26 febrero, 2017

Sobre la libertad

Sobre la libertad quiero hablar. A mis chicos les gusta hablar de ella. Y lo hacen muy bien, por cierto. Sobre todo cuando se deshacen de las simplificaciones y ñoñerías que escuchan por los rincones de la caverna. Porque de ñoñerías, se dicen muchas. Lo pueril hace estragos. En la caverna luce una luz mortecina bañada en lo pueril y mediocre. Así que, si vamos a hablar sobre la libertad, no nos enredemos con tonterías tipo, "la libertad es volar como un pájaro, nadar como un pez o viajar por el firmamento como una estrella, sin límites ni lastres". ¡Dios, cuánto daño ha hecho el romanticismo! El barato y el otro, el intelectual y engreído.

Hablar sobre la libertad también implica deshacernos de planteamientos que confunden libertad con otras cosas. "Libertad es hacer lo que me dé la real gana", síntoma también de infantilismo, además de confundir "ser libre" con "ser todopoderoso". O también, "libertad es vivir sin ataduras", con lo que, sencillamente, negamos la vida. Porque ser libre implica, ante todo, vivir. Y sólo es posible vivir en la realidad de las ataduras y los muros. La libertad existe en la elección ante lo diverso y adverso, es decir, ante la vida misma. Superémoslo. La libertad es una condición que tiene que ver con la realidad en la que vivimos. Nuestra realidad social, aclaro, porque la natural ya está sumida y superada por lo social.

También deberíamos aclarar que la libertad no es un sentimiento. O, al menos, no solamente lo es. Es posible que, en las mismas condiciones, dos personas pueden o no sentirse libres. Cierto. Y alguien podría argumentar entonces que la libertad es una condición subjetiva y relativa. Pero no, no debemos caer en la trampa. No hablamos del sentimiento de ser libre, hablamos de los hechos objetivos que nos permiten afirmar si una persona puede o no sentirse libre. Porque sólo desde ese punto de vista podemos hablar de la libertad: desde las condiciones materiales y objetivas que nos permiten sentirnos libres.

Empezaremos por una aproximación negativa a la libertad. Es decir, responderemos a la pregunta: ¿qué es NO ser libre? Vamos con los hechos evaluables y objetivos. No somos libres cuando nos dicen qué es lo que tenemos que elegir. Tampoco lo somos cuando no podemos elegir -que viene a ser lo mismo. No somos libres cuando no podemos ver más allá de lo que otros nos han dibujado. O cuando nos mantienen en la ignorancia escondiéndonos la realidad. No lo somos tampoco cuando se nos esconde la cultura, la ciencia y el arte. Cuando se nos requisa el acceso a la sabiduría porque es patrimonio de unos pocos. No somos libres cuando se nos hace creer que todo es más fácil cuando pensamos en lo supérfluo y frívolo. O cuando se nos reconduce hacia la negatividad y la inacción, o hacia el vacío romántico. No somos libres cuando se nos aleja de la alegría de vivir o, lo que es lo mismo, cuando no se nos deja crecer tal y como deseábamos hacerlo. No somos libres cuando se ejerce la violencia sobre nosotros. Cualquier violencia, sin distinción. Y sobre cualquiera, sin excepción. No somos libres cuando se nos encierra tras las fronteras. Y tampoco lo somos cuando se nos obliga a defender esas mismas fronteras. No somos libres cuando no podemos hablar. No lo somos cuando se nos calla en nombre de otras ideas pretendidamente superiores. Ya sea en nombre del Hacedor o del destino, ya sea en nombre de las patrias o del statu-quo. El individuo callado nunca es libre. No somos libres cuando nos condenan a comenzar desde muy abajo. Y cuando otros nos miran desde los áticos sabiendo que no hay escaleras para alcanzarles, tampoco somos libres. Ni tampoco cuando se nos condena a la miseria, a no tener un hogar o a la marginación. No ser libre, por lo tanto, tiene que ver con la injusticia, con la manipulación y con la opresión. Y, fíjate por dónde, es así como nos encontramos cara a cara con el poder y los privilegios.

¿Y en positivo? Probemos. Soy libre cuando dejo que los demás elijan -y yo, después, también puedo elegir. Soy libre cuando animo a los demás a que miren más allá de donde hemos mirado nosotros -y yo, después, también puedo mirar más allá. Soy libre cuando ofrezco la cultura, comparto la ciencia y muestro el arte -y yo, después, también puedo recibirlo. Soy libre cuando permito que la sabiduría sea patrimonio de todos, sin execepción -y yo, después, también puedo sentirme propietario. Soy libre cuando acompaño a los demás a que se cuestionen lo esencial- y yo, después, también puedo cuestionarlo. Soy libre cuando no arrastro hacia la inacción y animo a que otros construyan sus vidas desde sus propios criterios -y yo, después, también me siento sin ataduras y puedo construir mi propia vida. Soy libre cuando no ejerzo ningún tipo de violencia sobre nadie -y yo, después, puedo sentir que nadie la ejerce sobre mí. Soy libre cuando no construyo fronteras que separen a mi prójimo de la vida -y yo, después, también vivo sin muros que me encierren. Soy libre cuando permito y defiendo la palabra diferente y divergente -y yo, después, puedo hablar sin que nadie me lo impida. Soy libre cuando destruyo las mentiras superiores que oprimen la palabra de mi prójimo -y yo, después, no encuentro mentiras que me callen. Soy libre cuando no permito que los demás me miren desde muy abajo -y yo, después, sé que no habrá condiciones materiales que me hagan inferior a nadie. En definitiva, soy libre cuando me comprometo con mi prójimo y con la acción que evite las injusticias, la manipulación y la opresión. Y yo, después -y sólo después-, pueda contar con el compromiso de todos en defenderme de la injusticia, la manipulación y la opresión.

Quizás ahora se entienda por qué las ñoñerías son sólo ñoñerías. Y quizás también así se entienda por qué me gusta tánto ser profesor.

22 febrero, 2017

Ya no hay veranos de ilusiones

La caverna es muy complicada. Y yo no soy un sabio. Que eso también cuenta.

No entiendo ni conozco los motivos posibles o probables del Brexit. Todo se me deshilacha en sospechas o intuiciones. Tampoco sería capaz de analizar en profundidad los motivos sociológicos del auge de la extrema derecha en Francia. O en Alemania. O en Hungría. Y me pregunto, ¿cómo es que Trump llega a ser presidente de los EEUU con un bagaje tan deleznable a cuestas? Pues, la verdad, no tengo datos suficientes como para fundamentar una opinión certera. O también, ¿qué explicaría el auge de nacionalismos como el de Catalunya o el Véneto o el de Flandes? Sospecho, pero nada más. No puedo aplastar con datos y bibliografía una opinión definitiva. Me lo podría inventar como hacen casi todos, pero hoy no estoy para inventos. ¿Qué fue de las primaveras? Digo, las árabes y las de respirar un tiempo nuevo. Parece que las primaveras se desvanecieron mucho antes de que diera tiempo de llegar al verano.

Y ahora, ¿qué le pasa a la izquierda? ¿Dónde se quedan los proyectos ilusionantes? ¿Dónde están los sueños del verano? A la greña están los que podrían animarnos a cambiar el mundo. Nadie se atreve a ofrecernos una maldita ilusión para llevarnos a la boca. Y, aún peor. Abandonamos a la muerte, sin piedad, mientras nos calentamos el culo a la luz de una lumbre débil. O a la pobre luz de un televisor que nos lo muestra. Y nos decimos, que no vengan a mi casa. Cuidado que se van a comer mi pan. Alejamos lo lejano para sentirnos seguros. Y lo cercano ya no existe porque, sencillamente, no queremos mirar. Nos sentimos un poco más seguros hundiendo la cabeza en nuestro agujero. ¡La caverna, nuestra dulce caverna! Globalizamos las penas y nos alejamos de las alegrías al ritmo que marcan unos pocos. Y lloramos. Pero no por los demás. Lloramos desconsolados porque nos sentimos abandonados. Los muchos permanecemos timoratos mirándonos los unos a los otros, mientras los pocos siguen moviendo el mundo al ritmo que marcan sus bolsillos. Y permanecemos muy quietos, con miedo a respirar si quiera, por si así podemos evitar que tengamos que poner el cuello.

La caverna es muy complicada. Y yo no soy un sabio. Que eso también cuenta. Pero creo que este mundo necesita algo más que un sabio. Porque, si no es así, el futuro se irá emborronando en una gama de grises difusa y maloliente. Si no somos capaces de gritar, al fin, las ilusiones se nos van a ir deshilachando sin que podamos recomponer nada. Y no lo podemos permitir. No ya por nosotros, sino por los que deberían recoger las banderas de los sueños y la esperanza.

07 febrero, 2017

Mas, president

Los gestos son más importantes que las palabras. A veces. Muchas veces. Demasiadas veces. Y digo demasiadas porque la voz engolada, el alzamiento del mentón, la vista perdida en lontananza, una mano en el corazón, un par de sonrisas agradecidas, una leva caída de ojos, el sentido fruncir de la frente que aparece y desaparece, las manos cogidas y alzadas en muestra de agradecimiento, el pausado caminar, el cuerpo erguido huyendo de su propia estatura,..., son tantos y tantos los gestos del mártir que podríamos componer el tratado definitivo sobre gestualidad, a la luz del muestrario que el president Mas nos ha regalado en sus últimas intervenciones públicas. Aunque yo creo que tanto abusar del muestrario sólo pueden tener un final más que previsible: la escoliosis o la artrosis o, al menos, unas cuantas contracturas. Demasiado esfuerzo para un cuerpo demasiado humano.

Es como la multitud que, ante el pretendido patíbulo hacia el que se dirigía el President, demesuraban cualquier tipo de protesta avanzando hacia el terreno de lo folclórico y lo esperpéntico. De hecho, a mí me da que los líderes de otros partidos de izquierda que se quisieron unir al espectáculo, llegaron a pensar: "¡Por todos los clavos de Cristo!, soy como un arenque en una escudella hirviendo". Seguro, vamos. Porque la izquierda en Catalunya está un poco despistada. Muy despistada. Eso también os lo digo. Con cada paso que da rompe algo. Jarrones, macetas, platos, estatuas, ilusiones, ideas, reivindicaciones, nortes,... Todo queda hecho trizas tras el paso del fenómeno catalán. Porque algo sí tiene de fenómeno. Lo de Catalunya, digo. De hecho, estoy convencido de que el fenómeno catalán será estudiado en el futuro por la capacidad que tiene de engullir todo cuanto se mueve a su alrededor. Si tuviéramos a mano por aquí a un Dalí, ya hubiera pintado el Gran Chupador con una barretina en la testa y unos cuantos restos de buenas ideas de izquierda a los pies. Porque nada existe más allá del horizonte que dibuja el "melic català". Nada. Ni hambres, ni injusticias, ni pobrezas. Nada se ilumina en los rincones de su caverna.

Pero volvamos al President. La afectación es tan evidente que uno puede entrever el guión escrito por los emanuenses nacionales. La indecorosa puesta en escena -convidando a los de siempre, fletando autocares, incendiando los mismos corazones, apoderándose de los sentimientos y de su expresión- tiene su culmen en la majestuosidad con la que acompaña cada uno de sus gestos el molt honorable President. Este hombre ha tenido mala suerte. Este hombre hubiera tenido que vivir en otra época. Con una larga capa púrpura o dorada o roja, caminando bajo palio o cavalgando sobre un caballo o escoltado por doradas armaduras, pisoteando claveles o rosas rojas o blancas, convirtiéndose en el símbolo de un pueblo que levantaría estatuas, arcos triunfales y altas columnas que, como pollas al viento, grabarían la eternidad de sus gestos en la memoria colectiva de una nación entregada a su devoción. Pero no. El pobre se deshace en gestos y demostraciones artificiosas, en grandilocuentes exhibiciones que -lo siento mucho, President- nunca le llevarán hasta ningún trono. Por tanto, pido a los voceras que le encumbran en los medios de comunicación y a los entusiastas que le aplauden en los actos multicolores, que no sean crueles y que, cuando le dejen caer, procuren que no rompa nada más -Mas.

06 febrero, 2017

Educación y amor por educar

Vivimos en un mundo cavernario que cambia constantemente. Pero ahora la caverna está aún más revolucionada, como si el motor se hubiera acelerado sin gobierno y sin posibilidad de pararlo. Quizás por eso surgen tantas incomprensiones, por aquí y por allá, y demasiadas malas interpretaciones, por unos y otros. Y la educación está en uno de esos focos de la revolución. Porque la educación está cambiando. Porque los educadores quieren cambiar un sistema que ya no nos sirve.

Acabo de escuchar un programa emitido el pasado 18 de enero. El programa, El matí de Catalunya Ràdio, para más señas, está presentado y dirigido por Mònica Terribas. En este caso, invitó a la filósofa Marina Garcés para hablar de educación. ¡Una filósofa! ¡Fantástico! Pensé. ¡Ingenuo que es uno! Una mujer y filósofa debería ser garantía de originalidad. Esperaba encontrarme con un punto de vista fresco, con una ventolera que osara airear y levantar la hojarasca acumulada en los rincones de la maldita caverna. Creí. Pero no. Nada de eso. Mis prejuicios se desmoronaron rápidamente. Todo acabó en un lamento romántico con el que se pretendía ensalzar la "erótica de la enseñanza", esa relación tan especial que se establece, según la señora Garcés, entre el alumno que desea saber y el profesor que ofrece el fruto tan ansiado. Muy romántico todo. Muy de cuento, vamos.

Escuché atentamente el programa. Pero lo primero que me llamó la atención es la excesiva rapidez con que filósofa y locutora se lanzaron por un tobogán en el que demostraron mucho interés y muy poca información. Se ampararon en textos que medio retorcieron para que encajaran en sus esquemas. Y demostraron conocimiento de sus autores, no lo niego, pero demostraron desconocer en qué consiste enseñar. Porque se enquistaron en algunas obviedades para criticar con excesiva facilidad todos los cambios que se están llevando a cabo en educación. Sin conocimiento alguno de lo que pasa en un aula. Algunas de esas obviedades que llevaron hasta límites inadecuados: "en el sistema educativo prima la no presencialidad y la formación técnica", "hoy en día la docencia no es tan importante como la investigación", "el discurso educativo se ha vuelto más tecnocrático"..., llegando incluso a ridiculizar las nuevas propuestas educativas y denominando "instructores de resultados" a los profesores. Así, como si tal cosa. Y, además, esas afirmaciones revestidas de expertas, claro.

Citaron por supuesto a Platón; uno de sus diálogos, el Fedro; y a Sócrates y a Massimo Recalcati. E, insisto, nadie puede dudar del conocimiento que estas señoras tienen de estos autores, pero sí dudo, y mucho, que entiendan qué significa la actividad docente. Y, por lo tanto, dudo de que sepan aplicar el conocimiento de esos autores a la actividad diaria de educar. Se empeñaron en recuperar a aquel profesor idealizado que atrae por su sabiduría, esa figura tan peliculera del héroe sobre la tarima de una clase que obnubila con la palabra. Aunque, me perdonarán, no fueron capaces de reparar en que esos son unos pocos, muy pocos, que llegan a enamorar a unos pocos, muy pocos. Cuando pasa, si pasa. Lástima, pensé. Pero es que cuando alguien adquiere un estatus cree que todos deben hacer el mismo camino para alcanzarlo. Ellas confundieron el gusto por el conocimieto, con el gusto por "su" conocimiento. Confundieron el anhelo de saber, con el anhelo de "su" saber. Y no. Ellas pueden ser ejemplo, sin duda, pero como lo pueden ser otros muchos diferentes. (En este momento es cuando ellas y cualquier otro que quiera criticarme pueden pensar, "este tipo seguro que no encandila ni sabe en qué consiste ser un docente de verdad", y posiblemente tengan razón. Pero yo, a lo mío).

Y entonces nombraron a Sócrates. Y ahí es cuando me tocaron esa fibra sensible. ¡Ay, mi adorado Sócrates! Dijeron que Sócrates era un ejemplo, pero, ¿un ejemplo de qué? Él que precisamente no instruía, que dialogaba, que era capaz de pasar horas y horas abriendo el corazón de sus discípulos para llegar a lo más hondo. Él que proclamaba que la sabiduría estaba en el interior de cada uno y que se empeñaba en afirmar que enseñar era imposible. Sócrates, el mismo que quería acompañar a sus discípulos hacia el conocimiento y que renunciaba a ser un simple dispensador de conocimiento. Sócrates, el que renunciaba a ser instructor, un recitador, y que clamaba contra los sabios alzados en tarimas.

Que no, señoras, que la enseñanza tradicional obliga al alumno a ser un objeto, un objeto pasivo, un elemento escuchante de una pretendida sabiduría almacenada en el alma del sabio. Y, precisamente, la nueva pedagogía, esa sobre la que otros muchos compañeros trabajan empecinadamente para llevar a sus aulas, nos obliga a hacer un cambio importante, revolucionario: el sujeto de conocimiento, el protagonista, es el alumno, no el sabio profesor. No quieran encerrarnos a los profesores en torres de marfil o en formol. No somos ejemplo de nada. Pero es que tampoco debemos serlo. Hay profesores que simplemente quieren acompañar a sus alumnos en su propio recorrido, empujando con su conocimiento, pero nunca arrastrando. Dejen que sirvamos de acompañantes ilustres para que ellos puedan ir muy lejos sin repetir los mismos errores que cometimos nosotros. Dejen que les enseñemos a amar la sabiduría y el camino que les debe conducir hacia ella. Y, sobre todo, no les obliguemos a recibir pasivamente sabiduría. Yo no quiero aleccionar, yo no quiero que mis alumnos pisoteen el mismo camino que hice yo en su momento. La hierba fresca acompaña mejor al caminante.

A ver, no se me arremolinen con reproches todavía. El profesor sigue siendo el elemento insustituible en la educación, de eso no les quepa duda. Pero no somos ni queremos ser un elemento alejado y superior. Elemento, empoltronado, al que ustedes pretenden reducirnos. Es el profesor el que debe saber poner en cuestión, el que debe insertar la duda y el desconcierto, el que debe susurrar las herramientas que el alumno debe adquirir para avanzar hacia terrenos insospechados. Es el profesor el que insufla aire fresco, el que incita a la búsqueda, el que anima a no quedarse escuchando. Pero esa educación tan diferente que ustedes añoran es una educación construída en la memoria retorcida de algún ejemplo. La educación que deseamos y debemos proclamar es muy diferente a ésa que desde antiguo expulsaba a las mayorías para encerrar en torno a un círculo de oro a una élite escogida.