29 noviembre, 2017

Jóvenes malas personas

Mala persona. ¿Qué decir de las malas personas? Todo malo. Por supuesto. Pero, ya que estamos, vamos a empezar mal y a propósito. No nos vamos a preguntar qué significa mala persona. Aunque todos tengamos en mente qué es una mala persona. ¿Será lo mismo para todos? Pues no lo sé ni tampoco es importante es este momento. Estoy con otra cosa. ¿Y entonces a qué viene lo de mala persona? Pues porque estoy con aquello de decir de un niño o de un joven que es mala persona. Me explico. Sea lo que sea una mala persona, voy a intentar explicar por qué no hay ningún niño o adolescente que sea mala persona. Insisto: ni uno solo. Dicho de otra manera: quiero mostrar que cuando nos tomamos la libertad de decir de un niño o adolescente que es una mala persona, en realidad estamos diciendo algo imposible y apuntamos en la dirección equivocada. A lo drástico.

Parece ser que el término persona, por lo que dicen algunos sabios, proviene de la palabra griega prósopon -en griego antiguo πρόσωπον, creo. El caso es que no sé griego antiguo. Ni antiguo ni moderno. Lo siento. Estas son dos más de mis muchas ignorancias. Es que soy más de ciencias. Y de excusas baratas. Aunque, eso sí, algo he leído al respecto. Prósopon significaba máscara. Y se refería a las máscaras que llevaban los actores en el teatro griego. Esas tan guapas que se ven antiguas y que te venden en las tiendas para turistas de Plaka. Sí, hombre, esas en que una sonríe socarrona y la otra arrastra una tristeza desesperada. La comedia y la tragedia, simbolizaban. El caso es que esas máscaras de teatro se llamaban prósopon -o πρόσωπον escrito en griego antiguo, ése que no sé. Parece ser también, que las máscaras las llevaban los actores para adquirir la personalidad que representaban. Y además servían para amplificar el sonido de la voz. Vamos, que las máscaras eran atrezzo por un lado y megáfono por otro. Es lo que tenía ser griego hace dos mil quinientos años. El caso es que llegaron los romanos y por arte de evolución lingüística apareció el término latino personare, el antecedente de persona. ¿Y todo esto para qué? Pues para caer en la cuenta. Para caer en la cuenta de que con la palabra persona señalamos a los seres humanos que adquieren una condición. Una máscara. La máscara que les permite reconocerse y reconocerlos como seres sociales, es decir, como seres capaces de comunicarse con una lengua, de adquirir costumbres, normas, usos, conocimientos y otras leches que nos identifican como pertenecientes e integrados en una sociedad. Por tanto, como conclusión de lo anterior: una mala persona siempre será un inadaptado socialmente, un ser humano que no ha adquirido la máscara social que le corresponde y que, por lo tanto, no ha interiorizado ni asumido todos esos valores, normas, conocimientos y demás, propios del entorno social al que pertenece.

Cuando decimos de un chico o chica que es una mala persona, estaremos diciendo que es un inadaptado. O un reticente a asumir y hacer propias las normas, valores, conocimientos y blablá. Un joven mala persona, sería un ser mal construido o existente al margen o erróneamente en la sociedad. ¿Es eso posible? No. Un niño o niña, un adolescente nunca es del todo una persona. Aún. Es decir, todo joven está en proceso de ser persona. Un niño o niña o adolescente, está en el camino de construirse como ser social pleno, su máscara social se está moldeando. ¿Y entonces, de dónde salen esos chicos o chicas que no parecen reconocerse como sociales? Pues esos chicos o chicas, esos que están en periodo de construcción, están siendo mal construidos. Ni más ni menos. El proceso de socialización se produce sólo cuando existen agentes de socialización capaces de transmitir las normas, valores, conocimientos y blablá. Y un niño o niña o adolescente no es más que una esponja que desea llegar a ser. En todo chico o chica existe siempre el deseo de llegar a ser plenamente y para eso adquieren valores, normas, conocimientos y blablá. Siempre. Pero cuando los agentes de socialización fallan, el resultado es que empujamos a un ser humano a ser un inadaptado y, seguramente, un desgraciado. Esos agentes son el problema. Vamos a los agentes, pues. Fácil. El agente más decisivo: la familia. Y la educación y los medios de comunicación y los amigos y los clubes de deporte y... Somos los culpables y no ellos.

Vayamos al grano y no nos engañemos más: detrás de un joven inadaptado, hay una familia despreocupada o, en menor medida, una educación poco eficaz o unos medios de comunicación perniciosos o un entorno de amistades viciado. Eso, detrás. Porque delante de un joven inadaptado siempre se muestra un futuro problemático o, incluso, desgraciado.

Post escriptum: Ya, ya sé que faltan muchas cosas por decir. Todo es mucho más complejo. Pero dejo para otra oportunidad sumergirme en la responsabilidad de instituciones y políticos.

27 noviembre, 2017

Día del maestro, pero sólo uno.

Día del maestro. ¡Tachán! Hoy. Sólo hoy. Mañana ya si eso... A otra cosa, mariposa. ¡Qué viejuno suena eso, por Diós! ¡Mariposa! Las mariposas siempre quedan viejunas o pánfilas en un texto. Pero estamos con el día del maestro. Volvamos. Pues sí, San José de Calasanz pone el santo para celebrar el día de los profesionales de la educación. ¡Ya ves tú, un santo! Podrían haber puesto a una cupletista o a un monosabio como referente. Hoy tengo el día viejuno, pero muy viejuno. Vuelvo otra vez. El día del maestro. Un día, ni más ni menos. Los otros 364 ya los tenemos ocupados con celebraciones y recuerdos varios. Y no me quejo, conste. Aunque me escuece. Porque que la sociedad entienda que debe haber un día del maestro es prueba clara de que los maestros y profesores son especies jodidas. Muy jodidas. Que yo sepa, no hay un día del consejero de ENDESA. Ni un día internacional por los agraciados de la lotería. Ni tampoco un día del pijo. Del pijo... me refiero a la pijería inútil e insultante que lo tiene todo hecho. No me refería al pijo ése... no, más abajo,.... Bueno, se me entiende. Que igual también hay un día del pijo ése de más abajo. A saber.

Los maestros y profesores. Una especie de difícil vida. De complicada existencia. Unos mártires, según testimonios varios que se pueden escuchar por la calle y en muchos corros de entendidos. Y lo confirmo. Sí, confirmo que son unos mártires. Siempre criticados por todos. Y no siempre es fácil su trabajo. Más bien se hace difícil lidiar con las trampas que se encuentran en el día a día. Pero, cuidado, que no estoy hablando de los chicos y chicas. No se me vengan a lo fácil. Ya, ya sé que muchos estarán pensando en que la juventud es muy mala. Malotes todos los jóvenes. Maleducados. Insensibles. Y muchas otras tonterías que se utilizan como matracas en los mismos corros de entendidos. Pues no. No estoy de acuerdo. En una ocasión dije en público que aún no me había encontrado nunca con un chico o chica que pudiera decir que es mala persona. Lo dije y debo ser esclavo de mis palabras. Aunque esta vez no. No tengo que ser esclavo y me reafirmo. ¡Joder, para una vez que lo acierto! Vuelvo a decir: no hay un solo chico o chica que sea mala persona o que quiera hacer el mal o que disfrute haciendo daño. Ni uno. Pero..., siempre hay un pero. Pero, digo, sí que hay muchos adultos inconscientes e irresponsables. Muchos. Y también malas personas. Y a veces incosncientes, irresponsables y malas personas. A ellos hay que apuntar. Porque son precisamente esas malas personas, irresponsables o inconscientes, las que dejan a sus hijos abandonados delante de la tele. O son esas malas personas las que se olvidan de que no hay nada más importante en sus vidas que esos niños. O son esas malas personas las que ofrecen su peor versión para hacer sufrir a los más débiles. Son esos adultos a los que habría que suspender y castigar y reeducar con clases de refuerzo. No a los chicos y chicas. Ellos sólo necesitan a alguien que les ayude a crecer. Los niños y los jóvenes sólo desean ejemplos a seguir que les ofrezcan atención, seguridad y alegría por vivir. Ni más ni menos eso es lo que necesitan. Y no es mucho pedir. Pero un momento que no hemos acabado aún. Porque son también esas malas personas las que no legislan para tener una educación que convierta a los niños en seres con oportunidades. Se olvidan de hacer leyes eficaces que ayuden a crecer en libertad y en igualdad de condiciones. Son los mismos que regatean un euro en recursos a la educación. Son los mismos irresponsables que confían en que los maestros y profesores sabrán pasarlas canutas para compensar lo que ellos niegan o no hacen. La educación necesita recursos y una sociedad comprometida. Y no comprometida con los maestros, sino con sus jóvenes y con su porvenir.

Hoy es el día del maestro. Aunque, después, tendremos 364 días en que los adultos confiaremos en los maestros olvidándonos de ellos y dejando que la educación sea la primera criba para que los menos favorecidos comiencen a sufrir ya desde bien pequeñitos. ¡Benditos maestros! ¡Benditos chicos y chicas! ¡Malditos adultos!

26 noviembre, 2017

Ni independentista ni monárquico

Pues sí, parece imposible, pero sí. Y además creo que somos muchos más de lo que cuentan los que cuentan. ¿Se puede no ser monárquico y no ser, al mismo tiempo, independentista? Pues claro. Y para entenderlo no es necesario más que dejar de tener prejuicios. Entiendo que esto no es fácil porque implica dejar de reducir la realidad a una visión pueril de buenos y malos, de blancos y negros, de indios y cowboys. Lo siento, seré faltón, pero ese reduccionismo naif monárquico-independentista no interpreta la realidad, sino que la manipula. Y se llama maniqueísmo. Ese maniqueísmo va muy bien a los que no quieren más que entenderse a sí mismo: los míos y el resto, es decir, todo se reduce a amigos y enemigos. Pero quizás en algún momento deberemos madurar y aceptar que la realidad es mucho más plural y rica, mucho más compleja. Y, aceptando la complejidad de la realidad humana, deberíamos considerar que una de las posibilidades ante la situación catalana sea no ser monárquico ni independentista. Y no se trata de ser equidistante o intermedio, sino de tener una opinión propia y diferente del reduccionismo imperante.

Así que expongo en qué consiste todo esto, con todos mis respetos a los monárquicos-borbón y a los independentistas-nación. Porque, igual que sus propuestas son válidas, también la mía tiene razones para ser sin que sea reacción a nada. Que yo no sea monárquico ni independentista no quiere decir que sea anti nada. No soy anti-monárquico, como tampoco soy anti-independentista. Que ellos sean, pero que me reconozcan mi derecho a no serlo. Y, ¿por qué? Pue porque soy republicano y, por tanto, no puedo ser monárquico. Y precisamente porque soy republicano no puedo ser tampoco nacionalista. Esta última parte creo que es la que menos se entiende. ¿Cómo puedes ser republicano y no ser independentista? Esta es la pregunta que me persigue en más de una discusión entre amigos. Me explico: no soy independentista porque el independentismo acoge la república como sobrevenida, es decir, el independentismo no tiene como objetivo la república, sino que el horizonte es el territorio. Y admito que para el independentismo la república será y es deseada, pero siempre después del territorio, siempre supeditada a la reivindicación de la nación. Y no soy nacionalista. Nunca lo he sido. El himno español nunca me arrancó un lololó. Como tampoco nunca me ha puesto la piel de gallina els segadors. ¿Eso es difícil de entender? Pues parece que sí. Y sobre todo desde partidos como ERC o la CUP. Ellos no se definen como nacionalistas, pero para ellos la reivindicación territorial y étnica es el principio que se antepone a cualquier otra reivindicación.

Los partidos independentistas catalanes parten todos de un planteamiento nacional. La liberación del territorio de "las garras españolas" es su principal propuesta. Este objetivo, respetable y absolutamente legítimo, parte de consideraciones étnicas apoyadas en la lengua y en una pretendida historia que se construye en función del objetivo nacional. Y digo "pretendida" porque es una construcción ideológica. Nada, ya sé que es una discusión perdida y un nacionalista jamás aceptará esta opinión. Pero es que contra los argumentos nacionales poco se puede hacer. ¿Por qué? Pues porque parten de la víscera, del sentimiento. Nunca parten de la propuesta y el análisis del futuro. Sí, también se me criticará por esto. El futuro nacional siempre se enraiza en una historia supuesta y, en muchas ocasiones, retorcida. Para el independentismo, el futuro no es más que la proyección de una construcción nacional, edificada en presupuestos del pasado y en la creencia firme de que hay suficientes elementos étnicos como para sentirse diferente. Y es ese planteamiento el que no puedo aceptar. La república, tal como yo la entiendo, nunca puede ser étnica ni de afirmación de esencialidades. La república ha de ser construida desde la pluralidad, la diferencia, el respeto a lo ajeno y en la renuncia a blindar formas de ser y entender la convivencia humana. Una república anclada en la reivindicación nacional sólo será una república instrumental y nunca una finalidad para la convivencia.

¿Y qué pasa con la monarquía? No perdamos el tiempo. El medievo ya pasó.

25 noviembre, 2017

Tres patas para un país cojo

Tenemos un país, pero tenemos un país cojo. Primero, antes de seguir, debería decir que en la caverna tenemos varios países. En un solo estado tenemos más de un país. Bueno, en realidad no está claro qué es eso de país o países. Como tampoco está claro qué es eso de nación. Porque los catalanes lo parecen tener claro, pero los valencianos, sobre el mismo país, no mucho. Y ya no te digo lo que debe tener en la mente un extremeño o un andaluz. El caso es que es sacar la palabra nación y aparecen ofendidos por todas las esquinas de la caverna. Un sin Diós. Pero si nos centramos en el caso catalán, tenemos un país cojo. Ahora, digo, en estos momentos. A día de hoy, se nos ha quedado cojo el país y se nos ha venido abajo. Porque han querido construir un país sobre tres patas y las tres no han podido aguantar el peso del país. O por lo menos se nos viene abajo el proyecto de país que han querido construir.

Las tres patas: la proyección internacional; las estruturas de estado; el consumo interno. Se ha trabajado durante los últimos años en estas tres patas. Duro. O no tan duro y, a lo mejor, ni siquiera se ha trabajado bien. Lo cierto es que las tres patas no han sido todo lo consistentes que se esperaba. Y se nos ha venido abajo todo. La venta internacional del producto ha sido un fiasco de mucho cuidado. A pesar de las ayudas recibidas por las decisiones de Rajoy. La mejor aportación del presidente del gobierno español al procesismo fue el 1 de octubre. Venga porrazos a diestro y siniestro hasta llegar a convertirse en la mejor aportación española al procesismo. Pero ni así. Después, ni un puñetero país u organización oficial de cierto peso ha querido mojarse. Nadie. El silencio absoluto. Romeva, un inútil. Si lo valoramos por los resultados obtenidos, claro. Precisamente para eso, para la proyección internacional, se justificó el fichaje por parte del procesismo de un tipo que provenía de la izquierda. Su "dilatada trayectoria como diputado europeo", por sus contactos o porque cualquiera servía para eso, si hablaba más de un idioma. El caso es que sobre las espaldas de Romeva recayó la tarea de conseguir adhesiones internacionales. Recoger el aliento transpirenaico. Conseguir entusiasmos del más allá. Pero nada. Romeva no consiguió nada. Un fiasco de consideración. Como tampoco resultó bien la jugada de intentar atraer el voto de izquierdas fichando a un tipo que no lo conocían ni en su casa. Total: la primera pata, coja. El país se nos tambalea.

La segunda pata, las estructuras de estado, se prometían efectivas y robustas. Así se nos había vendido desde las últimas elecciones autonómicas-plebiscitarias-de-tu-vida. Durante meses nos habíamos creído el mantra de "estamos trabajando seriamente en las estructuras de estado" y el "estará todo a punto". El objetivo era robustecer y organizar la organización del nuevo estado: polícía, economía, empresa, impuestos, censo, organización del territorio,... Un fiasco. Nada de nada. Durante meses organizaron una ley de transitoriedad que hubiera debido ruborizar a cualquier demócrata. Una ley que fue un brindis a la creeencia ciega en que los dioses todo lo perdonarían. Para el procesismo, la causa lo justificaba todo. Incluso justificaron las sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre. Bochornosas y un atentado al respeto a las minorías parlamentarias y al parlamentarismo. De las demás estructuras, fiasco tras fiasco. Nada de nada. Ni las empresas respondieron. Ni la hacienda estaba preparada. Ni el censo. Todo se jugó pues a una carta: en la fe de que el universo sería justo con el pueblo elegido y que, de alguna manera, todo confluiría en el Destino. Pero en el momento oportuno, con el culo al aire. De ahí el bochorno de ver marcharse a más de 2000 empresas y que el único plan preparado fue el que constaba en unas anotaciones manuscritas en una hoja abandonada: la posibilidad de pagar a funcionarios o pensionistas con bonos patrios. Todo un planazo. Sólo la fe y el entusiasmo del catalanismo libró a sus líderes de que los corrieran a gorrazos. Segunda pata: el país hundido.

Y queda el consumo interno. Ahí sí que el govern lo ha dado todo. Los medios de comunicación afines estuvieron bien engrasados. Las entidades civiles de corte peronista pusieron los restos. Y funcionaron bien como brazo del poder. Y también funcionaron muy bien empujando a partidos, govern y parlament. El relato peronista ha funcionado y funciona. Animados por la CUP y todos sus mecanismos bien coordinados. Els carrers seran sempre nostres fue el grito de guerra que igual espantaba a unos como animaba a otros. Aunque ni unos ni otros se lo acabaran de creer. Las calles, al final, bajo una u otra bandera, son siempre de los mismos: de los que tienen los medios de producción y dominan los verdaderos mecanismos del estado: el poder de don dinero. Pero debemos poner en valor el esfuerzo. Mucho esfuerzo de muchas personas creyentes y entusiastas. Porque, al fin y al cabo, ahí sí que triunfaron. El proceso que preparó el consumo interno supo relatar y con el relato supo convocar y animar y casi paralizar un país. Y todo gracias a que supo inventar un relato que desde hace años ha ido creciendo. Incluso ha ido reinventándose y reinterpretándose ad hoc para apuntar siempre hacia la misma meta. Es éste el éxito más potente del procesismo. Y, la verdad, creo que debiera estudiarse como tal por especialistas. Incluso debería tenerse como modelo de movilización y de construcción de un pensamiento colectivo bien articulado. Pero con una pata sola las banquetas se hunden. Se caen las sillas. Se desmoronan mesas y mesitas. Se tambalean señores y otras especies. Se derrumban edificios y puentes. Con solo una pata no hay construcción que aguante. Y la construcción del país no aguantó.

21 noviembre, 2017

Guía para machitos imbéciles

En la caverna hay muchos machos. O machitos. Demasiados para mi gusto y para desgracia de muchas mujeres. La caverna está llena de necios que creen que al ser hombres -o machos, como a ellos les gusta verse- tienen derechos sobre otras personas. Derechos sobre las mujeres, sobre todo. Estos machitos están en las clases más bajas, pero también en las medias y las altas. Estas últimas son más dadas al disimulo y la apariencia. Pero el sentimiento machista es el mismo. O por lo menos despierta la misma repugnancia, aunque sea más refinado. Y quizás esos machitos necesitan que alguien les explique, que les ayuden con unos pocos consejos. Con esa intención he pensado que sería bueno crear una "Guía para machitos imbéciles". Lo de imbéciles es una licencia que me he permitido añadir. Espero que se me entienda. Al grano. Con toda mi buena voluntad, creo que igual tres consejos pueden ayudar a estos... machitos, para que al fin se reconozcan tan necios y repugnantes como les ven muchas otras personas. Sobre todo la inmensa mayoría de las mujeres. Bien, ahí va. Que os aproveche.

Primer consejo. Eso que os pica en la entrepierna es un problema vuestro. Apuntad: "mi entrepierna es mi problema". Es exclusivamente vuestro. Ése no es el problema de ninguna mujer. Si fuera el problema de alguna mujer, entonces ella podría optar por diversas soluciones. Entre esas soluciones podría encontrarse la cirugía o la castración química o filetear para carpaccio el colgajo ése de la entrepierna, por ejemplo. Pero, por suerte para vosotros, no es un problema de ninguna mujer. Por tanto, nadie puede optar por extirparos o filetearos el pingajo. Aunque, escuchad bien otra consecuencia: no siendo el problema de ninguna mujer, tampoco ninguna de ellas tiene por qué solucionaros el picor. ¿Pica la entrepierna? Pues a rascarse. Y para ello podéis utilizar cualquier cosa inanimada que os convenga. Por ejemplo, papel de lija. Y frotáis y frotáis como si no hubiera un mañana.

Segundo consejo. Nadie merece que le suelten vómitos a los pies. Apuntad: "eso que yo considero un piropo tan ocurrente no es más que una repugnante señal de alarma para los demás". Y digo esto porque cualquier mujer puede vestirse como quiera, perfumarse y peinarse como le venga en gana, sin que por ello tenga que escuchar alguna obscenidad maloliente. Y si a ti te gusta como se viste o se peina, pues mejor. Pero, que te guste a ti, de ningún modo eso te permite increparla o molestarla de ninguna manera. Piensa que lo que tú llamas un piropo, generalmente es una frase babosa que pocas veces puede encantar a nadie con dos dedos de frente. Y aviso: las mujeres suelen tener más de dos dedos de frente. No todo el mundo es como tú. Algún machito pensará, "pero es que al verlas me pica la entrepierna". Pues entonces vuelve al paso uno y procura utilizar el papel de lija más gordo o una lima para acero.

Tercer paso. El amor no es meterla. Así te lo digo para que lo entiendas clarito. Apuntad: "Amar no es meter el pingajo a cualquier precio y donde sea". El amor es otra cosa mucho más complicada. Para explicártelo necesitaría hacerte unos dibujitos y quizás algunos meses de largas disertaciones. Porque, al ser el amor una cosa tan complicada, no creo que con cuatro frases pudieras llegar a entender algo. Eso sí, puedo explicarte algunas cosas que normalmente haces y que para nada son amor. Por ejemplo, no es amor tratar a los demás como si fueras el amo de un harem. No es amor someter a alguien a tu voluntad. No es amor hacer sufrir a otra persona. No es amor pegar. No es amor menospreciar. No es amor que te tengan miedo. Nada de eso es amor, so imbécil. Supongo que en algún momento lo has intuido, pero alguien te lo tiene que escupir a la cara. Y yo sé que te gusta que te amen, pero deberás ganártelo. Nunca podrás exigirlo ni provocarlo a golpes. Y si te pica el colgajo y aún crees que eso es amor, volvamos al primer consejo y ahora ya puedes utilizar un guante de puas.

Hemos empezado con tres consejos muy básicos. Quizás otro día, si superas esta primera prueba, te pueda explicar que el sufrimiento de otra persona nunca te ofrecerá el placer de sentirte querido. Quizás otro día te explicaré que con el dolor sólo provocas en los demás odio y asco. Anda, aplícate un poquito.

20 noviembre, 2017

Un artículo nauseabundo sobre el cinturón rojo

A estas alturas, todo el mundo ya ha leído el infame artículo de Jordi Galves en el diario digital ElNacional.cat. El artículo en cuestión lleva por título Cornellà no es como Catalunya. Y, como ya he dicho, es infame. Yo diría que nauseabundo. Por lo tanto, ya lo he estigmatizado. Y sí, lo hago con ganas.  Con muchas ganas. Menos mal que ya ha habido respuestas muy acertadas de diversas personas. No podía ser de otra manera. Enlazo dos: una y dos. En ambos casos son personas dolidas. Personas heridas por el desprecio con el que hemos sido abofeteados una buena parte de catalanes.

Para los que aún no lo hayan leído, diré que el artículo contiene perlas. Perlas diversas y de considerado tamaño. Vuelvo a recomendar su lectura para que, sobre todo, se entienda qué es el odio y la xenofobia. El artículo es una obra cumbre del género xenófobo catalán. El señor Jordi Galves se refiere a Cornellà como una tierra "colonizada", "nacionalista" y "españolista". Una ciudad repleta de españolitos que "reivindican su ignorancia" y "atacan la inmersión lingüística". Ignorantes, sexistas, violentos, inadaptados o resentidos son algunos de los adjetivos que atribuye a esos "españolitos". En cambio, se refiere a los chicos autóctonos, los catalanoparlantes, como personas estigmatizadas, atemorizadas en una tierra enemiga, poseedores de una cultura odiada en una ciudad repleta de personas intolerantes. Bien, he resumido mucho, pero el enlace está para aclarar o para herir más claramente que mis explicaciones. El caso es que la exhibición de intolerancia y de odio que podemos encontrar puede herir sensibilidades varias. Incluidas las muy catalanas. Incluidas las esencialistas-pero-humanistas.

Si no estoy muy equivocado, Cornellà es muy parecida a otras ciudades del llamado cinturón rojo barcelonés. En otros tiempos, un cinturón muy reivindicativo. Hoy repleto de escépticos y nada proclives a dejarse arrastrar por la moda nacionalista que impera en Catalunya. Y eso es lo que le duele al señor Galves. Pero todas estas ciudades que bordean Barcelona se distinguen por otras características mucho más acertadas que las que señala el señor Galves. En este caso que nos ocupa, yo creo que merece la pena resaltar sólo dos. Y serán sólo dos para no calentarme más de lo necesario.

La primera: es en estas ciudades cuando a finales de los años setenta y principios de los ochenta los obreros reclaman -reivindican- una educación en catalán. Es, por ejemplo, en Santa Coloma de Gramenet donde comienza la llamada inmersión lingüística en catalán. Y reclamada como un derecho por los propios ciudadanos. No comenzó en Manresa ni en Girona o en Olot. No, nada de eso. Comienza en una ciudad falta de recursos, con una población emigrada desde la probreza, en buena parte analfabeta, repleta de obreros con escasa cualificación, pero que quieren que sus hijos se eduquen y tengan las mismas oportunidades que los catalanes de la Bonanova. Además, esos obreros hablaban a sus hijos con un catalán repleto de barbarismos y con acentos del sur o de Castilla o de Murcia o de Galicia, para que, hablando en catalán, se pudieran llegar a sentir catalanes de verdad. Esos obreretes incultos renunciaron a algo a lo que este señor jamás renunciaría: decidieron no hablar el idioma materno a sus hijos. ¿El señor Galves lo haría? ¿Renunciaría el señor Galves a hablar en catalán a sus hijos si tuviera que vivir en otra parte del mundo? Sinceramente, a mí me parece una renuncia muy dolorosa.

Segundo: es en estas ciudades donde los catalanes venidos de otros lugares de España se parten la cara en los setenta por la anmnistía y por el Estatut, mientras los señoritos de Pedralbes o els benestants del Eixample barcelonés juegan a ser reivindicativos en el Palau de la Música o en Bocaccio. Es en Sant Boi de Llobregat donde en el año 1976 se celebra el primer Onze de Setembre y se oye por primera vez una reivindicación que perdurará en la memoria colectiva de este país: "llibertat, amnistia i estatut d'autonomia". Es en estas ciudades donde los obreros trabajan dos jornadas cada día por sueldos miserables en fábricas del Poble Nou o del Baix Llobregat. En fábricas regentadas por una burguesía muy catalana. Esa que después iba a ejercer de oprimida en el Palau de la Música "abans de sopar en un bon restaurant". Todo esto parece olvidársele al señor Galves en su nauseabundo artículo. O es que él es más de odiar sin preguntar primero.

Pues, señor Galves, yo no sé qué Catalunya conoce usted, pero le puedo asegurar que ésta que le describo es una Catalunya auténtica, tan auténtica como cualquier otra. Esta que le describo es una Catalunya formada por auténticos catalanes que aman Catalunya y que no odian ni desean odiar a nadie. Es posible que le guste más la Catalunya de Berga o de Ripoll o de Puigcerdà. Es posible que le guste una Catalunya mejor encastrada en sus esquemas mentales. Pero hay muchos catalanes, no sé si mayoría o no, que no encajarán. Y lo siento mucho por usted, pero me alegro por Catalunya. Si esta Catalunya real no encaja en su decadente perspectiva y usted se empecina en seguir odiándola, sólo le puedo recomendar una cosa: no se muerda, no vaya a ser que se envenene.

19 noviembre, 2017

Sobre la tolerancia y los intolerantes

Aprendí qué significa la tolerancia cuando trabajé de mecánico. Yo era muy joven entonces. Un pimpollo buscando su lugar en la vida. Y lo cierto es que no tuve buenos maestros. Quizás por eso la mecánica nunca me llegó a gustar. Pero, eso sí, aprendí cosas que aún recuerdo. Por ejemplo, y sin que mis maestros lo supiesen, aprendí qué es la tolerancia. Recuerdo que una mañana uno de aquellos tipos más experimentados me dijo, "a ver, chaval, no hay ninguna pieza que sea perfecta; si crees que cuando vas a montar una máquina todo es perfecto y encaja a la perfección, es que eres muy ingenuo; pero, aunque no haya piezas perfectas, sí que hay piezas que valen y piezas que no valen; las que valen, son las que no exceden la tolerancia permitida; las que no valen, son las que se pasan y son demasiado imperfectas, osea, son las que se pasan la tolerancia por el forro". ¡Chinpún! Lección fundamental. Si él saberlo, me ofreció un conocimiento esencial del que no fui consciente hasta algunos años después.

Como digo, con el tiempo aprendí qué querían decir aquellas palabras y sus consecuencias. Primero, no hay ninguna pieza perfecta. Y esto es el fundamento de toda convivencia. La esencia. Cuando una persona o un grupo de personas se creen más perfectas que el resto, no sólo se equivocan, también son un peligro grave para la convivencia. Y esto pasa muy comúnmente. Hay demasiados creyentes en su propia perfección. Son esos soberbios que se han emborrachado al creer en sí mismos de forma desmedida, sin dar opción a que otras verdades puedan ser también aceptadas. Y, para esos perfectos, los demás no somos más que escoria inculta, o fascistas, o ciudadanos de segunda clase, o desheredados, o no integrados, o pusilánimes que hay que dirigir, o mil y una categorías que sólo muestran menosprecio hacia el resto de la humanidad. Esos perfectos sólo destilan arrogancia. Arrogancia dañina, de esa que suena a ladrido y el aliento atufa a náusea.

Segundo: si nadie es perfecto, estaría bien que fuéramos conscientes de nuestras imperfecciones. Porque sólo así podremos mejorar, pulir o paliar las muchas imperfecciones que nos hacen humanos. A todos. Y porque sólo así, comprendiendo mis imperfecciones, igual puedo llegar a comprender y aceptar el derecho de los demás a tener sus propias imperfecciones. Mejor dicho, puedo y debo aceptar, de la misma manera que pueden y deben aceptarme a mí. Por ejemplo, yo no soy "anti-nada". La verdad es que no puedo serlo, mi naturaleza escéptica no me lo permite. Pero, a pesar de no ser "anti-nada", también puedo no ser de lo que me dé la gana. Y eso es algo que no todo el mundo entiende. Podemos no estar de acuerdo con alguien o con alguna idea o con alguna propuesta, y sin embargo eso no nos convierte de forma inmediata en "anti". ¿Por qué? Porque toleramos y queremos ser tolerados. Últimamente he tenido que oír demasiadas veces cómo me llamaban "anti" por el simple hecho de no ser un seguidor. Y creo que se equivocan cuando reducen la realidad a su visión maniquea: o conmigo o contra mí, o buenos o malos, o blancos o negros, o de aquí o de allí. Pues no: ni negro ni blanco, ni bueno ni malo, ni de aquí ni de allí. Tengo todo el derecho a no sentirme ni implicarme con guerras que ni me van ni me vienen. ¿Por qué? Pues porque, sencillamente, todos somos imperfectos y yo prefiero quedarme con mis propias imperfecciones. Me las conozco, me las domino y no me impiden convivir con nadie. Así que no quiero las vuestras, vamos.

Tercero. La tolerancia nos obliga a aceptar como válido a todo aquel que está dentro de lo aceptable. ¿Y qué es lo aceptable? Pues lo aceptable es, ni más ni menos, que seamos aceptados. Dicho de otra manera: todo aquel que con su conducta o sus palabras se muestre intolerante con el disidente estará demostrando una actitud inaceptable. Todos tenemos cabida en la sociedad, siempre y cuando aceptemos la cabida de cualquier otra opción. Eso es la tolerancia: aceptar la diversidad de imperfecciones, tan imperfectas como las mías. Tenemos opiniones dispares, de todos los colores. Quizás alguna más cercana a la medida ideal, no digo que no. Quizás todas imperfectas. Pero todas válidas porque estar dentro de los márgenes de la tolerancia implica aceptar para ser aceptado. A partir de ahí, la máquina funcionará. Eso me dijeron mis maestros mecánicos. "No te preocupes, chaval, que si todo está dentro de la tolerancia, la máquina funcionará". Y tenían razón. La tolerancia es la que permite que nos movamos muy cerca de la perfección sin que seamos perfectos.

15 noviembre, 2017

Machismo y feminicidio en Facebook

Muy triste. Cada semana escuchamos que una mujer muere a manos de un animal. Cada semana leemos que un energúmeno ha matado a una mujer o a su hijo o a ambos. Una animalada. Una animalada trágica y muy triste. Y eso, siendo humanos, debería avergonzar a todo ser humano. Seguro que hasta ahí todos estamos de acuerdo. ¡Faltaría más! Pero eso no es lo más triste. Aún hay cosas tan tristes como el asesinato de mujeres. ¿Que qué puede ser? Pues algo muy sutil que pasa inadvertido. Algo que escuchamos día a día sin que nos recorra un escalofrío por todo el cuerpo. Me refiero a esos comentarios que, de una manera u otra, justifican o desvían la atención del problema. El problema: maltratar o matar o someter a un ser indefenso por creer que se es dueño de su destino. Pero, insisto, esos otros intentan desviar o huir del problema. Y son esos otros, además, los que están afilando los cuchillos de los siguientes asesinos. Inconscientemente, de acuerdo. Sin quererlo, seguro. Pero lo están haciendo. Y esa es una guerra que deberíamos comenzar a plantear ya. Sin más dilación. La guerra contra esos otros.

Ayer, una amiga publicó en Facebook una noticia sobre el asesinato de una niña degollada por uno de esos animales, un animal que además era su padre. También publicaba una noticia sobre los violadores autoproclamados La Manada. Por cierto, serán necios y cobardes, pero han sabido encontrarse un nombre adecuado para explicar el nivel de sus acciones. Pero volvamos. Mi amiga publicó ambas noticias en Facebook. Y Facebook tiene lo que tiene. Admite reacciones de todo tipo. Cualquiera puede comentar y decir lo que le venga en gana sin antes pasar el vómito por el tamiz del intelecto. Y así nos va. He de reconocer que los comentarios no tenían la intención de animar a la violencia. Cierto. Pero, sin ellos saberlo, alimentaban la violencia. O la disculpaban. O la retorcían para explicar otras situaciones que nada tienen que ver con los hechos. Los hechos, en crudo y sin retorcer: matan a una niña de dos años y cinco machitos cobardes violan a una chica durante los Sanfermines.

Uno de los comentarios, después de mostrar su dolor por los hechos, viró hacia las separaciones matrimoniales. Mi primera reacción fue pensar que nada tenían que ver nabos con coles. Pero continué leyendo. Y leí: "...no como ahora que la mujer se queda la casa y la mitad del sueldo como mínimo. Es decir uno se separa y se tiene que ir a un piso compartido o a vivir debajo de un puente. Mientras esto no se arregle lo otro tampoco se va a solucionar". Confirmado, estaba confundiendo nabos con coles. Reaccioné intentando hacerle ver que nada tenía que ver una cosa con la otra. Le dije que estaba comparando tuercas con arándanos y que lo que estaba haciendo es banalizar la violencia como si fuera otra simple disputa en un proceso de separación. Que demostraba una carencia total de sensibilidad y que así no. Pero fue incapaz de comprenderme. O quizás fui yo incapaz de hacerme entender.

Otro comentario, después de mostrar su oposición a la violencia, derivó en una cuestión semántica. La persona en cuestión dijo que mejor utilizar el término adecuado, violencia de género. De acuerdo. Vale, pensé. Pero continué leyendo otra vez. Y este señor llegó a decir que era violencia de género porque las mujeres también matan y por tanto es el choque entre géneros, así, en general y sin distinguir cual. Además se apoyó en un argumento muy singular, "existen las carceles de mujeres y no creo que las que estén allí sean unas santas". Estuve releyendo todo el comentario varias veces. Algo se me había escapado o todo aquello sonaba mal. Muy mal. Vamos, que sonaba a argumento de estercolero. Y como me sonaba tan mal, le contesté. Le dije que nos podemos comer un plato de arroz o nos podemos comer una curva o nos podemos comer un rosco y, aunque todo sea comer, no es en absoluto lo mismo. La violencia entre dos hombres siempre es deleznable, pero la de un hombre sobre una mujer es criminal y cobarde. ¿Por qué? Pues porque un hombre abusa de su mayor fuerza y ejerce violencia para someter a una mujer. Esa es la raíz: querer someter a la fuerza la volutad de un ser humano a otro que se cree superior. El superior: el machito cobarde que debiera estar encerrado en un centro de reeducación.

Y, por último, un clásico: las denuncias falsas. El famoso argumento de Toni Cantó que cantó y mucho. Primero, porque es falso que haya un porcentaje significativo de denuncias falsas. Si no recuerdo mal, el porcentaje de denuncias falsas está por debajo del 1%. Y segundo, porque eso nunca puede disculpar el ejercicio de la violencia sobre los más débiles. Dicho de manera más clara: el machito asesino o violador jamás puede tener disculpa alguna ni argumento que desvíe la atención del problema. El problema del machito: su incapacidad para ser un ser humano respetable.

¿Y adónde quiero llegar con todo esto? Pues a que la lucha contra el machismo y la defensa del feminismo debe ser absoluta. Y con absoluta quiero decir que nadie puede disculparse de comprometerse en esta guerra. Nadie puede justificar o retorcer argumentos para justificar al asesino o para diluir la gravedad de su conducta. No podemos permitírselo a nadie. No confundamos ni miremos hacia otro lado nunca más. Nadie. Porque hasta que nuestra sociedad -es decir, todos sin excepción- no se comprometa en esta lucha contra el machismo, no acabaremos por ganar jamás esta guerra. Debemos empezar a señalar como cómplice al que desvía la mirada o al que le quita importancia a la violencia machista con la excusa de cuatro casos falsos. Porque, mientras tanto, están muriendo cientos de mujeres y otras muchas sufren la tragedia de vivir con un maltratador. Sin medias tintas. Y nuestros gobernantes debieran tomar cartas en el asunto de manera radical y urgente, sin fisuras ni titubeos.