas, en grandilocuentes exhibiciones que -lo siento mucho, President- nunca le llevarán hasta ningún trono. Por tanto, pido a los voceras que le encumbran en los medios de comunicación y a los entusiastas que le aplauden en los actos multicolores, que no sean crueles y que, cuando le dejen caer, procuren que no rompa nada más -Mas.

30 enero, 2017

Trump y lo mejor de la Gran América

Trump es el cavernario más cavernario que hay en la caverna. Incluso yo diría que es el cavernario más cavernario que pudiéramos soñar hoy en día en la caverna. Vamos, que ni soñándolo a propósito. Yo creo que es el pilar sobre el que aún se sostienen los rincones más putrefactos de la caverna. Es como si le hubieran cocido en la soberbia y en la inconsciencia propia de un mico y que después hubieran destilado lo más esencial de sus miserias. Representa, ni más ni menos, todo aquello que más nos avergüenza a los cavernarios díscolos. Porque, ya se habrán fijado, igual escupe machismo, como te suelta una pedorreta de racismo o aporofobia. Igual se mofa y menosprecia lo ajeno, como muestra con soberbia y orgullo su más absoluto analfabetismo. Una joya, vamos. Eso sí, todo desde un fondo muy dorado. Sintetizando y por abreviar: una horterada estética, un vómito intelectual y una ofensa a la decencia.

No voy a explicar las muchas torpezas, las muchas muestras de xenofobia, racismo, machismo, aporofobia y otras muchas lindezas del personaje. De sobras son conocidas por todos. Sí quiero centrarme, sin embargo, en lo mucho que ha aportado para mostrarnos lo mejor de la Gran América. Sí, sé lo que digo. Porque recordarán que Trump quería hacer nuevamente grande a América y, de hecho, creo que lo está consiguiendo. Y sin mucho esfuerzo. ¿No estamos de acuerdo? A ver, poco a poco. Permítanseme unas líneas de duda y es posible que sepa explicarme. Gracias a Trump he visto a abogados perder el culo para llegar a los aeropuertos y poder asistir a los extranjeros musulmanes. Gracias a Trump los taxistas de Nueva York se han manifestado en contra de su presidente por racista y xenófobo. Gracias a Trump oigo a actores clamar por las libertades y por el respeto a las minorías. Gracias a Trump en Nueva York, Boston, Porlant y otras ciudades, se manifiestan descaradamente en contra de un personaje con hechuras de dictador. Gracias a Trump las mujeres han llenado Washington dejando en ridículo la ceremonia de proclamación de su presidencia. Es decir, gracias a Trump estamos volviendo a ver lo que siempre me ha atraído de EEUU y que realmente les hace grandes: esa capacidad para poder reaccionar con contundencia y descaro en defensa de la propia libertad y los derechos civiles. A ver, visto así, Trump realmente ha despertado a la Gran América.

Y una última cosa antes de cerrar. Esa Gran América es mucho más grande que la vieja y anquilosada Europa. Vieja, enferma y demente. Porque desde Europa nos comportamos como esos viejos cascarrabias que ven lo negativo en todo cuanto hay a su alrededor, pero sin ser capaces de ver el esperpento en que nos hemos convertido. Si Trump quiere lecciones sobre muros o de cómo dejar morir a miles de refugiados mareando la perdiz, pásese por Europa y se lo explican. Que aquí somos expertos.

13 enero, 2017

De mezquinos cavernarios

No exageraremos diciendo que la mezquindad mueve el mundo. No, no seamos excesivos o correremos el peligro de perder credibilidad -si es que alguna vez la tuvimos. Pero que la mezquindad puede explicar muchos de los comportamientos inidividuales cotidianos o incluso estructuras sociales bien asentadas, sí que lo creo firmemente. Somos, en general, mezquinos. Pero mucho, por cierto. Y no es una cuestión de mezquindad de pobres, de "ruinillas" que diría un amigo mío. Nada de eso. Hablo de una mezquindad estructural que ordena nuestras vidas cotidianas hasta que alguien, en un arrebato de lucidez, denuncia como vergonzosa injusticia. También hablo de la mezquindad como escudo o excusa o vergonzoso escondrijo. A esos dos sentidos me refiero Pero, aún hay más. Creo que la mezquindad se ahonda y multiplica en relación directa con las posesiones del mezquino. ¿Qué quiero decir con esto? Pues que los pobres pueden ser mezquinos, pero quienes realmente se llevan el premio gordo son los más pudientes. La mezquindad en ellos es explicación de su comportamiento y clave para entender el mundo. Estos días he tenido oportunidad de comprobarlo.

Se empecinan algunos en subrayar que los familiares de los muertos en el Yak-42 sólo buscan sacar tajada del dictamen del Consejo de Estado. Se deslliza sutilmente en conversaciones. Se escapa el comentario, casi en sottovoce, en tertulias televisivas o radiofónicas. Se insinua en artículos o editoriales. Y siempre son los mismos: defensores de la cerrazón derechosa, obsesos de la caspa pepera, paladines sumisos del poder. Y no. No es cierto. No es verdad que los familiares hayan reclamado más compensaciones. No es verdad que hayan elevado sus reclamaciones al Consejo de Estado para poder conseguir más dinero. Ellos lo saben. Todos lo saben. Pero deslizando la mentira e insinuando un comportamiento mezquino propio de ellos, siempre se escarban algunas simpatías. Los mezquinos en este caso son los que pagaron más de 130.000 euros por un vuelo que valía poco más de 30.000, a cargo del presupuesto público. Los mezquinos en este caso son los que gestionaron unos fondos con los que se le robó la vida a 64 personas. Los mezquinos en este caso son los que piensan que pintando de mezquinos a las víctimas pueden esconder la verdad.

Otro mezquino. He oído unas desafortunadas -eufemismo de intolerables- declaraciones del presidente del Banco de Sabadell, el señor -otro eufemismo- Josep Oliu. En ellas, este señor tacha de oportunistas a todos aquellos que reclaman que se les retribuya lo que ese banco, junto al resto de bancos españoles, han robado a sus queridos clientes. ¿A qué me refiero? Pues al dinero que los bancos se embolsaban con las cláusulas suelo de las hipotecas. Ya saben, aquella cláusula tan elegante que permitía elevar el interés de las hipotecas, si subía el Euribor, pero que no permitía bajar los intereses, si el Euribor bajaba. Todo muy limpio y elegante. Pero un robo. Un robo mezquino que les permitía ganar miles de millones de euros y que empujaba a muchas familias a no poder pagar las mensualidades de la hipoteca. ¿Cuántas familias dejaron de pagar sus hipotecas por esos 200 o 400 euros que se embolsaban -robaban- de más cada mes los bancos? Es vergonzoso. Es vergonzoso que haya pasado y que alguien, desde su mezquino trono, crea que los que reclaman ahora son unos oportunistas. Y también es vergonzoso que el Gobierno español esté estudiando la manera de complicar la existencia a los que legítimamente quieran que se les reembolse el dinero robado. Es mezquino que el Gobierno sufra porque los bancos puedan dejar de ganar un tercio del total de sus beneficios. 4.000 millones de euros robados y que el Gobierno estudia como evitar que los bancos devuelvan a sus legítimos dueños. Mezquindad vergonzosa.

Pero, como he dicho al principio, la caverna se ordena y organiza gracias a esos mezquinos y sus vergüenzas. Por tanto, queridos compañeros cavernarios, todos vivimos impregnados y organizados según los principios inviolables de la mezquindad. Y poco o nada podemos hacer por liberarnos de ella... ¿o sí? (Por favor, dejen sus aportaciones en el cepillo de la salida. Gracias)

26 octubre, 2016

Construcción de relato y abstención

La construcción del relato es fundamental para aceptar o rechazar lo que se nos aparece por los rincones de la caverna. De cuando en cuando, como el que no quiere la cosa, se nos aparece en la caverna lo vergonzante, lo intolerable o lo insospechado. Así, como de improviso y para romper el orden. Y en cualquier oscuro rincón, bajo las mesas o escondido detrás de los culos de sus encubridores. Entonces llega lo de explicar el contexto, las razones y causas, las excusas y los artificios. Es decir, la construcción del relato que debe culminar con la inevitabilidad incontestable del hecho que tanto escuece (¡menuda frasecita!). Sigamos. Pasa en la vida cotidiana. Justificarnos es parte de nuestras obligaciones diarias. No nos queda otra opción cuando nos encuentran con el dedo dentro del frasco de mermelada. ¿Hemos metido la pata? Pues a relatar. "Esto no es lo que parece", "estoy en un momento de mi vida en que...", "no puedo soportar más la presión", "hay razones que no entenderías jamás". La verdad es que el surtido es mucho más amplio y muchos cavernarios muerden (o mordemos) el anzuelo (y mordemos y lanzamos).

También pasa en otros ámbitos más públicos. Algunos tan pueriles e intrascendentales como el deporte de élite. Los clubes, jugadores y aficionados de fútbol, son auténticos malabaristas del embuste justificador. El figura del momento, el club o la santa madre que los parió, siempre encuentran una excusa para verse agraviados o derrotados por las fuerzas sobrehumanas a las que están sometidos. Ya he dicho pueriles, ¿verdad? Pues eso, de criaturas por construir. En otros ámbitos ya la cosa es más grave y trasciende los espíritus de los individuos cavernarios. La construcción de lo nacional, por ejemplo. Españoles, catalanes, vascos o franceses, británicos y escoceses, todos revisten las paredes de su caverna para encontrar el sentido de la existencia común. Es el relato que justifica la identificación con el grupo y donde podemos deshacernos como individuos para integrarnos en algo mucho más grande. Pero cavernario también. En este caso el relato se escribe con muchas más piezas y bastante más elaboradas. La historia, generalmente, sirve muy bien para empedrar las paredes. Pero también los agravios supuestos y los sentimientos intangibles. Esos sentimientos que se moldean a base de elaboradas yeserías para embellecer y recargar los rincones y las esquinas.

Y estos días, el gran relato actual en esta caverna, es el de una abstención. Como el que no quiere la cosa, hemos pasado por hechos y explicaciones que han dado como resultado lo insospechado: una abstención ante el partido más corrupto que hemos conocido, para que los mismos sigan controlando los resortes del poder. Ese relato que ha construido el PSOE está tiznado de mentiras, renuncias y mucho necesidad de mantener el pequeño poder que aún les queda a algunos. Los llamados barones han construido una explicación que ha llevado a muchos de los actuales dirigentes del PSOE a comerse como sapos sus propias palabras o, incluso, su propios deseos. Todo sea por mantener el poder en algunos rincones de la caverna. Todo sea por controlar los mecanismos del partido. Todo sea por la ambición de alguno y alguna. Bajo mano, bajo la mesa, se fraguan ahora los mentiras que deben desembocar en lo inesperado o en lo innecesario. Veremos quién será el que se entrone al final del relato (y si comerá perdices).

PD: Me da mucha pereza enumerar las mentiras, las medioverdades y los artificios con los que se ha construído este relato. ¡Quién sabe! Igual dentro de unos días.

10 agosto, 2016

Me avergüenzo en catalán

Me avergüenzo, no lo puedo remediar. Llevo toda mi vida metido en la caverna y conozco perfectamente cómo funciona, pero me avergüenzo. Y es que, aunque lo sospeches, ver la desfachatez, el descaro, la impunidad con la que se mueven y mienten estos mentecatos, me supera. Parece ser que ayer, en can Rahola, situada en la población pijiguay de Cadaqués, Girona, se reunieron una serie de amiguetes. La histriónica y contumaz discutidora Rahola puso el escenario. Una mujer que discute igual que engulliría un podenco en una jamonería. No debe ser de paladar fino en cuanto a ideas, seguro. Eso sí, patriota a más no poder. Y no entiendo cómo no ha posado aún enseñando una teta y liderando al pueblo catalán hacia Ítaca. Pero sigamos y salgamos del cardado Rahola. Como destacado invitado, el molt honorable senyor Puigdemont, ejerciendo de cantante de club demodé. Pero aquí no acaba la cosa. El panzudo Laporta, otro histriónico engreído que gusta bañarse en Moët Chandon, se mostraba con gafas de sol oscuras dentro del salón. Lo de las gafas de sol era para dar realce o para esconder la ingesta etílica, o para ambas cosas. Y cuidadín con Laporta, que éste, con una copa de más, también es capaz de arrastrar al pueblo catalán a Ítaca o al lado oscuro junto a Darth Vader a través del hiperespacio. Es igual, está acostumbrado a hacer lo que le salga de la panza sin que nadie le lleve la contraria. Y a partir de aquí, pues un jefe de policía, algunos periodistas, algún empresario, algún político más,..., es decir, lo más excelso de esta decadente sociedad catalana que se envuelve en la cuatribarrada para prepararnos una croqueta indigesta, pero que nos tragamos como indigentes.

Me avergüenzo. Y mucho que me avergüenzo. Pero ya no tanto por estas escenas esperpénticas que, sinceramente, me la traen al pairo, sino porque si esto mismo hubiera ocurrido en Madrid, ahora los ladridos de perros se escucharían en Tumbuctú. Si se hubieran reunido el presidente del gobierno junto con otros políticos, periodistas, expresidentes de clubes de fútbol, empresarios, responsables policiales y demás personajillos en la casa madrileña de... pongamos... Ana Rosa Quintana, cualquiera de nosotros estaría escandalizado y los puristas catalanes escupirían con desprecio la afrenta. Pero, sin embargo, ellos sí pueden hacerlo con impunidad porque la victimización en la que se sumergen les da alas para exhibirse sin recato. Son la élite, lo saben ellos y nadie lo pone en duda, y tienen bula moral. Así se exhiben. Me avergüenzo y mucho. Pero sobre todo me avergüenzo porque hay dos millones de catalanes que disculpan y protegen estos comportamientos obscenos.

De todas formas, que nadie olvide que llevo tiempo avergonzado, y mucho, con los ocho millones de votantes que amparan con sus votos a un partido que ha ejercido o disimulado la corrupción política. Ellos también con desfachatez e impunidad. No sea ahora que, por morder a tirios, se me envalentonen los troyanos.