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12 octubre, 2017

La derecha es derecha, siempre y donde sea.

Hay cosas que no entiendo. Muchas, perdón. Hay muchas cosas que se me aparecen como incógnitas. Y en política, también. Ya sé que dos y dos no son cuatro cuando hablamos del ser humano. Del comportamiento del ser humano. Y menos aún cuando hablamos del comportamiento colectivo. O de la respuesta política al comportamiento colectivo. O de la respuesta colectiva al comportamiento político. Es igual, el caso es que hay cosas que no entiendo. Una: ¿cómo es que la derecha, siendo derecha en todas partes, no es percibida como derecha en todas partes? Concreto un poco más: ¿cómo es que la derecha catalana no es percibida igual que la derecha española? ¿Hay una derecha con cuernos y rabo (perdón) y otra angelical? No. Yo creo que no.

Cierto es que tenemos una derecha española aferrada al terruño. Saca banderas y enarbola astas con símbolos por doquier. Se apropia de colores y enseñas. Utiliza el sentimiento patrio para preservar sus dominios. Manipula utilizando los sentimientos para anclar en la patria la desigualdad y el mantenimiento de sus propios intereses. ¿Alguien lo duda? Siendo así, ¿alguien puede dudar que esta misma jugada se realiza en Catalunya y por su propia derecha? Puede haber diferencias de estilo, pero secularmente no han tenido otro interés que el propio: proteccionismo de estructuras de poder, defensa de las desigualdades de clase, menosprecio de lo diferente,... Total, que escupir a lo diferente es el deporte favorito de esa derecha que mima, sobre todo, a su bolsillo.

Las políticas económicas. Poco que decir. Si Rajoy se esforzó por meternos en la mollera que recortar era un deporte necesario para seguir viviendo, Mas y seguidores fueron los primeros en vendernos la moto, los primeros en convencernos de que el futuro pasaba por vaciar de dinero los derechos sociales. Unos nos dijeron que es que Alemania. Los otros afirmaron que es que España. Pero el resultado es el mismo: empresas incrementando sus beneficios a costa de que los más pobres sufran, aún, un poco más.

¡Uy! Calla, que es que la utilización de la fuerza distingue a unos de otros. Es que los españoles son muy dados a dar porrazos, pero los catalanes son más sutiles. Falso. No juguemos a esconder verdades. Sólo diré un nombre: Felip Puig. Sólo me acordaré de un hecho: desalojo de plaza Catalunya cuando los ilusionantes 15M nos enseñaron un atisbo de luz. La utilización de la fuerza (ahora no hablo de Mossos o de Guardia Civil, sino de sus mandos) es una característica propia y muy característica de la derecha. Como pasa cada vez que hay una reunión del FMI, por ejemplo, en un país extranjero. ¿De verdad vamos a creernos que la derecha española es más incivilizada que la catalana? ¿Nos acordamos cuando Mas tuvo que allegarse al Parlament en helicóptero por su política de recortes y de falta absoluta de diálogo? ¿Es que no repartieron mandobles a diestro y sieniestro? ¡Vamos, hombre!

¿Y la manipulación informativa? TVE se está distinguiendo por una manipulación descarada de la información. Escondiendo hechos. Mirando hacia otro lado. O, directamente, tergiversando la realidad. Los comentaristas que nos embuten en el plasma son más casposos que las chorreras y más reaccionarios que el aceite de ricino. Mucho asco. Tanto asco que los propios profesionales de TVE se han rebelado en más de una ocasión. ¿Y qué pasa con TV3? Pues que también miran hacia otro lado (el contrario). Que nos nos enseñan todo o solo nos muestran la puntita. Que los planos no son inocentes y salen más o menos banderas en función del color. Que los comentaristas son tan plurales como un desfile militar. Que se regalan programas infumables a adeptos (o adictos) al régimen para que hagan su proselitismo barato. Que los profesionales de TV3, a través de su comité de empresa, han denunciado la falta de pluralidad y el exceso de manipulación. ¡Joder, vaya tropa a un lado y a otro!

Total: Pasatiempo imposible: encuéntrense las siete diferencias.

19 agosto, 2016

La corrupción en naranja

Sí, lo sé. Ya sé que lo dije antes. Pero insisto. ¿Por qué? Pues porque si ellos insisten en robar impunemente, yo insisto en escupirles a la cara lo que pienso sobre ellos. Además, ahora se nos está vendiendo otra tergiversación más. Y no, no trago. Todo viene de un artículo anterior. Por si alguien quiere volver a leer la fuente,  aquí la dejo. Pero voy al grano. Retomo en aquella idea de que los corruptores y corruptos se esfuerzan mucho y bien en hacernos creer que la corrupción es cosa de todos. Que todos estamos hasta el cuello del lodo cavernario y que, por lo tanto, no hay grandes diferencias entre Granados o Pujol y aquél que se ahorra el IVA en un chapuza casera. Ésa es la igualdad que ellos proclaman. España es una país libre de iguales, anuncian. Falso de todas todas. Y lo peor no es que lo digan, lo peor es que hay algunos millones de imbéciles dispuestos a creérselo.

Osea, tal y como lo presentan, parece que nadie sea culpable de esta corrupción sistémica. Todos nos hemos metido algo en el bolsillo que no nos correspondía. Que no, que no somos estúpidos. Que no nos creemos que los instaladores de Ikea vayan dejando miles de euros en los armarios. Que no nos creemos que inútiles como los que conocemos -Granados, Pujol, Blesa o Rato- puedan enriquecerse, si no es a costa de nosotros. Ahora ya no cuela. Que no nos creemos que Barberá o Martínez-Pujalte no se hayan aprovechado de su situación con la connivencia de su partido. La corrupción es sistémica, sí. Tenemos una corrupción perfectamente engranada en los mecanismos de poder. Por tanto, la maquinaria es corrupta. Y esta es la cuestión fundamental. Porque no tenemos una policía corrupta ni unos funcionarios corruptos. No tenemos una sociedad corrupta, digan lo que digan los voceras de turno. Pero tenemos un sistema en el que los partidos políticos se corrompen fácilmente para financiarse de forma ilegal. Y de paso, algún aprovechado ha engordado sus cuentas en el extranjero. ¿Y los responsables de esos partidos? Permitieron la corrupción. La permitieron conscientemente porque nunca legislaron ni hicieron nada para impedirla. Y sí, he dicho conscientemente. Hicieron la vista gorda ante el rumor lejano de los billetes galopando hacia el partido o a bolsillos amigos. En fin, que les acuso a ellos y solo a ellos de la mierda que flota en la caverna. Esa mierda es suya y no nuestra. El que ha gobernado y ha permitido, por acción u omisión, la corrupción generalizada es culpable. ¿Por qué? Pues porque alguien les eligió para gobernar, no para hacerse el idiota. Y, a todo esto, hora viene Rivera a enseñarnos la "nueva política". Ahora viene Rivera con su "altura de miras". Ahora viene Rivera para comerse sus palabras, aquellas que anunciaron a bombo y platillo que jamás apoyaría un gobierno de Mariano Rajoy. Ahora viene Rivera con seis medidas anticorrupción que solo intentan maquillar su apoyo a un gobierno de Rajoy. Pero Rivera no regenerará nada, absolutamente nada. Rivera navega sin timón por aguas bravas y comiéndose uno tras otro sus propios sapos. O igual es que la "altura de miras" consiste en mirar hacia arriba mientras te mueves por el mismo cieno maloliente que otros han alimentado en la caverna. Sí, debe ser esto último. Y, por lo tanto, nos trata de idiotas.


15 febrero, 2016

La dignidad perdida de Rajoy y Aguirre

Dignidad. Lo cierto es que me cuesta definir el término de una manera clara. No, no busquen en la RAE. No aclararemos gran cosa. Seguramente en la caverna andamos un poco despistados y aún no hemos sido capaces de descubrir abiertamente qué sea eso de la dignidad. Quizás en negativo sea más fácil definirlo. Porque en negativo no tiene por qué ser negativo. El negativo es el contraste. Y el negativo es siempre una mirada que sorprende. En el negativo podemos ver los matices que a pleno sol se nos velan. Y a mí me gusta sorprenderme. Es una manera de recordarnos que aún no lo hemos descubierto todo. Sea pues, en negativo. Pregunto: ¿a dónde vamos con la dignidad? Seguramente a ningún sitio. Pero con la indignidad arrastramos un peso excesivo para el alma. Queridas y amigos, con la indignidad se nos vuelca el alma hacia el fin. Cuando aparece la indignidad, también aparecen las arrugas. Pero no aquellas arrugas que se dicen bellas, si las hay, sino las arrugas que nos afean y ensombrecen el rostro. Las arrugas que muestran al ser vencido y camino de la muerte. Saben a lo que me refiero, ¿verdad? Con la indignidad se nos marcan crudamente las faltas y las heridas de la vida, se nos hunden los ojos y la piel se acerca a la calavera. Aparecen las viejas cicatrices para recordarnos que no hemos sido felices porque hemos perdido nuestra partida en la vida. Y lo peor, las arrugas nos abofetean con una cruda verdad: ya nos queda poco por recuperar y nada por conseguir. Esas arrugas las he visto estos días en dos personas que no a todos nos gustan. En Esperanza, la Aguirre, y en Mariano, el Rajoy. No son santos de mi devoción, lo admito. En más de una ocasión les he calificado de mediocres y mentiroso, pero ahora me despiertan compadecimiento. Sí, me compadezco de ellos. Creo que porque les veo vencidos. Con la dignidad perdida. Con las arrugas de la vida ensombreciendo un rostro casi sin aliento. Igual soy un torpe idiota, lo admito, pero no puedo evitar compadecerme de esos dos seres.

Es posible que ni Rajoy ni Aguirre hayan participado de las tropelías de sus colegas. Es posible que ni Rajoy ni Aguirre sean unos mangantes. No lo descartemos. Es posible que ellos hayan sido tan estúpidos de no enterarse de los desmanes de sus subordinados. Por supuesto, si han robado deben pagar. Duramente. Muy duramente porque disfrutaban de una posición de privilegio. Y eso debe ser un agravante. Pero también es posible que bajo su sombra otros se aprovechasen. Y, si es así, también deben pagar. Por incompetentes. Por no ser capaces de cortarles a tiempo las manos a los ladrones. Por no haber sido capaces de exponerlos al escarnio público. Es igual, hayan robado o no, el caso es que deben pagar por ladrones o por incompetentes. Pero, para satisfacer en algo nuestra sed de justicia, creo que ya están pagando. Ellos saben que han perdido la dignidad. Lo saben. Quizás nunca lo reconozcan y aún intenten levantar el mentón para mantener erguida la figura. Pero cuando apagan la luz de su mesita antes de dormir, ellos saben que han perdido la dignidad y que el recuerdo que quedará de ellos es el de unos seres indignos. ¿Cómo puedo estar tan seguro de que lo saben? Fácil. Miren sus ojos. Miren cómo se han ido hundiendo en unas cuencas profundas. Miren cómo sus pómulos se han ido aguzando. Miren cómo el mentón ya no es joven y comienza a temblar por los miedos del final. En Rajoy y en Aguirre se puede adivinar el olor que desprenden los que se saben perdidos y sin tiempo de recuperar el lustre de la dignidad. ¿Queríamos saber qué es la dignidad? Miren el negativo y en algo nos podrá alumbrar.

27 enero, 2016

Rita, la senadora

Somos unos desagradecidos. Así os lo digo, tal como suena. Somos unos envidiosos y no reconocemos el valor de ciertos personajillos cavernarios. ¡Mira que somos malotes! Asumidlo. Nos cuesta admitir que hay personas que no están a nuestro alcance. Que se escapan a nuestra comprensión minúscula. ¿Como quién? ¿De verdad preguntáis como quién? No me lo puedo creer. Negamos la evidencia hasta el final. No os hagáis los tontos, no, que lo sabéis. Lo hacéis para ver si cuela, ¿no? Pues yo os lo diré. Alto y claro. Rita. Sí, Rita la senadora. Rita, la misma Rita que paseaba su humanidad por los salones valencianos hasta hace poco y que ahora colma de personalidad los bancos del senado. Allá, en Madrid. Rita Barberá. ¡Qué barbaridad de Rita! ¡Por Dios! ¡Qué mujer! Sí, ya sé que os ha dolido. Pero ahí os lo dejo.

Ahora me explico. Ya voy. No más abucheos, por favor. Señores, no seamos faltones. Dejenme seguir y después, en todo caso, me apedrean. Se dice por ahí que Rita, la senadora Barberá, estaba en la cima de un entramado mafioso. Un entramado, el PP valenciano, que repartió dinero a espuertas. A millones. Entre los suyos, claro. Pensemos por un momento que eso fue así. Supongámoslo. ¿Cómo es que durante años y años han estado chupando dinero de comisiones ilegales sin que nadie pudiera demostrar nada? ¿Cómo es que durante años y años se han enriquecido mientras empobrecían y endeudaban a todos los valencianos? A ver qué comunidad puede decir que tiene una ciudad de la ciencia como la valenciana. Y un gran premio de cochecitos F1. Y una copa del mundo de vela. Y pagos al yerno de un rey, un tal... Ahora no me viene. Y unos complejos turísticos de cágate lorito. Y aeropuertos para el abuelito. Y estatuas que son más feas que una patada en los testículos mientras miras embelesado las estrellas. Y venga y venga repartir dinero en colosales demostraciones de osadía y mal gusto. Mientras que los bolsillos de unos cuantos se llenaban hasta reventar. Bolsillos descosidos por la presión insostenible de billetes de quinientos. A ver, ¿quién puede decir lo mismo? Además, ese mismo entramado, se encargaba de lavar los trapos sucios. Solo hay que recordar las muertes del metro de Valencia, aún sin resolver. O recordad cómo se cargaron a Garzón, el juez. Y pensad que esto tan solo es la punta del iceberg. Lo digo por utilizar la misma imagen que el intelectual Pablo Casado utilizó para hablar de los votantes del PSOE y los deseos escondidos. Pero volvamos a la chicha. Ahora, después de las pruebas, decidme: si todo eso hubiera pasado en Valencia, ¿no sería muy grande esta mujer? ¿Alguno de vosotros podría haber hecho lo mismo? ¿Hubierais podido mantener todo eso? Pensad en la de amigos, amiguetes y amigotes que hubierais necesitado. Pensad en todas las fidelidades que hubierais tenido que mantener. Porque, al fin y al cabo, ella sigue ahí. La senadora Barberá. La gran Rita. Esa mujer que igual se toma unas copas de más antes de colocarnos un discurso que se echa una siesta en el parlamento. Lo que no puedo desvelar es si ronca. Pero, vamos, que si lo hace, hasta es posible que los ronquidos suenen aterciopelados. O a tercios pelados.

25 enero, 2016

Rajoy en el limbo

César Luena, secretario de organización del PSOE, ha dicho que en política no se puede estar en el limbo. Se refería a Rajoy. César, señor Luena, ¡qué tontería acabas de decir! ¿Qué es eso de que en política no se puede estar en el limbo? ¿De verdad tenemos que discutir una tontería como ésta? ¿Quieres pruebas de que sí? Perdona, pero en el limbo se puede estar. En el limbo se puede residir cómodamente. Y se puede estar en el limbo sin que te lleguen los gritos agonizantes de los que están en el infierno. ¡Es tan confortable el limbo! ¿Ya no nos acordamos del plasma? Eso es estar en el limbo. Eso es protegerse desde el limbo de la inquina de los que quieren saber. El plasma es la manera más gráfica de estar en el limbo y no querer bajar a escuchar a los que preguntan o protestan o gritan. Como también es estar en el limbo cuando se aplican medidas desde las alturas a sabiendas de que los más débiles sufrirán las consecuencias. Los de abajo. Los que se queman. Estar en el limbo es querer protegerse del infierno poniendo barreras como la ley mordaza. Estar en el limbo es no ser capaz de exponerse abiertamente a que más de uno haga las preguntas inoportunas. Estar en el limbo es legislar sin escuchar a nadie que no sea a sí mismo. Estar en el limbo es decir que estamos bien, de puta madre, sin que los más necesitados puedan escupirte a la cara la miseria en la que viven. Estar en el limbo es hacer justamente lo contrario de lo que prometiste. Y por supuesto estar en el limbo es mantener un círculo de amistades bien alimentadas. Con dinero negro. Con sobres. Con regalos y tratos de favor. El limbo social que desde la antigüedad ha diferenciado entre privilegiados y condenados al infierno.

César, señor Luena, rectifique. Diga que sí se puede estar en el limbo. Acepte y acuse al que nunca ha bajado hasta los infiernos por haber estado parapetado en el limbo. Porque el limbo también existe en la caverna. ¿Dónde? Pues ahí, justo por encima del cieno apestoso en el que se ahogan los que nada pueden. En el limbo, en ese cieno, ha surfeado el señor Rajoy. Y esperamos que nadie más nos vuelva a gobernar desde el limbo. Porque "en el limbo", según la RAE, es ese lugar en el que nadie se entera de lo que ocurre. ¿O es que queremos redefinir el limbo de otra manera? Espero que no.

24 enero, 2016

Caballeros, no empecemos a chuparnos las pollas todavía.

Imaginemos por un momento que no estamos en la caverna. Imaginemos por un momento que no hay nadie en su sano juicio que dude de que el partido del gobierno ha estado pagando sobresueldos a sus dirigentes. En negro. Imaginemos por un momento que los mismos que reclaman el pago de impuestos, hubieran estado evitando el pago de los suyos de manera sistemática. Imaginemos por un momento que el partido del gobierno hubiera nombrado a ladrones como dirigentes de bancos. Por un momento, imaginemos también que el partido del gobierno hubiera mantenido una trama mafiosa de cobro de comisiones a cargo de las arcas públicas. Imaginemos por un momento que una buena parte de los dirigentes del partido del gobierno están imputados o encarcelados por tejemanejes mafiosos. Imaginemos también que el partido del gobierno es investigado por destruir pruebas. Además, imaginemos que el que fue número tres de la vicepresidenta del gobierno dimitió porque se descubrió que había favorecido la malversación de dinero público. De manera sistemática. A través de una empresa pública. O semipública. O la madre que parió a sus empresas. Por último, imaginemos también que nadie dimite ni hay nadie que asuma la responsabilidad de tales desmanes. Insisto en la primera cuestión: imaginemos que no estamos en la caverna. Hay algo que no encaja, ¿verdad? ¿Qué no encaja? Pues que sí, sí estamos en la caverna. Todo esto pasa hoy en la caverna. Y mientras todo eso pasa, las hordas aplauden a sus dirigentes. En la caverna, por lo tanto, somos mucho de robar. Siempre y cuando sean los nuestros los que roban. Claro.

Yo es que me imagino las reuniones de los dirigentes del PP. Ante tanta y tanta mangonería e impunidad, seguro que hay risas de complacencia. Entre ellos se cruzarán palabras de felicitación y abrazos de complicidad. Seguro que hay más de uno que piensa y dice, "esto es jauja, aquí no hay Dios que nos toque". Aunque, seguro que entre ellos hay alguien un poco más prevenido. Al menos habrá uno que mantenga la cabeza fría. Seguro que debe haber alguien que no estará convencido de poder salvar siempre el culo. Más de uno ha caído ya. Ése, ése que es más prevenido, debería recordar la película Pulp Fiction y decir en voz alta a sus amiguetes, "caballeros, no empecemos a chuparnos las pollas todavía". Y es que, más tarde o más temprano, a todo cerdo le llega su san Martín. O al menos aún nos queda esa esperanza.

18 enero, 2016

Líneas rojas al PP

Líneas rojas. ¡Qué mala pata tiene siempre el rojo! El rojo siempre quema. El rojo siempre esta maldito. Hasta tus labios rojos parecen malditos, si los pinta la pasión. En la caverna, claro. Más allá, donde el cielo encierra los sueños, el rojo es una bendición. La ilusión se viste de rojo, allá afuera. Y en el rojo se enredan las esperanzas. Nada de verde. La esperanza en rojo sanguíneo. La esperanza, la carne, la ilusión y la sangre. Y también tus labios rojos. Los de la pasión. Los de la esperanza en el sentir que hemos vivido. Pero en la caverna, el rojo es peligro. Más que el ámbar, que no es chicha ni limoná. Así, en la caverna, las líneas rojas son las que no se pisan. Líneas rojas para apartar y separar. Allá donde no iremos, se dibuja con una línea roja.

Y en estas, ahora, los partidos describen sus líneas rojas. No discutiré yo sin han de ser o no, o si han de ser unas u otras. No soy quién. Soy, como todos los sin voz que miramos desde lejos, mucho más que quién. Aunque ellos no lo sepan. ¿Líneas rojas? Pues sí. He dicho que no, pero dos líneas después digo que sí. Para eso soy mucho más que quién. Para desdecirme. Así que alguna línea roja habrá que dibujar. Las mínimas. Las de la dignidad, al menos. La dignidad que intentaron arrebatarnos. Porque el PP se encargó de intentarlo. De eso no podemos olvidarnos. ¿Quieren líneas rojas? Ahí van unas cuantas. Con usted, señor Rajoy, ni a la acera de la esquina si no revoca las leyes de lo indigno. La LOMCE, ¿se acuerda? Aquella ley que nadie, excepto sus acólitos, aceptó. Otra: la reforma laboral. Aquella ley que nos condenaba a ser una mercancía más. Aún más, quiero decir. La ley que nos despojaba de unos cuantos derechos que aún nos quedaban. ¿Más? Pues sí. Escupa usted, señor Rajoy, sobre la ley mordaza. Maldígala en público. ¿Quiere más? Devuélvanos el derecho a estar protegidos antes que los bancos. Abjure de sus desmanes. Llore por haber abandonado a quien debiera proteger. Quiero oírle llorar. Gimotear el perdón por sus pecados. ¿Líneas rojas al PP? Pues claro. Y si hay alguien dispuesto a firmar sus desmanes y a auparle en hombros, que le persigan por siempre los remordimientos por haber traspasado las líneas rojas de lo indigno.

17 enero, 2016

¿Apesta o no apesta?

En el cieno, sumergidos en el limo maloliente del fondo de la caverna, no tenemos más ojos que para las formas. No tenemos más narices que para nuestro cieno. Porque las formas se han de cuidar. Van con nuestro adn. Adherido a nuestras entrañas. No tenemos más olfato complaciente que para las formas que se acomodan a las formas de siempre. El resto, nos molesta. Lo extraño nos eriza los pelos del cogote y nos pone en alerta. El cieno apesta, ya lo sabemos. Pero ya tenemos las narices acostumbradas a nuestras miserias. Cualquier otra cosa nos hace despertar de nuestro sueño plácido. Un sueño arropado en el cálido lodo de la caverna.

Un bebé en el Congreso. Apesta. Unas rastas que se pasean muy dignas por el hemiciclo. Apestan porque el cieno encorbatado y muy formal no estaba preparado. Juego de trileros. Esto para ti y eso para mí. No apesta, siempre ha sido así. Gómez de la Serna. Se pasa por el forro cualquier indicio de dignidad o de respeto. No apesta. Sale a la venta un libro sobre los tejemanejes de los campeones del trileo. Apesta, porque se remueve el cieno plácido del fondo. Rajoy nos habla de su sentido común y nos llama estúpidos si no lo aceptamos como el más común de los sentidos. No apesta, a pesar de ser un argumento para estúpidos. Es así en la caverna. Apesta lo que no es esperado, lo que no está dentro del más estricto canon. Siempre ha sido así. El lodo espeso en el que crecemos los cavernarios es nuestro lodo. Patria. Y, mientras tanto, aún quedan personas con esperanza de morir ahogados en el cieno. Pisoteados por los que sacan el cuello muy ufanos para erigirse en los héroes de la caverna.


21 diciembre, 2015

PP, CiU (o DiL) y el tontolnabo

A veces nos topamos con lo inesperado. Lo inesperado es, simplemente, lo que no se espera. Y lo que no se espera podría haber sido un billete de 50 euros. Ya puestos a no esperar, un billete habría estado bien. O podría haberme topado con un batallón de espartanos despistados en busca de su paso de las Termópilas. Podría, porque los caminos de la física cuántica son inescrutables. Pero no. Tuvo que ser con un convergente más pesado que un dolor de muelas. Igual creyó que yo era estúpido. O igual ni siquiera lo creyó y se convenció nada más verme de que yo era estúpido. El caso es que me dio una chapa increíble durante...no sé, no llegó a la eternidad, pero cinco minutos más y la traspasamos. ¿Y qué me contaba el iluminado-salva-parias-estúpidos? Pues decía el zoquete que no entendía cómo en España se continuaba votando al PP. ¡Acabáramos! ¡Ya estamos con la matraca de siempre! Que si el PP roba. Que si el tesorero del PP está en la cárcel. Que si España es su corralito de los peperos. Que los españoles son muy tontos votando a quienes les han dado tradicionalmente por el culo. Porque, parece ser, dar por culo se puede hacer por la versión tradicional. Yo desconozco las otras y las diferencias. Pero debe haberlas. El caso es que el zoquete de marras no entendía que un partido corrupto, con una cúpula que solo sabe chupar del bote y esquilmar los fondos públicos, siguiera siendo el partido más votado. Claro, algo de razón tenía el pesado. O mucha. Pero él, dale que te pego en plan martillo percutor. Que sí, le decía yo, que vaya con los españoles del PP. ¡Ay! ¡Mecachis! Y cosas así.

Yo, en mis cabales, no suelo disputar. Soy más de aguantar y sonreír... como un estúpido, claro. Para qué, me digo. Me lo digo así, como para mis adentros, para que no se me oiga. Porque discutir por discutir es tontería. Es que al final todos acabamos sentados sobre nuestras propias miserias. Para qué perder el tiempo. Pero he de admitir que el convergente era perseverante. Y la chapa del zoquete acabó con mi paciencia. No soportaba más la ristra de tonterías con las que me abofeteaba. Me llevó tan al límite que ya, cuando me harté, le miré con cierta ira. O igual solo le miré sobrepasado. O con desconcierto. O quizás solo como un estúpido. El caso es que le miré y pensé en decirle: pero, ¿tú te oyes, payaso? Dime, ¿a quiénes les han embargado las sedes, imputado al tesorero, humillado a su familia enseña? Dime, ¿no crees que tus admirados superiores no se han llenado los bolsillos a manos llenas con el dinero público? Pero, ¿tú te has oído, tontolnabo? Y de verdad que pensé en decirle todo eso. Así, a mala leche y en la boca del estómago. Aún aguanté unos segundos la mirada. Pero, en vez de salirme un esputo dañino, le solté: Mira, sinceramente, soy homosexual y ahora solo pienso en darte o en que me des, así que ves afilando el puñal, que de esta te hago un hombre. ¡Prueba superada! El pelma se dio media vuelta y se escondió entre unos amiguetes vestidos con lacostes y ralphlaurenes.