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22 abril, 2018

Vivan los apestados

La disidencia no está de moda. Y ojalá tan sólo fuera eso: quedar al margen de las modas. Pocos disidentes quedan. Pocos y cada vez más escondidos. Sin embargo, en los tiempos de los gulags, los disidentes eran héroes vitoreados, la pureza de la libertad de pensamiento, la encarnación del contrapoder. Hoy, sólo son apestados. Apestados porque nadie los quiere a su lado. Apestados porque las patrias los expulsan. Apestados porque son locos que no entienden que los tiempos han cambiado. El gulag ha vencido sin necesidad de malalimentar a sus condenados. ¿Puede haber una victoria más clamorosa? Y el  disidente arrastra los pies en silencio, con el miedo a ser decapitado por pensar al margen de la manada.

Veo en los nacionalismos cómo los disidentes son apartados. (Aclaro: el nacionalismo es hoy esa fuerza que vehicula el odio y la necesidad de imponerse por encima de la diferencia, menospreciando cualquier visión de la realidad que no sea la del color de su bandera, es decir, pura necedad). Digo que veo como el pensamiento disidente es enterrado en vida. Veo que en sus televisiones no sólo son silenciados, sino que también son estigmatizados, insultados y ridiculizados. La patria no perdona jamás. Las patrias nunca han sido madres, las patrias sólo han sido madrastras: acogen al silencioso, al corderito que espera ser alimentado o degollado. Y la traición siempre es condenada al son de los vitores de sus enloquecidos patriotas. Esos, los patriotas, son capaces de darlo todo, absolutamente todo, por la patria. La sumisión total, propia e impropia, además de la persecución de lo ajeno y diferente. Y da igual que la patria sea tricornoidal o que sea cuatribarrada. Los disidentes no pueden alzar la voz. Ni tan solo pueden susurrar los atropellos. El disidente catalán no puede mencionar las vergüenzas autoritarias: 6 y 7 de septiembre, por ejemplo; Llei de Transitorietat, otro ejemplo; sumisión vergonzosa a un líder narcisista, otro más; ausencia total de autocrítica, otro. El catalán disidente, el amante de la república, no puede susurrar esos tics que avergonzarían a cualquier defensor de las libertades y de la democracia, es decir, los tics que avergonzarían a cualquier republicano. ¿Y el español? El español disidente no puede susurrar ante los mandobles de la espada justiciera que reparten los rancios y autoritarios defensores de los valores patrios. Venganza y crueldad contra los que osaron levantar la voz. El disidente español ve atónito como se persiguen y condenan a todos los que se atreven a discutir el poder: persecución de raperos y titiriteros irreverentes, un ejemplo; condena del que reparte exabruptos contra la religión, otro ejemplo; encarcelación del que enfrenta su nacionalismo contra el nacionalismo de estado, otro más; o persecución de camisetas amarillas, símbolos varios, en una deriva enloquecida y ridícula.

Los disidentes deben callar. Los que no nos identificamos ni con unos ni con otros, estamos amordazados y avergonzados ante la realidad. Y, a pesar de todo, sabemos que sólo los disidentes seremos capaces de ofrecer alguna salida a la sinrazón. Porque, más tarde o temprano, será un disidente el que nos diga que no podemos seguir así. Aunque, mientras tanto, los disidentes debamos callar. No, perdón, me he equivocado: los disidentes no es que debamos callar, los disidentes vivimos amordazados con aquellas banderas que engalanan actos vergonzosos y que ni tan siquiera nos dejan respirar. Vivan los apestados. O al menos, por favor, sobrevivan a esta sinrazón.

10 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (2)

Lo cierto es que me he liado. Quería hablar de las tres cataluñas y al final, no sé por qué, me he liado con tres entradas diferentes. Y todavía no he hablado de las tres cataluñas. Ahora, ya puestos, lo dejaré para la tercera entrega. Lo ciero es que en mi viaje a Catalunya, el que ya mencioné en la entrada anterior -ver por si hay curiosidad la entrada anterior-, me di cuenta de la estructura tricéfala que posee Catalunya. Algo así como el perro Cerbero -Cerbero, el perro de tres cabezas que en la mitología griega guardaba las puertas del infierno. El caso es que la estructura tricéfala tiene que ver con el orden social, económico y geográfico actual. Tres clases, tres mundos, tres narraciones para tres cataluñas que perviven en un equilibrio, a veces, imposible y que se traslada a todos los ámbitos cotidianos. Y a la política, también.

Nos estamos jugando el presente y el futuro de las tres cataluñas. No. No exactamente. Nos jugamos el presente y el futuro siempre, pero ahora nos interesa proclamarlo. Porque ya me gustaría que nos jugáramos de verdad el futuro de Catalunya. O, mejor, el futuro de la república. Pero no, en realidad las tres cataluñas no buscan cambiar nada, sólo ser hegemónicas. Cada una de las cataluñas pugna por imponer su narración. Están triturando y tamizando el pensamiento para, al final, conseguir anular cualquier interpretación ajena a sus miserias. Esto tiene un nombre: crear patria. Ese es su objetivo: crear la patria a imagen y semejanza de sus propias miserias. A modo de recuerdo, agregaré ahora que crear la patria era el objetivo del nacionalismo decimonónico. Construir el andamiaje que ofreciera la identidad común para que todo la estructura social quedara intacta ante el peligro de los revolucionarios. En El Gatopardo -novela de Lampedusa y película de Visconti, muy recomendables ambas- se muestra magistralmente esta perspectiva tan romántico-burguesa: es necesario que todo cambie para que todo siga igual. Ése es el objetivo. Las clases medias acomodadas, los tradicionalistas y conservadores, buscan esa patria cuatribarrada, colmada de agravios y conformada con un pueblo distinguido y altivo. Las clases más altas y mucha de la clase baja prefieren el inmovilismo y una pretendida fraternidad con la España más esencial. Y, por último, los desarraigados -ideológicamente hablando- que sólo desean deshacerse de ambas patrias para crear otra muy diferente. Pero estos últimos son incapaces de ofrecer un modelo atractivo a ninguna de las dos patrias anteriores y son incapaces de imponer una narración creíble a los ojos de los más esencialistas. Total, que tenemos tres cataluñas prisioneras de sus propias miserias. En la tercera entrega me entretendré en describir su geografía, la etología y la sociología de las tres -no existe posología para estos males o al menos no sabemos de ningún remedio farmacológico.

Cerbero, o Can Cerbero, tiene una misión muy precisa: guardar las puertas del Hades. Del infierno, vamos. Pero su misión no es tanto la de vigilar que nadie pueda entrar, sino vigilar para que nadie pueda salir. Veltesta, Tretesta y Drittesta, las tres cabezas, vigilan sin cesar para que nadie escape de sus dominios infernales. El caso es que salir de cada una de las cataluñas es muy complicado. Yo diría que salir de cada una de las tres cataluñas es, hoy por hoy, imposible. Los catalanes vivimos prisioneros en alguna de ellas. Cerbero se encarga de que nadie escape.

28 octubre, 2017

República por encima de todo

Soy republicano. Sin ambigüedades. Y no es simplemente por una cuestión estética o por un desdibujado odio a nadie. El odio nunca ha construido nada, si no es para destruir después. No necesitamos más fosas en la caverna. No odio a los borbones, como no odio al clero ni odio a los poderosos adinerados. Pero, sin odiarles, no quiero que me gobiernen. Quiero una república. Quiero un estado libre en el que poder bucear o nadar sin que nadie tenga más privilegios que yo. Ni yo más que ningún otro. Y quiero bucear y nadar en la república con todas las consecuencias. La caverna dejará de ser tan cavernaria cuando la república sea la que regule nuestra vida política. Porque ser republicano es aceptar las reglas del juego republicanas. No hay república sin reglas. Como no hay juego sin reglas. Como no hay amores sin obligaciones. Debemos entregarnos a la república y a sus reglas. Sin remisiones. Nada de sólo la puntita. Los valores republicanos por encima de cualquier otro valor. ¿Y cuáles son esos valores? Esencialmente tres.

Primer valor. La obligación irrenunciable a aceptar cualquier otra opinión que no sea la mía. El respeto. La obligación inexcusable de defender el derecho ajeno a decir y desear. Sabiendo que puede desear o decir lo que yo no deseo ni digo. Es decir, el principio irrenunciable de la libertad. Ese es el origen del poder de la república. Resumiendo: la desalienación. Resumiendo: la libertad y su secuela más fundamental: el respeto. Nunca las ordas homogéneas. Nunca la sumisión a una idea. Nunca bajar la cabeza ante otra opinión, otro sentir u otro deseo. Nunca la renuncia al derecho individual de disentir.

Segundo valor. La aceptación inexcusable de la disensión conlleva también la necesidad inexcusable de la convivencia pacífica en la diferencia. La diferencia y la pluralidad como enriquecimiento. La república sólo será república en la conviviencia pacífica en la diferencia. Para construir. Siempre para construir y progresar. Siempre en paz. Sintetizando: concordia en la diferencia y en la pluralidad.

Tercer valor. Renuncia a los mitos. Renuncia al dogma. Renuncia a la construcción desde las restricciones inventadas desde la historia. O desde la religión. O desde la ideología. O desde la creencia de cualquier índole. La creencia en nuestra infallibilidad es un dogma necio. Una estupidez. El gran error. Porque todos podemos estar equivocados. Porque todos nos equivocamos. Aceptar la equivocación como una realidad es aceptar que los mitos y los dogmas nunca nos podrán gobernar. Quien quiera construir relatos para convencernos de un sentido unívoco del país, nos está manipulando como esclavo de sus deseos. Y de sus miserias. Porque somos imperfectos: viva la imperfección.

Falibilidad, concordia y libertad. Construir una república desde la aceptación de nuestro error, desde la concordia y la pluralidad, desde el respeto estricto a la libertad del otro. Y no hay más.

26 octubre, 2017

Lo inverosímil que da miedo

Sí, lo sé. Yo también estoy muy cansado. Hasta el gorro. Me agotan. Porque, a estas alturas, ya sabemos que no es tanto el llegar lo que quieren. Quieren remover. Siempre en movimiento. No es llegar, sino que se mueva. El viaje, y con él la ilusión, existe en el movimiento y nunca en alcanzar el destino final. Si se llega, se acabó. Así que estamos estirando y estirando. Hasta que cruja y reviente. Y al reventar, nos va a quedar una mierda de caverna. Todo por recoger. Los pobres sin mejorar. La educación como unos zorros. La sanidad en manos de unos pocos -que, por cierto, esos pocos seguro que son gordos y fuman gruesos puros; es como una ironía, la salud en manos de gordos fumadores. Me voy de tema, vuelvo. Que digo que ya veréis cuando tengamos que recoger la caverna. Nos va a salir toda la pelusa de debajo de los muebles. Esa que la pelusa nunca se ve, pero engorda y engorda sin remisión escondiéndose por los rincones y bajo los muebles o detrás del butacón o entre las rendijas y las grietas. Educación, sanidad, dependencia, pobreza,... Demasiada pelusa.

Pero, a pesar de estar hasta los albaricoques de todo esto, sí que hay cosas interesantes. Para discutir un ratito -ayudados, claro, de unas patatas fritas y una cerveza. Es muy interesante ver cómo asumimos con absoluta normalidad situaciones posibles que nos hubieran puesto los pelos de punta en cualquier otro momento. Oigo que todo esto puede acabar en rebelión popular. Tomando lugares estratégicos. Haciendo de escudos humanos. Oponiendo nuestras almas y -cuidado- nuestros esbeltos cuerpos para defendernos de piolines y de otros seres animados. ¿De verdad? ¿Nos lo creemos? En otro momento he escuchado que igual pasamos años o decenios empobrecidos. Pero que podemos resistirlo por el destino patrio. La patria siempre por delante del bienestar de sus individuos. Todo por la patria, que dicho sin tricornio parece menos obsceno. ¿También de verdad? Otra. Que aunque los europeos no nos quieran, pues que ellos se lo pierden. Que sin ellos también hay vida y que fuera de la Unión Europea igual la vida es más divertida. No, ¿verdad? En otro lugar he escuchado que si las empresas se van, pues que ya volverán. Y que si se quieren ir, pues que ellos se lo pierden. Que nosotros valemos mucho y que tendremos cola para recibir a bancos y empresas extranjeras. ¡Vamos, vamos! O que podremos cobrar bonos patrios. O que se puede militarizar hasta la moreneta. O que los funcionarios, todos, se van a poner de culo -¡por Dios, qué imagen! O que Mariano va a presidir la Generalitat -que seguro que puede porque si no hace nada en Madrid, aquí también puede vivir sin hacer nada. O que se nos van a enfrentar piolines y mossos, como si fuera un match en la cumbre. Pero, ¿de verdad no vamos a despertar nunca de esta sinrazón? ¿De verdad creemos alguna de estas estupideces? Cuidado porque, al despertar de la fiebre, muchos cuentan cosas inverosímiles que superan los límites de la caverna conocida. Terra ignota.

25 octubre, 2017

Inevitables renuncias

Inevitable: imposible de evitar. Que no se puede eludir, excusar, apartar. En eso se ha convertido la política con el asunto catalán: en la gestión de lo inevitable. O lo que es lo mismo: la antigestión. O lo que es lo mismo: la antipolítica. Porque lo inevitable no requiere ni permite gestión alguna. Y me quedo con los ojos como platos. Con cara de idiota. Porque me acaban de dinamitar mi esperanza: la política. El terreno en el que se construye lo posible. El terreno del cambio y del progreso. Pero no. Ellos que no. Dale que dale. Me están negando la política y me la quieren convertir en la gestión de lo inevitable. Puigdemont y todos sus seguidores y vitoreadores, junto con Rajoy y todos sus seguidores y vitoreadores. Nos venden que hemos llegado hasta aquí porque ellos no han podido hacer más que lo inevitable, pero no lo posible. Que sólo son capaces de hacer aquello que no han podido eludir, excusar o apartar. Decepcionante. Y muy triste.

Los clásicos tenían claro que la política, el discurso sobre el bien común, el arte de gobernar polis, era el juego de lo posible. Si queremos un proyecto común, deberíamos creer en la política. Porque aquello que es posible debe ser compartido y construido entre todos. Pero cuando la construcción del bien común se hace imposible y sólo contemplamos lo inevitable como única opción, entonces estamos renunciando trágicamente a la política. Y a esas quieren convencernos que hemos llegado. Porque todos los argumentos que escucho para explicar cada uno de los pasos que dan, se sustenta en lo inevitable. Y, qué quieren que les diga, o son unos inútiles como políticos o nos quieren engañar como a idiotas.

Puigdemont declarará la DUI porque es inevitable para él. Porque Rajoy y Madrid no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Rajoy aplicará el artículo 155 de la Constitución porque es inevitable para él. Porque Puigdemont y Catalunya no le han dejado otra opción. Porque no hay terreno para lo posible. Porque se ha agotado la política.

Estos son sus argumentarios. Iguales. Mezquinos. Absurdos. Dos personajes que encarnan la renuncia a la política, que renuncian a la palabra, que se esconden detrás de una inevitabilidad sólo apta para crédulos. Muy crédulos. Muy adeptos. Sólo apta para todos aquellos que renuncian al espíritu crítico y a la construcción del bien común. Pero nunca apta para nosotros, para los que aún creemos. Porque los que confiamos en la política y en la palabra no nos podemos dejar convencer tan fácilmente. Con esos argumentos. Con esas renuncias. La mezquindad política no nos puede gobernar. Porque si permitimos que la mezquindad política nos siga gobernando, estaremos renunciando a la construcción del bien común y del futuro. Renunciando al progreso. Y cada día nos venderán una renuncia más. Y cada día nos harán agachar la cabeza ante lo inevitable. Y cada día estaremos más vendidos entre sus manos mezquinas. Y no.

22 octubre, 2017

Mentiras y silencios

Nada. Nada nuevo. Queramos o no, es así. Todo como siempre ha sido. El mismo de la Ley Mordaza, el mismo que nos claveteó otra vez en el siglo XX con una ley de educación, el mismo que ha utilizado la corrupción como si fuera un mecanismo más del estado de derecho, el mismo que recortó y recortó para beneficio de unos pocos y dolor de los más débiles, ese mismo vuelve a sentenciar. Ése, el mismo, ahora se erige en garante de la democracia con la única intención de hacer desaparecer a un gobierno y amordazar a todo un parlamento. ¿Y nosotros qué? Pues nosotros seguimos enfurruñados. Y entonces una pataleta. Un lloriqueo pusilánime, como mucho. Eso sí, todo revestido de color y mucha algarabía. Como para pasar la tarde y tomar un poco el aire. Y a cenar y a dormir que mañana tengo una reunión. O, como si de una ofrenda extraordinaria se tratase, gritar en el Camp Nou un poquito -siempre y cuando no interrumpamos un gol de Messi- esperando así cambiar el mundo. O cambiar Catalunya, al menos, ya no España. ¡Para qué, si son irreformables! Pero nosotros sí. Nosotros aún tenemos solución y futuro. Pero perdóname un momentín, que se acerca el minuto 17:14 y tengo que gritar para cambiar el mundo.

Tristeza. Tristeza y mucho desánimo. Y ya no es sólo por las consecuencias de las políticas de Rajoy. Tristeza, sobre todo, porque estamos ante el borde de un abismo. Un abismo que todos hemos ayudado a acercar. Todos. Los que sabían perfectamente adónde íbamos, pero pusieron el engaño al servicio de un sentimiento patrio. Los que no sabían, aunque intuían, pero callaron cobardemente sin ser capaces de nadar contracorriente. Y los que no sabían ni intuían, pobres, porque se dejaron arrastrar. Ahí estamos todos y que cada uno aguante su vela. El abismo: décadas agachando la cabeza, sin ver ni una esperanza en el puñetero horizonte. Porque los vencedores no nos van a dejar levantar la cabeza. Y cuidado, porque los vencedores son PP y Ciudadanos, sobre todo, y a partir de hora tienen camino expedito para seguir gobernando. Han engordado tánto que pueden subsistir sin probar bocado el resto de la travesía.

Y los catalanes hemos hecho el trabajo sucio. Sí, sí, nosotros, los catalanes. Durante mucho tiempo nos hemos dejado arrastrar por mentiras. Muchas mentiras. Y deberíamos reconocer, quizás, que nunca estuvimos dispuestos a entregar la vida por esas mentiras. Deberíamos admitir que estábamos dispuestos a gritar, exigir, reclamar, argumentar, reír, mostrar,..., pero dar la vida, no. Hasta es posible que ni tan siquiera estuviéramos dispuestos a entregar el sueldo de un mes por esas mentiras. También es cierto que nadie nos las explicaba. O quizás nunca estuvimos dispuestos a escucharlas así, a bocajarro.

Nunca nos contaron que Europa no nos querría. Aún hoy he visto colear alguna secuela de esa mentira en ese infierno que es Twitter. Seremos Europa, decían. Y Europa va y nos hace una pedorreta de mucho cuidado. Una pedorreta que se ha oído hasta en Tumbuctú. Ni Alemania ni Francia ni Italia ni Reino Unido ni... ni sus bancos. Que no, que no nos quieren meándonos en una de las esquinas de Europa. Así que los europeos nos han dado una palmadita en la espalda y nos han dirigido a Mariano Rajoy para que nos devuelva al redil. Pero nos vendieron que sí. Y es que no. Nos vendieron que éramos los más europeos de entre los campeones europeos. Que a toda Europa se les iba a hacer el culo gaseosa cuando dijéramos, "ahí vamos, Europa". Pero no. El culo no se les ha hecho gaseosa. Y así estamos ahora, con vértigos.

Nunca nos contaron que no habría bancos dispuestos a darnos un euro. Ni un duro. Ni un franco ni un dólar. Que no hay dinero. Nunca nos dijeron que empezaríamos empobrecidos y que no habría créditos para poner unos malditos visillos en las ventanas. ¡Con lo bien que nos hubiera quedado! Nunca nos dijeron que funcionarios o jubilados podrían sufrir durante meses o años los sinsabores de no tener un euro en el bolsillo. Bonos patrios. ¡Nos querían pagar con bonos patrios! Eso es lo que habían pensado, cuidado. ¡Pero qué mierda de bocadillo se hace uno con un bono patrio! Claro que ellos no deben comer muchos bocadillos y no entienden.

Nunca nos dijeron que las empresas huirían de Catalunya como de la peste. Es más, nos dijeron lo contrario. A sabiendas de la cobardía de las empresas y del poco patrioterismo del dinero. "Jamás se irán", decían los gurús con americanas multicolores. Pero los gurús mentían o son unos ineptos. Porque ahora sabemos que durante décadas Catalunya podría sufrir la pobreza de no tener puestos de trabajo. ¡Décadas! Quizás, los que tenemos una cierta edad, podríamos estar dispuestos a sacrificar lo que nos queda de vida por un gozo patriótico. Quizás, no digo que no. Incluso podríamos aceptar la pobreza del resto de nuestras vidas sabiendo que hay una élite, la nuestra, que seguirá engordando -y hasta es posible que gobernando. Pero también es posible que no estemos dispuestos a hipotecar el futuro de nuestros hijos. Quizás no queremos ver cómo nuestros hijos deben irse de la patria para poder tener un proyecto de vida despatriada. ¿Alguien pensó en dejarnos elegir? ¿Alguien creyó que pudiéramos estar interesados en saber la verdad?

Nunca nos contaron que el estado tiene piolines suficientes como para dejar Catalunya como un erial. ¿De verdad creímos que en algún momento los piolines vendrían a pasearse por la playa de Sitges? ¿Quizás creímos que los piolines vendrían, pero saldrían asustados ante...? ¿Ante qué? ¿Qué queríais, que los mossos se partieran la cara por nosotros mientras les mirábamos por la ventana? ¿O pensabais verlo por la tele en un especial mossos vs piolines? No nos lo contaron, pero parecemos idiotas si creíamos que necesitábamos que nos lo contaran.

Nunca nos contaron que la democracia no era lo que suponíamos. Nunca nos contaron que la democracia, para ellos, consistía en hacer leyes a medida. A medida de la oligarquía patria. Como tampoco nos dijeron que podían pasarse la democracia por el forro y también a medida. No nos contaron que la democracia era no mirar a las minorías. Que la mitad más uno puede olvidarse perfectamente de la mitad menos uno. Que se puede construir un país maravilloso precindiendo de la mitad menos uno del país, ¡ahí te quedas! Y hablando de minorías, me hizo mucha gracia ver como Coscubiela les ponía contra las cuerdas, pero que, para ellos, perdía rápidamente la razón si el PP le aplaudía. ¿Qué tipo de argumento es éste? Pues déjenme decirles que hubiera estado bien conocer antes este argumento para poder cortarles las manos a los del PP y evitar así que aplaudieran al pobre Coscu. ¿Qué tipo de democracia es ésta? ¿De verdad podemos amordazar o reírnos en la cara de la mitad menos uno del país?

Nunca nos contaron que las decisiones importantes de mi país las tomarían los representantes electos, pero también los no electos. Una democracia donde las decisiones más trascendentales las toma el presi, el vicepresi y unos pocos amiguetes que nunca nadie les ha elegido para representarnos. Nadie. Así, como si nada, ANC y Omnium decidían con el presi y el vicepresi dónde teníamos que estar, qué teníamos que decir, hasta qué hora se debía decir y a qué hora se debería dejar de estar. O decidían si se presentaba un DUI o media DUI o la puntita de la DUI o... ¿Lo decidían los cargos elegidos democráticamente? Pues no. O, por lo menos, no sólo ellos. Y el presi y el vicepresi poniendo todos los medios para que nadie dudara. Prensa, televisión, radio y demás entes no especificables por escrito y en público. ¿Alguien preguntó? ¿Alguien nos dejó elegir a esos representantes que no nos representan? ¿De verdad se puede manejar la voluntad de tantos y tantos catalanes por unos cuantos arrogados en el papel de libertadores?

Triste, muy triste. Porque todas las mentiras nos han arrojado a los lobos. Y los lobos aúllan desde Madrid. Y a mí no me sirve con llorar y rebozarme en el victimismo. Yo no quiero llorar, yo quiero tener ilusión. Y prosperidad y futuro, para mí y para mis hijos. Y quiero creer que la justicia, el progreso y la igualdad son los retos por los que vamos a luchar en el futuro. Y sin sentir el aliento de los lobos en mi cara.

12 octubre, 2017

La derecha es derecha, siempre y donde sea.

Hay cosas que no entiendo. Muchas, perdón. Hay muchas cosas que se me aparecen como incógnitas. Y en política, también. Ya sé que dos y dos no son cuatro cuando hablamos del ser humano. Del comportamiento del ser humano. Y menos aún cuando hablamos del comportamiento colectivo. O de la respuesta política al comportamiento colectivo. O de la respuesta colectiva al comportamiento político. Es igual, el caso es que hay cosas que no entiendo. Una: ¿cómo es que la derecha, siendo derecha en todas partes, no es percibida como derecha en todas partes? Concreto un poco más: ¿cómo es que la derecha catalana no es percibida igual que la derecha española? ¿Hay una derecha con cuernos y rabo (perdón) y otra angelical? No. Yo creo que no.

Cierto es que tenemos una derecha española aferrada al terruño. Saca banderas y enarbola astas con símbolos por doquier. Se apropia de colores y enseñas. Utiliza el sentimiento patrio para preservar sus dominios. Manipula utilizando los sentimientos para anclar en la patria la desigualdad y el mantenimiento de sus propios intereses. ¿Alguien lo duda? Siendo así, ¿alguien puede dudar que esta misma jugada se realiza en Catalunya y por su propia derecha? Puede haber diferencias de estilo, pero secularmente no han tenido otro interés que el propio: proteccionismo de estructuras de poder, defensa de las desigualdades de clase, menosprecio de lo diferente,... Total, que escupir a lo diferente es el deporte favorito de esa derecha que mima, sobre todo, a su bolsillo.

Las políticas económicas. Poco que decir. Si Rajoy se esforzó por meternos en la mollera que recortar era un deporte necesario para seguir viviendo, Mas y seguidores fueron los primeros en vendernos la moto, los primeros en convencernos de que el futuro pasaba por vaciar de dinero los derechos sociales. Unos nos dijeron que es que Alemania. Los otros afirmaron que es que España. Pero el resultado es el mismo: empresas incrementando sus beneficios a costa de que los más pobres sufran, aún, un poco más.

¡Uy! Calla, que es que la utilización de la fuerza distingue a unos de otros. Es que los españoles son muy dados a dar porrazos, pero los catalanes son más sutiles. Falso. No juguemos a esconder verdades. Sólo diré un nombre: Felip Puig. Sólo me acordaré de un hecho: desalojo de plaza Catalunya cuando los ilusionantes 15M nos enseñaron un atisbo de luz. La utilización de la fuerza (ahora no hablo de Mossos o de Guardia Civil, sino de sus mandos) es una característica propia y muy característica de la derecha. Como pasa cada vez que hay una reunión del FMI, por ejemplo, en un país extranjero. ¿De verdad vamos a creernos que la derecha española es más incivilizada que la catalana? ¿Nos acordamos cuando Mas tuvo que allegarse al Parlament en helicóptero por su política de recortes y de falta absoluta de diálogo? ¿Es que no repartieron mandobles a diestro y sieniestro? ¡Vamos, hombre!

¿Y la manipulación informativa? TVE se está distinguiendo por una manipulación descarada de la información. Escondiendo hechos. Mirando hacia otro lado. O, directamente, tergiversando la realidad. Los comentaristas que nos embuten en el plasma son más casposos que las chorreras y más reaccionarios que el aceite de ricino. Mucho asco. Tanto asco que los propios profesionales de TVE se han rebelado en más de una ocasión. ¿Y qué pasa con TV3? Pues que también miran hacia otro lado (el contrario). Que nos nos enseñan todo o solo nos muestran la puntita. Que los planos no son inocentes y salen más o menos banderas en función del color. Que los comentaristas son tan plurales como un desfile militar. Que se regalan programas infumables a adeptos (o adictos) al régimen para que hagan su proselitismo barato. Que los profesionales de TV3, a través de su comité de empresa, han denunciado la falta de pluralidad y el exceso de manipulación. ¡Joder, vaya tropa a un lado y a otro!

Total: Pasatiempo imposible: encuéntrense las siete diferencias.

26 febrero, 2017

Sobre la libertad

Sobre la libertad quiero hablar. A mis chicos les gusta hablar de ella. Y lo hacen muy bien, por cierto. Sobre todo cuando se deshacen de las simplificaciones y ñoñerías que escuchan por los rincones de la caverna. Porque de ñoñerías, se dicen muchas. Lo pueril hace estragos. En la caverna luce una luz mortecina bañada en lo pueril y mediocre. Así que, si vamos a hablar sobre la libertad, no nos enredemos con tonterías tipo, "la libertad es volar como un pájaro, nadar como un pez o viajar por el firmamento como una estrella, sin límites ni lastres". ¡Dios, cuánto daño ha hecho el romanticismo! El barato y el otro, el intelectual y engreído.

Hablar sobre la libertad también implica deshacernos de planteamientos que confunden libertad con otras cosas. "Libertad es hacer lo que me dé la real gana", síntoma también de infantilismo, además de confundir "ser libre" con "ser todopoderoso". O también, "libertad es vivir sin ataduras", con lo que, sencillamente, negamos la vida. Porque ser libre implica, ante todo, vivir. Y sólo es posible vivir en la realidad de las ataduras y los muros. La libertad existe en la elección ante lo diverso y adverso, es decir, ante la vida misma. Superémoslo. La libertad es una condición que tiene que ver con la realidad en la que vivimos. Nuestra realidad social, aclaro, porque la natural ya está sumida y superada por lo social.

También deberíamos aclarar que la libertad no es un sentimiento. O, al menos, no solamente lo es. Es posible que, en las mismas condiciones, dos personas pueden o no sentirse libres. Cierto. Y alguien podría argumentar entonces que la libertad es una condición subjetiva y relativa. Pero no, no debemos caer en la trampa. No hablamos del sentimiento de ser libre, hablamos de los hechos objetivos que nos permiten afirmar si una persona puede o no sentirse libre. Porque sólo desde ese punto de vista podemos hablar de la libertad: desde las condiciones materiales y objetivas que nos permiten sentirnos libres.

Empezaremos por una aproximación negativa a la libertad. Es decir, responderemos a la pregunta: ¿qué es NO ser libre? Vamos con los hechos evaluables y objetivos. No somos libres cuando nos dicen qué es lo que tenemos que elegir. Tampoco lo somos cuando no podemos elegir -que viene a ser lo mismo. No somos libres cuando no podemos ver más allá de lo que otros nos han dibujado. O cuando nos mantienen en la ignorancia escondiéndonos la realidad. No lo somos tampoco cuando se nos esconde la cultura, la ciencia y el arte. Cuando se nos requisa el acceso a la sabiduría porque es patrimonio de unos pocos. No somos libres cuando se nos hace creer que todo es más fácil cuando pensamos en lo supérfluo y frívolo. O cuando se nos reconduce hacia la negatividad y la inacción, o hacia el vacío romántico. No somos libres cuando se nos aleja de la alegría de vivir o, lo que es lo mismo, cuando no se nos deja crecer tal y como deseábamos hacerlo. No somos libres cuando se ejerce la violencia sobre nosotros. Cualquier violencia, sin distinción. Y sobre cualquiera, sin excepción. No somos libres cuando se nos encierra tras las fronteras. Y tampoco lo somos cuando se nos obliga a defender esas mismas fronteras. No somos libres cuando no podemos hablar. No lo somos cuando se nos calla en nombre de otras ideas pretendidamente superiores. Ya sea en nombre del Hacedor o del destino, ya sea en nombre de las patrias o del statu-quo. El individuo callado nunca es libre. No somos libres cuando nos condenan a comenzar desde muy abajo. Y cuando otros nos miran desde los áticos sabiendo que no hay escaleras para alcanzarles, tampoco somos libres. Ni tampoco cuando se nos condena a la miseria, a no tener un hogar o a la marginación. No ser libre, por lo tanto, tiene que ver con la injusticia, con la manipulación y con la opresión. Y, fíjate por dónde, es así como nos encontramos cara a cara con el poder y los privilegios.

¿Y en positivo? Probemos. Soy libre cuando dejo que los demás elijan -y yo, después, también puedo elegir. Soy libre cuando animo a los demás a que miren más allá de donde hemos mirado nosotros -y yo, después, también puedo mirar más allá. Soy libre cuando ofrezco la cultura, comparto la ciencia y muestro el arte -y yo, después, también puedo recibirlo. Soy libre cuando permito que la sabiduría sea patrimonio de todos, sin execepción -y yo, después, también puedo sentirme propietario. Soy libre cuando acompaño a los demás a que se cuestionen lo esencial- y yo, después, también puedo cuestionarlo. Soy libre cuando no arrastro hacia la inacción y animo a que otros construyan sus vidas desde sus propios criterios -y yo, después, también me siento sin ataduras y puedo construir mi propia vida. Soy libre cuando no ejerzo ningún tipo de violencia sobre nadie -y yo, después, puedo sentir que nadie la ejerce sobre mí. Soy libre cuando no construyo fronteras que separen a mi prójimo de la vida -y yo, después, también vivo sin muros que me encierren. Soy libre cuando permito y defiendo la palabra diferente y divergente -y yo, después, puedo hablar sin que nadie me lo impida. Soy libre cuando destruyo las mentiras superiores que oprimen la palabra de mi prójimo -y yo, después, no encuentro mentiras que me callen. Soy libre cuando no permito que los demás me miren desde muy abajo -y yo, después, sé que no habrá condiciones materiales que me hagan inferior a nadie. En definitiva, soy libre cuando me comprometo con mi prójimo y con la acción que evite las injusticias, la manipulación y la opresión. Y yo, después -y sólo después-, pueda contar con el compromiso de todos en defenderme de la injusticia, la manipulación y la opresión.

Quizás ahora se entienda por qué las ñoñerías son sólo ñoñerías. Y quizás también así se entienda por qué me gusta tánto ser profesor.

22 febrero, 2017

Ya no hay veranos de ilusiones

La caverna es muy complicada. Y yo no soy un sabio. Que eso también cuenta.

No entiendo ni conozco los motivos posibles o probables del Brexit. Todo se me deshilacha en sospechas o intuiciones. Tampoco sería capaz de analizar en profundidad los motivos sociológicos del auge de la extrema derecha en Francia. O en Alemania. O en Hungría. Y me pregunto, ¿cómo es que Trump llega a ser presidente de los EEUU con un bagaje tan deleznable a cuestas? Pues, la verdad, no tengo datos suficientes como para fundamentar una opinión certera. O también, ¿qué explicaría el auge de nacionalismos como el de Catalunya o el Véneto o el de Flandes? Sospecho, pero nada más. No puedo aplastar con datos y bibliografía una opinión definitiva. Me lo podría inventar como hacen casi todos, pero hoy no estoy para inventos. ¿Qué fue de las primaveras? Digo, las árabes y las de respirar un tiempo nuevo. Parece que las primaveras se desvanecieron mucho antes de que diera tiempo de llegar al verano.

Y ahora, ¿qué le pasa a la izquierda? ¿Dónde se quedan los proyectos ilusionantes? ¿Dónde están los sueños del verano? A la greña están los que podrían animarnos a cambiar el mundo. Nadie se atreve a ofrecernos una maldita ilusión para llevarnos a la boca. Y, aún peor. Abandonamos a la muerte, sin piedad, mientras nos calentamos el culo a la luz de una lumbre débil. O a la pobre luz de un televisor que nos lo muestra. Y nos decimos, que no vengan a mi casa. Cuidado que se van a comer mi pan. Alejamos lo lejano para sentirnos seguros. Y lo cercano ya no existe porque, sencillamente, no queremos mirar. Nos sentimos un poco más seguros hundiendo la cabeza en nuestro agujero. ¡La caverna, nuestra dulce caverna! Globalizamos las penas y nos alejamos de las alegrías al ritmo que marcan unos pocos. Y lloramos. Pero no por los demás. Lloramos desconsolados porque nos sentimos abandonados. Los muchos permanecemos timoratos mirándonos los unos a los otros, mientras los pocos siguen moviendo el mundo al ritmo que marcan sus bolsillos. Y permanecemos muy quietos, con miedo a respirar si quiera, por si así podemos evitar que tengamos que poner el cuello.

La caverna es muy complicada. Y yo no soy un sabio. Que eso también cuenta. Pero creo que este mundo necesita algo más que un sabio. Porque, si no es así, el futuro se irá emborronando en una gama de grises difusa y maloliente. Si no somos capaces de gritar, al fin, las ilusiones se nos van a ir deshilachando sin que podamos recomponer nada. Y no lo podemos permitir. No ya por nosotros, sino por los que deberían recoger las banderas de los sueños y la esperanza.

30 enero, 2017

Trump y lo mejor de la Gran América

Trump es el cavernario más cavernario que hay en la caverna. Incluso yo diría que es el cavernario más cavernario que pudiéramos soñar hoy en día en la caverna. Vamos, que ni soñándolo a propósito. Yo creo que es el pilar sobre el que aún se sostienen los rincones más putrefactos de la caverna. Es como si le hubieran cocido en la soberbia y en la inconsciencia propia de un mico y que después hubieran destilado lo más esencial de sus miserias. Representa, ni más ni menos, todo aquello que más nos avergüenza a los cavernarios díscolos. Porque, ya se habrán fijado, igual escupe machismo, como te suelta una pedorreta de racismo o aporofobia. Igual se mofa y menosprecia lo ajeno, como muestra con soberbia y orgullo su más absoluto analfabetismo. Una joya, vamos. Eso sí, todo desde un fondo muy dorado. Sintetizando y por abreviar: una horterada estética, un vómito intelectual y una ofensa a la decencia.

No voy a explicar las muchas torpezas, las muchas muestras de xenofobia, racismo, machismo, aporofobia y otras muchas lindezas del personaje. De sobras son conocidas por todos. Sí quiero centrarme, sin embargo, en lo mucho que ha aportado para mostrarnos lo mejor de la Gran América. Sí, sé lo que digo. Porque recordarán que Trump quería hacer nuevamente grande a América y, de hecho, creo que lo está consiguiendo. Y sin mucho esfuerzo. ¿No estamos de acuerdo? A ver, poco a poco. Permítanseme unas líneas de duda y es posible que sepa explicarme. Gracias a Trump he visto a abogados perder el culo para llegar a los aeropuertos y poder asistir a los extranjeros musulmanes. Gracias a Trump los taxistas de Nueva York se han manifestado en contra de su presidente por racista y xenófobo. Gracias a Trump oigo a actores clamar por las libertades y por el respeto a las minorías. Gracias a Trump en Nueva York, Boston, Porlant y otras ciudades, se manifiestan descaradamente en contra de un personaje con hechuras de dictador. Gracias a Trump las mujeres han llenado Washington dejando en ridículo la ceremonia de proclamación de su presidencia. Es decir, gracias a Trump estamos volviendo a ver lo que siempre me ha atraído de EEUU y que realmente les hace grandes: esa capacidad para poder reaccionar con contundencia y descaro en defensa de la propia libertad y los derechos civiles. A ver, visto así, Trump realmente ha despertado a la Gran América.

Y una última cosa antes de cerrar. Esa Gran América es mucho más grande que la vieja y anquilosada Europa. Vieja, enferma y demente. Porque desde Europa nos comportamos como esos viejos cascarrabias que ven lo negativo en todo cuanto hay a su alrededor, pero sin ser capaces de ver el esperpento en que nos hemos convertido. Si Trump quiere lecciones sobre muros o de cómo dejar morir a miles de refugiados mareando la perdiz, pásese por Europa y se lo explican. Que aquí somos expertos.

26 octubre, 2016

Construcción de relato y abstención

La construcción del relato es fundamental para aceptar o rechazar lo que se nos aparece por los rincones de la caverna. De cuando en cuando, como el que no quiere la cosa, se nos aparece en la caverna lo vergonzante, lo intolerable o lo insospechado. Así, como de improviso y para romper el orden. Y en cualquier oscuro rincón, bajo las mesas o escondido detrás de los culos de sus encubridores. Entonces llega lo de explicar el contexto, las razones y causas, las excusas y los artificios. Es decir, la construcción del relato que debe culminar con la inevitabilidad incontestable del hecho que tanto escuece (¡menuda frasecita!). Sigamos. Pasa en la vida cotidiana. Justificarnos es parte de nuestras obligaciones diarias. No nos queda otra opción cuando nos encuentran con el dedo dentro del frasco de mermelada. ¿Hemos metido la pata? Pues a relatar. "Esto no es lo que parece", "estoy en un momento de mi vida en que...", "no puedo soportar más la presión", "hay razones que no entenderías jamás". La verdad es que el surtido es mucho más amplio y muchos cavernarios muerden (o mordemos) el anzuelo (y mordemos y lanzamos).

También pasa en otros ámbitos más públicos. Algunos tan pueriles e intrascendentales como el deporte de élite. Los clubes, jugadores y aficionados de fútbol, son auténticos malabaristas del embuste justificador. El figura del momento, el club o la santa madre que los parió, siempre encuentran una excusa para verse agraviados o derrotados por las fuerzas sobrehumanas a las que están sometidos. Ya he dicho pueriles, ¿verdad? Pues eso, de criaturas por construir. En otros ámbitos ya la cosa es más grave y trasciende los espíritus de los individuos cavernarios. La construcción de lo nacional, por ejemplo. Españoles, catalanes, vascos o franceses, británicos y escoceses, todos revisten las paredes de su caverna para encontrar el sentido de la existencia común. Es el relato que justifica la identificación con el grupo y donde podemos deshacernos como individuos para integrarnos en algo mucho más grande. Pero cavernario también. En este caso el relato se escribe con muchas más piezas y bastante más elaboradas. La historia, generalmente, sirve muy bien para empedrar las paredes. Pero también los agravios supuestos y los sentimientos intangibles. Esos sentimientos que se moldean a base de elaboradas yeserías para embellecer y recargar los rincones y las esquinas.

Y estos días, el gran relato actual en esta caverna, es el de una abstención. Como el que no quiere la cosa, hemos pasado por hechos y explicaciones que han dado como resultado lo insospechado: una abstención ante el partido más corrupto que hemos conocido, para que los mismos sigan controlando los resortes del poder. Ese relato que ha construido el PSOE está tiznado de mentiras, renuncias y mucho necesidad de mantener el pequeño poder que aún les queda a algunos. Los llamados barones han construido una explicación que ha llevado a muchos de los actuales dirigentes del PSOE a comerse como sapos sus propias palabras o, incluso, su propios deseos. Todo sea por mantener el poder en algunos rincones de la caverna. Todo sea por controlar los mecanismos del partido. Todo sea por la ambición de alguno y alguna. Bajo mano, bajo la mesa, se fraguan ahora los mentiras que deben desembocar en lo inesperado o en lo innecesario. Veremos quién será el que se entrone al final del relato (y si comerá perdices).

PD: Me da mucha pereza enumerar las mentiras, las medioverdades y los artificios con los que se ha construído este relato. ¡Quién sabe! Igual dentro de unos días.

19 agosto, 2016

La corrupción en naranja

Sí, lo sé. Ya sé que lo dije antes. Pero insisto. ¿Por qué? Pues porque si ellos insisten en robar impunemente, yo insisto en escupirles a la cara lo que pienso sobre ellos. Además, ahora se nos está vendiendo otra tergiversación más. Y no, no trago. Todo viene de un artículo anterior. Por si alguien quiere volver a leer la fuente,  aquí la dejo. Pero voy al grano. Retomo en aquella idea de que los corruptores y corruptos se esfuerzan mucho y bien en hacernos creer que la corrupción es cosa de todos. Que todos estamos hasta el cuello del lodo cavernario y que, por lo tanto, no hay grandes diferencias entre Granados o Pujol y aquél que se ahorra el IVA en un chapuza casera. Ésa es la igualdad que ellos proclaman. España es una país libre de iguales, anuncian. Falso de todas todas. Y lo peor no es que lo digan, lo peor es que hay algunos millones de imbéciles dispuestos a creérselo.

Osea, tal y como lo presentan, parece que nadie sea culpable de esta corrupción sistémica. Todos nos hemos metido algo en el bolsillo que no nos correspondía. Que no, que no somos estúpidos. Que no nos creemos que los instaladores de Ikea vayan dejando miles de euros en los armarios. Que no nos creemos que inútiles como los que conocemos -Granados, Pujol, Blesa o Rato- puedan enriquecerse, si no es a costa de nosotros. Ahora ya no cuela. Que no nos creemos que Barberá o Martínez-Pujalte no se hayan aprovechado de su situación con la connivencia de su partido. La corrupción es sistémica, sí. Tenemos una corrupción perfectamente engranada en los mecanismos de poder. Por tanto, la maquinaria es corrupta. Y esta es la cuestión fundamental. Porque no tenemos una policía corrupta ni unos funcionarios corruptos. No tenemos una sociedad corrupta, digan lo que digan los voceras de turno. Pero tenemos un sistema en el que los partidos políticos se corrompen fácilmente para financiarse de forma ilegal. Y de paso, algún aprovechado ha engordado sus cuentas en el extranjero. ¿Y los responsables de esos partidos? Permitieron la corrupción. La permitieron conscientemente porque nunca legislaron ni hicieron nada para impedirla. Y sí, he dicho conscientemente. Hicieron la vista gorda ante el rumor lejano de los billetes galopando hacia el partido o a bolsillos amigos. En fin, que les acuso a ellos y solo a ellos de la mierda que flota en la caverna. Esa mierda es suya y no nuestra. El que ha gobernado y ha permitido, por acción u omisión, la corrupción generalizada es culpable. ¿Por qué? Pues porque alguien les eligió para gobernar, no para hacerse el idiota. Y, a todo esto, hora viene Rivera a enseñarnos la "nueva política". Ahora viene Rivera con su "altura de miras". Ahora viene Rivera para comerse sus palabras, aquellas que anunciaron a bombo y platillo que jamás apoyaría un gobierno de Mariano Rajoy. Ahora viene Rivera con seis medidas anticorrupción que solo intentan maquillar su apoyo a un gobierno de Rajoy. Pero Rivera no regenerará nada, absolutamente nada. Rivera navega sin timón por aguas bravas y comiéndose uno tras otro sus propios sapos. O igual es que la "altura de miras" consiste en mirar hacia arriba mientras te mueves por el mismo cieno maloliente que otros han alimentado en la caverna. Sí, debe ser esto último. Y, por lo tanto, nos trata de idiotas.


10 agosto, 2016

Me avergüenzo en catalán

Me avergüenzo, no lo puedo remediar. Llevo toda mi vida metido en la caverna y conozco perfectamente cómo funciona, pero me avergüenzo. Y es que, aunque lo sospeches, ver la desfachatez, el descaro, la impunidad con la que se mueven y mienten estos mentecatos, me supera. Parece ser que ayer, en can Rahola, situada en la población pijiguay de Cadaqués, Girona, se reunieron una serie de amiguetes. La histriónica y contumaz discutidora Rahola puso el escenario. Una mujer que discute igual que engulliría un podenco en una jamonería. No debe ser de paladar fino en cuanto a ideas, seguro. Eso sí, patriota a más no poder. Y no entiendo cómo no ha posado aún enseñando una teta y liderando al pueblo catalán hacia Ítaca. Pero sigamos y salgamos del cardado Rahola. Como destacado invitado, el molt honorable senyor Puigdemont, ejerciendo de cantante de club demodé. Pero aquí no acaba la cosa. El panzudo Laporta, otro histriónico engreído que gusta bañarse en Moët Chandon, se mostraba con gafas de sol oscuras dentro del salón. Lo de las gafas de sol era para dar realce o para esconder la ingesta etílica, o para ambas cosas. Y cuidadín con Laporta, que éste, con una copa de más, también es capaz de arrastrar al pueblo catalán a Ítaca o al lado oscuro junto a Darth Vader a través del hiperespacio. Es igual, está acostumbrado a hacer lo que le salga de la panza sin que nadie le lleve la contraria. Y a partir de aquí, pues un jefe de policía, algunos periodistas, algún empresario, algún político más,..., es decir, lo más excelso de esta decadente sociedad catalana que se envuelve en la cuatribarrada para prepararnos una croqueta indigesta, pero que nos tragamos como indigentes.

Me avergüenzo. Y mucho que me avergüenzo. Pero ya no tanto por estas escenas esperpénticas que, sinceramente, me la traen al pairo, sino porque si esto mismo hubiera ocurrido en Madrid, ahora los ladridos de perros se escucharían en Tumbuctú. Si se hubieran reunido el presidente del gobierno junto con otros políticos, periodistas, expresidentes de clubes de fútbol, empresarios, responsables policiales y demás personajillos en la casa madrileña de... pongamos... Ana Rosa Quintana, cualquiera de nosotros estaría escandalizado y los puristas catalanes escupirían con desprecio la afrenta. Pero, sin embargo, ellos sí pueden hacerlo con impunidad porque la victimización en la que se sumergen les da alas para exhibirse sin recato. Son la élite, lo saben ellos y nadie lo pone en duda, y tienen bula moral. Así se exhiben. Me avergüenzo y mucho. Pero sobre todo me avergüenzo porque hay dos millones de catalanes que disculpan y protegen estos comportamientos obscenos.

De todas formas, que nadie olvide que llevo tiempo avergonzado, y mucho, con los ocho millones de votantes que amparan con sus votos a un partido que ha ejercido o disimulado la corrupción política. Ellos también con desfachatez e impunidad. No sea ahora que, por morder a tirios, se me envalentonen los troyanos.

27 junio, 2016

A tomar por culo con el lucernario

Por Diós, te vas unos días y se te pone la caverna hecha unos zorros. Todo manga por hombro. ¡Qué barbaridad! Me da en la nariz que por aquí se nos ha desbocado algún indeseable y nos lo ha destrozado todo. Hasta se nos han deshecho los bordados de las cortinas y las cenefas más altas de los capiteles, todo lo que nos hacía creer que teníamos un rinconcito muy mono en la caverna. Recuerdo que, hace unos meses, aún teníamos la ilusión de abrir un lucernario apuntando hacia el firmamento. Bien grande, allá, muy arriba. En el centro del techo de la caverna. Y nos pusimos a ello. Habíamos soñado con un gran lucernario que dejara entrar la luz del sol y, por qué no, también el aire fresquito del bosque. Pero nada. ¡El lucernario a tomar por culo! De repente, se nos ha venido abajo el techo para llenarlo todo de cascoques polvorientos y dejando al descubierto una roca muy dura de arañar. ¡Joder, con qué facilidad se nos deshacen los sueños! Parece mentira, un chasquido de dedos y se te queda cara de idiota cuando, al despertar, en lugar del unicornio, te ves al lado un viejo burro sarnoso. Pero así es la caverna. Y aquí nos tiene atrapados.

Y cuando en la caverna todo se nos llena de mierda y cascotes, también se escuchan ruidos de navajas y algunos comienzan a salivar en la promesa de darle un buen bocado a los heridos. Hay que comerse al incauto. Pero es que hay nalgas muy jugosas. Bueno, en realidad hay de todo. Hay nalgas jugosas y culos revenidos, seamos sinceros. No se me vayan a creer que aquí todos somos adonises y venuses. Además, también los hay de estilo plañideras. Estos lloran y lloran, pase lo que pase. Me ponen de los nervios. No los soporto. Buá, buá y buá. De ahí no los sacas. En lugar de ponerse a apartar cascotes y quitar mierda de en medio, se me ponen a llorar como niños timoratos. Y comienzan con sus mantras. ¿Qué hemos hecho? ¿En qué nos hemos equivocado? ¡Esto es el fin! Que no, que no, mojigatos. Que la caverna siempre ha sido la caverna y no la vais a cambiar en dos días. ¿Qué esperabas, tontín? ¡Deja de gimotear, caraculo, y ponte a limpiar cascotes! ¡Que hay que dejarlo todo listo para volver a trabajar en el lucernario! ¡Poco espíritu, Dios! En su defensa he de decir que igual que se ponen a llorar, también se me entusiasman y en seguida se creen que van a agujerear el techo de la caverna hasta llegar a tocar el mismísimo cielo. Son así.

Los otros, los peligrosos, los carnívoros, esos ya son otra cosa. Están muy atentos a las jugosas nalgas que han quedado al descubierto con el trajín. El que ayer era tu enemigo acérrimo, hoy es un dulce corderito que, de repente, te empieza a rondar. Hola, te dicen, y se te van acercando con las manos dispuestas a acariciarte la cintura. Melosos, se te arriman como ondulándose, esperando hasta que están bien pegaditos y pueden clavarte las uñas en el culo. Zas, se oye de repente una palmetada, y después el desgarro. Y la nalga ya te la han jodido de un zarpazo. Por eso tengo que ir con cuidado. Se me han herido varios en la caverna. Y los pobres están desconcertados y con el culo al aire. Ya están las hienas salivando alrededor, las oigo acercarse. Esto será el festin de los culitos tiernos. Las hienas comienzan con los cantos de sirenas: que qué bien tu y yo juntos, al fin; que qué pena que no nos hayamos visto antes, con lo bien que nos llevamos; que qué mal anteayer, cuando aún no nos entendíamos; que qué vamos a hacer el uno sin el otro,... Y las manos ya empiezan a rondar las nalgas. Afilando uñas. Alguno de los carnívoros hasta ha amagado con alguna reverencia para allegar así la boca a las jugosas carnes. Son capaces de cualquier cosa con tal de morder el inocente jamón. Se me acumula la faena.

Por cierto, cuánto culo, ¿no?

22 abril, 2016

De mafiosos y traidores

Puede parecer una democracia extraña la nuestra, pero no. Igual sois raros vosotros. Porque en la caverna pasan cosas que son muy normales. Normales, digo, porque son la norma, la práctica repetida en el tiempo. En definitiva, porque siempre han sido así. Y, la verdad, entiendo que sigan siendo así. Al fin y al cabo, los que mantienen esa normalidad son los beneficiarios de sus resultados. Pasa, por ejemplo, que el exministro Soria puede llegar a ser vitoreado después de haber mentido a todos y cada uno de los que confiaron en él. Soria puede ser vitoreado después de saberse que ha escapado al fisco con maniobras reservadas a los más poderosos y traicionando al pueblo que debiera proteger. Pasa también, por ejemplo, que muchos entienden que Pujol dibuje su país a la sombra de sus bolsillos. Y esos mismos seguirán viendo en Pujol al mesías incomprendido por un estado opresor. El estado opresor es algo maravilloso para los nacionalistas bolsilleros. Pasa, por ejemplo, que Rita, la Barberá, pueda llegar a ser votada por muchos, los mismos que han escuchado y entendido cómo la señora se ha pasado las leyes por la faja. Pasa, por ejemplo, que haya un expresidente de gobierno, Aznar, que distrae impuestos con las mismas artimañas que en otro momento utilizara el señor Monedero. Pero la prensa obediente pasea de puntillas por el hecho, aunque en su momento enviara mandobles de espada al señor Monedero. Sintetizando, pasa mucho en la caverna que mafiosos y traidores se protegen con votos. La democracia en la caverna tiene estas cosas y podemos llegar a proteger a los mismos que no tienen pudor alguno en enviarnos a la pobreza, a la intemperie o a la muerte. A donde sea, con tal de que ellos puedan seguir manteniendo su patria y, sobre todo, sus bolsillos llenos. Puede parecer una democracia extraña la nuestra. Pero no, es la caverna.

21 febrero, 2016

La justicia ininteligible

La justicia es ininteligible, ¿quién la inteligibilizará? El inteligibilizador que la inteligibilice, buen inteligibilizador será. ¡A gusto me he quedado! Aunque no es un simple trabalenguas. No es esa la intención. La intención es clara y explícita, tal y como suena: para mí es ininteligible la justicia y parece que estamos muy lejos de hacerla inteligible. ¿Por qué será? Pues porque la justicia, como cualquier otra institución del estado, sirve a unos intereses. Por supuesto, en una sociedad democrática, los intereses debieran ser los intereses de todos. Pero, ¿alguien cree a estas alturas que es así? La justicia debiera servir al bien común y en esas debemos estar, hasta conseguir que efectivamente responda en algún momento al bien común. Mientras tanto, seamos realistas y aceptemos que la justicia sigue blindando a un grupo de personas privilegiadas. Sí, sin dudas por mi parte. Es más, les señalo: a los mismos que secularmente han estado al abrigo del poder. Camaleónicamente, saben adaptarse a los regímenes y los caprichos de la política. Y blindan su posición con la justicia. Ya sea a través del corpus de leyes aprobadas por el poder legislativo y que, en nuestra caverna, en algo se democratizaron, aunque sin romper del todo con el régimen anterior. Se blindan también a través de los procedimientos admitidos por la justicia, procedimientos que siempre favorecen a los que poseen recursos para alargarlos, evadirlos o anularlos. Y por supuesto se blindan a través de algunos jueces que en sus apellidos arrastran un largo abolengo de familias privilegiadas. Jueces que han mamado la mirada altanera y desprecian abiertamente los valores de las sociedades democráticas. Total: el poder se blinda. Y resumiendo: el poder se blinda con sus leyes, con sus procedimientos y con jueces propios. Si no es así, ¿cómo se puede entender que enseñar un sujetador en un acto de protesta sea tan punible como meter la mano en la caja del dinero de todos para robarnos? ¿Cómo se puede entender que los ladrones sigan riéndose de todos nosotros? Todo el mundo se acuerda de Bárcenas, Rato o los Pujol. Pero son muchos más. No hace tanto que una madre se vio en el trance de tener que entrar en la cárcel por robar unos euros para comprar pañales para su hijo. Pero Millet robó a manos llenas en el Palau de la Música Catalana y sigue comiendo en carísimos restaurantes de Barcelona, luciendo palmito e inmune al castigo de la justicia ¿Alguien sabe cuántas personas se han arruinado con los tejemanejes de Blesa? ¿Cuántos se han podido llegar a suicidar por su culpa? Pero él sigue libre por Madrid. Que no. Que no me convencerán que la justicia es inteligible. Bueno sí, quizás la justicia es trasparente: se enrevesa para proteger a los mismos, dejándonos abandonados de nuestros derechos a los demás, manteniendo la desigualdad i la injusticia. La justicia injusta. Un oxímoron más de nuestra realidad.

15 febrero, 2016

La dignidad perdida de Rajoy y Aguirre

Dignidad. Lo cierto es que me cuesta definir el término de una manera clara. No, no busquen en la RAE. No aclararemos gran cosa. Seguramente en la caverna andamos un poco despistados y aún no hemos sido capaces de descubrir abiertamente qué sea eso de la dignidad. Quizás en negativo sea más fácil definirlo. Porque en negativo no tiene por qué ser negativo. El negativo es el contraste. Y el negativo es siempre una mirada que sorprende. En el negativo podemos ver los matices que a pleno sol se nos velan. Y a mí me gusta sorprenderme. Es una manera de recordarnos que aún no lo hemos descubierto todo. Sea pues, en negativo. Pregunto: ¿a dónde vamos con la dignidad? Seguramente a ningún sitio. Pero con la indignidad arrastramos un peso excesivo para el alma. Queridas y amigos, con la indignidad se nos vuelca el alma hacia el fin. Cuando aparece la indignidad, también aparecen las arrugas. Pero no aquellas arrugas que se dicen bellas, si las hay, sino las arrugas que nos afean y ensombrecen el rostro. Las arrugas que muestran al ser vencido y camino de la muerte. Saben a lo que me refiero, ¿verdad? Con la indignidad se nos marcan crudamente las faltas y las heridas de la vida, se nos hunden los ojos y la piel se acerca a la calavera. Aparecen las viejas cicatrices para recordarnos que no hemos sido felices porque hemos perdido nuestra partida en la vida. Y lo peor, las arrugas nos abofetean con una cruda verdad: ya nos queda poco por recuperar y nada por conseguir. Esas arrugas las he visto estos días en dos personas que no a todos nos gustan. En Esperanza, la Aguirre, y en Mariano, el Rajoy. No son santos de mi devoción, lo admito. En más de una ocasión les he calificado de mediocres y mentiroso, pero ahora me despiertan compadecimiento. Sí, me compadezco de ellos. Creo que porque les veo vencidos. Con la dignidad perdida. Con las arrugas de la vida ensombreciendo un rostro casi sin aliento. Igual soy un torpe idiota, lo admito, pero no puedo evitar compadecerme de esos dos seres.

Es posible que ni Rajoy ni Aguirre hayan participado de las tropelías de sus colegas. Es posible que ni Rajoy ni Aguirre sean unos mangantes. No lo descartemos. Es posible que ellos hayan sido tan estúpidos de no enterarse de los desmanes de sus subordinados. Por supuesto, si han robado deben pagar. Duramente. Muy duramente porque disfrutaban de una posición de privilegio. Y eso debe ser un agravante. Pero también es posible que bajo su sombra otros se aprovechasen. Y, si es así, también deben pagar. Por incompetentes. Por no ser capaces de cortarles a tiempo las manos a los ladrones. Por no haber sido capaces de exponerlos al escarnio público. Es igual, hayan robado o no, el caso es que deben pagar por ladrones o por incompetentes. Pero, para satisfacer en algo nuestra sed de justicia, creo que ya están pagando. Ellos saben que han perdido la dignidad. Lo saben. Quizás nunca lo reconozcan y aún intenten levantar el mentón para mantener erguida la figura. Pero cuando apagan la luz de su mesita antes de dormir, ellos saben que han perdido la dignidad y que el recuerdo que quedará de ellos es el de unos seres indignos. ¿Cómo puedo estar tan seguro de que lo saben? Fácil. Miren sus ojos. Miren cómo se han ido hundiendo en unas cuencas profundas. Miren cómo sus pómulos se han ido aguzando. Miren cómo el mentón ya no es joven y comienza a temblar por los miedos del final. En Rajoy y en Aguirre se puede adivinar el olor que desprenden los que se saben perdidos y sin tiempo de recuperar el lustre de la dignidad. ¿Queríamos saber qué es la dignidad? Miren el negativo y en algo nos podrá alumbrar.

10 febrero, 2016

Contra los Pujol

Sinceramente, no suelen sacarme de quicio los ladrones. Sí, ya sé que esto no suena bien dicho así, sin guarnición. Pero es que así lo pienso. Ahora pongo la guarnición. Conste que no disculpo a los ladrones, sin más. Conste que no deseo hacer apología del robo ni tampoco lo justifico. Aunque haya situaciones en las que yo también robaría. Sí, eso sí lo reconozco. Y no, por supuesto no me refiero a situaciones en las que se abusa del poder, sino a situaciones de desesperación o de injusticia natural. Terreno pantanoso, ya lo sé. Pero es que en situaciones de desigualdad en las que se pone en riesgo la propia supervivencia o la de las que están bajo nuestra protección, creo que uno debe responder a las leyes naturales. Después ya vendrán las leyes humanas a poner orden, por supuesto. Porque la supervivencia es una ley natural a la que deben poner coto las leyes humanas. Pero no me quiero liar más en estos parajes. En otro momento. Tampoco es que quiera liarme con los otros ladrones. Los ladrones del descaro. Los robos de los miserables. Los robos de los que en la caverna nacieron para pisotear a los semejantes. Con estos ladrones, a los que desprecio profundamente, tampoco me quiero liar. Aunque insisto en la premisa de salida: no me sacan de quicio. Sí me sacan de quicio las injusticias. Que el ladrón quede impune, me enerva. Que las leyes humanas se burlen o se apliquen arbitrariamente en favor de los mangantes, me subleva de tal manera que despierta en mí a un ser violento y nada racional. Porque debemos distinguir de entre los ladrones a la clase más excelsa: los mangantes. A estos, vuelvo a ser sincero, les escupiría en la cara. Aunque no por ladrones, sino por la impunidad.

Pero, ademas de la impunidad, también me sacan de mis casillas la soberbia y el menosprecio con el que nos abofetean estos mangantes. En la caverna española hay muchísimos casos. Pero en la caverna catalana, también. Y muy paradigmáticos. El clan Pujol en su totalidad, lo son. Y en especial, don Jordi y doña Marta. No creo que nos desviemos mucho de la verdad si pensamos que los Pujol son ladrones. Tal y como suena. Pero, además, de la clase mangante. Es decir, de los que se sienten impunes y creen que el mundo debe ser desigual. Porque, en su caso, la cuna y la posición social justifican que vivan de la injusticia y de la desigualdad, con total descaro. Todo esto según ellos, claro. Y, además, se creen con la dignidad suficiente y exclusiva de menospreciar a cualquiera que se ponga en su camino. Denigrar a inmigrantes. A los que no hablan su lengua. A los que no huelen a exquisito. A los que no se rebozaron en su bandera. Menospreciar a pobres. A trabajadores. A los que rezan en otros templos. A los que desean salir del lodo. O desean simplemente sobrevivir. Marta y Jordi. Tendría que haber un delito reconocido que fuera el robo con menosprecio. Un delito penado como delito contra la humanidad. Porque ya no se trata solo de robar como mangantes, cosa grave, sino que se trata de manejarse con la altivez suficiente como creer que los demás somos escoria, material sobrante sin ningún tipo de valor.

Me reafirmo, a ellos sí les escupiría a la cara. Pero un escupitajo en toda regla. Un buen escupitajo, cargado con todas las flemas que fuera capaz de rascar de cada uno de los rincones de mi ser. Contra ellos sí me dejaría traspasar por la irracionalidad para devolverles en algo su menosprecio y altivez.

03 febrero, 2016

El arte de decir y no decir en política

El lenguaje político cavernario tiene una serie de características propias. Advierto que yo no soy nadie. Mejor dicho, yo no sé nada sobre el tema, pero sí me fijo mucho. Espera, espera un momento antes de dar carpetazo. A ver, yo me fijo y no creo que lo haga tan mal. Porque soy de abrir mucho los ojos y querer comprender. En todo caso, si me equivoco, espero rectificaciones. Soy todo orejas. O casi todo. En la caverna es importante seguir aprendiendo siempre. Hay que estar al día. En la caverna hay que conocer cada rincón, si quieres ser alguien. Y yo ya he dicho que no soy nadie. En todo caso, estoy en proceso de dejar de ser nadie. Y sí, ya sé que esto no asegura más que la intención. Pero, a falta de sabios, buenos son aprendices. Voy allá.

Ambigüedad. La ambigüedad es un arte. Decir lo que no se quiere decir, pero insinuando lo que queremos decir: a elecciones. O decir lo que queremos decir, pero sin dejar de decir lo que no queremos mencionar: a elecciones. Complicado, ¿no? En realidad no es complicado. Lo complicado es entenderme a mí. Es que yo me explico y me tengo que leer dos o tres veces para entenderme. Si ya lo sé. Ahí va mi solidaridad para con los que quieran entenderme. Volvamos. La ambigüedad debe tener un fin: poder rectificar en cualquier momento afirmando que querías decir lo que no se te entendió: a elecciones. Es importante que no te pillen con el culo al aire. Por cierto, ¡qué imagen, por Dios! A lo que iba. Todos llevan semanas jugando a no decir lo que no quieren, o a no decir lo que quieren, pero sin que nadie pueda afirmar que lo dijeron o que lo querían. ¡Dios, me he leído tres veces y aun no me he entendido! Pero es que la ambigüedad es un arte. Moverse entre las tinieblas, sorteando sentidos que se levantan como muros y sin romperte la crisma. Toda una habilidad que no está al alcance de todos. Yo no sobreviviría ni con chichonera de titanio.

Deslizamiento. Otra habilidad que yo admiro. Dejar ir los sentidos sin que nadie pueda atribuirte haber dicho nada. O atribuírtelo, pero sin que sea un frente abierto. Con disimulo y una sonrisa en la cara. Cuidado, esto es mucho más que una simple insinuación. Esto es deslizar el yunque sin que nadie pueda olerlo hasta que haya aplastado la crisma a la víctima. Después de escuchar a Pablo, uno tiene la impresión de que Rajoy es un inútil que ni dibuja ni una O con un canuto, que Rivera es un tipo sin poder ni carisma y que Pedro es un timorato indeciso. Oyendo a Sánchez, sin que llegue a decirlo, se desliza la radicalidad bolivariana de Iglesias o que la podredumbre de Valencia no deja aire limpio en Génova o que la derecha comprensiva la encabeza Rivera, aunque muy pardilla. O escuchando Rivera...no, éste no domina tan bien el deslizamiento. Como tampoco lo domina el primario Rajoy, aunque hace sus pinitos con Sánchez y los separatistas catalanes, o con Iglesias y el chavismo. Porque, cuando dominan el arte, los sentidos se deslizan con vaselina hasta hincarse bien adentro. ¡Por Dios, otra vez la imagen! No tengo solución.

Total, que nos vamos de elecciones, parece. Porque al final, uno tiene la impresión que desde el 21 de diciembre todo el mundo sacó la calculadora y comenzaron a descontar y sumar de cara a la primavera. Más gestos que hechos. Más palabras y campaña en la sombra que decisiones políticas de calado. Iglesias desea gobernar porque sus votos son para gobernar. Sánchez apunta hacia el PP porque sus votos son contra el PP. Rivera...ni chicha ni limoná porque pocas cosas más tiene para ofrecer. Y Rajoy, donde siempre, viéndolas venir que es como menos se desgasta uno.

27 enero, 2016

Rita, la senadora

Somos unos desagradecidos. Así os lo digo, tal como suena. Somos unos envidiosos y no reconocemos el valor de ciertos personajillos cavernarios. ¡Mira que somos malotes! Asumidlo. Nos cuesta admitir que hay personas que no están a nuestro alcance. Que se escapan a nuestra comprensión minúscula. ¿Como quién? ¿De verdad preguntáis como quién? No me lo puedo creer. Negamos la evidencia hasta el final. No os hagáis los tontos, no, que lo sabéis. Lo hacéis para ver si cuela, ¿no? Pues yo os lo diré. Alto y claro. Rita. Sí, Rita la senadora. Rita, la misma Rita que paseaba su humanidad por los salones valencianos hasta hace poco y que ahora colma de personalidad los bancos del senado. Allá, en Madrid. Rita Barberá. ¡Qué barbaridad de Rita! ¡Por Dios! ¡Qué mujer! Sí, ya sé que os ha dolido. Pero ahí os lo dejo.

Ahora me explico. Ya voy. No más abucheos, por favor. Señores, no seamos faltones. Dejenme seguir y después, en todo caso, me apedrean. Se dice por ahí que Rita, la senadora Barberá, estaba en la cima de un entramado mafioso. Un entramado, el PP valenciano, que repartió dinero a espuertas. A millones. Entre los suyos, claro. Pensemos por un momento que eso fue así. Supongámoslo. ¿Cómo es que durante años y años han estado chupando dinero de comisiones ilegales sin que nadie pudiera demostrar nada? ¿Cómo es que durante años y años se han enriquecido mientras empobrecían y endeudaban a todos los valencianos? A ver qué comunidad puede decir que tiene una ciudad de la ciencia como la valenciana. Y un gran premio de cochecitos F1. Y una copa del mundo de vela. Y pagos al yerno de un rey, un tal... Ahora no me viene. Y unos complejos turísticos de cágate lorito. Y aeropuertos para el abuelito. Y estatuas que son más feas que una patada en los testículos mientras miras embelesado las estrellas. Y venga y venga repartir dinero en colosales demostraciones de osadía y mal gusto. Mientras que los bolsillos de unos cuantos se llenaban hasta reventar. Bolsillos descosidos por la presión insostenible de billetes de quinientos. A ver, ¿quién puede decir lo mismo? Además, ese mismo entramado, se encargaba de lavar los trapos sucios. Solo hay que recordar las muertes del metro de Valencia, aún sin resolver. O recordad cómo se cargaron a Garzón, el juez. Y pensad que esto tan solo es la punta del iceberg. Lo digo por utilizar la misma imagen que el intelectual Pablo Casado utilizó para hablar de los votantes del PSOE y los deseos escondidos. Pero volvamos a la chicha. Ahora, después de las pruebas, decidme: si todo eso hubiera pasado en Valencia, ¿no sería muy grande esta mujer? ¿Alguno de vosotros podría haber hecho lo mismo? ¿Hubierais podido mantener todo eso? Pensad en la de amigos, amiguetes y amigotes que hubierais necesitado. Pensad en todas las fidelidades que hubierais tenido que mantener. Porque, al fin y al cabo, ella sigue ahí. La senadora Barberá. La gran Rita. Esa mujer que igual se toma unas copas de más antes de colocarnos un discurso que se echa una siesta en el parlamento. Lo que no puedo desvelar es si ronca. Pero, vamos, que si lo hace, hasta es posible que los ronquidos suenen aterciopelados. O a tercios pelados.