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02 enero, 2024

¿Qué quieres ser cuando seas mayor?

¿Ya saben qué quieren ser cuando sean mayores? A mí, cuando era muy joven, al oír la pregunta se me abría una ventana de aire limpio y paisaje desconocido y excitante, una ventana que acababa por dibujar un sueño. Mi problema era que ese sueño iba variando con el paso del tiempo y nunca acabé por decidirme del todo.

Pero éste era mi caso. Otros, ya desde muy jóvenes, saben cuál es la respuesta y dedican el resto de la vida a hacerla realidad. Muchos, sin embargo, se olvidan y la realidad acaba por imponerse deshaciendo los sueños. En cualquier caso, la pregunta siempre dirige la mirada hacia el futuro y hacia los deseos. También hacia las frustraciones del pasado.

Debo admitir que yo he continuado buscando durante décadas lo que quiero ser, aunque sin demasiado éxito. Es como si la niebla no me dejara ver dónde querré, por fin, instalarme. Quizás porque, al afirmar qué quiero ser, estaría arrinconando demasiadas cosas que también podrían hacerse realidad. Decidirme sería cómo abandonar la posibilidad de otros sueños.

Ahora bien, no sabré todavía lo que quiero ser, cierto, pero con el paso del tiempo debo admitir que tengo claras las cosas que no querría ser de ninguna manera. Por ejemplo y a base de ver determinadas imágenes por televisión en los últimos años, tengo claro que no quiero ser violento ni utilizar la violencia para expresar mi opinión. Tengo claro que antes de despreciar a alguien, tendríamos que mirarnos de cerca al espejo y mantener bien viva la capacidad para avergonzarnos de nosotros mismos. Tengo claro que soy diferente porque hay un sinfín de miradas que quieren ser diferentes a la mía y mi opinión debe permitir el paso a las de otros.

Tengo claro que no quiero dar lecciones de cómo hacer las cosas y que las cosas se pueden hacer de muchas formas. También tengo claro que no quiero ser de esos antifascistas que van dando lecciones de cómo ser antifascista porque hay pocas cosas más fascistas que esos “antifascistas”.

Tengo claro que no quiero ser patriota y que el patriotismo sólo sirve de escondrijo para los más mediocres, tengan la bandera que tengan. Y por supuesto tengo claro que los salvapatrias son una especie peligrosa, pero que, aunque parezca lo contrario, no están en peligro de extinción y constantemente se disfrazan de libertarios o de revolucionarios con el único objetivo de mantener su poder y privilegios.


(Traducción del artículo publicado en el número de diciembre de 2023 de ElMirall.net) 

02 enero, 2019

Solidarios y mucho solidarios

Ser solidarios es ya una etiqueta indispensable. Todo el mundo es solidario. ¡Viva la solidaridad! Igual que cualquiera es defensor de la libertad o de la democracia o de... ¡vaya usted a saber qué!, de la misma manera todo el mundo es solidario. El problema es cuando el cuñado en cuestión tiene que responder a la pregunta, ¿pero tú qué coño entiendes por libertad o por democracia o por solidaridad? Es entonces cuando el cuñado te comienza a decir, "que yo no soy racista, pero los gitanos o los moros o los negros...", "que yo soy demócrata, pero los ignorantes o los que no son de aquí...", "que yo defiendo la libertad, pero las feminazis o los maricones...". Total, que el cuñado siempre será cuñado. Es su condición. Y hay que dejarle hablar para que ejerza su "derecho a pensar como quiera", aunque sea incapaz de escuchar y, mucho menos, de dialogar.

Pero yo había comenzado a hablar de solidaridad. Hoy todos somos solidarios. Pero que mucho. Ahora bien, es muy común hoy en día una solidaridad de bienqueda. ¿A qué me refiero? Pues me refiero a todos esos que no tienen ni puñetera idea de qué significa ser pobre, por ejemplo, pero son muy solidarios. Nunca han tenido la sensibilidad de saber cómo viven o cómo sufren sus propios pobres. Esos que viven unas calles más allá en su propia ciudad o que van buscando algún resto por contenedores o que hacen colas inútiles en los servicios sociales. ¡Y lo que molestan esas colas de gentuzas pobres en el local de la esquina! No tienen ni puñetera idea de lo que significa ser pobre, sin recursos, de lo que significa vivir con frío o con hambre, sin poder atender como debieran a sus propios hijos, con el ay continuo en la garganta por no saber si les echarán de sus casas o de si llegarán a final de mes. Pero si los propios pobres son unos desconocidos, los pobres ajenos son una escoria todavía peor. Los cuñados se permiten criticarles por ser ineptos o unos vagos o unos incultos.  Como son ajenos y lejanos, no son como nosotros y, por lo tanto, son gilipollas. Porque uno nunca se califica de gilipollas a sí mismo, claro. Los pobres propios son ignorados, pero los ajenos además son menospreciados sin pudor alguno. Aunque, eso sí, somos solidarios porque hacemos colectas, porque hacemos jornadas solidarias, porque abrimos el bolsillo lo justo como para sacar unas moneditas y sentirnos colmados con nuestra generosa y desprendida vida. Señoras y señores entregados a la causa de la limosna para que otras señores y señores gestionen nuestro altruismo solidario. Una mierda, vamos. La misma mierda de siempre. La limosna como ejercicio de limpieza espiritual, aunque no haya lejía para limpiar tamaño insulto.

22 abril, 2018

Vivan los apestados

La disidencia no está de moda. Y ojalá tan sólo fuera eso: quedar al margen de las modas. Pocos disidentes quedan. Pocos y cada vez más escondidos. Sin embargo, en los tiempos de los gulags, los disidentes eran héroes vitoreados, la pureza de la libertad de pensamiento, la encarnación del contrapoder. Hoy, sólo son apestados. Apestados porque nadie los quiere a su lado. Apestados porque las patrias los expulsan. Apestados porque son locos que no entienden que los tiempos han cambiado. El gulag ha vencido sin necesidad de malalimentar a sus condenados. ¿Puede haber una victoria más clamorosa? Y el  disidente arrastra los pies en silencio, con el miedo a ser decapitado por pensar al margen de la manada.

Veo en los nacionalismos cómo los disidentes son apartados. (Aclaro: el nacionalismo es hoy esa fuerza que vehicula el odio y la necesidad de imponerse por encima de la diferencia, menospreciando cualquier visión de la realidad que no sea la del color de su bandera, es decir, pura necedad). Digo que veo como el pensamiento disidente es enterrado en vida. Veo que en sus televisiones no sólo son silenciados, sino que también son estigmatizados, insultados y ridiculizados. La patria no perdona jamás. Las patrias nunca han sido madres, las patrias sólo han sido madrastras: acogen al silencioso, al corderito que espera ser alimentado o degollado. Y la traición siempre es condenada al son de los vitores de sus enloquecidos patriotas. Esos, los patriotas, son capaces de darlo todo, absolutamente todo, por la patria. La sumisión total, propia e impropia, además de la persecución de lo ajeno y diferente. Y da igual que la patria sea tricornoidal o que sea cuatribarrada. Los disidentes no pueden alzar la voz. Ni tan solo pueden susurrar los atropellos. El disidente catalán no puede mencionar las vergüenzas autoritarias: 6 y 7 de septiembre, por ejemplo; Llei de Transitorietat, otro ejemplo; sumisión vergonzosa a un líder narcisista, otro más; ausencia total de autocrítica, otro. El catalán disidente, el amante de la república, no puede susurrar esos tics que avergonzarían a cualquier defensor de las libertades y de la democracia, es decir, los tics que avergonzarían a cualquier republicano. ¿Y el español? El español disidente no puede susurrar ante los mandobles de la espada justiciera que reparten los rancios y autoritarios defensores de los valores patrios. Venganza y crueldad contra los que osaron levantar la voz. El disidente español ve atónito como se persiguen y condenan a todos los que se atreven a discutir el poder: persecución de raperos y titiriteros irreverentes, un ejemplo; condena del que reparte exabruptos contra la religión, otro ejemplo; encarcelación del que enfrenta su nacionalismo contra el nacionalismo de estado, otro más; o persecución de camisetas amarillas, símbolos varios, en una deriva enloquecida y ridícula.

Los disidentes deben callar. Los que no nos identificamos ni con unos ni con otros, estamos amordazados y avergonzados ante la realidad. Y, a pesar de todo, sabemos que sólo los disidentes seremos capaces de ofrecer alguna salida a la sinrazón. Porque, más tarde o temprano, será un disidente el que nos diga que no podemos seguir así. Aunque, mientras tanto, los disidentes debamos callar. No, perdón, me he equivocado: los disidentes no es que debamos callar, los disidentes vivimos amordazados con aquellas banderas que engalanan actos vergonzosos y que ni tan siquiera nos dejan respirar. Vivan los apestados. O al menos, por favor, sobrevivan a esta sinrazón.

12 febrero, 2018

Portavozas y otras miserias

Lo cierto es que "portavoza" no ha sido una buena idea. Yo creo que había otras muchas palabras más adecuadas. "Portavoza" no. De hecho, "voz" es una palabra femenina. Y, por tanto, con "portavoz" debería sonar mucho mejor "la" que "el". Pero somos animales de costumbres y el oído también se acostumbra. Aunque el problema no es que seamos animales de costumbres, sino que el problema es que vivimos en una caverna. Y el ambiente viciado durante siglos en un lugar que nunca hemos llegado a airear de verdad, provoca conexiones neuronales extrañas y perversas que acaban por ser asumidas como normales.

Pues eso. Quizás Irene Montero no eligió bien la palabra, cierto. Pero a la luz de las reacciones absurdas, irracionales y perfectamente coherentes con el aire viciado de la caverna, podemos decir que "portavoza" ha cumplido perfectamente su misión. ¿Por qué? Pues porque se les han encrespado las cerdas a más de un tertuliano y a muchos voceras cavernarios. Enseguida han reaccionado como ellos saben reaccionar: el insulto, la burla y las faltas de respeto constantes a una señora diputada. Porque al ser señora, es mucho más fácil reaccionar. Se saben seguros.

En esta maldita caverna las mujeres son olvidadas. O menospreciadas sin rubor. Por eso, cuando una se atreve a alzar la voz, las jaurías se lanzan a destruirla. ¿Para qué? Pues para escarmiento del resto. Si la que alza la voz es destruida, ¿se atreverán las otras a alzar la voz? Pero no. Ahora ya no. Porque ahora el feminismo ya no es simplemente una pataleta, como quisieron hacernos creer. Ahora el feminismo es un grito que, por fin, asumimos muchos como una denuncia de la desigualdad y la injusticia. Y, entre elegir a los cavernarios chistosos o a una "portavoza", elegimos a la portavoza.

En esta batalla no se trata de apoyar a una determinada opción política. Me da igual que sea de Podemos o de cualquier otro signo político. Se trata de apoyar sin fisuras el grito que reclama la igualdad y la justicia social -una más de las muchas justicias sociales que nos quedan por conquistar. Porque, como ya he dicho en otras ocasiones, ya no se trata simplemente de no reír los chistes machistas o de argumentar racionalmente lo que es racional, es decir, la igualdad de oportunidades entre hombres y mujeres. Ahora ya no se trata simplemente de eso. Ahora se trata de ser beligerante con los que no quieren mover nada, con los que siguen abusando de su poder machista. Y en este batalla, en este momento, cualquier duda, cualquier risita que apoye a los machistas, es un argumento para que sigan oprimiendo, abusando o incluso matando. Así pues, mis respetos y todo mi apoyo, señora portavoza.

11 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (y 3)

Pero yo había venido aquí a hablar de las tres cataluñas. Y me he enredado en tres entregas. En la primera se me fueron los dislates en hablar del emplasto de la patria -para curiosos, aquí el enlace. En la segunda las briosas yeguas del pensamiento me llevaron a Cerbero y de cómo cuida que nadie escape del infierno patriota -para muy curiosos, aquí el enlace. Total, que ahora sí toca hacer un poco de geografía social. Y recuerdo que todo partió de un puente. Un puente festivo, digo. ¡Por Dios, lo que produce el ocio! Pues sí, me fui de puente. Y me fui de puente a Catalunya. Al país en el que nací y vivo. Cosas extrañas, las mías. El caso es que me fui. Con la fortuna de, sin premeditación, encontrarme con las tres cataluñas. Así que puedo decir que no es que yo haya ido a buscarlas. Ya, ya sé que uno ve lo que la mente es capaz de entender y ordenar. Mi estructura mental, condicionada o manipulada o deformada o retorcida o... como sea que es, digo que me he encontrado con lo que mi estructura mental me ha permitido entender. Asumo mis miserias.

Mi viaje. La primera etapa comenzó en la Catalunya rural. Una Catalunya tradicional, rancia, conservadora, conformada con una clase media acomodada, propietaria, arraigada en el pasado, en un pasado convenientemente moldeado en una historia victimista, llena de agravios y encontronazos. Felipe V es el recurrente odiado y toda historia local encuentra su nexo histórico en ese personaje. Los castillos, las casas señoriales, las plazas, las iglesias, los prohombres, las leyendas. Hasta los bolardos. Todo está referenciado desde el enfrentamiento contra España y el horrible rey. Es esa Catalunya que deja ondear la bandera española en sus ayuntamientos por "imperativo legal" y lo publica en una placa en su fachada consistorial. Una Catalunya, hoy, engalanada con lazos amarillos en las farolas y que mira al resto del mundo sin envidiar nada porque todo está entre sus muros. ¿Qué hay más allá de la Catalunya rural? El vacío. La oscuridad. Ni tan siquiera la capital es vista de forma atractiva. La verdad y la esencia se resguardan en las paredes de piedra y en las leyendas del pasado. Y en los bolardos.

La segunda Catalunya rodea la gran urbe. El cinturón rojo. Hace unas décadas, socialistas y comunistas tenían aquí su maná de votos y éste era el edén desde el que proyectaban una marea de cambio. Ésta quizás sea también la Catalunya tarragonina o de Lleida, más acostumbradas a recibir aire fresco. Esta segunda Catalunya está conformada por la clase trabajadora, algunos han alcanzado la clase media y por eso, de cuando en cuando, miran hacia la Catalunya rural o hacia la urbe para encontrar algún referente. Poca cosa. La segunda Catalunya está construida con y desde los inmigrantes viejos, otros nuevos, muchos descendientes de los primeros inmigrados. Una Catalunya que igual escucha regeton como a Manolo Escobar o a Camarón. Poco, muy poco escucha de Els amics de les arts y cada vez menos de Llach. Esta es una Catalunya ecléctica, pero desconfiada. Variopinta, pero que mira con recelo hacia las cataluñas extrañas: la interior, que aprieta por detrás, y la capital, que aprieta por delante. En su mayor parte aquí encontraremos a trabajadores, cualificados o no, personas que nada han recibido de nadie y para quienes los gobernantes nunca han sido del todo suyos. Hay más traicionados y recelosos que entusiastas. Pero en este caso ya no es Felipe V. El poder, para ellos, nunca ha venido a visitarles y mucho menos nunca han venido a echarles una mano los que cortan el bacalao. Todo lo contrario. Cuando se han acercado ha sido, generalmente, para sacar un provecho de ellos. Hoy será Arrimadas, como antes fue Montilla o Maragall, pero esta es una Catalunya que nunca es de nadie y que nunca confiará en el poder ni en quienes lo representan.

La tercera. La Catalunya urbana y cosmopolita. Quizás, sólo Barcelona. Una amalgama de sensibilidades y de fobias. Por eso, también quizás, mucho más abierta y diversa. Una Catalunya que mira hacia afuera, pero que carga con una mochila pesada: no sabe dar respuesta a las otras dos cataluñas. Aquí las clases medias se confunden a propósito con las clases trabajadoras o con las más poderosas. El abogado de Puigdemont puede tomarse un cortado al lado de una limpiadora de oficinas peruana o junto al presidente de Abertis. También ecléctica, como la Catalunya obrera, pero mucho más pragmática y, por tanto, comprometida en lo justo. Quiere volar Barcelona. Quiere ser grande entre las grandes. Mira hacia Europa y prefiere hablar inglés, aunque sin confesarlo. Pero la Catalunya rural aprieta y la Catalunya obrera no se fía. Y Barcelona no puede volar como ella quisiera. Ideológicamente variopinta, capaz de cambios y transgresora, aunque lo justo. La presencia de una potente burguesía y mucho de clase media acomodada, hace posible convocar la revolución un miércoles por la tarde, pero desde un grupo de whatsapp y mai en cap de setmana, que hem quedat. Y siempre que no salga muy caro. Esa ansia de ser más y mejor condena a Barcelona a hacer una pedagogía constante de lo imposible. Imposible porque nadie la escucha. Imposible porque tampoco sabe hacia dónde mirar.

Y Cerbero cuida de que los muertos no salgan de sus dominios. Por eso, y sólo por eso, las tres cataluñas parecen irreconciliables y condenadas a convivir en el Averno. Igual, si Hércules pasase por aquí...

10 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (2)

Lo cierto es que me he liado. Quería hablar de las tres cataluñas y al final, no sé por qué, me he liado con tres entradas diferentes. Y todavía no he hablado de las tres cataluñas. Ahora, ya puestos, lo dejaré para la tercera entrega. Lo ciero es que en mi viaje a Catalunya, el que ya mencioné en la entrada anterior -ver por si hay curiosidad la entrada anterior-, me di cuenta de la estructura tricéfala que posee Catalunya. Algo así como el perro Cerbero -Cerbero, el perro de tres cabezas que en la mitología griega guardaba las puertas del infierno. El caso es que la estructura tricéfala tiene que ver con el orden social, económico y geográfico actual. Tres clases, tres mundos, tres narraciones para tres cataluñas que perviven en un equilibrio, a veces, imposible y que se traslada a todos los ámbitos cotidianos. Y a la política, también.

Nos estamos jugando el presente y el futuro de las tres cataluñas. No. No exactamente. Nos jugamos el presente y el futuro siempre, pero ahora nos interesa proclamarlo. Porque ya me gustaría que nos jugáramos de verdad el futuro de Catalunya. O, mejor, el futuro de la república. Pero no, en realidad las tres cataluñas no buscan cambiar nada, sólo ser hegemónicas. Cada una de las cataluñas pugna por imponer su narración. Están triturando y tamizando el pensamiento para, al final, conseguir anular cualquier interpretación ajena a sus miserias. Esto tiene un nombre: crear patria. Ese es su objetivo: crear la patria a imagen y semejanza de sus propias miserias. A modo de recuerdo, agregaré ahora que crear la patria era el objetivo del nacionalismo decimonónico. Construir el andamiaje que ofreciera la identidad común para que todo la estructura social quedara intacta ante el peligro de los revolucionarios. En El Gatopardo -novela de Lampedusa y película de Visconti, muy recomendables ambas- se muestra magistralmente esta perspectiva tan romántico-burguesa: es necesario que todo cambie para que todo siga igual. Ése es el objetivo. Las clases medias acomodadas, los tradicionalistas y conservadores, buscan esa patria cuatribarrada, colmada de agravios y conformada con un pueblo distinguido y altivo. Las clases más altas y mucha de la clase baja prefieren el inmovilismo y una pretendida fraternidad con la España más esencial. Y, por último, los desarraigados -ideológicamente hablando- que sólo desean deshacerse de ambas patrias para crear otra muy diferente. Pero estos últimos son incapaces de ofrecer un modelo atractivo a ninguna de las dos patrias anteriores y son incapaces de imponer una narración creíble a los ojos de los más esencialistas. Total, que tenemos tres cataluñas prisioneras de sus propias miserias. En la tercera entrega me entretendré en describir su geografía, la etología y la sociología de las tres -no existe posología para estos males o al menos no sabemos de ningún remedio farmacológico.

Cerbero, o Can Cerbero, tiene una misión muy precisa: guardar las puertas del Hades. Del infierno, vamos. Pero su misión no es tanto la de vigilar que nadie pueda entrar, sino vigilar para que nadie pueda salir. Veltesta, Tretesta y Drittesta, las tres cabezas, vigilan sin cesar para que nadie escape de sus dominios infernales. El caso es que salir de cada una de las cataluñas es muy complicado. Yo diría que salir de cada una de las tres cataluñas es, hoy por hoy, imposible. Los catalanes vivimos prisioneros en alguna de ellas. Cerbero se encarga de que nadie escape.

09 diciembre, 2017

Las tres cataluñas (1)

He aprovechado el puente. No sé si lo he aprovechado bien, pero tengo la sensación de haberlo hecho. Me he ido de viaje a Catalunya. Bueno, de hecho vivo en Catalunya. Es más, soy y he nacido en Catalunya y he vivido toda mi vida en Catalunya. Pero, aún así, me he ido de viaje a Catalunya. En pocos días he recorrido algo de la Catalunya interior, la de los valles y las llanuras. Y también he estado en el cinturón. He estado en diversas poblaciones del extrarradio barcelonés, ese "cinturón rojo" tan odiado por algunos. Y he pisado la gran urbe. He visitado una Barcelona algo desangelada y un poco triste estos días. Nota mental: me da en la nariz que la tristeza barcelonesa no es por las navidades o por el frío, pero no me voy a arriesgar a hacer interpretaciones. En todo caso, he visitado Catalunya y me he encontrado con las Catalunyes. Y no es que sean diversas o un pelín diferentes estas Catalunyes. No, no es eso. Es que son muy diferentes, mundos distantes y no sé si hasta irreconciliables.

¿Y qué he visto? Primero: no soy sociólogo. Tampoco deseo serlo y no creo que mi intuición o mi observación sirvan para tener una opinión más certera de Catalunya. Descartémoslo de plano. Aviso ya de entrada. Yo, como mucho, soy intuicionista -como dentista, pero sin anestesia y sin sentar a nadie con la boca abierta. Reconozco que me declaro intuicionista por falta de conocimiento y título. ¡Qué le vamos a hacer! Pero conste, eso sí, que he ido yo con mi intuición a cuestas por Catalunya con la intención de mirar para entender mejor qué es eso del "pueblo catalán". En algún momento he pensado, "toda una vida en Catalunya y aún no has entendido qué es eso del pueblo catalán, ¡so idiota!". Así que me he puesto a mirar con detenimiento por aquí y por allá. El resultado ha sido: ni puñetera idea, me he vuelto a perder como un chivo en un garaje. Debe ser que soy muy cortito. Y así me he quedado un buen rato, hasta que hoy he tenido una -otra- intuición. De repente y sin venir a cuento. Me había puesto yo a triturar y tamizar el acompañamiento de una carne para tener una salsa bien sucosa en la que poner a bucear convenientemente un pan que quita el sentido. Y ha sido allí, en el fondo, donde he visto al pueblo. El catalán y cualquier otro, conste. Me he dado cuenta de que cuando trituras y tamizas la salsa, te queda un emplasto -rico, rico, por supuesto- donde pimientos, cebollas y verduras varias, con sus especias y aderezos, quedan fuera de toda identificación visual. Es la desindentificación absoluta. La anulación de la identidad en el emplasto. Y se forma algo así como un engrudo esencial. Y digo engrudo porque allí queda todo pegado y confundido sin posibilidad de deshacerse del emplasto. El pimiento deja de ser pimiento, el puerro deja de ser puerro, la zanahoria desaparecida y el aceite o el vino o las almendras o las setas o... El caso es que mi salsa no era tan compleja, pero al final ha quedado tan bien empastada como cualquier pueblo que se precie. Total, he pensado, que hablar del pueblo catalán o del español o del paquistaní es tanto como cosificar un grupo de personas diversas, diferentes y con identidad e ideología propia, hasta conseguir un engrudo desideologizado, sin identidad individual que sobreviva, y que asume un sello, una marca. Ya está, ya soy català o español o paquistaní. Y además con sus conductas y normas bien interiorizadas. Y más: con una estructura mental compartida que conduce cualquier mirada y toda opinión; una estructura que emborrona o desdibuja todo lo que queda fuera de ese marco conceptual y de valores; una estructura monolítica que retuerce la realidad hasta adaptarla a su ideal. Al individuo sólo le queda la posibilidad de fundirse para formar parte del pueblo catalán, español o paquistaní y eso implica abandonar la posibilidad de discrepar, de criticar abiertamente a todo vecino que te rodea y que comparte contigo la gracia de pertenecer al pueblo más maravilloso del mundo. Porque ser pueblo es pensar y sentir como tu vecino, en comunión trascendental, además de sentirte maravilloso, parte del pueblo más pueblo que haya sobre la faz de la tierra y más allá. Pero, para tragedia mía -y conste que no quiero arrastrar a nadie a esta sensación-, pertenecer al pueblo es quemar con ácido toda posibilidad de crear y diverger. De ser individuo. Con una identidad propia. Y ya, ya sé que formar parte del rebaño nos permite realizarnos como seres humanos en sociedad y farem pinya y blablá, pero pregunto: ¿no es esta también una manera de dejar de ser libres? Igual sí, o no. Ahora me vendrá cualquiera con la paloma de Kant y ya la habremos fastidiado. Pero es igual, me arriesgo. Me arriesgo con una afirmación: el discurso edificado sobre el pueblo no es más que un intento de cosificación del engrudo como si estuviera formado por un todo homogéneo, desprovisto de individualidades diversas y divergentes, y poder utilizar así el engrudo como sujeto de predicados útiles y amasados en la más interesada de las intenciones: mantener el status quo nacional -que no deja de ser un status quo de poder.

29 noviembre, 2017

Jóvenes malas personas

Mala persona. ¿Qué decir de las malas personas? Todo malo. Por supuesto. Pero, ya que estamos, vamos a empezar mal y a propósito. No nos vamos a preguntar qué significa mala persona. Aunque todos tengamos en mente qué es una mala persona. ¿Será lo mismo para todos? Pues no lo sé ni tampoco es importante es este momento. Estoy con otra cosa. ¿Y entonces a qué viene lo de mala persona? Pues porque estoy con aquello de decir de un niño o de un joven que es mala persona. Me explico. Sea lo que sea una mala persona, voy a intentar explicar por qué no hay ningún niño o adolescente que sea mala persona. Insisto: ni uno solo. Dicho de otra manera: quiero mostrar que cuando nos tomamos la libertad de decir de un niño o adolescente que es una mala persona, en realidad estamos diciendo algo imposible y apuntamos en la dirección equivocada. A lo drástico.

Parece ser que el término persona, por lo que dicen algunos sabios, proviene de la palabra griega prósopon -en griego antiguo πρόσωπον, creo. El caso es que no sé griego antiguo. Ni antiguo ni moderno. Lo siento. Estas son dos más de mis muchas ignorancias. Es que soy más de ciencias. Y de excusas baratas. Aunque, eso sí, algo he leído al respecto. Prósopon significaba máscara. Y se refería a las máscaras que llevaban los actores en el teatro griego. Esas tan guapas que se ven antiguas y que te venden en las tiendas para turistas de Plaka. Sí, hombre, esas en que una sonríe socarrona y la otra arrastra una tristeza desesperada. La comedia y la tragedia, simbolizaban. El caso es que esas máscaras de teatro se llamaban prósopon -o πρόσωπον escrito en griego antiguo, ése que no sé. Parece ser también, que las máscaras las llevaban los actores para adquirir la personalidad que representaban. Y además servían para amplificar el sonido de la voz. Vamos, que las máscaras eran atrezzo por un lado y megáfono por otro. Es lo que tenía ser griego hace dos mil quinientos años. El caso es que llegaron los romanos y por arte de evolución lingüística apareció el término latino personare, el antecedente de persona. ¿Y todo esto para qué? Pues para caer en la cuenta. Para caer en la cuenta de que con la palabra persona señalamos a los seres humanos que adquieren una condición. Una máscara. La máscara que les permite reconocerse y reconocerlos como seres sociales, es decir, como seres capaces de comunicarse con una lengua, de adquirir costumbres, normas, usos, conocimientos y otras leches que nos identifican como pertenecientes e integrados en una sociedad. Por tanto, como conclusión de lo anterior: una mala persona siempre será un inadaptado socialmente, un ser humano que no ha adquirido la máscara social que le corresponde y que, por lo tanto, no ha interiorizado ni asumido todos esos valores, normas, conocimientos y demás, propios del entorno social al que pertenece.

Cuando decimos de un chico o chica que es una mala persona, estaremos diciendo que es un inadaptado. O un reticente a asumir y hacer propias las normas, valores, conocimientos y blablá. Un joven mala persona, sería un ser mal construido o existente al margen o erróneamente en la sociedad. ¿Es eso posible? No. Un niño o niña, un adolescente nunca es del todo una persona. Aún. Es decir, todo joven está en proceso de ser persona. Un niño o niña o adolescente, está en el camino de construirse como ser social pleno, su máscara social se está moldeando. ¿Y entonces, de dónde salen esos chicos o chicas que no parecen reconocerse como sociales? Pues esos chicos o chicas, esos que están en periodo de construcción, están siendo mal construidos. Ni más ni menos. El proceso de socialización se produce sólo cuando existen agentes de socialización capaces de transmitir las normas, valores, conocimientos y blablá. Y un niño o niña o adolescente no es más que una esponja que desea llegar a ser. En todo chico o chica existe siempre el deseo de llegar a ser plenamente y para eso adquieren valores, normas, conocimientos y blablá. Siempre. Pero cuando los agentes de socialización fallan, el resultado es que empujamos a un ser humano a ser un inadaptado y, seguramente, un desgraciado. Esos agentes son el problema. Vamos a los agentes, pues. Fácil. El agente más decisivo: la familia. Y la educación y los medios de comunicación y los amigos y los clubes de deporte y... Somos los culpables y no ellos.

Vayamos al grano y no nos engañemos más: detrás de un joven inadaptado, hay una familia despreocupada o, en menor medida, una educación poco eficaz o unos medios de comunicación perniciosos o un entorno de amistades viciado. Eso, detrás. Porque delante de un joven inadaptado siempre se muestra un futuro problemático o, incluso, desgraciado.

Post escriptum: Ya, ya sé que faltan muchas cosas por decir. Todo es mucho más complejo. Pero dejo para otra oportunidad sumergirme en la responsabilidad de instituciones y políticos.

27 noviembre, 2017

Día del maestro, pero sólo uno.

Día del maestro. ¡Tachán! Hoy. Sólo hoy. Mañana ya si eso... A otra cosa, mariposa. ¡Qué viejuno suena eso, por Diós! ¡Mariposa! Las mariposas siempre quedan viejunas o pánfilas en un texto. Pero estamos con el día del maestro. Volvamos. Pues sí, San José de Calasanz pone el santo para celebrar el día de los profesionales de la educación. ¡Ya ves tú, un santo! Podrían haber puesto a una cupletista o a un monosabio como referente. Hoy tengo el día viejuno, pero muy viejuno. Vuelvo otra vez. El día del maestro. Un día, ni más ni menos. Los otros 364 ya los tenemos ocupados con celebraciones y recuerdos varios. Y no me quejo, conste. Aunque me escuece. Porque que la sociedad entienda que debe haber un día del maestro es prueba clara de que los maestros y profesores son especies jodidas. Muy jodidas. Que yo sepa, no hay un día del consejero de ENDESA. Ni un día internacional por los agraciados de la lotería. Ni tampoco un día del pijo. Del pijo... me refiero a la pijería inútil e insultante que lo tiene todo hecho. No me refería al pijo ése... no, más abajo,.... Bueno, se me entiende. Que igual también hay un día del pijo ése de más abajo. A saber.

Los maestros y profesores. Una especie de difícil vida. De complicada existencia. Unos mártires, según testimonios varios que se pueden escuchar por la calle y en muchos corros de entendidos. Y lo confirmo. Sí, confirmo que son unos mártires. Siempre criticados por todos. Y no siempre es fácil su trabajo. Más bien se hace difícil lidiar con las trampas que se encuentran en el día a día. Pero, cuidado, que no estoy hablando de los chicos y chicas. No se me vengan a lo fácil. Ya, ya sé que muchos estarán pensando en que la juventud es muy mala. Malotes todos los jóvenes. Maleducados. Insensibles. Y muchas otras tonterías que se utilizan como matracas en los mismos corros de entendidos. Pues no. No estoy de acuerdo. En una ocasión dije en público que aún no me había encontrado nunca con un chico o chica que pudiera decir que es mala persona. Lo dije y debo ser esclavo de mis palabras. Aunque esta vez no. No tengo que ser esclavo y me reafirmo. ¡Joder, para una vez que lo acierto! Vuelvo a decir: no hay un solo chico o chica que sea mala persona o que quiera hacer el mal o que disfrute haciendo daño. Ni uno. Pero..., siempre hay un pero. Pero, digo, sí que hay muchos adultos inconscientes e irresponsables. Muchos. Y también malas personas. Y a veces incosncientes, irresponsables y malas personas. A ellos hay que apuntar. Porque son precisamente esas malas personas, irresponsables o inconscientes, las que dejan a sus hijos abandonados delante de la tele. O son esas malas personas las que se olvidan de que no hay nada más importante en sus vidas que esos niños. O son esas malas personas las que ofrecen su peor versión para hacer sufrir a los más débiles. Son esos adultos a los que habría que suspender y castigar y reeducar con clases de refuerzo. No a los chicos y chicas. Ellos sólo necesitan a alguien que les ayude a crecer. Los niños y los jóvenes sólo desean ejemplos a seguir que les ofrezcan atención, seguridad y alegría por vivir. Ni más ni menos eso es lo que necesitan. Y no es mucho pedir. Pero un momento que no hemos acabado aún. Porque son también esas malas personas las que no legislan para tener una educación que convierta a los niños en seres con oportunidades. Se olvidan de hacer leyes eficaces que ayuden a crecer en libertad y en igualdad de condiciones. Son los mismos que regatean un euro en recursos a la educación. Son los mismos irresponsables que confían en que los maestros y profesores sabrán pasarlas canutas para compensar lo que ellos niegan o no hacen. La educación necesita recursos y una sociedad comprometida. Y no comprometida con los maestros, sino con sus jóvenes y con su porvenir.

Hoy es el día del maestro. Aunque, después, tendremos 364 días en que los adultos confiaremos en los maestros olvidándonos de ellos y dejando que la educación sea la primera criba para que los menos favorecidos comiencen a sufrir ya desde bien pequeñitos. ¡Benditos maestros! ¡Benditos chicos y chicas! ¡Malditos adultos!

25 noviembre, 2017

Tres patas para un país cojo

Tenemos un país, pero tenemos un país cojo. Primero, antes de seguir, debería decir que en la caverna tenemos varios países. En un solo estado tenemos más de un país. Bueno, en realidad no está claro qué es eso de país o países. Como tampoco está claro qué es eso de nación. Porque los catalanes lo parecen tener claro, pero los valencianos, sobre el mismo país, no mucho. Y ya no te digo lo que debe tener en la mente un extremeño o un andaluz. El caso es que es sacar la palabra nación y aparecen ofendidos por todas las esquinas de la caverna. Un sin Diós. Pero si nos centramos en el caso catalán, tenemos un país cojo. Ahora, digo, en estos momentos. A día de hoy, se nos ha quedado cojo el país y se nos ha venido abajo. Porque han querido construir un país sobre tres patas y las tres no han podido aguantar el peso del país. O por lo menos se nos viene abajo el proyecto de país que han querido construir.

Las tres patas: la proyección internacional; las estruturas de estado; el consumo interno. Se ha trabajado durante los últimos años en estas tres patas. Duro. O no tan duro y, a lo mejor, ni siquiera se ha trabajado bien. Lo cierto es que las tres patas no han sido todo lo consistentes que se esperaba. Y se nos ha venido abajo todo. La venta internacional del producto ha sido un fiasco de mucho cuidado. A pesar de las ayudas recibidas por las decisiones de Rajoy. La mejor aportación del presidente del gobierno español al procesismo fue el 1 de octubre. Venga porrazos a diestro y siniestro hasta llegar a convertirse en la mejor aportación española al procesismo. Pero ni así. Después, ni un puñetero país u organización oficial de cierto peso ha querido mojarse. Nadie. El silencio absoluto. Romeva, un inútil. Si lo valoramos por los resultados obtenidos, claro. Precisamente para eso, para la proyección internacional, se justificó el fichaje por parte del procesismo de un tipo que provenía de la izquierda. Su "dilatada trayectoria como diputado europeo", por sus contactos o porque cualquiera servía para eso, si hablaba más de un idioma. El caso es que sobre las espaldas de Romeva recayó la tarea de conseguir adhesiones internacionales. Recoger el aliento transpirenaico. Conseguir entusiasmos del más allá. Pero nada. Romeva no consiguió nada. Un fiasco de consideración. Como tampoco resultó bien la jugada de intentar atraer el voto de izquierdas fichando a un tipo que no lo conocían ni en su casa. Total: la primera pata, coja. El país se nos tambalea.

La segunda pata, las estructuras de estado, se prometían efectivas y robustas. Así se nos había vendido desde las últimas elecciones autonómicas-plebiscitarias-de-tu-vida. Durante meses nos habíamos creído el mantra de "estamos trabajando seriamente en las estructuras de estado" y el "estará todo a punto". El objetivo era robustecer y organizar la organización del nuevo estado: polícía, economía, empresa, impuestos, censo, organización del territorio,... Un fiasco. Nada de nada. Durante meses organizaron una ley de transitoriedad que hubiera debido ruborizar a cualquier demócrata. Una ley que fue un brindis a la creeencia ciega en que los dioses todo lo perdonarían. Para el procesismo, la causa lo justificaba todo. Incluso justificaron las sesiones parlamentarias del 6 y 7 de septiembre. Bochornosas y un atentado al respeto a las minorías parlamentarias y al parlamentarismo. De las demás estructuras, fiasco tras fiasco. Nada de nada. Ni las empresas respondieron. Ni la hacienda estaba preparada. Ni el censo. Todo se jugó pues a una carta: en la fe de que el universo sería justo con el pueblo elegido y que, de alguna manera, todo confluiría en el Destino. Pero en el momento oportuno, con el culo al aire. De ahí el bochorno de ver marcharse a más de 2000 empresas y que el único plan preparado fue el que constaba en unas anotaciones manuscritas en una hoja abandonada: la posibilidad de pagar a funcionarios o pensionistas con bonos patrios. Todo un planazo. Sólo la fe y el entusiasmo del catalanismo libró a sus líderes de que los corrieran a gorrazos. Segunda pata: el país hundido.

Y queda el consumo interno. Ahí sí que el govern lo ha dado todo. Los medios de comunicación afines estuvieron bien engrasados. Las entidades civiles de corte peronista pusieron los restos. Y funcionaron bien como brazo del poder. Y también funcionaron muy bien empujando a partidos, govern y parlament. El relato peronista ha funcionado y funciona. Animados por la CUP y todos sus mecanismos bien coordinados. Els carrers seran sempre nostres fue el grito de guerra que igual espantaba a unos como animaba a otros. Aunque ni unos ni otros se lo acabaran de creer. Las calles, al final, bajo una u otra bandera, son siempre de los mismos: de los que tienen los medios de producción y dominan los verdaderos mecanismos del estado: el poder de don dinero. Pero debemos poner en valor el esfuerzo. Mucho esfuerzo de muchas personas creyentes y entusiastas. Porque, al fin y al cabo, ahí sí que triunfaron. El proceso que preparó el consumo interno supo relatar y con el relato supo convocar y animar y casi paralizar un país. Y todo gracias a que supo inventar un relato que desde hace años ha ido creciendo. Incluso ha ido reinventándose y reinterpretándose ad hoc para apuntar siempre hacia la misma meta. Es éste el éxito más potente del procesismo. Y, la verdad, creo que debiera estudiarse como tal por especialistas. Incluso debería tenerse como modelo de movilización y de construcción de un pensamiento colectivo bien articulado. Pero con una pata sola las banquetas se hunden. Se caen las sillas. Se desmoronan mesas y mesitas. Se tambalean señores y otras especies. Se derrumban edificios y puentes. Con solo una pata no hay construcción que aguante. Y la construcción del país no aguantó.

21 noviembre, 2017

Guía para machitos imbéciles

En la caverna hay muchos machos. O machitos. Demasiados para mi gusto y para desgracia de muchas mujeres. La caverna está llena de necios que creen que al ser hombres -o machos, como a ellos les gusta verse- tienen derechos sobre otras personas. Derechos sobre las mujeres, sobre todo. Estos machitos están en las clases más bajas, pero también en las medias y las altas. Estas últimas son más dadas al disimulo y la apariencia. Pero el sentimiento machista es el mismo. O por lo menos despierta la misma repugnancia, aunque sea más refinado. Y quizás esos machitos necesitan que alguien les explique, que les ayuden con unos pocos consejos. Con esa intención he pensado que sería bueno crear una "Guía para machitos imbéciles". Lo de imbéciles es una licencia que me he permitido añadir. Espero que se me entienda. Al grano. Con toda mi buena voluntad, creo que igual tres consejos pueden ayudar a estos... machitos, para que al fin se reconozcan tan necios y repugnantes como les ven muchas otras personas. Sobre todo la inmensa mayoría de las mujeres. Bien, ahí va. Que os aproveche.

Primer consejo. Eso que os pica en la entrepierna es un problema vuestro. Apuntad: "mi entrepierna es mi problema". Es exclusivamente vuestro. Ése no es el problema de ninguna mujer. Si fuera el problema de alguna mujer, entonces ella podría optar por diversas soluciones. Entre esas soluciones podría encontrarse la cirugía o la castración química o filetear para carpaccio el colgajo ése de la entrepierna, por ejemplo. Pero, por suerte para vosotros, no es un problema de ninguna mujer. Por tanto, nadie puede optar por extirparos o filetearos el pingajo. Aunque, escuchad bien otra consecuencia: no siendo el problema de ninguna mujer, tampoco ninguna de ellas tiene por qué solucionaros el picor. ¿Pica la entrepierna? Pues a rascarse. Y para ello podéis utilizar cualquier cosa inanimada que os convenga. Por ejemplo, papel de lija. Y frotáis y frotáis como si no hubiera un mañana.

Segundo consejo. Nadie merece que le suelten vómitos a los pies. Apuntad: "eso que yo considero un piropo tan ocurrente no es más que una repugnante señal de alarma para los demás". Y digo esto porque cualquier mujer puede vestirse como quiera, perfumarse y peinarse como le venga en gana, sin que por ello tenga que escuchar alguna obscenidad maloliente. Y si a ti te gusta como se viste o se peina, pues mejor. Pero, que te guste a ti, de ningún modo eso te permite increparla o molestarla de ninguna manera. Piensa que lo que tú llamas un piropo, generalmente es una frase babosa que pocas veces puede encantar a nadie con dos dedos de frente. Y aviso: las mujeres suelen tener más de dos dedos de frente. No todo el mundo es como tú. Algún machito pensará, "pero es que al verlas me pica la entrepierna". Pues entonces vuelve al paso uno y procura utilizar el papel de lija más gordo o una lima para acero.

Tercer paso. El amor no es meterla. Así te lo digo para que lo entiendas clarito. Apuntad: "Amar no es meter el pingajo a cualquier precio y donde sea". El amor es otra cosa mucho más complicada. Para explicártelo necesitaría hacerte unos dibujitos y quizás algunos meses de largas disertaciones. Porque, al ser el amor una cosa tan complicada, no creo que con cuatro frases pudieras llegar a entender algo. Eso sí, puedo explicarte algunas cosas que normalmente haces y que para nada son amor. Por ejemplo, no es amor tratar a los demás como si fueras el amo de un harem. No es amor someter a alguien a tu voluntad. No es amor hacer sufrir a otra persona. No es amor pegar. No es amor menospreciar. No es amor que te tengan miedo. Nada de eso es amor, so imbécil. Supongo que en algún momento lo has intuido, pero alguien te lo tiene que escupir a la cara. Y yo sé que te gusta que te amen, pero deberás ganártelo. Nunca podrás exigirlo ni provocarlo a golpes. Y si te pica el colgajo y aún crees que eso es amor, volvamos al primer consejo y ahora ya puedes utilizar un guante de puas.

Hemos empezado con tres consejos muy básicos. Quizás otro día, si superas esta primera prueba, te pueda explicar que el sufrimiento de otra persona nunca te ofrecerá el placer de sentirte querido. Quizás otro día te explicaré que con el dolor sólo provocas en los demás odio y asco. Anda, aplícate un poquito.

20 noviembre, 2017

Un artículo nauseabundo sobre el cinturón rojo

A estas alturas, todo el mundo ya ha leído el infame artículo de Jordi Galves en el diario digital ElNacional.cat. El artículo en cuestión lleva por título Cornellà no es como Catalunya. Y, como ya he dicho, es infame. Yo diría que nauseabundo. Por lo tanto, ya lo he estigmatizado. Y sí, lo hago con ganas.  Con muchas ganas. Menos mal que ya ha habido respuestas muy acertadas de diversas personas. No podía ser de otra manera. Enlazo dos: una y dos. En ambos casos son personas dolidas. Personas heridas por el desprecio con el que hemos sido abofeteados una buena parte de catalanes.

Para los que aún no lo hayan leído, diré que el artículo contiene perlas. Perlas diversas y de considerado tamaño. Vuelvo a recomendar su lectura para que, sobre todo, se entienda qué es el odio y la xenofobia. El artículo es una obra cumbre del género xenófobo catalán. El señor Jordi Galves se refiere a Cornellà como una tierra "colonizada", "nacionalista" y "españolista". Una ciudad repleta de españolitos que "reivindican su ignorancia" y "atacan la inmersión lingüística". Ignorantes, sexistas, violentos, inadaptados o resentidos son algunos de los adjetivos que atribuye a esos "españolitos". En cambio, se refiere a los chicos autóctonos, los catalanoparlantes, como personas estigmatizadas, atemorizadas en una tierra enemiga, poseedores de una cultura odiada en una ciudad repleta de personas intolerantes. Bien, he resumido mucho, pero el enlace está para aclarar o para herir más claramente que mis explicaciones. El caso es que la exhibición de intolerancia y de odio que podemos encontrar puede herir sensibilidades varias. Incluidas las muy catalanas. Incluidas las esencialistas-pero-humanistas.

Si no estoy muy equivocado, Cornellà es muy parecida a otras ciudades del llamado cinturón rojo barcelonés. En otros tiempos, un cinturón muy reivindicativo. Hoy repleto de escépticos y nada proclives a dejarse arrastrar por la moda nacionalista que impera en Catalunya. Y eso es lo que le duele al señor Galves. Pero todas estas ciudades que bordean Barcelona se distinguen por otras características mucho más acertadas que las que señala el señor Galves. En este caso que nos ocupa, yo creo que merece la pena resaltar sólo dos. Y serán sólo dos para no calentarme más de lo necesario.

La primera: es en estas ciudades cuando a finales de los años setenta y principios de los ochenta los obreros reclaman -reivindican- una educación en catalán. Es, por ejemplo, en Santa Coloma de Gramenet donde comienza la llamada inmersión lingüística en catalán. Y reclamada como un derecho por los propios ciudadanos. No comenzó en Manresa ni en Girona o en Olot. No, nada de eso. Comienza en una ciudad falta de recursos, con una población emigrada desde la probreza, en buena parte analfabeta, repleta de obreros con escasa cualificación, pero que quieren que sus hijos se eduquen y tengan las mismas oportunidades que los catalanes de la Bonanova. Además, esos obreros hablaban a sus hijos con un catalán repleto de barbarismos y con acentos del sur o de Castilla o de Murcia o de Galicia, para que, hablando en catalán, se pudieran llegar a sentir catalanes de verdad. Esos obreretes incultos renunciaron a algo a lo que este señor jamás renunciaría: decidieron no hablar el idioma materno a sus hijos. ¿El señor Galves lo haría? ¿Renunciaría el señor Galves a hablar en catalán a sus hijos si tuviera que vivir en otra parte del mundo? Sinceramente, a mí me parece una renuncia muy dolorosa.

Segundo: es en estas ciudades donde los catalanes venidos de otros lugares de España se parten la cara en los setenta por la anmnistía y por el Estatut, mientras los señoritos de Pedralbes o els benestants del Eixample barcelonés juegan a ser reivindicativos en el Palau de la Música o en Bocaccio. Es en Sant Boi de Llobregat donde en el año 1976 se celebra el primer Onze de Setembre y se oye por primera vez una reivindicación que perdurará en la memoria colectiva de este país: "llibertat, amnistia i estatut d'autonomia". Es en estas ciudades donde los obreros trabajan dos jornadas cada día por sueldos miserables en fábricas del Poble Nou o del Baix Llobregat. En fábricas regentadas por una burguesía muy catalana. Esa que después iba a ejercer de oprimida en el Palau de la Música "abans de sopar en un bon restaurant". Todo esto parece olvidársele al señor Galves en su nauseabundo artículo. O es que él es más de odiar sin preguntar primero.

Pues, señor Galves, yo no sé qué Catalunya conoce usted, pero le puedo asegurar que ésta que le describo es una Catalunya auténtica, tan auténtica como cualquier otra. Esta que le describo es una Catalunya formada por auténticos catalanes que aman Catalunya y que no odian ni desean odiar a nadie. Es posible que le guste más la Catalunya de Berga o de Ripoll o de Puigcerdà. Es posible que le guste una Catalunya mejor encastrada en sus esquemas mentales. Pero hay muchos catalanes, no sé si mayoría o no, que no encajarán. Y lo siento mucho por usted, pero me alegro por Catalunya. Si esta Catalunya real no encaja en su decadente perspectiva y usted se empecina en seguir odiándola, sólo le puedo recomendar una cosa: no se muerda, no vaya a ser que se envenene.

19 noviembre, 2017

Sobre la tolerancia y los intolerantes

Aprendí qué significa la tolerancia cuando trabajé de mecánico. Yo era muy joven entonces. Un pimpollo buscando su lugar en la vida. Y lo cierto es que no tuve buenos maestros. Quizás por eso la mecánica nunca me llegó a gustar. Pero, eso sí, aprendí cosas que aún recuerdo. Por ejemplo, y sin que mis maestros lo supiesen, aprendí qué es la tolerancia. Recuerdo que una mañana uno de aquellos tipos más experimentados me dijo, "a ver, chaval, no hay ninguna pieza que sea perfecta; si crees que cuando vas a montar una máquina todo es perfecto y encaja a la perfección, es que eres muy ingenuo; pero, aunque no haya piezas perfectas, sí que hay piezas que valen y piezas que no valen; las que valen, son las que no exceden la tolerancia permitida; las que no valen, son las que se pasan y son demasiado imperfectas, osea, son las que se pasan la tolerancia por el forro". ¡Chinpún! Lección fundamental. Si él saberlo, me ofreció un conocimiento esencial del que no fui consciente hasta algunos años después.

Como digo, con el tiempo aprendí qué querían decir aquellas palabras y sus consecuencias. Primero, no hay ninguna pieza perfecta. Y esto es el fundamento de toda convivencia. La esencia. Cuando una persona o un grupo de personas se creen más perfectas que el resto, no sólo se equivocan, también son un peligro grave para la convivencia. Y esto pasa muy comúnmente. Hay demasiados creyentes en su propia perfección. Son esos soberbios que se han emborrachado al creer en sí mismos de forma desmedida, sin dar opción a que otras verdades puedan ser también aceptadas. Y, para esos perfectos, los demás no somos más que escoria inculta, o fascistas, o ciudadanos de segunda clase, o desheredados, o no integrados, o pusilánimes que hay que dirigir, o mil y una categorías que sólo muestran menosprecio hacia el resto de la humanidad. Esos perfectos sólo destilan arrogancia. Arrogancia dañina, de esa que suena a ladrido y el aliento atufa a náusea.

Segundo: si nadie es perfecto, estaría bien que fuéramos conscientes de nuestras imperfecciones. Porque sólo así podremos mejorar, pulir o paliar las muchas imperfecciones que nos hacen humanos. A todos. Y porque sólo así, comprendiendo mis imperfecciones, igual puedo llegar a comprender y aceptar el derecho de los demás a tener sus propias imperfecciones. Mejor dicho, puedo y debo aceptar, de la misma manera que pueden y deben aceptarme a mí. Por ejemplo, yo no soy "anti-nada". La verdad es que no puedo serlo, mi naturaleza escéptica no me lo permite. Pero, a pesar de no ser "anti-nada", también puedo no ser de lo que me dé la gana. Y eso es algo que no todo el mundo entiende. Podemos no estar de acuerdo con alguien o con alguna idea o con alguna propuesta, y sin embargo eso no nos convierte de forma inmediata en "anti". ¿Por qué? Porque toleramos y queremos ser tolerados. Últimamente he tenido que oír demasiadas veces cómo me llamaban "anti" por el simple hecho de no ser un seguidor. Y creo que se equivocan cuando reducen la realidad a su visión maniquea: o conmigo o contra mí, o buenos o malos, o blancos o negros, o de aquí o de allí. Pues no: ni negro ni blanco, ni bueno ni malo, ni de aquí ni de allí. Tengo todo el derecho a no sentirme ni implicarme con guerras que ni me van ni me vienen. ¿Por qué? Pues porque, sencillamente, todos somos imperfectos y yo prefiero quedarme con mis propias imperfecciones. Me las conozco, me las domino y no me impiden convivir con nadie. Así que no quiero las vuestras, vamos.

Tercero. La tolerancia nos obliga a aceptar como válido a todo aquel que está dentro de lo aceptable. ¿Y qué es lo aceptable? Pues lo aceptable es, ni más ni menos, que seamos aceptados. Dicho de otra manera: todo aquel que con su conducta o sus palabras se muestre intolerante con el disidente estará demostrando una actitud inaceptable. Todos tenemos cabida en la sociedad, siempre y cuando aceptemos la cabida de cualquier otra opción. Eso es la tolerancia: aceptar la diversidad de imperfecciones, tan imperfectas como las mías. Tenemos opiniones dispares, de todos los colores. Quizás alguna más cercana a la medida ideal, no digo que no. Quizás todas imperfectas. Pero todas válidas porque estar dentro de los márgenes de la tolerancia implica aceptar para ser aceptado. A partir de ahí, la máquina funcionará. Eso me dijeron mis maestros mecánicos. "No te preocupes, chaval, que si todo está dentro de la tolerancia, la máquina funcionará". Y tenían razón. La tolerancia es la que permite que nos movamos muy cerca de la perfección sin que seamos perfectos.

15 noviembre, 2017

Machismo y feminicidio en Facebook

Muy triste. Cada semana escuchamos que una mujer muere a manos de un animal. Cada semana leemos que un energúmeno ha matado a una mujer o a su hijo o a ambos. Una animalada. Una animalada trágica y muy triste. Y eso, siendo humanos, debería avergonzar a todo ser humano. Seguro que hasta ahí todos estamos de acuerdo. ¡Faltaría más! Pero eso no es lo más triste. Aún hay cosas tan tristes como el asesinato de mujeres. ¿Que qué puede ser? Pues algo muy sutil que pasa inadvertido. Algo que escuchamos día a día sin que nos recorra un escalofrío por todo el cuerpo. Me refiero a esos comentarios que, de una manera u otra, justifican o desvían la atención del problema. El problema: maltratar o matar o someter a un ser indefenso por creer que se es dueño de su destino. Pero, insisto, esos otros intentan desviar o huir del problema. Y son esos otros, además, los que están afilando los cuchillos de los siguientes asesinos. Inconscientemente, de acuerdo. Sin quererlo, seguro. Pero lo están haciendo. Y esa es una guerra que deberíamos comenzar a plantear ya. Sin más dilación. La guerra contra esos otros.

Ayer, una amiga publicó en Facebook una noticia sobre el asesinato de una niña degollada por uno de esos animales, un animal que además era su padre. También publicaba una noticia sobre los violadores autoproclamados La Manada. Por cierto, serán necios y cobardes, pero han sabido encontrarse un nombre adecuado para explicar el nivel de sus acciones. Pero volvamos. Mi amiga publicó ambas noticias en Facebook. Y Facebook tiene lo que tiene. Admite reacciones de todo tipo. Cualquiera puede comentar y decir lo que le venga en gana sin antes pasar el vómito por el tamiz del intelecto. Y así nos va. He de reconocer que los comentarios no tenían la intención de animar a la violencia. Cierto. Pero, sin ellos saberlo, alimentaban la violencia. O la disculpaban. O la retorcían para explicar otras situaciones que nada tienen que ver con los hechos. Los hechos, en crudo y sin retorcer: matan a una niña de dos años y cinco machitos cobardes violan a una chica durante los Sanfermines.

Uno de los comentarios, después de mostrar su dolor por los hechos, viró hacia las separaciones matrimoniales. Mi primera reacción fue pensar que nada tenían que ver nabos con coles. Pero continué leyendo. Y leí: "...no como ahora que la mujer se queda la casa y la mitad del sueldo como mínimo. Es decir uno se separa y se tiene que ir a un piso compartido o a vivir debajo de un puente. Mientras esto no se arregle lo otro tampoco se va a solucionar". Confirmado, estaba confundiendo nabos con coles. Reaccioné intentando hacerle ver que nada tenía que ver una cosa con la otra. Le dije que estaba comparando tuercas con arándanos y que lo que estaba haciendo es banalizar la violencia como si fuera otra simple disputa en un proceso de separación. Que demostraba una carencia total de sensibilidad y que así no. Pero fue incapaz de comprenderme. O quizás fui yo incapaz de hacerme entender.

Otro comentario, después de mostrar su oposición a la violencia, derivó en una cuestión semántica. La persona en cuestión dijo que mejor utilizar el término adecuado, violencia de género. De acuerdo. Vale, pensé. Pero continué leyendo otra vez. Y este señor llegó a decir que era violencia de género porque las mujeres también matan y por tanto es el choque entre géneros, así, en general y sin distinguir cual. Además se apoyó en un argumento muy singular, "existen las carceles de mujeres y no creo que las que estén allí sean unas santas". Estuve releyendo todo el comentario varias veces. Algo se me había escapado o todo aquello sonaba mal. Muy mal. Vamos, que sonaba a argumento de estercolero. Y como me sonaba tan mal, le contesté. Le dije que nos podemos comer un plato de arroz o nos podemos comer una curva o nos podemos comer un rosco y, aunque todo sea comer, no es en absoluto lo mismo. La violencia entre dos hombres siempre es deleznable, pero la de un hombre sobre una mujer es criminal y cobarde. ¿Por qué? Pues porque un hombre abusa de su mayor fuerza y ejerce violencia para someter a una mujer. Esa es la raíz: querer someter a la fuerza la volutad de un ser humano a otro que se cree superior. El superior: el machito cobarde que debiera estar encerrado en un centro de reeducación.

Y, por último, un clásico: las denuncias falsas. El famoso argumento de Toni Cantó que cantó y mucho. Primero, porque es falso que haya un porcentaje significativo de denuncias falsas. Si no recuerdo mal, el porcentaje de denuncias falsas está por debajo del 1%. Y segundo, porque eso nunca puede disculpar el ejercicio de la violencia sobre los más débiles. Dicho de manera más clara: el machito asesino o violador jamás puede tener disculpa alguna ni argumento que desvíe la atención del problema. El problema del machito: su incapacidad para ser un ser humano respetable.

¿Y adónde quiero llegar con todo esto? Pues a que la lucha contra el machismo y la defensa del feminismo debe ser absoluta. Y con absoluta quiero decir que nadie puede disculparse de comprometerse en esta guerra. Nadie puede justificar o retorcer argumentos para justificar al asesino o para diluir la gravedad de su conducta. No podemos permitírselo a nadie. No confundamos ni miremos hacia otro lado nunca más. Nadie. Porque hasta que nuestra sociedad -es decir, todos sin excepción- no se comprometa en esta lucha contra el machismo, no acabaremos por ganar jamás esta guerra. Debemos empezar a señalar como cómplice al que desvía la mirada o al que le quita importancia a la violencia machista con la excusa de cuatro casos falsos. Porque, mientras tanto, están muriendo cientos de mujeres y otras muchas sufren la tragedia de vivir con un maltratador. Sin medias tintas. Y nuestros gobernantes debieran tomar cartas en el asunto de manera radical y urgente, sin fisuras ni titubeos.

20 octubre, 2017

Epístolas para consumo propio

Diálogo de sordos. Diálogo de ciegos, también. Cierto es que no se escuchan, pero tampoco ven. O ven aquello que les conviene ver. Pero incapaces de mirar lo que hay más allá de sus palacetes y salones. Diálogo no hay. Pero nada de nada. Ni en las altas esferas ni tampoco ya en las barras de los bares. Ahora ya es imposible. Nada de nada. Se nos está acabando el terreno de la palabra y, con él, se nos ha acabado el terreno de la razón. Y del diálogo. Diálogo y razón tienen en la palabra a su único y fundamental soporte. Más allá, el silencio. La sinrazón.

Insisto, no hay diálogo. Y menos aún por carta. No hay diálogo epistolar. Sí, cierto, se han intercambiado cartas, pero para nada. Porque ni se han leído ni han querido nunca leerse. Y no se han leído para no tener que entenderse. Las cartas han sido sólo para consumo propio. Cartas para elevar el propio espíritu. Cartas para que el ánimo de los míos no decaiga. Cartas para mantener viva la sordera. Cartas para no intercambiar nada. Puigdemont ha escrito sus cartas para los propios. Para que no decaiga el espíritu etéreo y para que no crean que todo ha sido para nada. Rajoy ha contestado, en carta, para los propios. Cartas para elevar el ánimo de los propios desde el cemento y para que no crean que el cemento se desmorona.

En las cartas hemos leído interpelaciones y paráfrasis. O algo parecido. Porque creo que las paráfrasis dejaban de ser paráfrasis desvaneciéndose en los renglones. Paráfrasis que no han explicado nada, para desvanecer sentidos en soflamas. Paráfrasis que más bien enredan para tejer las propias ropas. E interpelaciones que no han interpelado. Interpelaciones que nada quieren interpelar. Interpelaciones que tejen redes tupidas de las que nadie puede escapar. Paráfrasis e interpelaciones perdidas. Humo. Mucho humo. Humo tóxico. Y continuamos pasando pantallas. Pero continuamos pasando pantallas sin acabar ninguna de ellas. Vivimos una época de consumo compulsivo. Debemos consumir sin ni tan siquiera acabar con el bocado anterior. Consumir ante todo como si, así, avanzáramos hacia algún sitio. Pero no avanzamos. Como pollo sin cabeza. Creer que avanzamos para no avanzar. Quizás, para no tener que avanzar. Y nos hemos alimentado de pantallas que nunca hemos acabado de consumir. Así hasta atragantarnos. ¿Alguien se acuerda ya de las muchas preguntas que se han quedado en el tintero? Sin respuestas. Sin diálogo. Preguntas estériles, resecas. ¿Qué pasó con el derecho a decidir? ¿Qué pasó con el derecho de autodeterminación? ¿Ya hemos aclarado qué és eso de la república social? ¿Qué legitimidad tiene la Llei de Transitorietat? ¿De qué manera vamos a respetar a las minorías? ¿Hasta qué punto la mitad más uno pude decidir el destino de la mitad menos uno? ¿Siempre? ¿No siempre? ¿Hasta cuándo? ¿Qué tipo de relación queremos los catalanes con el estado español? ¿Qué pasará con al economía catalana? ¿Cómo queremos el referendum? ¿Es válido el 1-O? ¿Hasta qué punto queremos que el 1-O sea el inicio de una república verdaderamente democrática? ¿Queremos una DUI? ¿Queremos ser Europa? ¿Cómo aceptará Europa una DUI? ¿Es el artículo 155 de la Constitución aplicable ahora en Catalunya? ¿Tenemos a dos catalanes prisioneros políticos? ¿Qué es un prisionero político? ¿Sedición? ¿Hasta dónde puede el poder judicial solucionar el problema catalán? ¿Pueden dos grupos civiles decidir el futuro de un pueblo? ¿Está el Govern en manos de sociedades civiles? Y preguntas y preguntas que nunca han llegado a tener respuestas. Preguntas que se están perdiendo en pantallas anteriores. Engullidas sin haber resuelto nada. Preguntas que debieran haber sido la esencia del diálogo. Y de la democracia. Y que no se han respondido. Y que no hay diálogo. Y que se nos desvanece la democracia. O vaya usted a saber.

30 septiembre, 2017

Defendámonos

No sé por dónde empezar. Porque empezar sí que quiero. Es que el silencio al que me había condenado hasta poder pasar esta fiebre, me ahoga. Y me ahoga porque se tambalean cimientos. Tranquilos, no son cimientos patrios los que se tambalean, son cimientos mucho más importantes, de esos que te hacen sentir un poco mejor con el mundo. Son cimientos mucho más profundos, humanos, de esos que te apuntalan la existencia. En fin, menos circunloquios y a empezar.

Me invitaron. Admito que sólo soy un convidado y no tengo más derechos que los que me quieran conceder los anfitriones. Pero, aunque sólo invitado, nunca he sido un convidado de piedra. Nunca. En ningún sitio. Y por eso, a veces, me he tenido que ir de alguna fiesta. El caso es que me invitaron a participar. Un grupo de personas. Abierto, plural, sincero, rico y humano. Humano en el sentido de humanista: la razón, el progreso, la crítica y el diálogo antes que la pasión desordenada, el fanatismo y la sinrazón dogmática. Y tambien por eso me cautivaron. Por eso me impliqué hasta donde pude. ¿Qué dónde? Pues en una organización local de ICV -sí, esos que ahora son Catalunya en Comú, los equidistantes, traidores y otras lindezas con las que son conocidos en estos podridos momentos; unos proscritos, vamos. No milito por cobardía, quizás. Pero me los quiero por todo lo que representan de compromiso y pluralidad -y mucha afinidad personal, que aún no me atrevo a decir cariño, con algunas personas. El caso es que todo lo que me atraía, ahora me lo están intentando desmoronar.

¡Cómo me gustan las conversaciones inteligentes con personas que discrepan de mi opinión! ¡Cómo busco el punto de vista diferente con el que confrontar mis miserias! ¡Hay que ver cómo se crece cuando enfrente tienes a alguien que te obliga a repensar tus propias seguridades! Todo eso, para mí, es una manera de crecer y hacerme rico. Pero rico de verdad, no hablo de dinero. Y ellos, entre otros, me lo han ofrecido generosamente. No estar de acuerdo es una oportunidad para mirar desde mucho más alto. No estar de acuerdo y dialogar es la única manera de progresar. Pero, señores, me lo están intentando desmontar. Están intentando destruir un lugar de libertad, pluralidad y razón. Los que quieren romper se están esmerando con sus martillos pilones en espacios en los que domina la libertad y el respeto a la diferencia. Y, por si no queda claro, no estoy hablando de geografía ni de banderas ni banderines -ahora no estoy para perder el tiempo con estas zarandajas-, no son esos los territorios en litigio. Me refiero a los espacios de progreso: intangibles y ricos, creados con el lenguaje y el diálogo, donde se crece a base de ideas, de propuestas y refutaciones. Esos otros, los del pensamiento único, los de "o conmigo o sin mí", no son más que enanos que, por no saber crecer, no quieren dejar crecer a nadie. Y en algún momento alguien les tiene que decir basta. Porque -y es igual si es en mayoría o en minoría- los espacios de contraste, de diálogo, de razones, de búsqueda, se los quieren apropiar para dinamitarlos. Sí, esos otros que dan por culo con las astas. Y me apena.

¿Y qué hacer? Pues defendernos. ¿Cómo? Pues dando voz a los unos, a los otros y a los muy unos y muy otros, y a los que no quieren ni unos ni otros, y... Es la hora de preservar espacios. Los espacios de siempre en los que se podía crecer a base de contrastar y equivocarnos. Es hora de no ceder ni de dar marcha atrás. Es hora de dar la mano al que piensa muy diferente para que participe y poder intercambiarnos así las miserias. Y reírnos juntos para quemar después todas las viejas creencias juntas. Y si insisten en querer dinamitar el diálogo y las ideas, pues ni caso, que somos más fuertes.

Salva, Rosario, no soy nadie -quede claro antes de lo siguiente. Como invitado, siempre se me puede recordar que me vaya a dormir a mi casa. Pero, por si nos entra el sueño, antes de irme a dormir os diré que vosotros me hacéis más grande. A mí y creo que a muchos. Es hora de defendernos. Juntos.

26 agosto, 2017

Pues yo sí tengo miedo

Pues sí. Yo sí tengo miedo. Y que conste que está muy bien lo del lema éste. Pero es mentira que no tenga miedo. ¿Y de qué tengo miedo? Pues de que vuelvan a hacer lo mismo en cualquier otro sitio. En Barcelona. O en Madrid o en París. En Londres, Nueva York o en Roma. O en Siria, el Líbano, Yemen o en Irak. Porque volverán a hacer lo mismo, todos lo sabemos. Aunque no sea ahí, en la esquina de mi calle.

Tengo miedo. Y lo tengo porque tengo seres queridos que van en metro. Y pasean por lugares concurridos. Y son libres y les gusta disfrutar de su libertad visitando museos o aparcando cerca de alguna facultad o haciendo turismo por otras ciudades. Y ellos no tienen un subfusil para defenderse ni tienen bolardos a sus alrededor protegiéndoles permanentemente. Tengo miedo por los míos, por todos aquellos que conozco y por los que no conozco.

Tengo miedo porque los que deben protegernos están más preocupados de lavar sus banderas que de servirnos. Los de un lado y los del otro. Los policias hacen su trabajo. No va con ellos mi miedo. Con ellos va mi reconocimiento por hacer bien su trabajo. Pero los que deben tomar decisiones, ellos son los que utilizan esa policía. Y no siempre utilizan la fuerza para defendernos, sino para defenderse. Es más, casi siempre utilizan la fuerza y la policía para defender sus terruños y sus banderas. No me fío.

Tengo miedo porque los bolsillos se olvidan fácilmente de las desgracias. Y los negocios no conocen la compasión ni la solidaridad. Y los que gobiernan tienen bolsillos. O tienen amigos que tienen bolsillos muy hondos que deben llenar. Y los negocios se hacen vendiendo chorizos o granadas de mano. Y si tienes colesterol a nadie le importa. Y si mueres con una granada fabricada en la esquina de mi calle, a los que hacen negocios no les va a importar un comino.

Tengo miedo porque los fanáticos no sólo son los que han caído. Los hay todavía en muchas iglesias o en muchas mezquitas. Los hay que gritan odio desde sus púlpitos. O en las redes sociales. Defendiéndose ellos y sus creencias. Haciendo proselitismo de sus creencias y de sus miserias. Haciendo proselitismo del odio.

Tengo miedo porque trabajo con jóvenes. Trabajo con seres ávidos por crecer y aprender. No solo en los libros. También en la vida. Jóvenes que deberían aprender y crecer alimentados con valores laicos. Jóvenes que deberían defender la libertad, la equidad y la pluralidad. Pero que no están protegidos por una enseñanza laica. Jóvenes, algunos, que caerán fácilmente en las redes del proselitismo religioso y que pueden sucumbir, unos pocos quizás, al fanatismo del odio religioso. No es una sociedad laica la que les protege, sino una sociedad que los ofrece a la ceguera de la fe. Vivimos en una sociedad que introduce la creencia en las aulas. ¡Qué esperamos!

Y que conste, finalmente, que tener miedo no implica ser un cobarde. Tengo miedo porque miro a mi alrededor y veo como alimentan el odio y avivan el fuego. Pero, a pesar del miedo, no me quedaré encerrado en casa. Ni encerraré a mis seres queridos para protegerles. No soy un cobarde. La cobardía es la renuncia ante el miedo. Y yo no renuncio a hablar, aunque tenga miedo.  Y la palabra no me la callarán, mientras tenga miedo y no me deje vencer por la cobardía.

18 junio, 2017

Sobre pedagogía e innovación

Hoy en día es muy fácil hablar de pedagogía. Bueno, en realidad es muy fácil hablar de cualquier cosa. La información fluye y nos inunda hasta hacernos creer que somos entendidos en cualquier cosa. Yo mismo creo que soy capaz de hablar de cualquier tema, siendo un completo ignorante. Y lo digo porque lo soy. Aunque también es cierto que no creo que lo sea mucho más que muchos otros. Al lío. Hemos venido a hablar de pedagogía.

¿Qué es esto de la nueva pedagogía? Bien, he de decir que muchas personas hablan de la nueva pedagogía sin tener un criterio formado. Han oído cosas y en muchas ocasiones confusas. En más de una ocasión, el concepto "nueva pedagogía" se agota en el llamado "trabajo por proyectos". Como si esta metodología didáctica ensombreciera cualquier otra investigación pedagógica. Y no. El "trabajo por proyectos" no es más que una metodología didàctica. Una más. Cierto que, en muchos casos, a esta metodología didáctica se le pone la etiqueta de innovadora. Pero creo que eso es ir muy allá. Sí es cierto que se enfrenta a metodologías decimonónicas que subsisten en la actualidad. ¡Uy, aquí ya me he colado y estoy manipulando! Perdón, al calificarla de decimonónica ya la estoy presentando como antigua o desfasada. Pero no era mi intención. De hecho, el "trabajo por proyectos" es también muy antiguo. Los que hayan leído algo de pedagogía sabrán que planteamientos así no son de hace cuatro días. La interdisciplinariedad, dar la primacía al alumno y no al currículum, poner el acento en los apredizajes competenciales y no en los contenidos, el trabajo cooperativo,..., son características que muchos docentes han desarrollado y muchos otros han cantado sus bondades en múltiples ensayos. Nada nuevo bajo el sol. Aunque sí es cierto que tanto los detractores como sus defensores han puesto el ojo en el "trabajo por proyectos" como si este fuera el eje de la verdad pedagógica. Y ahí es donde creo que hemos perdido el norte.

La nueva pedagogía sí entiende que el centro de la tarea docente (y me refiero tanto a la enseñanza primaria, la secundaria o la universitaria) es, por supuesto, el alumno. Supongo que nadie discutirá esto. Es una perogrullada. Pero una cosa es aceptarlo discursivamente y otra cosa es llevarlo a la realidad del aula. Por eso debemos ser muy contundentes en el enunciado de este principio fundamental: cualquier planteamiento pedagógico ha de pasar necesariamente por tener como único protagonista al alumno. Pero, siendo así, eso también es compatible con metodologías de aula muy diversas. No voy a discutir sobre currículum ni sobre contenidos. Esto lo dejamos para otro momento. Centremos la discusión en el principio pedagógico que hemos enunciado y en las metodologías de aula que se adecúan a este principio. Empiezo por decir que no creo que haya ningún método tan óptimo que ensombrezca a cualquier otro. De hecho no hay datos científicos que demuestren que haya un método que ofrezca mejores y comprobables resutados que el resto. Al final, todas estas discusiones acaban por fundamentarse en creencias e intuiciones. Pocas racionales, por cierto. Y es que nos faltan estudios serios, análisis profundos, comparativas. Estamos dando palos de ciego en pedagogía. Por tanto, déjenme aceptar la divesidad pedagógica de salida y dejemos a un lado el dogmatismo.

Sí creo, sin embargo, que hay variables a tener en cuenta a la hora de aplicar métodos diferentes en el aula. La edad es una de esas variables. ¿Debemos aplicar el mismo método didáctico en un aula con niños de 6 o 9 años que en otra con estudiantes de 16 o de bachillerato o universitarios? No. Y creo que la respuesta no debe incluir remilgos. Médicos o ingenieros deberán hacer uso de su memoria y aprender del magisterio de los más expertos. Otra variable: el ámbito de conocimiento. ¿Es aplicable el mismo método en el descubrimiento social o del medio que el método que aplicaríamos a la lectura o las matemáticas? Estos últimos son aprendizajes propedéuticos o instrumentales. Y los métodos aplicables en el aula deben variar. Y no vale con darle la vuelta al calcetín para creer que llevamos calcetines nuevos. Cuántas veces me he encontrado con docentes muy modernos que implantan métodos innovadores de cara a la galería, pero que de puertas para adentro siguen insertando aprendizajes memorísticos, poniendo pruebas y controles (para no llamarles exámenes) o haciendo un vergonzoso paréntesis en sus programaciones por proyectos para introducir "píldoras" que no son más que rancias sesiones revestidas de necesarias. Otra variable: la diversidad en el aula. Cuando los límites de la diversidad en el aula son muy amplios, los métodos deben centrarse en el reparto desigual de recursos para compensar esas desigualdades. En este caso, la metodología sólo es una herramienta en una caja junto a muchas otras al servicio de la diversidad en el aula. Y una metodología por proyectos puede ser muy interesante, pero no siempre tiene que ser la más adecuada, a no ser que queramos unificar en una media demasiado mediocre. Además, no olvidemos que el principal recurso para trabajar la diversidad en el aula es, sin duda, la ratio baja. Justo la que no depende del docente.

Educar es manipular. Moldear, dirigir. No hay más. Podemos no asumirlo, pero si educamos evitando cualquier intervención en los intereses de los chicos, ya estaremos manipulando en un sentido y les haremos creer que quizás siempre sea así. Y podrán creer que no hay nada más allá de sus intereses. Hasta que descubran la gravedad o que deben respetar a los demás porque ellos no son el centro de la creación. Si entendemos la educación como una manipulación y, además, entendemos que el centro de esa manipulación son personas que dependen de nuestra acción, entenderemos al fin la importancia de nuestras decisiones y la trascendencia de nuestra acción sobre ellos. Y no es necesario ser innovador para entenderlo y llevarlo a la práctica. Conozco a docentes que imparten sus clases magistrales con tanta pasión e ilusión que son capaces de enamorar a sus alumnos. Seguro que muchos de nosotros recordamos a algún profesor que nos encandilaba, que nos hacía soñar, que nos hizo crecer. No creo que un estudiante de bachillerato o universitario no pueda disfrutar con alguno de esos profesores "más clásicos". Como tampoco creo que no se pueda completar el currículum de bachillerato con otras metodologías. Por ejemplo esas más centradas en los intereses de los chicos y mucho menos, a priori, en los contenidos. Es por todo esto que no creo que metodologías antagónicas, en principio, no puedan ser perfectamente válidas o incluso compatibles. Porque, siendo el alumno el centro de toda acción docente y nuestro fin último como docentes, creo que el camino para llegar a motivar a nuestros alumnos se puede realizar por diversas vías. Y ahí está el sercreto: en motivar a nuestros alumnos, despertarles la necesidad de saber y entender por qué. Es por eso que la actitud del docente respecto a sus alumnos es el quid de la cuestión. Y ya vendrán después las respuestas híbridas, diversas, alternativas y complementarias, porque las respuestas metodológicas deben estar al servicio de la acción y la relación que se establece entre el docente y sus alumnos. ¿Con qué contamos pues, los docentes? Pues con nuestra profesionalidad y nuestras ganas de aprender (formación); con el deseo de llegar realmente al corazón del alumno (motivación); con nuestra certidumbre de que nuestros alumnos deberán ser competentes, pero que toda competencia se construye sobre contenidos que le dan sentido (currículum). No hay mucho más, en ausencia de un compromiso más firme por parte de las administraciones. Somos, los docentes, los pilares de la innovación y la pedagogía. Y debe ser así porque para eso nos pagan. Pero, sobre todo, debe ser así porque para eso hemos decidido dedicamos a esta profesión.

12 marzo, 2017

Contra el liberalismo

Me voy a meter con los liberales. ¿Por qué? Pues porque no soy liberal. Buf, he empezado fatal. No, no es eso. Me meto con el liberalismo porque no soy liberal y porque retuercen principios. Que mienten, vamos. Así, buscando amigos. Espera, que aún voy a empeorarlo un pelín más. Los liberales son muy mentirosos o son muy ignorantes o las dos cosas. ¡Ale, ya lo he hecho! Pero es que a mí me parece que con solo una mirada tibia, liviana, rapidita o como sea que se diga, sobre la ideología liberal y sobre la historia de las ideas, ya tendremos suficientes argumentos para verles venir. Ya sé que el tema no es precisamente llamativo, de estrella youtuber, pero igual puedo provocar algún retortijón o una mueca de disgusto o, al menos, cierta curiosidad. ¡Por esperar...!

El liberalismo, desde el siglo XVII con John Locke, surge como reacción de los más pudientes contra los más poderosos. A ver, que te lías. Voy a intentar explicarme. Hablamos de una sociedad que era monárquica, absolutista y fuertemente jerarquizada. Vamos, que el poder lo tenían los reyes y las clase noble. Pero en esa sociedad ya aparecía un problemilla que trastocaría la historia: el poder era de los nobles, pero el dinero estaba en los bolsillos de los burgueses. Vamos a lo práctico para hacernos entender. En aquellos tiempos, los que tenían la pasta no tenían el poder y los que tenían el poder no tenían la pasta. Así de fácil. Algunas monarquías, las más avispadas o las que tenían que conseguir financiación urgente, como es el caso de los británicos, tan listos ellos, consiguieron conservar el poder a base de liquidar la nobleza y substituirla por ricos en la corte. Esa situación ya nos suena un poco, ¿verdad? Es que en algunos sitios la tenemos encima en pleno siglo XXI, aclaro. Una vez dispuesto el cambio, después, ya vinieron mil y un teóricos. En lo político y en lo económico. No me voy a entretener con los Smith, Robespierre, Betham, Rawls,..., y tampoco me liaré con los grandes políticos más actuales: Thatcher, Bush, Aznar, Aguirre, Mas, Puigdemont o Rivera. Ya sé que suena a burla, pero es que es así, una burla. Así pues, la práctica política liberal más actual la vemos hoy en esos tipos enchidos de vanidad teórica y rellenos de billetes que salen en la tele para hablarnos de libertades liberales. Las bondades de las libertades liberales es precisamente el tema, por si no me había explicado claramente.

Pues no. Ahí le doy, con rotundidad. El liberalismo se apoderó desde el principio de la palabra libertad de una manera fraudulenta. Y de hecho, ha funcionado hasta ahora y casi nos convencen. Incluso muchos siguen hablando de la libertad en nombre del liberalismo. Porque se lo creen o porque les conviene así. Pero no. Yo a lo mío, a lo rotundo. El problema está en saber qué significa libertad. En la definición está el secreto, como siempre. ¿Somos libres cuando podemos hacer lo que nos dé la gana? ¡Ingénuos! No seamos infantiles. Nadie puede hacer lo que le salga en gana. Y tampoco somos dioses, aviso. Lo siento, igual alguien se ha sentido herido. No somos más libres porque podamos pisotear a cualquiera en nuestro beneficio. No. No somos más libres porque algunos puedan manejar el dinero a su antonjo amasando fortunas. No. Esa matraca de que cualquiera puede llegar a lo más alto solo con su esfuerzo es una estupidez. Vamos a lo clarito. El liberalismo como doctrina se fundamenta en la desigualdad y en la capacidad de las personas de explotar a otras personas. El más avispado es el más rico. El más fuerte sobrevivirá a costa de los más débiles. El liberalismo fue primero, la teoría de la evolución vino después e inspirada en autores como Malthus, aclaro. Por lo tanto, el liberalismo es una teoría política y económica que solo defiende la ausencia de controles y límites para generar riquezas desde la desigualdad. Pero, ¿quién es tan estúpido como para creer que la ausencia de controles y límites es lo mismo que la libertad?

Primer principio: somos humanos, no hay más. Pero que seamos humanos ya implica no ser simplemente animales. Segundo principio: somos humanos porque nos reconocemos como tales en el resto de la humanidad y, así, superamos la animalidad. En todos y cada uno de nuestros semejantes, debemos reconocernos a nosotros mismos. Ah, perdón. ¿Que no nos gusta? ¿Que igual no nos gustan esos otros? ¿Que quizás nos dan asco? Pues tenemos un problema. Y gordo, por cierto. Porque no querer reconocernos en el resto de la humanidad implica que queremos ser más, que no queremos ser iguales, que nos menospreciamos en la imagen que nos devuelven. Y eso solo lleva hacia un camino: hacia la egolatría, el etnocentrismo, el odio, el fascismo,.. Tercer principio: no reconocernos en los demás es negar la libertad. Y ahora sí que debiera ser más rotundo aún para ir rematando. Porque, ¿cuándo somos libres? Vuelvo a decir que la palabra libertad solo tiene sentido en el ámbito de lo humano. Ni la naturaleza ni ningún otro ser tiene problemas de libertad. Es un problema exclusivo de la humanidad. Y ahora llegamos al clímax. Somos libres cuando permitimos que los demás, todos, tengan las mismas oportunidades que nosotros. En contrapartida, esos otros deberán ser libres solo si permiten que yo tenga las mismas oportunidades que ellos. No sé si me estoy enredando sin conseguir aclarar nada, pero seguiremos. No hay libertad sin equidad. Somos libres cuando tenemos realmente las mismas posibilidades. Sin privilegios. Sin desigualdades que hagan a unos más libres que a otros. La libertad se gana en el reconocimiento mutuo de la libertad. Y fuera de esa singular fórmula, no hay libertad posible.

Después ya vendrán las recompensas por el esfuerzo. Grandes para los que buscan con su trabajo la perfección. Pobre para los que jamás han sabido qué significa trabajar. Y estas desigualdades, sí que están justificadas en nombre de la equidad y la justicia.

26 febrero, 2017

Sobre la libertad

Sobre la libertad quiero hablar. A mis chicos les gusta hablar de ella. Y lo hacen muy bien, por cierto. Sobre todo cuando se deshacen de las simplificaciones y ñoñerías que escuchan por los rincones de la caverna. Porque de ñoñerías, se dicen muchas. Lo pueril hace estragos. En la caverna luce una luz mortecina bañada en lo pueril y mediocre. Así que, si vamos a hablar sobre la libertad, no nos enredemos con tonterías tipo, "la libertad es volar como un pájaro, nadar como un pez o viajar por el firmamento como una estrella, sin límites ni lastres". ¡Dios, cuánto daño ha hecho el romanticismo! El barato y el otro, el intelectual y engreído.

Hablar sobre la libertad también implica deshacernos de planteamientos que confunden libertad con otras cosas. "Libertad es hacer lo que me dé la real gana", síntoma también de infantilismo, además de confundir "ser libre" con "ser todopoderoso". O también, "libertad es vivir sin ataduras", con lo que, sencillamente, negamos la vida. Porque ser libre implica, ante todo, vivir. Y sólo es posible vivir en la realidad de las ataduras y los muros. La libertad existe en la elección ante lo diverso y adverso, es decir, ante la vida misma. Superémoslo. La libertad es una condición que tiene que ver con la realidad en la que vivimos. Nuestra realidad social, aclaro, porque la natural ya está sumida y superada por lo social.

También deberíamos aclarar que la libertad no es un sentimiento. O, al menos, no solamente lo es. Es posible que, en las mismas condiciones, dos personas pueden o no sentirse libres. Cierto. Y alguien podría argumentar entonces que la libertad es una condición subjetiva y relativa. Pero no, no debemos caer en la trampa. No hablamos del sentimiento de ser libre, hablamos de los hechos objetivos que nos permiten afirmar si una persona puede o no sentirse libre. Porque sólo desde ese punto de vista podemos hablar de la libertad: desde las condiciones materiales y objetivas que nos permiten sentirnos libres.

Empezaremos por una aproximación negativa a la libertad. Es decir, responderemos a la pregunta: ¿qué es NO ser libre? Vamos con los hechos evaluables y objetivos. No somos libres cuando nos dicen qué es lo que tenemos que elegir. Tampoco lo somos cuando no podemos elegir -que viene a ser lo mismo. No somos libres cuando no podemos ver más allá de lo que otros nos han dibujado. O cuando nos mantienen en la ignorancia escondiéndonos la realidad. No lo somos tampoco cuando se nos esconde la cultura, la ciencia y el arte. Cuando se nos requisa el acceso a la sabiduría porque es patrimonio de unos pocos. No somos libres cuando se nos hace creer que todo es más fácil cuando pensamos en lo supérfluo y frívolo. O cuando se nos reconduce hacia la negatividad y la inacción, o hacia el vacío romántico. No somos libres cuando se nos aleja de la alegría de vivir o, lo que es lo mismo, cuando no se nos deja crecer tal y como deseábamos hacerlo. No somos libres cuando se ejerce la violencia sobre nosotros. Cualquier violencia, sin distinción. Y sobre cualquiera, sin excepción. No somos libres cuando se nos encierra tras las fronteras. Y tampoco lo somos cuando se nos obliga a defender esas mismas fronteras. No somos libres cuando no podemos hablar. No lo somos cuando se nos calla en nombre de otras ideas pretendidamente superiores. Ya sea en nombre del Hacedor o del destino, ya sea en nombre de las patrias o del statu-quo. El individuo callado nunca es libre. No somos libres cuando nos condenan a comenzar desde muy abajo. Y cuando otros nos miran desde los áticos sabiendo que no hay escaleras para alcanzarles, tampoco somos libres. Ni tampoco cuando se nos condena a la miseria, a no tener un hogar o a la marginación. No ser libre, por lo tanto, tiene que ver con la injusticia, con la manipulación y con la opresión. Y, fíjate por dónde, es así como nos encontramos cara a cara con el poder y los privilegios.

¿Y en positivo? Probemos. Soy libre cuando dejo que los demás elijan -y yo, después, también puedo elegir. Soy libre cuando animo a los demás a que miren más allá de donde hemos mirado nosotros -y yo, después, también puedo mirar más allá. Soy libre cuando ofrezco la cultura, comparto la ciencia y muestro el arte -y yo, después, también puedo recibirlo. Soy libre cuando permito que la sabiduría sea patrimonio de todos, sin execepción -y yo, después, también puedo sentirme propietario. Soy libre cuando acompaño a los demás a que se cuestionen lo esencial- y yo, después, también puedo cuestionarlo. Soy libre cuando no arrastro hacia la inacción y animo a que otros construyan sus vidas desde sus propios criterios -y yo, después, también me siento sin ataduras y puedo construir mi propia vida. Soy libre cuando no ejerzo ningún tipo de violencia sobre nadie -y yo, después, puedo sentir que nadie la ejerce sobre mí. Soy libre cuando no construyo fronteras que separen a mi prójimo de la vida -y yo, después, también vivo sin muros que me encierren. Soy libre cuando permito y defiendo la palabra diferente y divergente -y yo, después, puedo hablar sin que nadie me lo impida. Soy libre cuando destruyo las mentiras superiores que oprimen la palabra de mi prójimo -y yo, después, no encuentro mentiras que me callen. Soy libre cuando no permito que los demás me miren desde muy abajo -y yo, después, sé que no habrá condiciones materiales que me hagan inferior a nadie. En definitiva, soy libre cuando me comprometo con mi prójimo y con la acción que evite las injusticias, la manipulación y la opresión. Y yo, después -y sólo después-, pueda contar con el compromiso de todos en defenderme de la injusticia, la manipulación y la opresión.

Quizás ahora se entienda por qué las ñoñerías son sólo ñoñerías. Y quizás también así se entienda por qué me gusta tánto ser profesor.