12 marzo, 2017

Contra el liberalismo

Me voy a meter con los liberales. ¿Por qué? Pues porque no soy liberal. Buf, he empezado fatal. No, no es eso. Me meto con el liberalismo porque no soy liberal y porque retuercen principios. Que mienten, vamos. Así, buscando amigos. Espera, que aún voy a empeorarlo un pelín más. Los liberales son muy mentirosos o son muy ignorantes o las dos cosas. ¡Ale, ya lo he hecho! Pero es que a mí me parece que con solo una mirada tibia, liviana, rapidita o como sea que se diga, sobre la ideología liberal y sobre la historia de las ideas, ya tendremos suficientes argumentos para verles venir. Ya sé que el tema no es precisamente llamativo, de estrella youtuber, pero igual puedo provocar algún retortijón o una mueca de disgusto o, al menos, cierta curiosidad. ¡Por esperar...!

El liberalismo, desde el siglo XVII con John Locke, surge como reacción de los más pudientes contra los más poderosos. A ver, que te lías. Voy a intentar explicarme. Hablamos de una sociedad que era monárquica, absolutista y fuertemente jerarquizada. Vamos, que el poder lo tenían los reyes y las clase noble. Pero en esa sociedad ya aparecía un problemilla que trastocaría la historia: el poder era de los nobles, pero el dinero estaba en los bolsillos de los burgueses. Vamos a lo práctico para hacernos entender. En aquellos tiempos, los que tenían la pasta no tenían el poder y los que tenían el poder no tenían la pasta. Así de fácil. Algunas monarquías, las más avispadas o las que tenían que conseguir financiación urgente, como es el caso de los británicos, tan listos ellos, consiguieron conservar el poder a base de liquidar la nobleza y substituirla por ricos en la corte. Esa situación ya nos suena un poco, ¿verdad? Es que en algunos sitios la tenemos encima en pleno siglo XXI, aclaro. Una vez dispuesto el cambio, después, ya vinieron mil y un teóricos. En lo político y en lo económico. No me voy a entretener con los Smith, Robespierre, Betham, Rawls,..., y tampoco me liaré con los grandes políticos más actuales: Thatcher, Bush, Aznar, Aguirre, Mas, Puigdemont o Rivera. Ya sé que suena a burla, pero es que es así, una burla. Así pues, la práctica política liberal más actual la vemos hoy en esos tipos enchidos de vanidad teórica y rellenos de billetes que salen en la tele para hablarnos de libertades liberales. Las bondades de las libertades liberales es precisamente el tema, por si no me había explicado claramente.

Pues no. Ahí le doy, con rotundidad. El liberalismo se apoderó desde el principio de la palabra libertad de una manera fraudulenta. Y de hecho, ha funcionado hasta ahora y casi nos convencen. Incluso muchos siguen hablando de la libertad en nombre del liberalismo. Porque se lo creen o porque les conviene así. Pero no. Yo a lo mío, a lo rotundo. El problema está en saber qué significa libertad. En la definición está el secreto, como siempre. ¿Somos libres cuando podemos hacer lo que nos dé la gana? ¡Ingénuos! No seamos infantiles. Nadie puede hacer lo que le salga en gana. Y tampoco somos dioses, aviso. Lo siento, igual alguien se ha sentido herido. No somos más libres porque podamos pisotear a cualquiera en nuestro beneficio. No. No somos más libres porque algunos puedan manejar el dinero a su antonjo amasando fortunas. No. Esa matraca de que cualquiera puede llegar a lo más alto solo con su esfuerzo es una estupidez. Vamos a lo clarito. El liberalismo como doctrina se fundamenta en la desigualdad y en la capacidad de las personas de explotar a otras personas. El más avispado es el más rico. El más fuerte sobrevivirá a costa de los más débiles. El liberalismo fue primero, la teoría de la evolución vino después e inspirada en autores como Malthus, aclaro. Por lo tanto, el liberalismo es una teoría política y económica que solo defiende la ausencia de controles y límites para generar riquezas desde la desigualdad. Pero, ¿quién es tan estúpido como para creer que la ausencia de controles y límites es lo mismo que la libertad?

Primer principio: somos humanos, no hay más. Pero que seamos humanos ya implica no ser simplemente animales. Segundo principio: somos humanos porque nos reconocemos como tales en el resto de la humanidad y, así, superamos la animalidad. En todos y cada uno de nuestros semejantes, debemos reconocernos a nosotros mismos. Ah, perdón. ¿Que no nos gusta? ¿Que igual no nos gustan esos otros? ¿Que quizás nos dan asco? Pues tenemos un problema. Y gordo, por cierto. Porque no querer reconocernos en el resto de la humanidad implica que queremos ser más, que no queremos ser iguales, que nos menospreciamos en la imagen que nos devuelven. Y eso solo lleva hacia un camino: hacia la egolatría, el etnocentrismo, el odio, el fascismo,.. Tercer principio: no reconocernos en los demás es negar la libertad. Y ahora sí que debiera ser más rotundo aún para ir rematando. Porque, ¿cuándo somos libres? Vuelvo a decir que la palabra libertad solo tiene sentido en el ámbito de lo humano. Ni la naturaleza ni ningún otro ser tiene problemas de libertad. Es un problema exclusivo de la humanidad. Y ahora llegamos al clímax. Somos libres cuando permitimos que los demás, todos, tengan las mismas oportunidades que nosotros. En contrapartida, esos otros deberán ser libres solo si permiten que yo tenga las mismas oportunidades que ellos. No sé si me estoy enredando sin conseguir aclarar nada, pero seguiremos. No hay libertad sin equidad. Somos libres cuando tenemos realmente las mismas posibilidades. Sin privilegios. Sin desigualdades que hagan a unos más libres que a otros. La libertad se gana en el reconocimiento mutuo de la libertad. Y fuera de esa singular fórmula, no hay libertad posible.

Después ya vendrán las recompensas por el esfuerzo. Grandes para los que buscan con su trabajo la perfección. Pobre para los que jamás han sabido qué significa trabajar. Y estas desigualdades, sí que están justificadas en nombre de la equidad y la justicia.

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